A los amantes de la investigación toponímica nos ha caído un castigo soberbio, cuatro siglos desde que Antonio de Nebrija convenciera a los poderosos de que San Isidoro tenía razón y que lo que convenía al imperio español que ampliaba horizontes por América y Oceanía, era tener una lengua con padre noble -que no podía ser otro que el Latín- y dejarse de manías de los jesuitas de escudriñar en el Basquence y otras lenguas perdidas.
Cuajó su proyecto y tras siglos de intrigas para alejar a quienes pedían esa búsqueda valiente, cuando el imperio caía ya a caballo entre finales del XIX y comienzos del XX se marginó totalmente a los disidentes gracias a personajes como Ramón Menéndez Pidal, brillante en memoria y orden, pero que daba un traspiés tras otro cuando se metía en querer descifrar los nombres de lugar desde la lingüística.
A él siguieron (como las musarañas a su madre) Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Samuel Gili Gaya, Amado Alonso, Rafael Lapesa, Álvaro Galmés, Diego Catalán… y entre los nuestros el inefable Luis Michelena, último de la cola de musarañas que en vida “no dio ni una en el clavo”, pero que entre la Universidad de Deusto, la U.P.V., nuestra Desakademia y un Gobierno Vasco acomplejado, se han arreglado desde los 80 para aprovechar la ola que hicieron otros y conseguir vivir del cuento (ya dos generaciones) y publicar aunque no lo lea nadie, disparate tras disparate, dejando tras ellos un panorama desolador.
Apenas alguno de aquel grupo inicial como Dámaso Alonso se atrevió a corregir a RMP, que llevado por su éxito en literatura y lingüística se creyó que la Toponimia era “idem del lienzo”.
Castigo, porque hacer pinitos en Toponimia sin tener cierta madurez y sin dominar varias ciencias 1) , sin manejar con soltura un millar de raíces sustantivas, adjetivas y verbales que explican la semántica del Euskera, así como sin disponer de listas astronómicas de topónimos para contrastarlos es como pretender cruzar el Atlántico a pie con unas katiuskas.
Así, leyendo la columnita que escribía Joanes Atxa en el Hiruka 2) de Abril que me ha traído el vecino Josu para que le responda y que estoy haciendo malabarismos para responder en cuatro párrafos en Euskera en la misma revista, compruebo que la cizaña que sembró el de Rentería en los ochenta, se multiplica como la hierba de la pampa, así que el flamante y nuevo Doctor en Filología Vasca ha pillado tres topónimos que terminan en “iz” y ha concluido que hubo un Lemonius, un Corilus y un Ortorius que tenían fincas (o bares…) hace dos mil años y dieron su nombre a Lemóniz, Gorliz y Urdúliz, donde estaban radicados; lo mismo que un tal Lucius que tenía una finca en Luchana Erandio y otra en Luchana Baracaldo.
A un solo toque de tecla le puedo enviar casi dos mil nombres que desde A Anxeriz a Xixiriz (ambas en Galicia) hasta Abaliz, Albiz, Argomániz, Baldiz, Beraiz, Cajiz, Castriz, Diliz, Dóniz, Eiriz, Espeliz, Formariz, Gamiz, Guariz, Hoya de Valsetiz, Itoiz, Júndiz, Kornabiz, Lamikiz, Mañariz, Miralpiz, Nabarniz, O Xúriz, Orbaiz, Páiz, Pastriz, Quilleriz, Roiz, Sabariz, Tamariz, Trokóniz, Uriz, Valdemuñiz, Viladriz, Yániz, Zelokiz y Sandeliz, donde está mi caserío, justo entre Urduliz y Gorliz, que terminan en “iz”
No sigo con otros mil ochocientos que lo hacen en “is”, con un reparto territorial muy parecido, ni los mil trescientos que se rematan con “ig”, mil doscientos que terminan en “ix”, seiscientos en “ic”, otros seiscientos en “id” y hasta cuarenta en “ich”, haciendo más de siete mil quinientos con un final parecido que no viene de nombres de patricios como a los hipercultos de la historia y lengua latina se les antoja, sino de condiciones muy concretas de varios de los parámetros del lugar que tenían interés económico o estratégico para nuestros antepasados prehistóricos nómadas, que así disponían de un “tom tom” eficaz, fácil de recordar y contundente, que ha perdurado como mínimo 8.000 años 3) .
