Solo algunas de las lenguas “modernas” se resisten a llamar al horizonte de forma parecida. Irlandés, Gaélico, Islandés o Turco se alejan del “orio” griego que –todos dicen- es el padre de ese raro concepto que todos juramos entender y que no es solo un límite lejano, sino también lo que marca el criterio de la horizontalidad.
Es curioso que ninguna de las lenguas de la India use una voz parecida a la supuestamente griega para esa línea que los libros dicen que en ella parecen juntarse la tierra y el cielo: “Diganta, ksitija, kshitij, rukha…” son nombres suficientemente distantes del “oro, orio” de los griegos como para asegurar que no hay relación ni somera ni profunda.
Pero, ¿por qué las enciclopedias y los libros de geografía se empeñan en hablar de línea entre cielo y tierra?… Cualquier persona inquieta que haya viajado, raramente habrá podido percibir un verdadero horizonte en espacios continentales.
Yo lo he tratado de recrear en mil lugares de interior; especialmente en La Mancha, pero nunca he conseguido la imagen ideal que perseguía.
En el mar –en cambio- es mucho más fácil porque no es necesario adentrarse, basta con asomarse a cualquier acantilado un día de calma dando la espalda a la tierra.
Las imágenes siguientes son un buen exponente de qué difícil es conseguir esa imagen desde tierra y hacia tierra, en comparación de lo evidente que es la claridad expresiva de la imagen marina.
En esta dicotomía se basa el razonamiento que va a continuación.
Siendo cierto que en Griego, la idea de límite se expresa principalmente como “oro, orio”, aunque no sean infrecuentes las acepciones “terma o sunoro”, la explosión de comunicación desarrollada desde el Renacimiento, ha desdibujado límites anteriores y dificulta mucho cualquier indagación “independiente”.
Así, en el siglo XVII, Sebastián de Covarrubias escribía el Orizonte sin hache y no se andaba con vulgaridades de si era una línea entre cielo y tierra o cielo y mar, sino que solo mencionaba a los “astrólogos” como usuarios de tal concepto como un recurso matemático, lo que hace dudar sobre si el vulgo usaba o no tal palabro. Ninguna mención –tampoco- a la cualidad de nivel, de yaciente o tendida de tal línea…
La ausencia de otros derivados de “orio” en Griego, aparte de los mínimos relacionados con un uso limitado del concepto de límite, recomiendan buscar algo mas que la simplona explicación de que el Latín se tomó para sí el “horizon” y lo generalizó en su imperio y más allá.
Esta reducción drástica de cualquier cuestión a una cita y un punto final, impide el sano ejercicio de la recreación de un mundo anterior al de calles y plazas y al de gentes que –raramente- se movían cinco leguas desde su casa.
Es decir, con el sedentarismo la gente dejó masivamente de contemplar y admirar horizontes distintos cada día y –posiblemente- perdió hasta la voz con que lo designaban.
Así es imposible saber lo importante que es un concepto como la horizontalidad.
Para percibir la horizontalidad hay que mirar al mar o a algún gran lago; hay que admitir que el agua tiende a estar “nivelada” lo mismo en un mar o lago que en una charca. Este es el fenómeno y para él es necesaria la abstracción y la explicación.
De todos los idiomas cercanos, solo el Corso usa una “u” en lugar de una “o”; los corsos dicen “urizzonti” y esta atipicidad me llevó a pensar en lo importante que es el agua en algunos conceptos.
En Euskera, la modernidad ha desplazado cientos de voces antes manejadas por artesanos y peones, por maestros y arquitectos, por astilleros y ferrones, que ahora se han transformado en esa bazofia “global” que redondea las aristas y hace desaparecer las peculiaridades de idiomas y dialectos, nadie sabe bien para qué.
El caso es que hasta hace no mucho, hasta que llegaron los andamios metálicos, las grúas plegables y los encofrados “normalizados”, los maestros de obra tenían que usar jergas mucho mas complejas y precisas para definir los montajes, los procesos y los incidentes de las obras.
Hasta hace no mucho, la forma “zontai”, definía con claridad al soporte, al madero que mantenía una argamasa tras de sí hasta que fraguara. De igual manera, “ur” es la forma genérica reciente (últimos milenios) de llamar al agua y uno de los sufijos pluralizadores más recurrido, es “i”.
Si se combinan estas tres voces para formar “ur i zontai”, cualquiera puede leer en la frase formada una mezcla de practicidad y poesía que valdría para que las poblaciones antiguas que miraran al horizonte del mar se imaginaran allí, al fondo, un madero, una presa que sujetara el agua y le impidiera caer al abismo.
El paso frecuente de la “i” a la “l”, habría dejado la forma “urizontal” y la aversión al inicio de palabras con la última de las vocales, habría dado la forma general que casi todos comparten con una u otra grafía.
No hace mucho, reparando un tejado de mi caserío y queriendo comprobar la horizontalidad de la limatesa sin subir a la cumbre, me cogí el teodolito y subí ladera arriba buscando la cota de esa arista. Cuando la alcancé, no me hizo falta el aparato, porque el horizonte del Cantábrico se fundía con la lima, mostrando que la obra era correcta. (Mi foto era fea, por lo que pongo otra equivalente de alguien con más gusto que yo).
Horizontalis.