¡Espera un minuto, espera un segundo, espera un instante!… son fórmulas habituales para indicar al interlocutor que su espera no va a ser larga, que en un breve espacio de tiempo se le dará respuesta o satisfacción.
Sobre la latinidad del minuto como parte pequeña de algo a partir de “minutus” no puede haber duda aunque en origen fuera un término de astrología para dividir la esfera celeste, como lo citaba Covarrubias en su diccionario hace tres siglos:
El segundo, que desde cincuenta años después de la edición de ese diccionario y hasta 1890 se definía por los sabios como una fracción del año solar medio aunque que los relojeros lo determinaban por el periodo de oscilación de un péndulo cuya longitud[1] le hacía “batir segundos”, hace ya más de medio siglo que ha cambiado su argumento para irse al átomo de un isótopo de Cesio con una complicada fórmula y un equipo de órdago…
¿Y el instante?… Nos aseguran que está relacionado con el verbo “instare”, presionar, estar encima y que finalmente viene de la expresión latina “instans”, lo que está encima, lo que amenaza, a partir de su uso por Cicerón y otros en la oración “tempus instans”, en referencia al momento en que vivían… No se puede negar que hay cierta relación –casi poética- entre esos argumentos, pero que es difícil creer que el pueblo llano, los cazadores y pastores que tenían que sincronizar sus movimientos o los constructores y soldados que trabajaban en equipo carecieran de fórmulas más sencillas y tuvieran que recurrir a la terminología y los alambiques de foros y personajes tan elevados que se escuchaban a sí mismos…
De hecho, el Latín no usaba esta fórmula, sino el “momentum” o “temporis punctum” para algo a hacer o a suceder inmediatamente, lo que obliga al investigador suspicaz a buscar bajo las alfombras.
Comenzando porque de entre las lenguas cercanas, usan derivados del “instante” el Catalán, Francés, Gallego, Portugués, Rumano e Inglés (este de forma compartida con “moment”), pero no el Italiano, Corso, Maltés ni el propio Latín. Tampoco lo ha elegido el Esperanto para su lengua sintética ni está en las demás germánicas, bálticas ni eslavas, lo que aumenta las sospechas de que proceda de un sustrato anterior, quizás en Euskera.
¿Cómo?
Lo intuitivo, la imagen que se repite de forma permanente para esa idea de tiempo brevísimo puede ser la de una gota de agua que cuelga de las algas de un manantial, de un canalón del tejado o de esa fuente que no cierra bien y por la noche se oye como un tambor…
“Tant-tanta” es el nombre de la gota, de cualquier gota, en tanto que la forma primitiva del agua infinitesimal, del agua en partículas, comenzó siendo “i”, para ir modificándose a ”ü” y “ur”, pero que ciertos autores (Azkue entre ellos), fijan temporalmente como “iz”.
No es complicado combinar esto para obtener “is tant”, goteo de agua, su cadencia o ritmo. Así “istant” habría sido durante milenios y antes de que Quintiliano y Cicerón usaran el “tempus instans”, una expresión difícil de mejorar para referirse a un breve lapso de tiempo.
[1] En situación ideal, un péndulo de 0,993 metros.