Si hay alguna constante en nuestra cultura que desvíe los buenos pasos en la interpretación de la Toponimia, esta es –sin duda- la obsesión del academicismo porque los nombres de lugar tengan un marchamo social y un origen mítico o de personajes distinguidos. Así cientos, miles de topónimos que podrían aportar mucha información, se quedan en una inopia que los asigna a santos, reyes y reinas, a patricios o a coroneles que nuestros guías “necesitan” que hayan existido para dar consistencia al tipo de sociedad que ellos representan.
El análisis multidisciplinar y la profundización en indicios variados con la ayuda de las raíces ya disponibles del Euskera (del verdaderamente arcaico), nos muestra una realidad muy diferente y riquísima, que no se limita a personajes importantes y su séquito de pelotas.
En Doñana y en el Rocío tenemos un buen ejemplo.
Seamos o no amigos de las romerías, todos pensamos cada primavera en la Virgen del Rocío y –seguro- que nos imaginamos unas mañanas frescas y los romeros madrugadores hundidos por el rocío de las hierbas tiernas en las tierras almonteñas.
¿Rocío? Me dijeron a la vez tres amigotes que en los noventa se fueron al Rocío (más a disfrutar de la gracia de las andaluzas, del vino y las acedías que a recogerse y rezar)…. ¡Allí solo hay polvo, polvo y bueyes, polvo y jacas…!, polvo, sudor y pañuelos…
Imagino que exageraban y que algo de rocío si que habría a las cinco de la mañana, pero, ¿por ese poco rocío se podría llamar así la Virgen?.
Lo dudo y lo dudaría cualquiera, porque rocío hay en todas partes.
Esa duda ha estado entre mis preferidas hasta que hace algo menos de un año me encontré con La Rochelle en Francia y la ausencia de la roca impresionante que quería encontrar y que no apareció.
No aparecía porque el nombre vernáculo nada tenía que ver con “rochas”, sino que probablemente era la alteración de “Lar os ele”, donde “lar” es la denominación genérica de los pastizales, “os” los pozos u ojos que emergían del suelo y “ele”, “ene”, es la idea de contenido, significando “los pastizales con pozos”, modelo físico que aún hoy, después de milenios de agricultura que ha desfigurado las formas naturales, se ven con abundancia entre los campos de cultivo, otrora grandes prados. Como se ve en la foto de Google Earth.
La zona de La Rochelle, toda la costa occidental francesa desde Hendaya hasta Olerón es “reciente” y está formada por las arenas de ríos y mar que las corrientes litorales llevan hacia el Este, formando una sucesión interminable de dunas (donde el mar y el viento son más fuertes) que se van desvaneciendo hacia el Norte, a la vez que provocan unas amplísimas formaciones “trasdunares”, compuestas por llanuras de sedimentos y multitud de lagunas ora dulces, ora salobres, muy favorables a la existencia de pastizales, una formación muy parecida a la que se da en el Suroeste español entre el Guadiana y Guadalquivir, donde el Piedra, Odiel, Tinto y otros arroyos colaboran a formar una gran duna a cuya espalda está una de las zonas seminaturales de mayor dimensión de España, el entorno de Doñana.
Llegado este punto es bueno saber que no solo en España hay multitud de topónimos que comienzan por “Larr….” y que nuestros insistentes lingüistas han corregido a “La R…”, separando discretamente lo que ellos creían era un artículo, del nombre “verdadero”.
La lista es interminable y puede ir desde “La Rabuda hasta La Rinconada o La Rufiana” con casi un millar de variedades entre medio, curiosidad que tengo pacientemente ordenada; es bueno saber, digo, que Francia también está repleta de nombres de lugar con la forma alterada por la hipercultura al modelo “La R… ” y que están relacionados con antiguos pastizales como La Rochelle, La Rade, La Recherche, La Recheuse, La Raie, La Ramasse, La Reppe, La Rippe, La Riviere, La Ronde, La Roquette, La Route, La Romaine, La Rolande, La Reine, La Redonne, La Ravoire, La Reole, La Rocamarie, La Richardaise, La Riche, La Rochette, La Romagne, La Romieu, La Roquebrussanne, La Rose, La Roviere, La Rochere, La Ruelle, La Rousse, La Rode, La Raho, La Robine, La Rey, La Rove, La Reille, La Recoude, La Raie, La Rama, La Ramaz, La Rimella, La Regasse, La Reynaude, La Roque, La Ranconiere, La Ramette, La Rena, La Repentance, La Ramee, La Ribereta, La Rouchefourcade, La Rabateliere, La Rabotiere, La Racaudiere, La Racherie, La Racineuse, La Rafinie, La rafigue, La Rague, La Raganne, La Raille, La Rainie, La Rallerie, La Rance… (La Rhone, el ahora río Ródano es otro ejemplo maltratado) y así hasta 733.
Volviendo al Rocío onubense, la búsqueda de referencias históricas nos lleva siempre hasta un documento de monterías del siglo XIV mandado redactar por Alfonso El Justiciero en el que se cita un lugar llamado “Las Roçinas”, nombre que se repite un siglo después corregido a La Rocina, sitio que se encontraba en el entorno del actual Rocío de Almonte y que según este analista, ya hace ocho siglos había sufrido la pasión correctora de secretarios y cronistas que le habían separado (traumáticamente) el supuesto artículo de una anterior “Larrozina”.
