Humedad
Presencia de agua precipitada en los objetos o a punto de estarlo por estar la atmósfera en que se hallan saturada de vapor de agua.
Lo oficial es una pena.
¿No te fastidia que nos ofrecen como máximo esfuerzo la explicación de que hay un verbo “umere” que indica que se está mojado y esto lo relacionan con el “humus” o tierra orgánica?
¿Es posible ser tan tonto como para asegurar que primero fue el verbo transitivo que el sustantivo?.
Pero, ¿será tan importante la relación que ven entre suelo y agua que le insertan la hache a la supuesta “umedad” para que sea como ese humus?.
La homogeneidad de las lenguas latinas (“humidade, humidité, umiditá, umiditate, umditá…”), apunta a un origen común, pero que –como otras veces- no parece ser precisamente el Latín con su “mador-madoris” y su menos frecuente “umor”.
Las germánicas tienen una charnela en el Inglés, donde su “wet” (que realmente suena “u et” y que –como el propio “water, uater”-, recuerda al agua vasca post arcaica, “u” y al plural “et eta”, como refiriéndose a un estado de presencia general del agua), viran después hacia los sonidos “feug, fugt, fukt, fog…”, que bien pudieran proceder de ese “uet, vet”, en lugar de hacerlo de las lenguas de la India (donde la heterogeneidad es de órdago) como muchos desearían.
En otro de los tomos en el que se hablaba de los verbos se explicaba que el “meter”, que los sabios dicen derivarse de “mittere”, lanzar, arrojar, no es una explicación afortunada, por derivarse mejor del “met-a, metatu” del Euskera, acción de amontonar, de acopiar, llevar a un destino y que con la civilización y sus cajones se asimiló a meter.
Según esto, “u metá” no es otra cosa sino la acumulación del agua, agua que los antiguos ya sabían que tenía tres estados y que la diacronía de miles de años ha difuminado un poco al hacer cambiar su nombre desde el original, del arcaico “i”, al “ü” al “u” y finalmente a la forma actual y general “ur”.
Así, “i ela” (hielo) es una forma muy arcaica, del mismo tiempo que son las “i turr, i bai, i bi, i bon, i dol, i gor, i katz” (agua que surge, agua que circula, paso en el agua, apresamiento de agua, flujo de agua, agua cedida, leño sin agua), etc.
Y “u apo” (vapor, agua inflada), que es de un periodo posterior, pero un nombre asignado con plena conciencia del proceso físico de la evaporación, del cambio de estado.
Volviendo a “u metá”, es fácil entender su paso a “umedá” y a “humedad” en cuanto la cursilería de los académicos ha tropezado con una voz propensa a recibir el tratamiento cosmético que es lo único que ellos saben hacer.