Sucede con mucha frecuencia con el Latín, que términos, definiciones, mecanismos complejos que se aplican en los negocios, en las relaciones o en las oraciones, son fácilmente identificables en el Castellano, pudiendo seguirse sin esfuerzos un supuesto itinerario; en cambio, voces de las más sencillas y conceptuales que se puedan imaginar, proyectan dudas más profundas cuanto más se analizan.
El nombre de uso diario, “casa” es uno de ellos.
Pocos elementos, pocas construcciones habrá habido en los últimos milenios que los humanos distingan mejor que una casa: Una casa es un referente de primer orden de nuestra cultura sedentaria. La casa se caracteriza por su construcción recia y hermética, porque protege a los que entran en ella de las inclemencias y porque su vocación es de durar; el esfuerzo invertido en construirla, debe de compensar a sus constructores durante años; la casa no es algo efímero, sino algo que con el paso de las generaciones llega a evocarse… ¡La casa de mis abuelos!
“Casa” se dice en Portugués, en Gallego, en Castellano, en Catalán, en Italiano y en Rumano. Incluso el Francés, cuando no se refiere a una casa abstracta, cuando la casa es de alguien, la llama “chez”, voz que se explicará más adelante, muy cercana a “casa”.
Pero el garbanzo negro con esta voz tan común vuelve a ser el Latín, lengua que precisa e inconfundiblemente llama a la casa “domus”, “domicilium”, lejos de cualquier parecido a la casa común de los romances.
La búsqueda de los apasionados de esa lengua no deja rincón sin mirar, así que encuentra en los vivacs de exploradores, soldados o pastores, en los cobertizos hechos con ramajes, en los “tugurium”, “mapalia mapalium” que se usan (como mucho) para pernoctar y -finalmente- en las chozas campestres, que en ocasiones también llaman “casa”… y respiran como quitándose un peso de encima.
Y sentencian: Casa viene de esas chozas. Punto.
Y lo confirman satisfechos los compadres, ya que otras opciones, como la del Hebreo “kisa”, enramado, tejido no les parecen convincentes, ni tampoco el que venga desde la “capsa”, ese estuche hermético que tienen las semillas y que los ebanistas reproducen con primor para joyeros de las damas, ya que resulta de una escala distinta y además no se encuentra nada parecido (ojo, solo el Magiar “haz”, suena algo a casa) en todo el calidoscopio indo europeo.
Pero la realidad es obstinada y cuesta creer que conociendo los súbditos del imperio lo que es una casa, muchos de ellos optaran por ignorar el “domus”, tan elocuente y abrazarse al concepto de choza de ramajes que decidieran llamar “casa”.
Si –además- nos da por buscar en el Euskera, la cantidad de información es suficiente como para escribir un artículo. En efecto, hoy en día, la casa en Vasco se escribe “etxe”, pero hay infinidad de rastros que indican que no hace tanto tiempo, su forma era “txae” (a la que la moda le ha pegado una prótesis “estética”) y no solo eso, sino que puesto que la casa “de vivir” es un tipo de construcción reciente, hay indicios que apuntan a que “txae” era el elemento que sintetizaba inicialmente la protección física inmediata y que esta propiedad que primero estuvo en hojas, pieles o ramajes portátiles, la heredaron los elementos fijos o edificados, los tinglados, chozas y vivacs.
La adición epentética (frecuentemente, una “e”) es habitual incluso en el Euskera actual; así, tanto “txano” como “etxano” equivale a casita, donde “txa-etxa” es la casa y “no” es el sufijo minorativo.
Si en un análisis rápido se comienza por los elementos de manufactura humana; hay unos de la clase de los inmuebles, sólidos, recios como las casas y los “chalés” que conservan una “txa” clarísima separada de la coda descriptiva. En el caso del segundo ejemplo, en una casa que consideramos de lujo, su significado es distinto al de la mera casa-domicilio e incide en la supuesta alegría de la vida en un chalé a partir de “txa alai”, literalmente “casa alegre” en Vasco, pero que la gramática francesa mudó a “cha alé” y “chalé” y nuestros cursis académicos le han puesto una “t” final para que nos recuerde al “cabaret”.
Otros elementos son “muebles” y menos recios, pero aún sirven para proteger y transportar personas; son la saga de “txalupa, txanel, txalana y lantxa”, todos ellos embarcaciones caracterizadas unas por el tamaño (“lopa, lupa”, es la mayor de un rango) para la primera; el extremo contrario corresponde al “txanel” donde la raíz “el” indica fragilidad, delicadeza; la “txalana” (de “launa”, plano) indica que tiene el fondo plano como las «ala» fluviales y la “lantxa”, aunque con el complemento delante, nos dice que es un barco para trabajar, de servicio (“lan” es trabajo).
Si volvemos al grupo de las construcciones estáticas, tenemos en primer lugar la popularísima “txabola” que los académicos nos explican que procede del Francés “geóle”, es decir, del nombre previo de la celda, que los gabachos tomaron del Latín “cavea”, cueva y de su diminutivo, pero que nosotros sabemos que no ha sido por ese largo camino, sino por el de “txa”, construcción protectora y “bola”, esfera, superficie más compleja que la galería o bóveda que tiene solo una curvatura, ya que el globo o bola tiene dos, como las “yurtas” de los mongoles (en la imagen).
