Todo lo que sabemos de la seda es que en la China imperial la tejían para los emperadores y los artesanos guardaban celosamente los secretos de su manejo como Putin guarda los detalles de sus cohetes hipersónicos. Pero lo secretos finalmente cruzaron las fronteras y llegaron a los tejedores de lana que pronto aprendieron a sacar la fibra de los nuevos ovillos y con ella a hacer mechas e hilos.
De esto, como de otras cosas, hay que sacar la raíz cuadrada para quedarse con el módulo o valor positivo, que es lo tangible.
Lo primero, que las finas túnicas de seda no serían prácticas para pastores, cazadores, leñadores ni para sus cohortes que montaban garañones a pelo y vivaqueaban en ásperos cobertizos, en tiendas, cabañas o casas de adobe y cañas y solo empezaron a ser compatibles con la gente refinada cuando esta se rodeó de suntuosidad, brillo y superficies pulidas.
Se puede dar por seguro que los antepasados de los emperadores ya conocían las propiedades de los hilos de los capullos de la feísima “Bombix mori”, ellos lo utilizarían como mucho para amarrar sus anzuelos de concha a un tendón, a una tira de tripa o para unir piecitas para que se pegaran tras untarlas con una laca…
Las pieles de muchos tipos que disponían eran más efectivas que un paño de la frágil seda.
En cuanto al nombre, nos quieren convencer de que deriva de la “saeta” latina, la áspera cerda o la gruesa crin (“iuba”), pero no habiendo duda de que su técnica la depuraron los chinos, los latinos deberían haberla llamado como los mercaderes indios o persas les dijeran que la llamaban sus creadores, “sichao” y en cuanto a la similitud con una cerda o una crin, hay que pensar que los eruditos nos toman por estúpidos, porque entre estos rudos pelos de cerdos, jabalíes y caballos y el hilo de un capullo de seda, no hay confusión posible, pudiendo ser necesarios veinte hilos de seda para llegar al calibre de una crin.
Rechazada esa ocurrencia, si no tomaron el nombre del Chino, del “metaxi” Griego, del “ipek” Turco ni del Mongol “torgo”, ¿de dónde viene la seda?.
Pues por una vez puede que el Inglés usurpador por antonomasia tenga la respuesta en su “silk”, que podría ser la forma contracta de “se il k’”, donde “se” es la raíz con que se nombra a lo menudo, a lo fino; “il” es la fibra, el pelo unitario y “k’”, precursor del sufijo modal “ka”, explica que está sometido a un proceso de repetición, el hilado.
Por otra parte, la forma principal que se ha conservado en la mayor parte de idiomas cercanos (“seide, seta, zeta, sidan, zids, seid…”), parece derivada de una “seta” original, que no la cerda latina y aunque muestra caprichos como el francés “soie” que son explicados con pasión por sus expertos como alteración de “seie” y esta, de la “seta” latina, quizás lo sean de la “zeta” vasca, que en esencia viene a significar “varios finos” en referencia a los hilos torcidos, “ze eta”, donde “eta” es pluralizador y abundancial, aunque la versión inglesa y de otras germánicas, es la mejor.
Es evidente que la seda como otras muchas maravillas obtenidas a partir de elementos naturales, debieron ser conocidas en amplios entornos prehistóricos, pero solo una civilización sedentaria y muy jerarquizada pudo explotarlos cuando su manejo exigía cuidados tan exquisitos como la seda.
Pasando a otra escala, es curioso que en la ruda toponimia aparece en algunas ocasiones el nombre articulado La Seda.
En dos o tres ocasiones es claro neologismo debido a factorías que hubo en las coronas o periferias de ciudades hoy absorbidas por el avance urbanístico, pero las más llamativas se encuentran en elevadas montañas y en lugares donde la roca aflorante es de gran aspereza, probablemente alteración de “latz eda”, donde “latz” es el adjetivo áspero y “eda”, una curiosa desinencia castellana que indica concentración y que procede del “eda”, extensión en Euskera.
La más llamativa, Crestas de la Seda” en la zona de Les Moles en Tarragona, entre el Ebro y Reus, en un entorno de montaña media verdaderamente áspero, como se aprecia en cartografía y foto.
Quien se acerque a Sierra Mágina y visite el bello pueblo de Albánchez[1], puede preguntar por la Fuente La Seda y enseguida saldrán a dar explicaciones aficionados a la Historia que le asegurarán que la fuente y lavadero recién restaurados daban el agua para regar las moreras blancas con cuyas hojas los albanchecinos alimentaban a las larvas de gusano de seda.
Esta aseveración es difícil de negar porque tanto las aguas sobrantes de la otra fuente (siete caños) como de esta, se llevaban para regar huertos hasta donde llegaran y en ellos han podido plantar moreras y criar capullos como en otros lugares, pero no con la fuerza necesaria para cambiar el nombre de una fuente existente e implantar “La Seda”, siendo lo más probable que los visitantes prehistóricos de la zona, ya llamaran “Latseda” (lo escabroso) a la estratégica fuente, por la áspera cumbre que capta las aguas que luego surgirían donde se edificó el pueblo. En la imagen, orto fotografía del roquedo y pueblo.
O la Peña de La Seda en Puente Viesgo, donde las plantaciones de eucaliptos no son capaces de tapar las líneas de roca que -de lejos- parecen vacas blancas paciendo.
A veces los nombres cambian como por “simpatía” para parecerse a otros mucho más frecuentes y conocidos. Por ejemplo, en las Cumbres de picos de Europa, es inconcebible un nombre como “o latseda” para denominar a un hoyo o “jou”, pero el trueque de la segunda vocal por una “i”, lo deja en “oliseda”, mucho más eufónico, parecido al abundantísimo aliseda aunque sepamos que a 1.900 metros no hay alisos (ni seda).
El significado original (gran entorno áspero), pierde entonces su mensaje inmediato, pero es relativamente fácil restituirlo.
Cerca de ahí, aparece La Seda en un verde prado de altura que acaba súbitamente en una arista pelada de roca.
Al otro lado de España, entre Turís y Buñol, La Seda es un entorno llano en pleno cordel de La Ribera, que, seguramente era un lugar de descanso de ganados al pie de la Serra ó Serrat del Castellet, cresta áspera paralela a la ruta pecuaria.
A veces mutan las consonantes y de la “s” ó “x”, surge una jota cuando se impone la moda como se ve en el Monte de la Jeda en el Norte de Palencia, donde llaman la atención los pináculos de Las Cumbres.
Y como ejemplo final, Laxeda, al borde del Miño en A Arnoia, donde la esencia granítica muestra la aspereza de la roca con otro patrón diferente al de las calizas.
[1] “ar bæ antx e”, extensión bajo la piedra.