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La Iglesuela del Cid

Cuando hace unos días recorríamos el Maestrazgo con un alegre grupo de jubilados, la guía que nos mostró en media hora esta bella localidad erigida en la cresta sobre dos barrancos, lo primero que nos dijo fue que la iglesia actual era muy hermosa, pero que la original era una “iglesuela” y de ahí y de que Rodrigo Diaz pasó por aquí camino de Valencia es que viene su complejo nombre.

La seguridad con que hablaba la guía dejó cincuenta bocas abiertas confirmando que tal explicación era una novedad para los viajeros, pero yo pensé, “lagarto, lagarto…”, porque me sonaba alguna iglesuela más, además de infinidad de iglesias en lugares imposibles, así que tomé nota para revisar iglesias, iglesuelas y otras variantes que pudieran darme alguna información interesante partiendo de sus condiciones físicas y sus leyendas y también decidí comprobar si la desinencia o sufijo “uela” se aplicaba con alguna frecuencia en los nombres de lugar.

Todo el mundo acepta que las distintas formas “iglesia, esglesia, igrexa, eleisa, igreja, église, chiesa…” se originan en la “ekklisia” griega que usaba San Pablo con el significado de congregación, reunión…
Los apóstoles reunían a sus fieles bajo un árbol o en otros lugares públicos hasta que el movimiento tomó auge y bien por ser perseguidos, por expandirse a lugares de climas menos apacibles o por la simple conveniencia de disponer de recintos, la “ekklesia” se fue transformando en la catacumba y en la nave de reunión, con el paso de los siglos y la moda de las campanas se le añadió una espadaña, luego una torre, luego dos, algunas quedaron en ermitas y otras se transformaron en catedrales, imponiéndose iglesia al “templum” latino.
No es fácil secuenciar este proceso, pero el hecho es que la iglesia se haya transformado en un referente toponímico y está en mapas y en documentos desde hace mucho tiempo y en muchos lugares; en España, entre iglesias, esglesias, igrexias e igrexas, hay unas 2.250, cosa que parece normal y hasta proporcionada si se considera que hay más de 8.000 términos municipales, aunque las dudas acosan al escéptico que encuentra muchas más ermitas que iglesias, unas 11.000 y cantidades moderadas de capillas y de basílicas (alrededor de 400).
La relativa abundancia de “iglesias” e “igrexas” donde no correspondía haberlas y el hecho de que complementos como Arroyo de la Iglesia, Barranco de La Iglesia, Canal de La Iglesia, Hoya de la Iglesia, Vega de La Iglesia, Laguna de la Iglesia y la abundancia de Iglesia (a secas), La Iglesia, Las Iglesias, Navaiglesia, Pozoiglesia… y también Lamas de la Igrexa y otras variedades no fueran accidentales ni errores, sino lugares reales, me animó a seguir con esta interesante pista, pero con la sospecha de que no había templos ni ermitas sino hidronimia en muchas de ellas.
Además, los italianos la llaman “chiesa”, pero aun así en su toponimia “mayor” se pueden encontrar pueblos que se llaman Iglesia, Iglesiente… e incluso hay una provincia en Cerdeña que se llama Carbonia-Iglesias, lo que hace suponer que habrá muchos más y que tal nombre no se refiere solo al templo de culto sino a algún otro motivo físico al que se podrían referir cierta cantidad de las iglesias de España.
Y es que habiendo coherencia en los nombres de la mayor parte de las iglesias y variantes que figuran con advocación (unas dos mil), hay muchas como Iglesiapinta, Iglesiarrubia, Laguna de la Iglesia (en Segovia), Mataiglesia (Palencia) o Santa Iglesia (Loma de la Iglesia en el Aljarafe de Sevilla), que están en entornos lagunares o que han sido desecados (siguientes imágenes).

En la Campiña entre Carmona y Marchena, paradigma de las vegas del Guadalquivir desecadas, hay un entorno en que se repite el nombre Santa Iglesia, nombre que bien podría ser una alteración de “sanda igel ezia”, donde “sanda” es un ámbito de arenas finas o limos, “igel” (suena iguel) es el género a que pertenecen las ranas y “ezi” es un cerco o estero, con el significado de “el cerco de ranas del arenal”.

