La etimología de Madrid ha sido siempre un hueso tan duro de roer como cualquier otro nombre de lugar ibérico que se haya tratado de desgranar por el Latín, Árabe, Celta o Fenicio, olvidándose de las lenguas anteriores.
Yo tendría unos quince años cuando me explicaron la solución de Menéndez Pidal, partiendo de una voz árabe que sonaba tal que “magerit”, voz que era sometida a una tortura de doce pasos para llegar a su forma del siglo XVI.
Desde esa época y sobre todo en estas últimas décadas ha habido muchos más espontáneos que se han lanzado a airear sus propuestas: Que si viene de “manda y mandrid”, gentío, que si del Griego “matryleion”, burdel, que si del Celta “magerito”, que si en Árabe “magrit” es un puntito, algo pequeño e insignificante como era el Madrid del siglo VIII, que si era la “madre del saber”, que si la clave es que había numerosas acequias (“mayra”) para traer agua y de ahí llegó “mayrit” y “madrit”…
Ahora los arabistas reconocen que ese “magrit” es derivado del vernáculo y romance “matriç”, con lo que volvemos al comienzo que no puede ser otro que reconocer que “madrid” no es un nombre aislado y particular, sino un topónimo frecuente, por lo que las fantasías cultistas relacionadas con la capital han de dejarse aparte.
Lo cierto es que Madrid capital es un lugar tan modificado por siglos de un urbanismo variable, extenso e intenso, que hay pocas probabilidades de descubrir los argumentos físicos que llevaron a nuestros antepasados a poner este nombre a una zona de terrazas elevadas del río Manzanares 1, a un balcón que miraba al Sur antes de que ese río se entregara al Jarama que impuso su nombre al conjunto.
La cartografía científica más antigua y completa que se ha conseguido, es de 1875 y bien merece dedicarle unos minutos para destacar cosas que los planos actuales ocultan o bien omiten por no considerarlas información de interés.
En este Madrid de apenas 900 hectáreas, se aprecian a primera vista dos trazos destacados, uno es que la M-30 de los años 70, era por entonces un flamante arroyo que cerraba la ciudad por el oriente y se hacía llamar “del Abroñigal”.
Otro es que ya llega el ferrocarril a la estación de Príncipe Pío, aunque aún faltaban unos años para inaugurarla. Llega desde Ávila y el último tramo la hace por la margen izquierda del Manzanares que en ese tramo, va a la cota de 580 y al llegar a la estación, marca 620, es decir, ha subido en un zig-zag la nada despreciable cantidad de cuarenta metros.
El centro de la ciudad que se edificó en el borde suroeste de una terraza superior, llega a los 650 y sigue subiendo hacia el Norte, mientras la Ronda de Segovia, a la sazón el mirador hacia el Sur de la ciudad, tiene la nada despreciable cota de 640 y desde esa ronda se divisaban en primer término unas huertas, luego el río Manzanares y al otro lado la ermita de San Isidro y tras una suave pendiente, Carabanchel y a lo lejos, Alcorcón.
En la siguiente imagen artística del siglo XVII, se muestra lo que se vería de Madrid desde esta ermita del santo patrón: Un cabezo urbanizado hasta los bordes y tramos de la muralla 2 en las zonas más expuestas; en conjunto y a grandes rasgos, que la ciudad inicial y la que persistía a finales del siglo XIX, seguía el modelo estratégico de las ciudades que confiaban su seguridad a la topografía y a las murallas. Hoy nada de esto queda salvo en documentos, así que se analizarán los registros que quedan de diversas descripciones pero la mayor información puede estar en los cientos de lugares que tienen nombres parecidos a Madrid y que aún conservan su fisiografía inicial.
Está bien empezar por las recreaciones que han realizado paleontólogos, arqueólogos y geólogos y que nos muestran las terrazas del Manzanares al final de la era Cenozoica: Ríos con abundantes ramificaciones y pacíficos arenales en numerosas barras entre sus marcados canales arenosos formadas a partir de la meteorización de los granitos de la sierra que se ve al fondo. Madrid es un gran bloque de arenas consolidadas cuya cubierta casi plana baja en ligera pendiente hacia el SSE hasta que la cuesta se hace abrupta y baja en un corto trecho hasta el río.
Los que hemos trabajado en el subsuelo de Madrid buscando acomodo para los transformadores eléctricos y la líneas subterráneas, conocemos bien la fabulosa “arena de miga”, esa “casi roca” que consiste en arenas gruesas débilmente consolidadas, pero que permiten hacer cortes verticales sin contención ninguna si la obra es rápida y decidida.
Dirán otros que la consolidación de la miga no es de fiar y que a nada que haya una fuga de agua el socavón repentino está asegurado antes de tres años… pero esa arena que permitía su excavación con un simple palo debió de ser un recurso estupendo durante milenios para los nómadas que pasaban por la zona de ese mirador soleado y adecentaban un antiguo abrigo tallado en la roca o se hacían uno nuevo mientras cazaban, pescaban o recogían algo por los infinitos arroyos y solanas que ya en Febrero estarían llenas de gazapos.
