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Ibiza y Formentera

Las islas baleares son desde hace tres cuartos de siglo un paraíso que descubrieron un poco antes artistas románticos y que el “boom” de la aviación y turismo ha transformado a gran velocidad en tres o cuatro modelos sucesivos de forma de visita, que están a punto de saturar su capacidad de acogida si antes no cambia el orden mundial en que flotamos los valores y objetivos de hoy.
Pero esto no fue siempre así.
Una rama de mi familia eran fareros, torreros que se decía entonces, como prolongación de siglos de vigilancia de las naves de los piratas desde las torres que jalonaban todas las costas y desde las cuales los torreros hacían señales de luz, humo o fuego para comunicarse con otras torres. Hace alrededor de un siglo, dos tíos míos fueron fareros en la costa de Alicante y en la isla de Menorca y sus breves cartas que tardaban quince días en llegar, describían una especie de destierro.
Fareros con linternas de acetileno cuyas bombonas llegaban por mar y había que subir a lo alto de la torre, visitantes con muy pocos vecinos que consumían su tiempo criando conejos y escribiendo en el Libro de Diario con bella caligrafía las raras novedades que surgían, aparte de elevar cada día las pesas del mecanismo que hacía girar la lente y ajustando de vez en cuando – siempre a mediodía- el reloj de péndulo, las dos únicas máquinas del faro.
Seguramente el ritmo de la vida en las islas fue parecido, dos o tres mil años antes, cuando los visitantes eran catalanes a comprar sal, ingleses borrachos, piratas berberiscos, soldados romanos o comerciantes fenicios y desde la ignorancia actual dominada por la globalidad y la prisa es difícil imaginarse aquellos escenarios habitualmente tan serenos y solo alterados por las irregulares visitas.
Casi nadie discute que el nombre de Ibiza, “Eivissa” en Catalán no tiene explicación, pero los hipercultos lo asignan al popular dios enano y grotesco egipcio “Bes” (que significa “inicio”) que dicen que los fenicios copiaron para colocar en los mascarones de sus barcos y que los cartagineses exportaron a Ibiza y a otros lugares. De ese Bes, llegó a la Ibiza actual-no importa a través de cuantos pasos- ya que en la necrópolis de Puig des Molins se encontraron exvotos que pudieran ser versiones de ese dios y eso lo justifica todo.

Uno se acostumbra a estas elucubraciones pintorescas hasta el punto de que se consideran un contrapunto simpático para el mundo tan cartesiano que el Euskera nos descubre, porque “ibi ez a”, que se puede traducir como “vados húmedos”, bien puede ser una referencia al Río Santa Eulalia (“u lari a”, con agua permanente), que recorría antaño la isla sin secarse nunca y que la intensa explotación de las últimas décadas del acuífero que lo alimentaba ha transformado en “arroyo”, haciendo desaparecer al único río verdadero que había en el conjunto de estas islas incluida Mallorca.

Referencia antigua que un investigador de hoy no podría imaginar si carece de la información hidrológica, de una lengua que lo explique y de la contumaz Toponimia, teniéndose que entregar a las fantasías de los humanistas en busca de dioses, porque los lugares que llevan “Ibi, Ibia, Ibias, Ibieca, Ibieta, Ibina, Ibiri, Ibisagasti, Ibisate, Ibixa, Ibizabal, Ibizar, La Ibienza, La Ibiza (cerca de Baza), Carbiza, Arbeiza, Subiza”, etc. son cientos y nos hablan de una gran familiaridad de estos sonidos con el nombre de la isla, haciendo que sea ridículo tener que ir a Egipto en busca de un dios popular para un nombre que tiene explicación racional con nuestro lenguaje.
Formentera presenta más dificultades y contradicciones, porque hasta época medieval solo se ha dispuesto de citas griegas o romanas, ambas absurdas; la primera. “Ophiusa” debería significar plagada de serpientes, plaga de la que nunca ha habido referencia directa y que además no es biogenéticamente posible, porque una población así no es viable en un entorno limitado (por ejemplo una isla pequeña) porque haría desaparecer sus presas en un breve lapso de tiempo. Es evidente que los romanos la tradujeron a “Colubraria” y se quedaron tan panchos.
Ante la supuesta ausencia de ofidios peligrosos en la vecina Ibiza, los latinos crearon el mito de que la tierra ibicenca repugnaba a las víboras, así crearon un comercio de tierra para quienes quisieran blindar el borde de sus casas contra las serpientes.
Descubrimientos recientes desmienten que en Ibiza no hubiera culebras y es muy probable que -aparte de las que han llegado recientemente a Formentera en las grandes macetas de olivos para jardines, antes también las hubiera habido en proporciones normales
También es absurdo para una isla con poco suelo fértil el proponer que el nombre “Frumentaria” registrado en la Baja Edad Media quiera decir Isla del Trigo, aunque sí es posible que la sílaba inicial fuera “fro” en lugar de la forma actual “for” y la cola, del tipo “mengaria”, haría en conjunto, “fromengaria”, donde “fro” es la apelación de los bosques densos, “meng” es la escasez o ausencia y “aria” la constatación de un estado. Foto de portada.

Esto sería comprensible para una isla baja, seca y azotada por el viento, como contraste de Ibiza, con grandes acuíferos y completamente cubierta de un monte termófilo mediterráneo.

Tampoco es de extrañar que los árabes la llamaran “Formontoria”, habiendo en Alicante, cerca del desagüe del Segura la población de Formentera del Segura, que pudo haber sufrido el mismo forzado.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

2 Comments

  • Hola Javi,
    He estudiado la peculiar orografía de Formentera y el cabo Formentor, en Mallorca, y creo que ambas voces comparten un pasado común. Su origen sería euskérico, por supuesto, no tendrían nada que ver con «promontorium», como teorizaba Coromines, o con la presencia o ausencia de bosques, sino con su accidentada geografía:
    Formentor: Ib/if: agua + orma: pared, muro + eina: participio + era: lo que le caracteriza.
    Iformein(t)era, describiría el relieve accidentado de la isla, con la presencia de inexpugnables acantilados.
    Formentor: Ib/if: agua + orma: pared, muro + eina: partcipio + or: elevado, alto.
    Iformein(t)or describiría perfectamente a este cabo mallorquín, un alto muro de piedra que se adentra en el mar.
    Resolver el origen del topónimo es relativamente sencillo, lo complicado, como tú bien dices, es difundir estos conocimientos, explicar a nuestros académicos que no venimos del latín. Y esta es una lucha que, de entrada, se avecina muy complicada.
    Un abrazo

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