Aún ahora, tras veinte años de Internet, la mayor parte de este universo formador de una nueva cultura, se nutre de los antiguos diccionarios y enciclopedias, almacenes creados por un sistema económico basado en un 95% de paradigmas y un modesto 5% de novedad.
Ese sistema funcionaba (y aún lo hace) como una bomba de recirculación que mueve el agua de una pecera sin renovarla, sin abrirla a los procesos purificadores exteriores y sin aportar elementos de fuera; así, si alguien busca el significado del verbo “imbricar” en Internet, encontrará la misma explicación que en cualquiera de las enciclopedias baratas o reconocidas: “Disponer de una serie de cosas iguales, de manera que queden superpuestas parcialmente como las escamas de los peces” , dictado que se acompaña de imágenes como tejados o espaldas de iguanas y con la imponderable explicación sobre su origen, esto es, juran que procede del Latín “imber-imbris”, lluvia 1) , a través de “imbrex”, canal o surco y todas las academias de nuestro entorno lo hacen suyo y desde los franceses a búlgaros e ingleses reproducen la misma simplez.
Simplez, porque no es fácil alcanzar a ver la relación entre la lluvia y una disposición geométrica secuencial como la de las escamas de un pez.
Según ese razonamiento, no se habría dispuesto de esta palabra hasta que las sociedades avanzadas hubieran comenzado a cubrir los edificios con tejas; es decir, cuando los antiguos cazaban una preciosa culebra de escalera para hacerse un cinturón con su piel o cuando pescaban un brillante salmonete (que hasta los niños sabíamos que había que “escamar” antes de que se pusiera flácido), ¿no tendrían nombre para comentar la forma en que se ordenaban las escamas?.
Es obvio que en la mayor parte de los idiomas europeos (con excepción de los celtas, el griego y el finés) usan voces parecidas como es igualmente obvio que las primeras menciones escritas de “imbricus” estarán en Latín, pero eso no da licencia para decir que el nombre viene de la lluvia basándose solamente en su homofonía.
“Birrí”, adjetivo basado en “bi”, duplicidad, modulado por una “r” adosada que indica repetición y por el sufijo “i”, abundancial, si está precedido por “in”, prefijo que indica creación, producción y terminado con el sufijo “ka”, modal reiterativo, da “in birr i ka”, frase neta que significa “montar de forma repetida”, esto es, crear dibujos, trenzas, esteras, mosaicos o cualquier producto que consiga una secuencia expresable matemáticamente y con un mensaje estético innegable.
Es una pena que mientras se celebra el medio milenio de Antonio Nebrija (el de Lebrija), la cultura de nuestro país siga alabándole sin límites mientras ignora los errores que él y otros pomposamente llamados “Humanistas” indujeron en el negocio del Conocimiento, errores en los que insistimos, siendo reos de abandonar una de las mayores fuentes de conocimiento, el Euskera y de no buscar la verdad.
[1] Una forma latina mucho menos usada que “pluvia” y que se usa más para indicar chaparrón o ducha.
Podría ser que el «brick» inglés tuviese el mismo origen. El ladrillo no sólo es algo que se repite una vez colocado en una pared, también su fabricación es un proceso repetitivo.
El Inglés ha tenido siempre una gran capacidad para apropiarse de voces extrañas haciéndolas suyas. «Brick», reconocen ellos mismos que no saben su procedencia inicial. Aparte de los ladrillos, los que tenemos cierta edad hemos llamado «briquetas» a dos modalidades de polvo de hulla prensado, unas, pequeñas del tamaño de jabonetas y otras prismáticas como cajas de zapatos.
Las primeras se usaban en los fogones y estufas domésticas y las otras, en las locomotoras de vapor. Yo dudo si lo que Juanjo plantea sobre el que los ladrillos se usen en secuencia, aparejados haya podido dar en «birr i ka» o si aquéllas briquetas que se hacían comprimiendo briznas (o birrias) de carbón, pudieran llevar el nombre por su contenido, «birri ka», donde «birri» son las barreduras.
Puede ser.