La Toponimia es un yacimiento de información inmenso que tarde o temprano ha de llegar a ser reconocido como una Ciencia Formal porque ciencia es la asignación de nombre a los lugares con criterio y -después- lo es la mera actividad humana para clasificar fenómenos, sucesos o elementos.
Aunque la cultura reciente lo ignora, hay infinidad de indicios que apuntan a que los nombres de lugar han sido asignados desde la Prehistoria y no de forma aleatoria, sino con intervención de una lógica que aparte algunos indicios aún desconocemos en profundidad, siendo bautizados según lenguas seguramente inteligibles por quienes vivían o pasaban por ellos, lenguas que hay indicios para creer que en ciertas épocas fueron muy estables y extensas y en otras evolucionaron con distintos ritmos y en territorios variables, especialmente en los albores del comienzo de la Historia.
La universidad clásica que perseguía el ámbito “universal”, no ha podido disponer en siglos de la información masiva que Internet facilita desde la última década del siglo XX, por eso no debe extrañar que sus paradigmas fueran limitados a dimensiones “regionales” y se realimentaran permanentemente de unos datos escasos y viciados y de un “respeto desmedido” a los doctores pretéritos, creando una especie de liturgia que consideraba la bibliografía como un cimiento ineludible y la disensión un camino imposible si el disidente pretendía ser Doctor.
Hoy las cosas han cambiado desde que Internet permite acceder a una enorme cantidad de información que facilita la persecución de rastros en lugares distantes y en tiempos alejados.
Trabajos comenzados en la década de los sesenta en el ambiente familiar, consistentes en esencia en analizar la Composición Semántica del Euskera y en revisar Toponimia en mapas con la limitada documentación de entonces que ya aportaron criterios que no solo no se han movido desde hace sesenta años, sino que la disponibilidad posterior de cientos de miles de nombres, el acceso a cartografía de todas las escalas y de siglos de antigüedad y a copias y facsímiles de libros de 3, 4 y 5 siglos que antes estaban reservados para los académicos afamados, ha reforzado esos planteamientos a la vez que va socavando los postulados oficiales de España y los países del entorno, todos embarcados en un mismo fraude intelectual.
Por proximidad, por mejor conocimiento y por oportunidad, en Eukele se ha trabajado inicialmente con la Toponimia Ibérica, pero por lo que surge en los nombres de lugar más allá de este ámbito, se tiene una fundada sospecha de que los mecanismos son semejantes a los detectados en Iberia.
Las crónicas más antiguas (~ 2600 años) ya citan algunos nombres de lugar importantes, pero hasta hace apenas trescientos años, cuando los censos se hicieron norma, no se empezaron a registrar sistemáticamente los nombres de lugares “menos importantes”; tanto antes, cuando eran recogidos por cronistas, como después, en que las ortografías eran cambiantes, los nombres escritos podían sonar muy distinto en boca de los cronistas o viajeros a lo que el pueblo usaba, cuestión que es de base y recomienda cierta flexibilidad al analizar cualquier epigrafía.
La Toponimia sigue ciertas reglas, algunas estrictas, otras flexibles que conviene tener presente siempre que se vaya a realizar una incursión sobre uno o varios nombres o sobre uno o varios ámbitos.
Veamos algunas de ellas.
Antes de cualquier descripción precisa es imprescindible una prospección generalista: La humanidad lleva milenios nombrando a los lugares y los motivos de tales nombres suelen ser coherentes y se repiten mucho más de lo que la gente cree.
Desde el siglo XVI hay constancia de autores y viajeros que percibían esta coincidencia. Actualmente hay algunos como Alberto Porlan que han recogido cantidades considerables y establecido algunas leyes de sobrevenir algunos contingentes
Hay certeza de nombres implantados hace entre seis y quince mil años que se refieren a terremotos, vulcanismo, grandes desprendimientos de tierras o estado de las costas antes de la última elevación del mar, pero hay muchos otros más que designan regiones, mares, vientos, ríos y montañas, vados y pastizales, que sin ser tan antiguos, son anteriores a la época histórica.
El recorrido y la colonización del mundo nunca ha parado (incluso no lo ha hecho en los máximos glaciares), por lo que hay infinidad que son de esta última fase e incluso recientes y actuales, aunque por referirse a cuestiones de oportunidad, es posible que no perduren como lo han hecho los más célebres.
Muchos nombres de ciudades y elementos se han trasladado a las nuevas tierras descubiertas en la edad moderna y ese fenómeno ha podido ser común también en los viejos territorios donde colonos o conquistadores hayan llevado nombres de entidad -que en su lugar significaban algo coherente- a lugares donde esa condición no se daba.