Siete Iglesias y Sieteiglesias es otro nombre curioso que se encuentra en Salamanca (dos pueblos, Siete Iglesias de Trabancos y de Tormes), Madrid y Segovia.
En la segoviana, la ermita de Sieteiglesias, en un lugar especial donde confluyen los ríos Adaja y Eresma formando una represa de arenas a la que también le han buscado una leyenda: Santo Toribio y otros seis eremitas vivían allí aislados cada uno en su celda, siete celdas, siete iglesias… Leyenda que nadie cuestiona aunque sea absurda porque la eventualidad de un número de pupilos o comensales no tiene potencia toponímica, pero la repetición de estas rutinas acaba haciendo que la gente prefiera una explicación fútil que nada…
Hay una sospecha soportada por numerosos casos en que “ziete” son zonas propensas a acoger juncales o carrizales e “igel esia”, como se ha dicho, cerco, estero de ranas, ambas circunstancias que se dan en entornos naturales y han desaparecido en gran medida con siglos de encauzamientos, roza de riberas, siembra de prados e infinidad de embalses que alteran la dinámica fluvial.

Cerca de Talavera, en la Sierra de “Sam Vicente”, está la Hoya y Fuente de La Iglesia. La iglesia más cercana está a cuatro kilómetros.

En el alto Arlanza (burgos), hay una localidad llamada Iglesiapinta.
En ella no hay iglesia, pero si una ermita dedicada a San Miguel edificada en un altillo sobre una antigua zona húmeda (ambas señaladas en la orto foto). La coincidencia de “iguel” en ermita y aldea y la singularidad del lugar hacen sospechar que el nombre original pudo ser del tipo “igel ezi apin”, más o menos, “cerco precioso de ranas” y que durante la expansión del cristianismo, la afinidad del nombre a iglesia y a miguel, animaron a los misioneros a erigir la ermita y corregir el nombre hasta el actual.

En la Maragatería hay un lugar llamado La Iglesia Caída, lugar que se puede describir como un cono de deyección de varios arroyos, que forma la Vega de Magaz, zona de aluvión transformada en regadío, y en la cual queda un rosario de lagunas donde nunca hubo una iglesia caída, sino que posiblemente su nombre fue parecido a “igel ezia kait a”, que, siendo “kait-kalt” sinónimo de mala, perjudicial, pudo hacer referencia a las pozas con arenas movedizas, paludismo u otra amenaza que ahora es difícil de identificar.

Coincidencias importantes: En Villaseco del Pan, Zamora, hay un arroyo que serpentea por el páramo para precipitarse al Duero, pero antes deja varios “puntos húmedos”, como la Laguna del Pilo, donde nace, La Salina, a mitad de recorrido, Las Iglesias y El Juncal, estas dos al borde del arribe. Obviamente, allí no ha habido iglesia alguna, por lo que el topónimo fuera “igel ezi ax”, la peña del pozo de ranas y que la “corrección” para pasarlo al Castellano académico se resolviera con un artículo en plural para que hubiera coordinación.
Un aparente diminutivo y frecuentativo, como Las Iglesietas, puede encontrarse sobre uno de los acuíferos someros de la Hoya de Huesca que se riegan profusamente con pívot, lo que aporta a esos lugares unos círculos verdes en primavera y pardos el resto del año. Posiblemente, antes de la existencia de bombas que extraen el agua para riego, en la zona aparecieran algunas lagunas estacionales que la agricultura ha borrado y sin embargo permanece el topónimo “absurdo” si se toma en serio su aparente significación de pequeñas iglesias, pero muy coherente si se piensa en la antigua manifestación hídrica, “igel zie ta”, juncales raneros.
En la imagen, la cruz señala la localización del topónimo.

Nava la Iglesia, Navaiglesia, Navalaiglesia son otra modalidad de nombres para referirse al mismo biotopo de zonas bajas, depresiones que antaño tuvieron pequeñas lagunas y que aún conservan rasgos y el nombre, como en Cubillo de Uceda (Guadalajara), Fresno y Viñuela de Sáyago (Zamora), Añover de Tormes…, siempre con pozos, charcas o lagunas y sin atisbo alguno de templo.

Los prados toman la alternativa cuando las lagunas y charcas se drenan, abundando también los “Prados de Iglesia o de La Iglesia”, algunos de los cuales, como los Prados de la Iglesia de Navalcaballo en Soria, aún conservan una charca permanente en una parcela que por ser de dominio público ha sido mordida por caminos, carreteras y hasta por el cementerio.

