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Lis, lix, liz, niz….

Parecen morfemas raros, casi extranjeros, que cualquiera puede asegurar que no los ha visto en la Toponimia, pero en cuanto se busca un poco, aparecen a millares y en lugares sorprendente; aquí mismo.

 

Mi búsqueda empezó por la curiosidad del nombre del caserío de mi tía y madrina Mari Agirre en Getxo, Diliz del que recuerdo algunas imágenes de niño, cuando toda la familia íbamos en el “taxi de Agustín”, un Citroen como el de la imagen.

 

 

Ya de mayor, cuando tuve coche, me llevé cierta desilusión porque en ese mismo entorno, en una superficie de unas 400 hectáreas había cuatro docenas de caseríos que se llamaban igual, solo que se diferenciaban en el número de una baldosa clavada en el dintel de la puerta.

 

Comprendí que Diliz era todo el barrio, no el caserío de mi tía.

 

La zona se encuentra al borde del acantilado de La Galea, un corte brusco que se eleva casi cien metros sobre el mar, cantil generado por la elevación de la costa cantábrica por la subducción de la placa bretona bajo ella. Esto provoca que toda esta costa, entre los cabos Higuer y Peñas, sea acantilada y en su lado Sur se forme una pendiente mas o menos pronunciada, larga y ondulada hacia el territorio, hacia tierra adentro.

 

En esta zona de Getxo – como se puede observar en la imagen- el terreno es muy plano y  su pendiente, suave, tendida, llegando hasta el cauce del río Gobelas, que desde ahí hasta su desembocadura en el Nerbión, es retrógrado como corresponde a ese proceso geológico, aún en marcha; es decir, el Gobelas “va hacia tierra” y este es el motivo de las continuas inundaciones de los barrios de Romo y Las Arenas.

 

Mi desconfianza secular con la explicación oficial del origen del “liso” del Castellano desde el Griego “lios” a través de algún paso perdido en el Latín (“levis”) para llegar a una forma actual –casi común- en las lenguas latinas centrales, pero no en Rumano, Gallego ni Portugués, hizo que rumiara con el “lisatu”, aplanar, planchar del Euskera, que en forma de “liz”, estaba incluso en el barrio de Barrika en que está mi caserío: Sandeliz.

Ya en aquélla época, la planicie de Diliz  (en el polígono azul) me pareció atípica por su tamaño porque no era de origen fluvial ni tampoco era un glacis, pero la curiosidad se difuminó y he tardado cincuenta años en relacionar ese morfema “lis” con una zona plana, aunque no necesariamente horizontal (puesto que en caso de horizontalidad, suele contener el lexema “pala, pla”) .

En cuanto al comienzo, “dil”, es frecuente en sus dos formas, “dil-til”, para indicar que algo está colgado, elevado. No es extraño que una llanura en pendiente, cuyo borde superior coincide con un enorme acantilado, se llame “dil liz”; es una forma perfecta de definirlo que quedó en “diliz” y así se conservó probablemente durante milenios. En la imagen, acantilado y primer tramo de la planicie que se ha conservado sin edificar, gracias a que desde los años cuarenta, en ese borde se instaló un club de golf.

 

Continuando, en torno a “lis”, surge toda una cohorte de morfemas parecidos formados por consonante, vocal consonante, en los que pueden mutar ambas consonantes que “giran” sobre una inmutable “i”, dando “liz, lix, nis, nix”, “ris” con “r” , suave y también “lid”…, variedad que a la hora de ir al terreno sorprende con más variantes, unas por la acentuación o no y otras por la locación relativa en lo nombres tanto al principio como al final o en medio.

 

El caso que se va a estudiar es cuando aparece al final y actúa como adjetivo.

 

La abundancia en la geografía es notable, siendo “lis”, con 207 locaciones la más profusa, si bien se reparten a partes iguales los casos entre las acentuadas y no, por lo que se la considera la “voz matriz”. Le sigue “nis” con 183, siendo dos terceras partes de las veces acentuada (caprichos de los académicos).

