Lástima es una expresión combinada de cariño y contrición de corazón, una disposición a la pena y a la ayuda, que ya apenas se oye en Castellano.
Solo hay algo parecido en el Catalán “llástima” con el mismo significado, limitándose las expresiones en otras lenguas cercanas a variantes de “pietá, piedad, pitié, pity…” o a formas peculiares como la gallega “magoa”, la rumana “mila” o la latina “misericordia”. En resumen, nada parecido o que pueda inspirar ideas.
Nuestros sabios de diccionario tampoco encuentran nada, pero decididos a que el Latín siga erguido como figura paternal, se lían a inventar y deciden que la blasfemia, horror de interjección tratando de ofender a lo divino se puede comparar a la tierna lástima… Y recurren a “blasphemare”, explicando que los estúpidos herederos vulgares del Latín la confundieron con “blastemare” y poco a poco con “lastimare”, verbo que indica dañar y de ahí a lástima.
Todo eso son disparates que deberían ser objeto de “sanción cultural” para individuos fanáticamente ideologizados, que quieren llevarlo todo a sus mezquinos intereses de hegemonía y ocultación de la verdad. Un vistazo al Euskera nos indica de mil maneras que “lasto” es la cama mullida que se preparan las parejas de amantes o que la madre “ahueca” para su niño, teniendo en “lastaná” (el del lecho) una de las mayores expresiones de cariño que hoy se dedica generalmente desde la persona de más rango o edad a otra a la que quiere mucho, equivaliendo a cariñito, corazoncito o algo así, pero que antaño pudo ser una expresión de ánimo para alguien que tenía que guardar cama.
Por otra parte “ümé” (raíz generadora de lo humano que se encuentra en ambas formas, “umé” e “imé”) es la expresión máxima de criatura, niño dependiente, así que el conjunto, “last imé” equivale a decir “niño de cuna”, quizás con el significado de frágil, tal vez por no estar en brazos de su madre.