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La virginidad, el pingo y el guiñapo.

Si la Etimología no ha conseguido ser una disciplina cautivadora que nos transporte continuamente a otra época y a otra forma de gestión del Conocimiento, es en gran parte porque su ejercicio ha sido monopolizadoo por individuos fuertemente ideologizados que han aprovechado su posición y su cultura para reforzar unas ideas previas y han renunciado secularmente a todo aquello que podía erosionar unos principios que les facilitaban ventajas sociales.
Seguramente habrá sucedido algo parecido en todas las sociedades organizadas en cualquier rincón de este mundo, pero aquí, en torno al Mar Mediterráneo, el análisis trae tonos escandalosos porque se nos ha inculcado desde la Enseñanza Primaria y se ha insistido durante el Bachiller, que nuestra cultura radicaba en Grecia y Roma con algunos toques posteriores de aportaciones musulmanas, celtas y germánicas.
Aparte de negar cualquier potencial a la península, se nos planteaba un mundo avanzado de ciudades que organizaba y articulaba el mundo occidental y que una serie de interferencias religiosas lo fueron modelando alternativamente hasta que se impuso la Razón, la Ciencia y el Sufragio Universal… aunque respecto a esas ideas, todo siguió igual. Cuando eras estudiante de primaria o secundaria, eso es lo que tenías que contestar y si llegabas a la Universidad y te internabas en el sector de letras, ya tenías todos los carriles montados y nunca podrías doctorarte si tus planteamientos atentaban contra ese equilibrio secular.
Así, desde hace dos o tres siglos, los autores célebres eran contundentes pero comedidos en sus explicaciones etimológicas -siempre desde esos orígenes- o, como mucho, desde una ignota “pre-romanidad” que servía de disculpa para llenar cualquier carencia. En los últimos treinta años, el potencial para divulgar y la sensación de anonimato que brinda Internet les ha hecho mucho más insensatos y ya no solo los primeros espadas, sino los “hipercultos” de las filas de atrás quieren que sus nombres se aireen y salen a páginas, blogs y entrevistas en las que alardean de la originalidad de Grecia y Roma.
Quizás no es ese alarde lo peor sino la arrogancia con que tratan a lenguas como el Vascuence, de las que apenas conocen nada.
Un amigo mío -enemigo de los ejemplos- me decía: “Javier, los ejemplos siempre quedan cortos”. Yo, reconociendo que tenía algo de razón, le espetaba que para mí, los ejemplos son como las primeras grapas que sujetan un tapizado, son los encargados de saber si la pieza valdrá y son precursores del tensado posterior que dejará el sillón nuevo con mil grapas más.
Hoy se discuten aquí varias voces cuya conexión y cuya inteligencia no son viables sin el concurso del Euskera, pero del Euskera integral, el que conjura a todos los “euskalkis” o dialectos y que recoge todas las raíces dormidas en el propio idioma y en numerosas voces de las lenguas cercanas, principalmente en las llamadas Latinas y Germánicas, que cualquiera puede encontrar en “El ADN del Euskera en 1500 partículas” y en su adenda.
Así, se van a analizar conceptos como la virginidad y voces aparentemente lejanas como “pingo” y “guiñapo”, denunciando la ligereza con la que se publican sentencias etimológicas y se establecen relaciones de parentesco que no se basan en otra cosa que en manifestaciones anteriores hechas por lo que ellos llaman “investigadores autorizados”, pero que no resisten un mínimo análisis.
Es bueno comenzar recordando la profundidad de algunas raíces de la lengua vasca, como “bir” que significa circular, redondo, rotundo…, “bae, ba, be”, que en cualesquiera de sus formas es lo inferior, abajo, la desinencia “endae”, relativamente abstracta, pero que se refiere tanto al destino de un proceso como al crecimiento de un rebaño, o al final de un viaje y es válida lo mismo para la hacienda, ese caudal de recursos que nada tiene que ver con la “fazienda” o lugar de trabajo, que debería escribirse “hasi endae” y que representa el aumento que suponen los recentales en un rebaño.
Otra raíz clave, es “gi” (sonido gui) con la que se llama al tejido carnoso, principalmente al que compone los músculos y vísceras. También es importante, “apo”, generalmente sufijal, que se usa como adjetivador de materiales que han perdido su prestancia, de tejidos o cuerdas deshilachadas, de carne rasgada, de madera fofa…
Con esta advertencia previa, se consulta el origen de la palabra “virgen” y la respuesta oficial es que procede del genitivo latino de “virgo”, “virginis” (mujer joven, doncella), pasado por el Francés antiguo “virgine” para llegar a virgen, aunque no faltan quienes no lo vean seguro y prefieran relacionarlo con la virilidad o con “la edad verde” o con la posible simbología de una ramita (“vírgula”¿?), ni buscadores del indoeuropeo que se afanan en que el padre hubo de ser un “weis” (doblar, plegar) que ni encuentran ni saben cómo relacionarlo con la virginidad.
En resumen, obsesionados con encontrar ideas en los escritos desde Plauto a Séneca y San Agustín, cuando lo que hay que hacer es abrir las ventanas de las bibliotecas y consultar al Sentido Común y a las lenguas que conservan mensajes aún no discutidos y que pueden cambiar la óptica con que nos cuentan la transición entre Prehistoria e Historia.
La virginidad física no es otra cosa que una membranita circular con una hendidura central de diferente forma1) y magnitud que muestran las hembras de algunos mamíferos entre la vagina y el útero, cuya funcionalidad no está clara y aún se cree que pudiera ser un carácter regresivo de una etapa evolutiva muy anterior.

