Lorca
La ciudad y ámbito municipal de Lorca concentran varias peculiaridades; una de ellas es la de disponer de un territorio enorme, el segundo en dimensión de España y otra, la de que el nombre parece ligado a un punto muy concreto de ese territorio, donde se edificó la población homónima de referencia.
A menudo los estudiosos de la toponimia se ven sin argumentos para asignar un significado “verosímil” según sus modelos secuenciados según el orden “prerromano, fenicio, romano, visigodo, árabe, moderno…” y optan por salir por la tangente, inventándose un engendro mito-fantasioso y decir que inicialmente se llamó “Eliocroca” según las ensoñaciones de un “genealogista” del siglo XVII.
O por reconocer que no disponen de pista alguna para iniciar otra explicación que la del siempre recurrido Árabe, según la cual, “Lurqa” sería “La batalla” (sin duda una batalla importante), pero que es una explicación que no puede satisfacer a nadie con un mínimo espíritu crítico.
No hace falta ser experto en Árabe para saber que a las batallas se las llama “M’harka” ni ser destacado en historiografía para saber que la dinámica de los nombres es otra; las batallas suelen quedarse con el nombre del lugar (Navas de Tolosa, San Quintín, Waterloo…) y no al revés, pero los intereses combinados de la cultura oficial, de la política y del mundo editorial, animan a los mediocres a eternizarse copiando los procedimientos “al uso”.
Lorca es un topónimo normalísimo y sin alteración alguna.
Una comprobación elemental es que en España existe al menos otro Lorca cerca de Estella, en Navarra. Pero no es solo eso; hay infinidad de nombres de lugar que comparten uno u otro de sus morfemas. He encontrado hasta 167 que comienzan por “lor”: Lora, Loral, Loranca, Lorbé, Lorbite, Lorcampo, Lorcio, Lordi, Lordoño, Loredo, Lorente, Loreto, Loriana, Lorqui…
Pero hay muchos más, más de mil que terminan como Lorca, en “…orca”: A Balorca, Alorca, Horca… hasta Zagalorca, lo que transforma su coda en una de las “grandes” de nuestra toponimia.
El caso es que ni desde la Peña Rubia en las proximidades del castillo ni desde la Sierra de la Tercia ni en otro punto del término, ven los expertos los indicios sobresalientes que ellos esperan para señalar un origen “digno” al nombre de la ciudad. Tampoco lo ven en el Lorquí cercano a Molina de Segura donde se juntan los ríos Mula y Segura.
Volviendo a Lorca, es importante destacar la fisiografía de este valle en la zona de la ciudad donde las sierras de La Tercia y de La Almenara, crean una contundente cubeta en cuyo entorno serpentea el río Guadalentín que recibe una decena de torrentes y ramblas, configurando una zona de agricultura intensiva sobre los profundos aluviones cuaternarios, que consolidan uno de los paisajes antropógenos extensos quizás tan antiguos como los de Egipto: La huerta del Guadalentín.
Este río, que los arabistas se precipitan a traducir como “Río del fango” (y aciertan de casualidad) está en el origen del nombre Lorca, contracción de “lo orka”, ya que en esta sencilla composición están los dos elementos físicos que en la antigua lengua ibérica (y europea) expresan un significado tan directo como unívoco.
“Lo”, que como verbo indica la quietud y el sueño, es cuando actúa como raíz sustantiva, la que describe a los elementos áridos de tamaño coloidal, al limo que se deposita en las riberas tras la crecida del río o el desagüe de la rambla, encontrándose con frecuencia en la forma “lo i” donde “i” es el pluralizador
“Lo” entra a formar parte de elementos geológicos como el “loes” (polvillo fino arrastrado por el viento, que no se está quieto, “lo-ez”) o el “lodo”, cuando se humedece y plastifica.
“Ork, orka, oska” es un descriptivo físico de forma con resaltes, el molde, la horma que se usa como estampa para conformar cuero, chapas o barro; en geografía, la cubeta que limita una cuenca. Así, “lo orka” y su contracto “lorka, lorca” está definiendo una realidad palpable en Lorca y en muchas otras zonas donde se reproduce la coexistencia de una cubeta bordeada por sierras, una pendiente de desagüe escasa y unos ríos que antes de llenarse de presas, de sangraderos y canales, se llenaban de tarquines cada otoño al llegar las grandes precipitaciones, dejando la tierra fertilizada y lista para las siembras de invierno y primavera.
Lorca, pues, es la confirmación de la evidencia: El valle lleno de sedimentos. Ver foto del valle en las inundaciones de 2012 que con la sierra al fondo, reivindican la dinámica antigua.
No hay que buscar mitos heliocéntricos ni otras fantasías épicas; nuestros antepasados nómadas bautizaban el territorio con la explicación de lo que resultaba más evidente y característico. Así era fácil de entender y retener; así se ha bautizado gran parte de Eurasia y el Norte de África, nombres que solo la pretenciosa cultura urbana ha pringado con sus manías divinas, marciales y mitófilas.