La prisa de Joanes por asignar “iz” a un nombre personal es como la del entomólogo que quería contar las patas de un miriápodo mientras corría; no le deja distinguir entre “riz”, “diz”, “guiz”, “aiz”, “liz”, “tiz”…. que acaparan la mayoría de los nombres y las modestas “piz”, “xiz”, “ciz”, que solo consiguen unos decimales ni le deja estudiar en profundidad el contenido de la Toponimia con mayúsculas y es una decisión mala como la del mal pintor que se dedica a la pintura figurativa antes de demostrar que es capaz de pintar un simple cesto como Dalí.
La culpa no es suya sino del Sistema que premia lo mediocre porque teme a la revolución, aunque presume de progresismo.
Esa magnitud (8.000, que se repite mucho más elevada en otros varios lexemas) deja en ridículo las elucubraciones de Ramón Menéndez Pidal, que con cuatro nombres de lugar deficientemente escritos en documentos administrativos de particulares y mirando solo al Latín postulaba que Chamartín se llamaba así porque un tal Martín tuvo allí una venta. Con ese ridículo debería caer de una vez la costra de cascarrias que se ha hecho coraza en los departamentos de las universidades donde la mediocridad se ha hecho fuerte y acabará hundiendo a la Ciencia como la igualdad a ultranza está erosionando a la Democracia.
En Toponimia, excluidos los santos y santas, puede que no lleguen al uno por mil los nombres de lugar que se basan en antropónimos. Mi barrio, Sandeliz 4) , no rememora a San Dionisio como aseguran los hipercultos franceses que lo hace su popular Saint Denis (que es lo mismo grafía aparte): “Llano del arenal”; uno en un meandro del Sena y el otro en la planicie que han formado las coladas de calcarenitas que a lo largo de millones de años han corrido monte Gane abajo.
Vaya por delante el postulado de que mantenemos cada vez con más argumentos: Una lengua muy parecida al Euskera actual se habló desde hace unos 17.000 años en un gran cinturón templado que se extiende entra Kamtchatka y Portugal y que tiene una réplica (muy degradada por la desertización del Chad) entre Mauritania y Somalia, dejando un gran rosario de topónimos que son a la lengua vasca como las monedas de una ceca conocida para el arqueólogo que lee lo que otros ignoran.
El Latín efímero, complicado, rígido y formado íntegramente de préstamos, solo sirvió -como la taquigrafía- para unos pocos siglos en que un imperio se mantuvo impermeable a la humedad exterior, pero que desapareció en cuanto técnicas mejores lo hicieron inútil.
El Euskera de hace 17.000 años sigue vivo a pesar del daño que le proyectan los que viven de él y es la herramienta imprescindible para escrutar un pasado que ignoramos completamente porque los custodios de la cultura no quieren que descubramos que cada vez somos más tontos.
[1] Al menos, la Geografía, Fisiografía, Hidrografía, Geología, Edafología, Meteorología, Ecología, Botánica y Florística, Antropología prehistórica, Paleontología, conocimientos profundos de dinámica del Cuaternario y de lenguas latinas, germánicas y védicas. [2] Revista de Uribe Kosta en Euskera. [3] Ver en Eukele.com el artículo sobre Luchana Baracaldo, Luchana Erandio. [4] “Liz” hace referencia a un terreno llano en contraste con un entorno distinto.
Bikain, zorionak !
Horren gainean, horra hor nere azterketaren bat :
http://fgacedo.blogspot.com/2023/07/gorliz-plentzia-en-uribe-kosta-bizkaia.html?m=1