El Plano de Mancelli de 1623, mostraba ya a Madrid en lo alto de la terraza, con un límite urbano muy definido por conventos y huertas, límite que no sobrepasaría hasta mediado el siglo XIX. Ahora, toda una gran corona alrededor de esa ciudad se halla cubierta de edificios y calles, así que solo en los parques y en alguna bodega antigua pueden verse vestigios de aquel suelo y subsuelo.
Madrid, así, tal como se escribe y suena desde hace siglos, no está sola.
Hay otro Madrid a secas cerca del pueblecito de Oria en la árida campiña almeriense de la Sierra de Las Estancias; son apenas diez casitas entre parcelas de huertos y frutales en un interfluvio soleado entre dos ramblas, pero aparte de ese Madrid, nombres compuestos que contienen Madrid, hay muchos más; hay como dos cientos: Arroyo Madrid en la comarca de Cabuérniga, Barquillo de Madrid, cerca del Río Esgueva, dos Barrancos de Madrid, uno, junto a la Haza Madrid, en Sierra Nevada y otro en Gran Canaria…
Un áspero lugar de montaña entre crestas en la serranía de Cuenca que se llama Calles de Madrid y un predio sin relevancia que se llama Calzada de Madrid, en Cantalapiedra.
O una Cañada de Madrid (que no va a Madrid) en Valladolid.
También hay media docena de Cerros de Madrid, dos en Toledo, otros dos en Córdoba, uno en Cádiz y otro singular en Cuenca.
Y una Fuente Madrid en las estribaciones de la Sierra de Javalambre.
En la sierra más occidental de Málaga, la Sierra Crestellina, hay todo un entorno lleno de lugares que llevan Madrid como apellido como una garganta, una majada…
Mata de Madrid es una cárcava cerca de Las Navas del Marqués, pero también hay hasta tres Peñas de Madrid, dos en sendas sierras cercanas entre sí a casi 2.000 metros de cota en el Sobrarbe y otra en Navalperal de Pinares, pero en Córdoba hay toda una Sierra (sierrita) de Madrid con su cresta pétrea y su antigua laguna y en la Sierra de Baza, una solana implacable que se dice Solanas de Madrid.
Y en la campiña de Guadalajara junto al arroyo Torote por donde anduve hace treinta años contando avutardas, hay un lugar de cuestas labradas a favor de la pendiente coincidiendo con surcos del terreno, que se conoce como Tierra Madrid.
Para terminar, si alguien se va hasta Puente Genil, dará con un cerrito que se llama Viña de Madrid.
Pero los nombres que llevan “madrid” aglutinado, son muchos mas.
Por ejemplo, hay varios Valmadrid y Vallemadrid; todo el mundo conoce Vaciamadrid, Madridejos, Lamadrid y La Madrid, Madrid de las Caderechas, Madridanos…
Ni el monte ni la aldea zaragozana de Valmadrid, están en valle alguno aunque el Catastro aconsejado por La Academia les haya puesto la uve de valle como a otros lugares de esa misma zona de barranqueras que siglos de trabajo le ha dado la especial estética de la foto adjunta de escalones o terrazas.
Hay también topónimos que terminan en “dri, drid, drida, dride, drido”, como Adri, Calandri, Taladrid, Villamondrid, Valdepodrida, Pedride, Ponte do Pedrido…
Otros que lo hacen en “driz”, Aldriz, Baldriz, Jadriz, Valdriz…
O en “drit” , L’Estany Podrit
Y en “dril y drill” al final o en medio, Almendril, Cabeza Madrillera, Ladrillar, Cerro Tolodrillo, El Cocodrilo, El Madrillanu, El Madrileño, La Madrila, Laguna de la Madrileña (en San Asensio), siendo muy abundante en la geografía desde Toledo a Murcia el término de “Madriles”, forma que no hay argumentos para creer que la costumbre de ciertas zonas de Euskadi, para referirse a Madrid llamándole “Los Madriles” proceda de ahí, sino de la facilidad con que “d” y “l” se permutan en algunos entornos sonoros.
Un caso interesante se da al Sur de las Tierras de Sahagún con un arroyo que se llama Matriz de la Cava y que drena multitud de zonas lagunares para llevar sus aguas al Río Cea y hacer cultivables las tierras a lo largo de sus casi cuarenta kilómetros. La segunda mitad de este arroyo, cambia su nombre por el genérico de “Arroyo del Valle”, donde sigue secando las aguas de una extensión donde los asentamientos llevan el apelativo de Madrigal: Matallana de Valmadrigal, Santa Cristina de Valmadrigal, Castrovega de Valmadrigal, Castrotierra de Valmadrigal…, es decir, el modelo “madri-matri” es persistente.
Hay varios Madriz y Madriza que coinciden con zonas de acuíferos superficiales que han sido drenadas con redes ortogonales de acequias. Madriz del Rebollo, de nuevo en Tierras de Sahagún, es una acequia de drenaje de lo que antes fue un pantano.
Madery (madri) es una aldeíta francesa cerca de Limoges.