Hay que reconocer que en la pedanía de El Rocío, aún se conserva el nombre de La Rocina para un sangradero, a veces arroyo, que llena la laguna de la que se habla a continuación. Para esta canal, se ha respetado la aparente forma femenina dejándole íntegra la “La” inicial, cosa que no se ha repetido para el poblado y santuario, transformados al género masculino para siempre por fuerza del saber académico, como correspondía a ese rocío mañanero que es varón.
Esta denominación del canalillo, se parece mucho a La Rochelle, tanto que el “lar” inicial es el mismo que se refiere a pastos, “oz in” es el pozo, la laguna grande y la “a” final es solo un artículo.
Basta con echar un vistazo a Google Earth y comprobar que El Rocío aún conserva su charca, una mas de los cientos de ellas que hay o había en las amplias llanuras detrás de la duna.
Rocío es un topónimo curioso que tiene exponentes antiguos y recientes y que se tratará en otro análisis, porque a veces aparece en formas cercanas al original, como La Rucia, La Ruiza, La Ruciana, La Ruixola, La Rusa o La Ruxidoira, pero casi siempre con artículo masculino.
El caso de Doñana es en parte similar; el servicio de inteligencia de los custodios del saber ha aportado Anas a porfía para asegurar que alguna de ellas sea la que dio nombre a un vasto territorio, más apto para cazadores y tramperos que para señoritas de la aristocracia, pero la norma es la norma y los hagiónimos y antropónimos se deben a eso, a nombres de dioses, santos y personajes célebres que han dejado su impronta en el territorio para que pastores y caravaneros no se pierdan.
Hay que ser muy cándido para creer que un vasto territorio casi impenetrable que era conocido desde la antigüedad y venerado por cazadores y tramperos cambiara de nombre porque la hija de la princesa de Éboli fuera allí a pasar una temporada. Cierto es que las referencias dejan claro que no hay seguridad en esa teoría, pero dejan que la gente se lo crea.
El caso es que la toponimia está llena de lugares que tienen en su composición “Doña Ana ó Doñana” como el Cerro Doñana cerca de Jerez de la Frontera, otro cerrito cerca de Plasencia, uno más en Almería (ver mapa), el cerro colindante a Cerro del Espino en Cádiz… y también hay un “Las Doñanas en un extremo de la Sierra del Centinela en Cáceres, lugar con varios cerros. Hay incluso un “Sandoñana”, una aldeíta de Cantabria que ocupa uno de los contrafuertes solanos de la Sierra de la Matanza (¿qué santo y qué matanza serían?).
Todas estas circunstancias invitan a estudiar con más detenimiento las distintas variantes de este nombre, pero en un primer vistazo, se tiene la impresión de que la Doñana de Huelva, la marisma de casi 70 kilómetros, debe su nombre a la gran duna litoral que hace de frontera entre mar y tierra, duna cuyas arenas alcanzan los 106 metros de altura en el “Alto de Bombo”, compitiendo con la Duna de Pilat cerca de Burdeos.
Según esto, Doñana sería la alteración de “Dun an a”, donde “dun, tun” es el amontonamiento, la duna (como en los bancos de “atún”), “an” el aumentativo y “a” el artículo, «La gran duna». “Dunana” conservada durante milenios, ha cedido a las presiones de los hipercultos y ha dado en “Doñana” que (sea la mujer de un potentado o una hija de los Medina Sidonia) queda mas moderno y comprensible.
Hola Javier!
Como siempre: impresionante.
Ayer mismo en charla con un amigo sobre la historia de esta tierra y sobre quiméricas repoblaciones.
Me apuntaba el origen gallego de poblaciones de las Alpujarras: Capileira, Pampaneira, Lanteira, etc.
Le digo: Ya. Y aquí (en Sevilla) tenemos Guadaira. Gallegos también?
Que yo sepa en Las Alpujarras no hacen el lacón con grelos, ni he visto horreos.
Tremendo el daño que han hecho los de la «academia».
Zalú.
Huan.
Hola Huan; llevo unos días, casi un mes un poco «hodido» pero en cuanto pueda haré un trabajo sobre Gallegos.
Salud.
Pués, desearte pronta recuperación y mucha SALUD.
Francamente interesante, Javier, enhorabuena. Llevo años estudiando la zona y esta lectura de los topónimos de Doñana es sumamente atractiva. No obstante no la daría completamente por buena y definitiva. Modestamente creo que hay otras líneas semánticas a considerar en esos sonidos que, acaso, puedan complementarse con éstas que propones: ambas palabras tienen connotaciones de agua: «ana» también es «agua» y está en «anátida» etc. y de ahí en «Dea Ana», Dana, Diana, o «Doña Ana», de donde el posterior sincretismo con el nombre de la madre de la Virgen. Y «Rocío» y «Rocina», de «Ros Io» tienen que ver con «rocín», y la marisma aquella está y estuvo poblada de rocinas, de yeguas salvajes, y «Rocinante» (el que rocina, es decir, que recoge la cosecha de rocío, espagiria). ¡Un cordial saludo! (http://deltademaya.com/de-rocinas-y-acebrones/)
Por supuesto que -salvo casos muy excepcionales-, lo que yo hago es plantear cuestiones «que pudieran ser». Efectivamente, Alberto, hay cuestiones semánticas escurridizas como hay hábitos y tendencias de evolución de los nombres y, también, mucha intervención interesada por parte de clero, poder y erudición. Ten en cuenta que podemos estar hablando de periodos de más de 10.000 años…
En efecto creo que esas son las fechas a las que podríamos retrotraernos. De nuevo felicidades por tu trabajo, ¡da gusto!