Anoche recorriendo incidentes técnicos en You Tube, me captó la atención la caída estrepitosa de dos enormes grúas rodantes que manipulaban un mamparo gigante para un puente en Holanda. No había comentarios, pero mi impresión es de que no tuvieron en cuenta la posibilidad de una repentina brisa y que la enorme carga que maniobraban, era también una vela que movió la gabarra sobre la que operaban.
La enorme superficie (posiblemente mayor de 500 m2) me hizo pensar en qué poco tiempo se lleva construyendo con elementos prefabricados y cómo se han alcanzado límites que parecían imposibles. Con el tamaño, la gravedad de los accidentes se multiplica de forma cuadrática, haciendo recapacitar a los ingenieros sobre si es ético o no responder a cuanto quieran los promotores.
De ahí a la abstracción y a razonar cómo fueron en la Prehistoria los edificios y los recipientes; los primeros redondos como son aún las yurtas de los mongoles y también redondos los pozos, silos y túmulos y otros elásticos como bolsas pellejos y alforjas y cuándo comenzamos a usar esa figura geométrica (tan rara como efímera en una Naturaleza cuyos agentes la esquivan), “el plano”.
Efímero era el plano de un cristal de hielo en la superficie de un pozo y escondida entre otras una laja de pizarra que los padres o tíos traían a los niños desde una lejana peña para que dibujaran en ella. Por fin el mármol fue el paradigma del plano ya en época de imperios, cuando hábiles artesanos consiguieron separar sus láminas que llevaban adheridas millones de años para hacer mesas para los poderosos.
Para el propenso a la abstracción, quizás el mejor modelo de figuras de planos ortogonales de una perfección radical a emular sería un cristal de halita (“katz”) como el de la foto que algún viajero que acababa de cruzar un desierto salino entregó como presente al jefe visionario que decidió encargar a sus artesanos que replicaran aquellas figuras formando un recipiente.
En términos de evolución, no hace mucho, pero el plano (sin el cual hoy no se concibe la civilización) no era algo útil ni apreciado en una vida nómada… no servía para nada. Quizás un altar, una losa de piedra lisa montada sobre otras dos fue la primera mesa en el mundo cuando hombres y mujeres comían en cuclillas y con los dedos y en los altares se hacían sacrificios.
Durante una larga Prehistoria, las cosas valiosas se guardaban en bolsas de piel. Esas mismas bolsas embreadas valían para el agua y el vino, para hacer el yogur y la mantequilla y para conservar los pergaminos.
Semillas, polvos, pepitas, joyas y venenos, cecina y sal, se guardaban asimismo en cuernos, cañas, calabazas y otros recipientes orgánicos curados y así se vivió durante muchos milenios, durmiendo en chozas o abrigos y moviéndose con muy pocos enseres que durante las marchas se adaptaban al cuerpo y a la cabalgadura y apenas molestaban.
La caja que consiguió el visionario de esta historia fue el primer invento que se reveló contra esa “adaptación” a las formas exteriores e impuso sus aristas y sus vértices. Además de “kax a” (sonido similar a sal), otro de sus nombres en Euskera así lo atestigua: “Ku txa”, varios vértices, donde “ku” es la misma raíz de los cucuruchos y de los cuernos y “txa”, como sufijo, es un agente indicador de pluralidad.
Es probable que la caja comenzara a tener éxito cuando los carros dejaron de ser un juego para ser útiles y se vieron rodar por las praderas. Las cajas y cofres, que eran difíciles de llevar a lomos de animales, encontraron en las plataformas de los carros un lugar inmejorable para viajar y se pusieron de moda, una moda que lleva milenios imponiéndose y que parece definitiva.
Materiales nobles como el marfil y maderas densas como el boj, siempre han sido talladas y ahuecadas para fabricar pequeños receptáculos o cajitas, como lo ha sido el oro y sus láminas, pero la caja como tal, rechaza cualquier forma redondeada y se entrega a ser compuesta por caras planas que se ajustan y ensamblan entre sí, como después lo harían las paredes de piedra y argamasa cada vez más grandes, para crear casas de agricultores cada vez más grandes y desplazar a chozas, chamizos y chabolas redondas para siempre.
