No se puede dudar que la flor llamada actualmente “Jacinto”, es de una belleza rabiosa no solo por su complejidad, sino por su geometría, simetrías, volumen y colores sólidos.
Su nombre se relaciona (¡cómo no!) con el mítico Jacinto (Yhakinthos) de la Grecia clásica, joven de belleza insuperable que enamoraba a dioses y humanos, llegando el propio Apolo a cometer una fechoría por despecho y celos.
Acabada la vida del joven de forma trágica, su fama le hizo inmortal y el mundo posterior buscó elementos de belleza comparable a la del efebo, siendo uno de ellos esta flor de aspecto viril que emerge de un bulbo y se muestra central y heniesta, rodeada de hojas largas y simétricas que parecen rendirle culto.
Pero los sabios no las tienen todas consigo, porque el arranque “yas”, no es de “buena familia helena”, por lo que acaban diciendo que “posiblemente procediera de un sustrato mediterráneo previo al IE”.
No se les ocurre buscar en el Vasco, lengua a la que parecen temer más que los caballos al pastor eléctrico, pero muy bien pudiera ser este su origen: “Jas, ias” es la raíz verbal para una de las forma de elevación o ganancia pasivas y “int” es el deseo irrefrenable, la obsesión, así que “jas int a” es el proceso que lleva a un agente a obsesionarse sin control.
El paso a Jacinto en los lenguajes con diversificación de género, es elemental.
Muy oportuno, Ricardo. Cada vez que voy hacia Zaragoza me fijo en la Yasa Agustina.