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Las Fallas

San Fermines, la Feria de Sevilla y las Fallas de Valencia, son las celebraciones españolas que entre cientos o miles de otras a cuál más entrañables, han trascendido la barrera de familia, vecinos y amigos para entrar con autoridad en esa corriente mundial (ahora avalancha) que comenzaron los románticos alemanes, que enseguida copió y potencio Thomas Cook y que se llamó turismo.

Ayer fue la “crida” en Valencia y -aunque tristes por el desastre de hace ocho días- la pólvora ha comenzado a llenar las calles de ecos, el aire de olor a azufre y el cielo de estampidas de palomas.

Nunca me he quedado a Fallas, pero he estado las semanas anteriores con amigos de sociedades que se afanaban unos en el taller entre andamios y pinturas y otros preparando los comedores, las cocinas y las listas; un ambiente social difícil de mejorar, un empeño en el que todos participaban como si fuera lo más importante de sus vidas.

Por supuesto, mis amigos de los 90 me contaron lo que ahora dice la Wikipedia; que esto surge de que los gremios de carpinteros que antes de los polígonos industriales, la melamina y el pe uve cé trabajaban entre calles haciendo desde puertas, ventanas, bancos, banquetas y mesas hasta aperos para la huerta, trampillas para riego y los de la periferia, albuferencs y barcas planas, que en esta época sacaban de los patios las virutas y trozos de madera inservibles y que los dejaban a los vecinos que se encargaban de ordenarlos con arte en montones con un monigote en lo alto y que se prendían la víspera de San José carpintero al que el demonio le triscó el serrote…

La cultura urbana radical en que vivimos propaga estas ficciones y la gente que no quiere cansarse la cabeza, se las aprende y repite.

La revisión documental no confirma nada de eso, sino apenas que hacia San José era una fiesta gremial y poco más, fiesta que a finales del siglo XIX ya hace fuegos generando conflictos administrativos y que a principios del XX ya cuenta con algún premio y se dispone de fotos que muestran el empeño artístico y la capacidad de crear grandes estructuras perecederas como esta imagen monumental para la feria de verano de 1904 que representa a Nelet y Quiqueta, así que hacia 1920 ya se dispone de fotos de verdaderas fallas con las calles engalanadas.

La tradición tampoco se caracteriza por tener remilgos a la hora de aceptar cuestiones fantasiosas, pero hay gente que por sus conocimientos o por ser descreídos, hurgan, entre las cuestiones que se dan por buenas y deducen que hay inconsistencias.

En el caso de las fallas, cualquiera que haya conocido la vida en el campo o en la ciudad antes de que se destilara hulla y se produjera “gas ciudad” y sobre todo, antes de que el butano que empezó a embotellarse en Cartagena a mediados de los cincuenta fuera llegando a las casas, tiene que dudar de lo que nos cuentan.

Repartidores de butano en la valencia de los sesenta, aún con botellas de válvula giratoria y cierre metálico.

Antes de esa época, la cocina, el agua caliente y la calefacción doméstica se resolvían con leña y carbón; las carbonerías eran un monopolio como CAMPSA y había establecimientos que repartían leña y piñas a domicilio, así que en todas partes la leña, las tablas y todos los residuos forestales eran más que apreciados. Recuerdo carpinterías, obras de construcción y astilleros permitiendo a mujeres y niños llevarse aserrín, viruta y recortes de madera mientras los trozos mayores se guardaban en sacos para los que quisieran pagar una o dos pesetas.

Pensar que apreciados subproductos de carpintería pudieran quemarse en la calle, aparte de con la lógica, choca con la mentalidad y la moralidad de aquella época y el hecho de que ya a finales de Febrero, a veinte días de San José se iniciara la “crida” y la organización social comenzara a moverse, aleja la idea de que el 19 de Marzo fuera la fecha central. La cuestión es que estas dudas no aportan información alguna que pudiera ser determinante para describir con garantía este complejo fenómeno antropológico.

Pero información hay mucha, lo que pasa es que hay que trillarla.

Es necesario empezar por Valencia y por su llanura litoral, pero no en el siglo XIX sino mucho antes, digamos… cuatro o cinco mil años antes, cuando la Albufera era mucho mayor y los marjales ocupaban un tercio o incluso la mitad de toda esa tierra riquísima formada a medias por los arrastres de los torrentes y por la acción del mar y de un suelo que emergía lentamente.