Entre las reglas o normas que se suelen dar, una, muy evidente que se percibe con nitidez desde el comienzo del estudio y análisis es que “LOS NOMBRES SE REPITEN” y en cierta manera, abundan, siendo raro que alguno carezca de iguales o parecidos; la singularidad o univocidad es rara.[1]
Otra es que si bien hay nombres recientes (Villanueva, Sagasti, Fuenmayor…) la mayor parte de los nombres de cierto rango son muy antiguos, casi todos los que no tienen un significado coherente, son prehistóricos. Por eso se ha de poner una especial atención ante nombres que parecen indicar una cosa, porque su mensaje casi nunca es lo que parece; ni Caravaca se refiere al mote de alguien con cara de animal, ni Cerro del Obispo (hay quince lugares llamados así) es un montículo al que subían los obispos a orar ni Parderrubias es un pueblo donde coexistieron antaño dos mozas rubias. Esta condición no es compartida por la cultura oficial, para la cual lo tenido como normal es que los nombres son de época histórica y responden mayoritariamente a personajes y a gestas en la que estos eran protagonistas en forma de santos y militares principalmente, con alguna concesión a animales y mitos.
El “actualismo” es la tercera norma o ley de la Toponimia que ha funcionado siempre y que viene a decir que para llegar a resultados idénticos, para llegar a una “convergencia nominal” (especialmente en nombres de varias sílabas), origen y proceso han de ser similares; esto es, los nombres iguales no son casualidades.
La cuarta norma de fundamento puramente económico es que los nombres se asignaban a los lugares atendiendo a peculiaridades de estos como localización, magnitud, fisiografía, composición, orientación, condiciones de accesibilidad, fenómenos que se manifestaban, cubierta vegetal, presencia y modalidades de presentarse el agua, etc., nombres que por ser fieles a un estado, contenido o forma, eran fácilmente recordados.
Se puede considerar como una quinta condición la aparente adición de determinantes como arriba, abajo, mayor, etc., a veces es engañosa (Suarriba, Casabaja…).
La jerarquía también jugaba en cuanto al rango o importancia que los elementos, rasgos o mecanismos de los lugares presentaban en un desafío de localización de lugares claves de destino, pasos recomendados o desaconsejables, yacimientos, etc.; así, los vados y lugares de cruce ventajoso de ríos, pasos de montaña, trampales y zonas de desprendimientos, lugares de grandes panorámicas y la hidrografía (hidronimia de interés), son fáciles de reconocer, en tanto que otros como la vegetación son solo marginales, quizás por su menor interés en una época en que el nomadismo era dominante.
En esta disciplina del estudio de la Toponimia hay que recurrir continuamente a la abstracción porque el mundo en el que se forjaron la mayor parte de los nombres era muy distinto del actual; los grupos de población eran minúsculos y con una dinámica notable porque la subsistencia del ganado dependía de un nomadismo armonizado dependiente de muchos factores; el sedentarismo que ahora es total, se fue imponiendo lentamente y con numerosos retrocesos al ritmo en que se iban pudiendo garantizar los recursos para alimentar y dotar a las ciudades devoradoras de productos y que como compensación ofrecían lujo y servicios…
Tal dinámica era posible por la moderada presión poblacional, la ausencia de propiedades o bienes inmuebles particulares y por la inexistencia de otras fronteras que las que determinaban los accidentes geográficos y meteorológicos, así que la perspectiva de aquellos pueblos era muy diferente de las de los “ciudadanos” actuales con un mundo mallado con fronteras, algunas, verdaderos muros infranqueables. Muro entre Estados Unidos y Méjico.
De la misma manera que ha ido cambiando la forma de vida, el cambio del paisaje ha sido radical en algunos biotopos en que la agricultura, la minería, el urbanismo y las infraestructuras han hecho desaparecer muchos de los rasgos que dieron nombre a los lugares.
Aparte de conocimientos científicos diversos y capacidad para recurrir a la Historia oficial y a las leyendas, es esencial disponer de las raíces del idioma vasco, del Euskera arcaico, muchas de las cuales se encuentran en “El ADN del Euskera en 1.500 partículas” y acostumbrarse a manejar cartografías generales y temáticas antiguas y modernas, así como los modernos Sistemas de Información Geográfica y a interpretar orto fotografía y consultar continuamente diccionarios desde el Griego al Finlandés, pasando por el Latín y el Inglés.
El manejo de toda esta información aún tiene mucho de arte, pero cada vez es más sistemática y tecnologías en desarrollo como la Inteligencia Artificial ayudarán mucho a “trillar” los datos y dejarlos listos para que un toque de intuición, la facultad que distingue a los humanos as vaya construyendo un modelo tetradimensional del espacio (al menos el de Eurasia y Norte de África) y del último medio millón de años.
[1] Por ejemplo, en España hay tres Finisterre y el Francés, es “Finistere”