Valdeiglesia, Valle, Vallina, Villa y Viña de la Iglesia se reparten por altas cumbres, por escarpaduras y -en algún caso- vuelven a traer reminiscencias hídricas, como en Villa Iglesias en La Bañeza o en Viña de la Iglesia, cerca de Cuéllar, añadiendo incógnitas a esta complicada ecuación.
Y volviendo a las iglesuelas del comienzo, todo el mundo sabe que aparte de la muela, la suela, la abuela y unas cuantas más, la mayor parte de las palabras que terminan en “uela” son diminutivos peyorativos, así que en cuanto aparece una iglesuela en la geografía, todos los hipercultos se imaginan una iglesia pequeñaja, de adobe, de ramas o de fardos de paja (ver la imagen de portada), una Casa de Dios que no cumple con el tamaño y decoro mínimo.
La del Cid, según citas diversas hasta el siglo XV se llamaba de varias maneras, como “Layguysuela y Delaigleisuela” y cuando Madoz recoge datos, a mediados del XIX, ya llevaba el apellido de “del Cid”, seguramente adosado por el efecto reciente del romanticismo y la búsqueda de una épica olvidada.
También es un aspecto curioso, que no se usen despectivos como “…ucha”, “…eja” para las infinitas variedades de iglesia citadas e incluso muy pocas para las casas (apenas cuatro casuchas y ninguna “casuela” entre los más de 50.000 nombres que contienen variantes de “casa”).
La Iglesuela del Tiétar, como su hermana turolense del modesto barranco que da a la Rambla de las Truchas, tampoco está huérfana de leyendas y sus cronistas aseguran con descaro como lo hacía la guía de Teruel, que “El término La Iglesuela se debe al primitivo y pequeño templo construido donde ahora está ubicada la iglesia…”, sin tener ningún dato o prueba que lo avale y haciendo gala de la prepotencia habitual de los historiadores que quieren resolver con sus limitados conocimientos cuestiones que les vienen grandes, cuando lo poco real que aporta la historia es que ese entorno era conocido como “La Florida” por su exuberante vegetación (seguramente por la presencia de agua).
Lo cierto es que la zona edificada de este municipio se encuentra en una depresión rodeada de pequeñas colinas y concentra una gran densidad de pozos y fuentes entre sus calles y también en la vega circular de unas veinte hectáreas que se extiende hacia el Sur y que tiene todos los argumentos para plantear que en otras épocas fue una ciénaga o laguna ocasional en la que afloraba un acuífero en cuyo borde se estableció un asentamiento inicialmente pequeño (en rojo en la imagen siguiente) y que fue ocupando la zona húmeda señalada en azul al ritmo que esta se iba drenando con ayuda humana.
En cartografía de los años cuarenta, una edificación muy dispersa, ya llegaba hasta la actual carretera, zona que ahora se ha densificado y que aún conocen como “El Egido”, pradera de uso público con cinco pozos: : Pozo Viejo, Nuevo, de las Golondrinas, el Caño y la Fuente.

Aparte de pozos, las numerosas fuentes suelan dar nombre al lugar dónde se hallan: Fuentesanta, de la Somailla, el Zaucejo, de Valdezahurdas, de Arriba, del Sano, de Mataloshoyos, de Valdeganguilla, etc. no dejando duda de que hace milenios ese lugar albergó un humedal que debió concentrar mucha vida y su nombre probablemente deriva de “igel zul a” (suena “iguelsula”), significando “el hondo de las ranas”  1) , un entorno ranero.
La Iglesuela del Cid, está asentada en un territorio muy distinto de la fresca vega del Tiétar, pero aun así, los profundos y estrechos barrancos que horadan las masas sedimentarias y que han sido laboriosamente aterrazados durante milenios (ver foto del autor de los huertos de La Iglesuela y detalle de internet), son la expresión armoniosa del equilibrio conseguido en sus ramblas, pero para quienes han trabajado en Planes de Prevención de Inundaciones, no es difícil imaginarse las pozas e incluso grandes embalsamientos que se producirían en ciertos estrechos, manteniendo reservorios de agua hasta que el sol de junio entrara en el fondo y que estas balsas fueran aprovechadas por ranas y otros anfibios para su reproducción.
“Igel zul a”, la misma expresión de la aldea toledana a quinientos kilómetros, pero bautizadas por nuestros antepasados nómadas que recorrían miles de kilómetros con sus ganados con una lengua de la que han quedado numerosos fósiles que es posible que un día se descifren con mayor acierto y nos muestren una forma de vida mucho más inteligente y responsable de lo que ahora -neciamente- creemos.

 

[1] Recordar que “zulo” eran los pozos en que los terroristas guardaban armas información, mensajes y dinero.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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