Nuestros antepasados sabían leer la naturaleza y conociendo este proceso de emersión y el comportamiento del clima, comenzaron a afianzar las tierras con mayor vocación de quedar en seco, favoreciendo ese proceso con la cava de acequias de drenaje (el riego fue muy posterior) y con la lucha contra la vegetación anual hidrófila, carrizos, juncos, cañas…., que en el mes de Febrero es fácil de abatir y manejar porque está seca, separando las cañas estructurales de los elementos menores, unas para guardar y otros para quemar.

Cuantos practicamos horticultura, cortamos cañas en esta época para utilizarlas más adelante como material para todo tipo de soportes y quemamos la hojarasca y materiales ligeros o extraños que se incorporan al suelo para complemento del abono.

Esto se debió de hacer en miles de hectáreas de la llanura litoral valenciana durante milenios, comenzándose cada año con la siega y acopio de los materiales durante dos o tres semanas, para guardar unos y quemar los demás en un trabajo colectivo de gran precisión, que de no hacerse así podría llevar a que un fuego extensivo sin control generara más riesgos que beneficios. Es de imaginar que organizados los cuarteles y determinados por los más expertos los lugares de acopio y distribución de los fajos, se esperara a un tiempo ideal para comenzar los fuegos con el material seco y la población desplegada y atenta a posibles emergencias.

Este momento pudiera ser el que daba origen a la “crida” para comenzar, desarrollar y rematar los fuegos con éxito, momento que era marcado por el estado de una vegetación condicionada por la climatología y con un apogeo y un momento anual de baja vivacidad como se aprecia en estas imágenes de un mirador de la Marjal dels Moros a finales de verano y en febrero en las que se distingue claramente la fuerte estacionalidad de la vegetación.

A la voz “crida”, común a Valenciano y Catalán que significa llamada, convocatoria, los latinist

as le hacen proceder del “quirito-quiritatum” latino, invocar, guiados por la mención de Varron de que “quiritare es ídem clamans, implorat…”, certificada hace cien años por la referencia de Ernout-Millet, de “no haber duda” de que de la forma “quiritare” pasó al Proto romance, al grito y a la crida, aunque todo el mundo sabe que en Latín lo habitual era “clamo, conclamo, inclamo, exclamo… incluso vociferatio…”.

Es evidente que Varron y los sabios franceses desconocían el Euskera, donde el largo grito guerrero de llamada a la acción es el “irrintzi”, pero existe una variante para quieres desentonan las difíciles notas de este clamor y entonces se llama “girrintzi” (suena guirrinchi) y tiene la connotación del relincho o de gruñido lastimero de los cerdos cuando ven inmediato su sacrificio, “guirri” que también aparece en la gripe, contracción de “guirri ipe”, gemido desafinado de quien respira con dificultad.

Es muy probable que el grito, la grida, el cri francés, gridare italiano, gritar portugués y el krii del Esperanto estén más cerca de la forma prerromana que de los Quirites o ciudadanos romanos.

Imagen de una quema programada actual de carrizal, actuación necesaria en lugares intervenidos con un Plan de Manejo, que de no quemarse así entrarían en una etapa serial difícil de controlar. Como ejemplo se adjunta este aviso de hace unos días para humedal de El Hondo en Alicante.

En épocas anteriores con menor presión agraria y urbanística, esto ya se hacía así hasta tal punto que se considera probable que esta tradición rural se trasladara desde barracas y aldeas de l’Horta a los huertos de las coronas de poblaciones mayores, como Valencia y que este objetivo se rematara con la fiesta popular que ha cristalizado en las Fallas extendidas a numerosos municipios incluso fuera de la Comunidad Valenciana.

Además del agente principal que es un fuego controlado por el pueblo, hay otros aspectos como la elección de falleras mayores, las ofrendas al santo carpintero o las mascletás, que sugieren una compleja trama social que apunta a una larga tradición que ha ido imbricando modas y hábitos.