 

“Lix” es menos raro de lo que parece, contándose casi 160 lugares con esa cola. Le sigue “liz” con 140, “lid” con casi cien y hasta un inesperado “nix”, como el famoso Chamonix alpino, con media docena de nombres.

 

Incluso la forma “ris” con “r” suave es candidata a esta familia, con varios “barís, parís, chafarís, orís, sabarís, piris, gris, peris, uris, etc.”, que nos obligan a ir  otra vez allende los Pirineos y al París más famoso, para plantear a los hipercultos galos, que más allá de sus ocurrencias sobre el origen del nombre de la bella capital, que unos quieren que derive de la voz celto-gala “pario” con la que se llama a las marmitas de gigante[1] que se suelen formar en las zonas rocosas y torrenciales de los ríos y otros quieren que sea una referencia al mítico Paris, mientras los obsesivos IE que rebuscando en todas partes menos en el Euskera han encontrado en la lengua Marathi un “paris” con el que llaman a la “piedra filosofal” y se quedándose con esta bella fuente sugieren que hubo allí un alquimista famoso que pudo dar nombre a la ciudad.

Hay que estar loco o ser radicalmente irresponsable para buscar marmitas de gigante en un tramo del Sena perezoso y serpenteante, donde se forman playas inmensas como la “Sandenís” o recurrir a un taller de alquimia y pensar que la piedra roja de Harry Potter que guarda el mago en un cajón haya podido dar nombre a un lugar y a una ciudad.

 

 

¿No sería mejor tomar en serio el potencial del Euskera y de las “lenguas latinas” para buscar entre sus infinitas acepciones los enlaces con un pasado que no tiene nada que ver con un héroe troyano de la bella figura ni con otras zarandajas de la hipercultura?.

 

Volviendo a Iberia, unos cuantos ejemplos pueden servir para relacionar esas variantes, con llanuras en pendiente.

 

Comenzando por los lugares terminados en “lís”, la aldeíta bajo-pallaresa de Arcalís, se establece en un entorno montañoso en el único plano en pendiente de la zona (en la imagen, zona más clara), que con sus diez hectáreas, trozo cultivable que pudo ser suficiente para la supervivencia de unas cuantas familias desde hace milenios y nombre que se repite como “Pla d’Arcalís” en la montaña de Andorra, a 2.500 metros, donde en plena roca (“ar”) entre barrancos, aparece otra rampa inclinada de unas diez hectáreas, que para esa zona es excepcional…

 

O cerca de Vic, en el Plá de Casalís, que es un plano con una pendiente notable.

 

Los Llanos de Solís en Cáceres, Mallolís en Girona, la Muntayna del Picolís en el Penedés, donde una cantera se ha comido en cien años la cumbre y ya no se puede comprobar su forma original… o dando un salto hasta Pontevedra, comprobar que la aldeíta de Xerlís tiene el terreno plano y con ligera pendiente más amplio del entorno…

 

Entre el ciento de lugares que terminan en “lis”, merece la pena destacar la ribera del torrente Torres, ya cerca del mar en Alicante, donde la zona llamada Aixihuilis, nombre arcaico que también llaman “El Plá de Figueretes” (en la imagen), el pueblo cántabro de Celis, edificado en el escalón “menos pendiente” de la abrupta ribera del río Nansa.

 

Otros lugares, como el antiguo Pla Llis de Vic, han sido totalmente ocupados por urbanizaciones industriales, pero aún se puede “leer” en la cartografía, cómo entre un mar de llanos casi horizontales, este “Plá”, tenía una cierta pendiente.

 

Otras veces, como sucede en el Pirineo gironés, una explanada mínima de media hectárea en un mar de barrancos, merece el “lis” final, como sucede en el “Plá dels Evangelis”, lugar al que es difícil buscarle una relación con alguno de los evangelistas, sino que es probablemente la alteración desde “ban xe lis”, donde “ban” se relaciona con la escasez o unicidad y “xe” con la condición de diminuto, describiendo el planito en pendiente en un entorno donde estos escasean.