El boj da una madera excelente de fibra muy corta, dura y muy imbricada, que no forma grietas al secar y que tiene una talla soberbia, así que no es extraño que queden nombres “fósiles” como el de la caja en Inglés, “box” o la forma popular de la caja en Latín, “buxita”, llamadas así porque las primeras cajitas se hicieron con esta madera ( “bux” en Euskera).
Aún avanzada la edad media, la “aguja de marear” y la “piedra imán” que le daba fuerza, se guardaban por el capitán en cajitas de boj, quizá de ahí un nombre que nadie explica con autoridad, “bux olá” ( dicen que del Italiano bússola, brújula), en Euskera, tablas de boj.
Aparte de “ku txa” que es la caja con su tapa, “kas, kax” , además de al cristal de sal, se refiere al elemento en proceso de fabricación creado a base de paredes u otras superficies inicialmente planas, así, la casa que es voz principal en más de una lengua latina, no procede del Latín “casa”1 que en el Imperio era una choza o vivac hecho de ramas; “kas” es un concepto avanzado que nada tiene que ver con la raíz indo europea inventada “*kes” que dicen equivalente teóricamente a cortar, sino con el acto de casar elementos inertes, de ajustarlos y afianzarlos entre sí para formar paramentos continuos y cerrados como están en el cristal.
“Kas” está en el inicio de la construcción ortogonal y en su forma más sencilla, “casa”, que es la construcción elemental, el recipiente para personas y enseres, la caja fabricada cara a cara, muro a muro por los pueblos agrarios, bien fuera en Machu Pichu, en las tierras regadas de Egipto o en los arrozales de Japón.
Si a la “cas” elemental se la dota del sufijo “til” que se refiere a un predominio de la altura, se obtiene “kas til”, voz repetida en la toponimia de numerosas lenguas, que nada tiene que ver con el “castrum” latino, (variante de “kas dro”, construcción extendida, no vertical) y que pone de manifiesto la verticalidad de torres y alcázares y cómo en un nuevo mundo sedentario y con el objetivo universal de hacerse dueños en lugar de usuarios de la tierra, los castillos, antes miradores privilegiados, fueron el soporte necesario para la vigilancia y la defensa de la población.
Es posible que voces como el castigo, no tengan nada que ver con el estado moral “castus” del Latín, sino con el acto de encerrar a los disidentes en “kas”, edificios, recintos o cajas, ya que el complemento “igú”, equivale a odioso, abominable: “Kas (t) igú”.
Aunque los vascos usemos “etxe” para llamar a la casa elemental, su nombre sin epítetos y desnudo, es “txa”, que situado al inicio de un objeto, transmite la idea de protección, así, bien sea en chabolas, chamizos, chalets, chateaus, chaquetas, chalecos, chales, o chalupas, ese morfema indica que esos elementos son protectores exteriores, resultando que “e txe” ha admitido una “e” protética para fortalecer la idea funcional, pasando a hacerse canónica y haciendo olvidar la forma inicial, como se hace en numerosos verbos (“etorri, ekarri, eman…).
La caja actual (caixa, casella, kassa…) que solo se encuentra en los romances ibéricos, en el Corso y el Maltés, adoptó la jota muy tardíamente, pero el Euskera la conserva como “kax”, como se puede ver en la “kaxarranka” dantza o baile que el viajero de retorno ejecuta sobre un cajón para demostrar que no ha perdido sus raíces.
[1] La obsesión de generaciones de hombres cultos formados con devoción al Latín, llega a ser tan fuerte, que personajes de primera fila como Esteban Covarrubias desvariaban queriendo que “domus” fuera la única vivienda digna y válida y predicando que la casa que se usaba en varios romances, procedía de la “casa-choza” de ramas y fuera una construcción endeble de pastores.