El hecho es que durante el coito, la membrana suele romperse y ese hecho ha servido durante milenios para determinar si la analizada había mantenido relaciones completas o no.
Hay que partir del hecho de que los grupos humanos antes de mostrar su vocación por las ciudades, vivieron largos milenios pastoreando bovinos, equinos, camélidos, ovinos y caprinos y así como sabían manejar la mayor parte de traumatismos, heridas, parasitosis, problemas digestivos e infecciosos de sus animales, sabían la dificultad para quedar preñadas de algunas hembras con la membrana consistente y aunque hemos perdido gran parte del conocimiento y semántica de aquellos pastores, aún quedan indicios como para desafiar a los sabios oficiales.
Esa membrana que se llama en Castellano y oficialmente “himen”, (voz griega “hymen” tan pobre y genérica como otras muchas y que en esa lengua no dice más que eso, “membrana”), se ha trasladado como cultismo con formas parecidas y la misma indefinición y ortografía caprichosa se encuentra a varias lenguas cercanas 2) , aunque aquí sea más frecuente la forma vulgar “virgo”, que ya usaba Cervantes en “El Buscón…”, procedente de la expresión vasca “bir gi ina”, que significa de forma neta, “formación de tejido circular”, anillo conjuntivo.
Como se ha explicado muchas veces, ante el uso de sus voces por idiomas cercanos, el Vascuence suele improvisar sucedáneos que nunca llegan a tener la precisión de los originales; en este caso, al virgo se le llama “mintza, pintza…”, lengüeta, colgajo…
Y es aquí donde se entra en el “pingo”, que solo existe en Castellano y que los hipercultos explican desde el Latín “pendeo pependi”, tras buscar una forma “pendicare” que se transformó en el verbo pingar y en el sustantivo pingo.
Mucha alquimia para tan poco producto, porque “pin go” es una forma prístina y determinante de llamar a lo que se cuelga de pinchos.
Quizás fuera conveniente que los académicos espiaran una mañana de Abril al alcaudón real para ver cómo caza lagartijas, pajarillos y gusanos y los clava en las agujas de un espino para formar su despensa.

Quizás inspirados en este industrioso pajarillo, nuestros antepasados hacían tiras de la carne de sus animales sacrificados o cazados y la colgaban al sol tras untarla de sal para transformar unos guiñapos deformes en una golosina insuperable y en un manjar nutritivo, actividad y nombres perdidos en el vieja Europa, pero que el “charqui” ha conservado en América.

Me apuesto algo a que comenzaron colgándola de pinchos y ramas como el pajarillo, pero con la invención de las cuerdas de tripa y textiles, no tardarían en hacerlo como en la figura.
“Gui” se ha explicado que era el nombre básico de la carne, “ñi” es la metátesis de “eiñ”, producto, manufactura y “apo” es lo que ha perdido su ser, la prestancia; “guiñ apo” son esas tiritas arrugadas y mixtiformes de carne, palabra vernácula modelo de claridad etimológica, que no necesita la absurda ingeniería hiperculta que usan los aspirantes a académicos que se van al Francés “guenipe”, andrajo, que es parecido a como los holandeses llamaban a los recortes y desechos de lana, “cnippen”…
Según ellos, primero llegaron los cardadores y tejedores de lana, luego hicieron bellos vestidos que al aviejarse semejaban carne secándose, así que llamaron a la carne con el nombre de los andrajos: Para proponerlos para un nuevo Premio Nobel.
En resumen, nuestros antepasados pastores conocían de sobre la anatomía y los mecanismos reproductivos de su ganado (y por extensión lo referente a humanos), así que a la membrana entre la vagina (“bahi ena”, la que aprieta, la que constriñe) y el útero, la denominaron “bir gi ina” en razón de su forma anular preponderante. De esa voz surgió el concepto de virginidad y su exaltación religiosa.
Virgo no es sino una abreviatura de “bir i ko”, lo circular, como pingo “pin ko” (“pin” es una espina no ósea, porque la ósea es “hez pin”, pincho de hueso) y “ko” es la correspondencia, así que un pingo no lo es porque penda, sino porque se colgaba de una espina, la forma ancestral de secar los tasajos de carne, parte ensartada, parte colgante.
Finalmente, el guiñapo es una tira de carne que ha perdido su estructura al ser cortada.
Poner un cero a todos estos fantasmas que exhiben su ignorancia en la red es un acto misericordioso porque lo que merecen es una nota negativa.

1) La más frecuente es circular y de apenas unos milímetros.

2) Hímen, khimen, l’imene, immenkalvo, haímena, ímene, ymenas…

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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