El tema religioso es fácil de comprender puesto que la Iglesia en su avance social tras Diocleciano, asimiló infinidad de tradiciones, leyendas y nombres de lugar, transformándolos en advocaciones aplicadas a efemérides y personajes de la nueva mitología cristiana; así, la fijación de la fiesta de San José padre putativo en el segundo tercio del mes de Marzo, para la cual se esgrimen motivaciones de poco peso, seguramente fue acordada en cónclave romano, teniendo en cuenta la fecha más probable (9 meses antes de Navidad) de la concepción de María.

La cercanía de esta fecha con las labores de quema de los materiales acopiados en el campo debió de ser aprovechada por las iglesias locales coordinadas con los gremios de carpinteros que tenían a San José como patrón, consolidando la tradición con los nuevos modelos sociales y de santidad.

Otro aspecto curioso es el de la intervención imprescindible de la mascletá, orgía generalmente matinal de “música” de petardos o “mascles”[1], nombre de los paquetes explosivos que algunos relacionan con el género masculino (machos), pero otros creemos que está más cerca del útil de cocina (y guerra) llamado mortero, primera modalidad de cañón de pólvora negra para lanzar piedras al enemigo a partir del siglo XIII.

¿Qué relación puede tener el mortero con la quema de rastrojos de fin del invierno?… Los avisos sonoros en la antigüedad eran complementarios a los visuales.

En las zonas montañosas, las bocinas instaladas en determinadas cumbres eran capaces de transmitir mensajes a los valles circundantes en cuestión de minutos, de forma parecida a como las campanas lo hacían a ámbitos menores, pero el uso de la pólvora ha sido mucho más recurrido de lo que se cree, al menos hasta la invención de la telegrafía, la radio y el radar.

Hay muy poca literatura al respecto, pero yo tuve la oportunidad de escuchar a un tío mío que fue farero mediado el siglo pasado e incluso pude ver los registros del Libro Diario del Faro de La Galea de principios de ese siglo, en el que se detallaba el uso de pólvora en el “cañon de niebla”, tres veces a la hora para advertir a los veleros y vapores de la cercanía del arrecife del cabo.

Este país nuestro no es dado a conservar cachivaches que se consideran obsoletos, pero en la costa de Gales, en el faro del cabo “North Stack Rock”, aún conservan el cañón con el que se hacían estas señales hasta hace siglo y pico. Imagen siguiente.

Hoy en día el papel y el cartón son artículos de consumo y a nadie le extraña que la pólvora se surta cerrada en paquetitos, pero el uso de morteros (como los de cocina) para usarla en sistemas estandarizados de comunicación debía de ser mucho más económico, seguro y con garantía de resultados, así que en zonas llanas como la huerta valenciana, esta pudo ser la mejor forma de coordinar a quienes esperaban una consigna para iniciar los fuegos, para intensificarlos o para ralentizarlos.

Desaparecidas aquellas condiciones, no es difícil entender que se quisiera perpetuar la memoria del ambiente sonoro integrándolo en la fiesta.

Queda la duda respecto a la etimología de “fallas”, porque se disiente radicalmente de que el nombre se deba a la evolución de “fax-facis”, antorcha en Latín, hasta dar “falla”, porque el salto es exagerado y las antorchas no tenían un papel destacado en el proceso descrito, en el que encaja mucho mejor la propia voz valenciana, “falla”, hoguera, en todo caso relacionada con la “fagina”, broza, leña menuda que cita Covarrubias para el Castellano, incluyendo las espadañas.

Tampoco se puede negar que es sospechosa la coincidencia entre la pronunciación de la voz para fuego (“fire”) en Inglés, que suena tal que “faya”, explicada por los expertos británicos desde “fyrian”, supuesto nombre de los acopios de leña fina al fuego, las “faginas” del párrafo anterior con las fallas, lo cual merece un estudio más profundo que puede llevar a que la voz fuera de uso pan europeo hace milenios y ha quedado fosilizada en esta fiesta.

Como resumen, el fuego que en la tecnológica sociedad actual nos horroriza y genera daños inmensos, hace milenios era dominado hábilmente por la sociedad que lo manejaba como agente modelador del territorio, en cierta manera “sostenible y ecológicamente aceptable” y motivo para fiestas y regocijo.

 

[1] Aunque ahora apenas se usa, “mascle” era en Valenciano el nombre del mortero.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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