Mamífero súido natural de Eurasia y el Norte de África, muy bien dotado para sobrevivir en un mundo alterado por la civilización, por lo que se ha convertido en un problema ambiental y económico creciente.
El jabalí (sea cual sea su variedad de las casi veinte existentes), es uno de los animales de “nuestro tamaño” que menos nos teme, siendo frecuentes los ataques a cazadores, trabajadores forestales y agricultores y más citados cada vez los atropellos de adultos y juveniles en zonas periurbanas, así como sus incursiones a barrios –cada vez más céntricos- donde buscan comida fácil entre las basuras, llegando incluso a concurridas playas tras seguir el cauce de un arroyo.
Este animal es un viejo conocido, tanto, que todas las variedades de cerdos en las que ahora se apoya para alimentarse una gran parte de la humanidad, arrancaron con unos rayones robados a sus madres acá y allá y luego criados y seleccionados por nuestros antepasados durante milenios. Así no es extraño que aún hoy los jabalíes se crucen con cerdos criados en piaras “extensivas” y de vez en cuando las marranas paran criaturas que denuncian una paternidad extraña ya a primera vista.
Solo he salido una vez a cazar jabalí, pero no tuve la suerte de verlos de frente; solo los he visto “de refilón”, entre matas o, muy lejos; no obstante esa lejanía, se siente profundamente estar ante un ser salvaje y atrevido.
Hoy en día medio mundo sufre el error reciente de haberlo introducido en sistemas en los que no había competencia para la especie ni predadores que pudieran controlarlo; así, su fortaleza se ha unido a una versatilidad soberbia y a su capacidad de reproducción, pudiéndose relacionar su presencia con un empobrecimiento notable de la biodiversidad.
Pero también en las zonas donde son naturales acusan sus efectos; las pérdidas económicas no son despreciables: En mi modesta explotación agrícola; concretamente las dos áreas escasas de maíz que sembré en 2017, fueron devastadas en dos noches consecutivas, una de prueba y la segunda de desbroce profundo del suelo derribando plantas y sacando a la luz las raíces con su cortejo de invertebrados que los marranos degustaron a la luz de la luna. Al día siguiente llegó un funcionario de la Diputación al que los daños le parecieron “ligeros”.
Ligeros en comparación con otros que había certificado en zonas más ricas.
En resumen, los jabalíes están entre nosotros desde hace milenios, pero ahora no les oímos hozar al otro lado de la espesura y por eso mucha gente los ignora.
Tras estas pinceladas de actualidad, ¡vayamos a los nombres con que este cerdo es conocido entre nuestros vecinos!.
Hay que empezar diciendo, que “jabalí, javalí, xabarín”, solo se llama en Castellano, Portugués y Gallego, pero en las distintas familias lingüísticas e incluso con diferencias sustanciales dentro de cada una, el jabalí atestigua una insistente presencia histórica con solo recorrer algunos de estos nombres y sus áreas de uso.
Si hubiera que elegir alguna forma radical predominante, esta sería del tipo “swin”, forma que ha decantado tanto en nombres germánicos como “wildschwein, villsvin…” o, simplemente “vin”, en algunas eslavas, como “svinja, divija-svinja…”.
O las del tipo “kaban”, tan distantes de la anterior, pero que asoma en algunas eslavas y caucásicas.
O la forma “boar” que ya se adivina en algunas lenguas de la India antes de llegar a las germánicas occidentales y a las celtas, con una extraña coincidencia con el Somalí “boor”.
Sin olvidar las latinas, donde el Latín queda sub representado por “aper, apri”, que solo ha sido rescatada por el Esperanto con un “apro”, que nadie usa, pero donde las variantes “senglar, cinghiali, cinghiale, sanglier…” copan la franja central; las ibéricas occidentales citadas, o surge el Rumano con su “mistret” que pudiera recordar a la forma báltica “metsiga”…
En fin, muchas otras denominaciones como “torc, derri i eger, gigan, kanec, sernas, ghori, ficotomé, raddiszno…”, etc., contribuyen a complicar un panorama en el que el Griego aparece como perdido en este mar de nombres con su “agriogourouno”, que parece no haber dejado huella en ninguna parte.
Pocos nombres populares habrá entre los que sea tan difícil establecer parentescos u orígenes, lo que indica que este cerdo ha estado tan cerca de nosotros, que las influencias troncales no parecen haber afectado mucho a las ramas, pero aún en estos casos hay atrevimientos descarados como los de nuestros asesores de etimología, que vacío el carcaj de flechas, se lían la manta a la cabeza y tiran un dardo a ver si alcanza la lejana diana.
Digo esto, porque –cultos ellos-, sabiendo que “jebel” es la expresión genuina del Árabe para llamar a una montaña, jabalí les suena a “jebelí” y –entonces-, aún sabiendo que a este animal en esa lengua se le llama “khinzirbry”, deciden que los españoles carecían de nombre para el cerdo e hicieron un “mix” para llamarle algo así como “montañero”, “jebelí”.
La ignorancia de estos tipos es supina, porque “jebel” en Árabe es una expresión de la forma del relieve, no de la cobertura vegetal de un territorio, de forma que un “jebel” puede ser perfectamente lampiño; puede estar cubierto de hierba o de matorral o estar “pelado”. El error viene porque en Castellano, “monte” no es solamente una elevación; monte es también un tipo de formación vegetal cerrada, compuesta por árboles, arbustos hierbas y miembros de otros reinos, como las setas, los líquenes y otras formas epífitas y coprófilas…
En castellano se puede confundir un “monte elevación” con un “monte espesura” y los jabalíes son amantes y dependientes de la espesura, no de las alturas.
En resumen, no tiene fundamento alguno que se quiera relacionar al jabalí con la voz árabe con que se designa a las elevaciones. Es un disparate.
Quizás un repaso por la etología de esta especie ayude a los precipitados lingüistas a tentarse un poco la ropa antes de sentenciar “a la ligera”. Lo que más caracteriza a los jabalíes es su capacidad para desbrozar, casi para roturar los prados y los cultivos abriendo la tierra en verdaderos surcos de arado para dejar al descubierto raicillas y tubérculos, larvas y puestas de huevos, trufas, semillas y abundantes invertebrados que van devorando al paso de la piara…
Esa capacidad de voltear el suelo con sus hocicos, con sus jetas, es lo que ha merecido una calificación única y determinante para la especie ibérica: “xab…” es la raíz verbal para describir el desbroce, el desmantelado, la apertura a lo ancho de un elemento o espacio.
Todos sabemos a estas alturas –creo-, que “arí” es el afijo que en Euskera indica a qué se dedica cada uno, de manera que “xab arí”, casi exacto a como lo dicen los gallegos, es como se denominó antiguamente al cerdo de monte (no del monte); “x” que hace un milenio se mutó en “j” y “r”, que con gran frecuencia da en “l” para que el “xabarí” quedara en “jabalí”.
Explicado esto, solo nos queda “hozar” en la veintena de otros nombres que este personalísimo animal merece.