Le sigue la humilde “choza” de pastores, para explicar cuyo origen, los sabios se nos van a la guerra y al “pluteus”, un montaje de pieles sobre un armazón y este, rodando sobre ruedas, para defenderse de las pedradas y agua hirviendo del enemigo, cuando se acercaban a su muralla para quemar la puerta…
Hay que ser enrevesado para ambas cosas, para querer que los pastores ancestrales llamen a su choza como a ese reciente armatoste del infierno y para “hacer” que el sonido del nombre de “pluteus” se convierta en el de “choza” y para que cientos de poblaciones lo admitan y lo llamen así.
Pero el lector puede estar seguro de que buscaran varias leyes fonológicas que superpuestas, imbricadas o por etapas, servirán de justificación para otro de los infinitos atropellos en nombre del Latín, atropellos, que además conllevan el derecho a tildar de ignorante a quien no sepa o no se crea que la choza viene del “pluteus” o que el pozo viene del “puteus”.
Pues no es así; la choza es una variante lógica de “txa osa”, donde el comienzo es la condición de habitáculo y el final hace referencia al estado de compleción, una cabaña “completa”, es decir, que tiene puerta. La choza, siempre tiene puerta.
También es relativamente conocido el “chamizo”, aunque el desprecio de que suele ir acompañado, no augura mucha esperanza… Para desvelarnos su origen, los académicos se van en este caso al Poniente y buscan en los montes de Portugal algo que les recuerde a esta voz… ¡Y lo encuentran en “chamiço”!, ¡claro que sí!, el chamizo es tan malo que arde y las llamas (“chamas”) con esa desinencia “iço” les da la solución completa; la caseta que arde, la propensa a arder.
Se pueden quedar calvos en uno de estos grandes descubrimientos.
Cualquier zagal sabe que chabolas, chamizos, choznas y barracas arden. Según eso todas se deberían de llamar igual.
Lo mismo que en el caso de la choza, el chamizo tiene su origen mixto en lo que es el continente protector, “txa” y la parte calificadora, que en este caso es el “müs” del juego de las cartas, el mismo monosílabo que indica que algo es despreciable en el juego o en la vida misma; así, “txa müs a” dio en chamiza y la necesidad del género en Castellano, creó pronto el masculino chamizo, pero no hay fuego ni llamas en el chamizo, sino –solamente- el nivel máximo de humildad en su construcción.
Aunque a primera vista no no parezca, también la jaula de los pajaritos y de las fieras tiene un “deje” de “txa”.
No hagas caso a lo que digan los expertos que juran que su nombre procede también del “cavea” latino, la misma cueva o cavidad que querían que nominara a la chabola. Su explicación desde el Euskera, es contundente; “txa aula”, es decir, sigue siendo una construcción que guarda o protege algo… pero es incompleta porque no están cubiertas sus paredes o alzados (“aul” es la idea de flojedad, de algo no rematado).
Menos conocido y también menospreciado, es el “txabiski”, que hace las veces de tabernucha, pero que no tiene porqué ser autónomo, sino que puede ser un simple hueco en el bajo de un edificio.
Aún hay otro “edificio temporal” muy popular en el País Vasco y alrededores, que es la “txosna”, montaje con un mostrador, unas varas y unos toldos, donde siempre hay alguien dispuesto a servir vino durante las fiestas, pero este no deriva de “txa” sino de “txoz” como se llama a las varas, que genitivo “ena”, dice, “la de palitroques”, la efímera. Txosnas en Barakaldo.
Y aligerando, aligerando, se llega a las prendas, productos que a lo largo de milenios nos han protegido tanto como los edificios y que por eso conservan nombres afines en la lengua vasca.
Hay muchas prendas que comienzan por “txa”; algunas muy conocidas, como la chaqueta, el chaleco, la chamarra, la chapela o el chambergo y otras, menos, como “txartes” que es como una blusa.
Todas ellas llevan ese distintivo vasco de protección que es “txa”, como lo lleva un adjetivo muy recurrido en ciertas fiestas que indica que alguien va enmascarado, cubierto: “Txamo” o como la lleva un concepto social muy recurrido, que consiste en ser hospitalario, siendo la condición de hospitalidad, “txera”.
Llegando al final, los franceses tomaron su “chez” del “txae” del Euskera aunque ellos dicen que proviene del “antiguo Francés”, “chiese, chese”, que carece de otros antecedentes más probables que el Vasco.
La muy frecuente “alternancia circular” entre las consonantes “tx, z, k” ha hecho posible que la “txae” genérica haya dado “txae os” (completa) al adquirir su forma definitiva y se haya abreviado a “txa ez”, a “chez” y también a “ka ez” y “kas”, forma insuperable, que con la articulación decantó en la “casa” de nuestras hipotecas.
Zahurda, txa urda. Cobijo de cerdo.
Pues sí, Ricardo, añadiremos la zahurda a la colección.