 

 

 

“Llis, lis”, aparece a menudo asociado a “Serrat” (Girona, Barcelona, Huesca…), pero también una decena de veces como El Cáliz y la mayor parte de ellas en zonas de por si llanas, lo mismo en Tierra de Campos que en Salamanca o Ciudad Real. También con nombres graciosos como El Cebolliz, una pequeña parcela labrada hasta el borde en un plano inclinado en medio de barrancos y malpaíses en el Páramo de Masa… o Espeliz, una amplia planicie tendida, un glacis entre una rambla y un cantil de brutales erosiones, a la entrada misma del Desierto de Tabernas en Almería.

 

Quien haya subido a Urueña comprar un libro o a comer cocido y lo haya hecho por la carretera de Villanueva de los Caballeros, ha pasado cerca de la Fuente de Mar Feliz, nombre extraño donde los haya, a menos que sea una alteración de “mar be liz”, donde “mar”, trazo, pudiera  ser la franja horizontal blanquecina (ver las líneas de nivel apretadas) de la cuesta entre el páramo y las vegas llanas del río Sequillo, “bae” la indicación de estar bajo ella y “liz”, la llanura en cuesta que se aprecia en el mapa.

 

Al Suroeste de Oviedo, hay un pico llamado irónicamente Las Llaneces, quizás por las enormes rampas de piedra que forman sus caras, una de las cuales se llama Granda de Oliz (gándara), “o liz”, gran rampa.

A lo largo de la cordillera cantábrica hay innumerables rasas e impresionantes rampas pétreas que llevan la cola “liz”, como la Peña Feliz, Peña Regaliz, Percebaliz, Portogaliz… y tierra adentro, hasta una decena de cuestas  llanas con la advocación a San Feliz que en algún caso quedan en San Fliz y  llegando a Bizkaia y a lugares más conocidos, se amontonan Gorliz, Urduliz, Sandeliz…, donde en los dos primeros, la presión urbanizadora de los últimos cincuenta años, ha difuminado las rampas de Elexalde y Landa con la “ordenación urbana” brutal aplicada en las mejores tierras de labor y solo queda la llanadita de Sandeliz, un escalón o terraza de solifluxión, formada por las calcarenitas del macizo de Gana llanurita que preside mi caserío Ostekoetxe.

 

“Lix” al final es menos frecuente, pero no escaso, casi siempre tomado como “Félix”, aunque siempre se cuela algún rebelde como “Flix y Guadalix”, por ejemplo, en el Plá de Flix, cerca de Igualada o La Cruz de Félix, cerca de Utiel, ambos, planos en pendiente.

 

 

 

Las terminaciones en “nis, nís, niz y nix”, son mucho menos frecuentes, pero no deben ser obviadas, recordando como muestra a San Genis y sus planas, en la zona militar de San Gregorio, cerca de Zaragoza o el mismo Cangas de Onís, donde “canga”, voz astur-gallega, se refiere al acarreo fluvial del río Güeña sobre el Sella y Onís a las amplias playas fluviales asentadas sobre las que se edificó la población.

 

Escasas, casi inexistentes las terminaciones en “nix”, el pueblecito almeriense de Enix en plena Sierra de Gador, puede que se llame así porque entre tantos pliegues del terreno, tiene una generosa planicie (cerca de 100 has.) en ligera pendiente que llaman “La Haza Llana”, haza es un término ahora poco usado pero que aparece en el Atlas Etimológico de varias provincias y se refiere a una parcela cultivada.

 

Para terminar, entre el ciento de lugares que terminan en “lid”, dejando el Valladolid principal (Pucela) y su antigua vega tendida entre el Pisuerga y Esgueva que hizo que muchos la llamaran “La Venecia Castellana por sus muchos canales y puentes, los otros Valladolid, los numerosos Olid , Reolid, Adalid…, se va a dar un salto hasta la isla de la Palma, donde el cabo del promontorio más septentrional, una de las zonas que ofrecen cierta planicie en el entorno (ver las curvas de nivel separadas), se llama Punta de Juan Adalid, topónimo que junto a cientos de otros en todas las islas, contradice la tesis de que fue poco antes de la Era Moderna, cuando los españoles llevaron por vez primera su lengua y sus nombres de lugar, porque esos nombres estaban desde mucho antes.

 

[1] O que en argot británico se llama “chaudron”

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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