Aunque no hay una conclusión convincente, si que hay unas circunstancias que soportan la idea de que tanto los componentes de Madrid: “Mah, mad, mat, dri, driz, drit, dril, adri…”, son autóctonos y muy frecuentes en la toponimia, como que sus combinaciones aparecen con más frecuencia en ciertos entornos.
Por ejemplo, volviendo a la forma antigua “matriç”, hay un verbo vasco, “matrik” (“matrikatu”), con el significado de “estrujar, drenar”, que tiene presencia en forma de “madrid, madriz”, en zonas con fuerte influencia del agua superficial en las que hay indicios de que hubo lagunas someras, zonas encharcadas, que fueron sometidas a labores de avenamiento para desecarlas y transformarlas en suelos agrarios.
Se especula que se dedicaban esfuerzos comunales a cavar acequias de drenaje para rebajar la cota de las aguas y aprovechar no solo los fondos de esas lagunas, sino las extensas coronas de su derredor en las que el agua bajaba su estado piezométrico. Yo mismo he oído relatar a campesinos que vivieron en Castilla a principios del siglo XX cómo en los largos inviernos sin mucho quehacer, sus padres los enviaban con una pala, “a cavar zanjas” para sanear las tierras. Y es que contra lo que piensen las mentes urbanitas, era peor el exceso que la escasez de agua.
Esa misma forma aparece en diversos lugares que se llaman “Lamadrid”, nombre compuesto de “lama”, lagunita y “driz”, desecada, canalizada.
Es posible que la labor de canalización que cuando era extensa se manifestaba con surcos tan rectilíneos y paralelos que exhibían su factura humana, se haya dado en muchos de lugares que se llaman “madrigal” e incluso que la imagen de surcos paralelos en gran número como la que muestran algunas rocas sedimentarias y metamórficas cuando se encuentran muy buzadas y desmanteladas, reciban la coletilla “driz”.
Chao de Viladriz en el comienzo occidental de la Cordillera Cantábrica, es un cabezo rocoso que crea un mirador llano que mira al Sur y en el que los materiales parecen estratificados con un buzamiento vertical que se manifiesta a la vista como trazos paralelos muy persistentes.
En el Alto de Baldriz, al Sur de Orense se ven también líneas rocosas.
Taladrid es una aldeíta asturiana en la raya con Lugo que se asienta en una gran pendiente surcada por cárcavas casi verticales.
Madriecha (“madri atx”, peña rayada) es un afloramiento rocoso en Somiedo, que destaca por los profundos surcos paralelos.
El Madrid central sigue sin resolverse, pero se ve reforzada la idea de algunos estudiosos, de que “madriç” pudiera ser el eje de todos estos nombres y bien pudiera estar relacionado con formas de canales de origen natural, pero también creadas por el trabajo de antiguas generaciones con el objeto de manejar el agua.
[1] En el Plano atribuido a Antonio Mancelli en 1623, este río figura como “Manmares” [2] Muralla “recrecida por el artista” si se compara este dibujo con el mapa de Mancelli, de la misma época.
Y en Andorra tenemos Madriu, un hermoso valle pirenaico que yo recorrí hace años, por donde fluye un río de aguas turbulentas.
Maravilloso artículo sobre Madrid.
Saludos
Cierto, arroyo que va la Valira y que en su tramo medio tiene un lugar llamado «Infierno», como otros casi 500 infiernos que hay en arroyos, barrancos, ríos y pozos, de los cuales aún no he conseguido desentrañar el significado.
Madrid no puede proceder de «matriç» ni de nada parecido ya que eso no explica de donde surge la -g- de la forma árabe. La única solución es una forma MAGETORITO de donde surgen a la vez la forma árabe, más culta, con conservación y palatalización de la -g- y la castellana o mozárabe, más vulgar, con pérdida de -g-.
Es así de sencillo. Ninguna dificultad si se conocen las leyes fonéticas.
Amigo Francesc, las llamadas leyes fonéticas, principalmente las de Verner y Grimm, son un artificio tramposo que preconiza un sentido, cuando no lo hay, es decir, todas ellas son bidireccionales. La trampa de los lingüistas durante los últimos dos siglos, ha sido la de dar por sentado que Latín y Griego eran las bases de un sistema, cuando no lo eran. Nuestro trabajo consiste en no partir de preceptos como ese, que un conocedor del Euskera rechaza inmediatamente y analizar sin esa absurda condición.
Por ejemplo, si cualquiera busca la etimología de «hilo», todas las fuentes recurren al «filum» que está escrito desde hace 2400 años y deciden que la «f» se hizo «h» y luego se perdió, así que al «ilo» le pusieron la hache que faltaba y todos contentos.
Pero el proceso no fue así.
Primero nació «il», raíz que designa a las fibras elementales, especialmente pelo, crines y lanas y luego se le fueron adosando (proceso natural) aspiraciones, «h», «f», «p»…
Tengo más de 2.000 casos como este; lo fácil es seguir la corriente, citar bibliografías y vivir del cuento, pero hay gente que no se cree todo lo que está escrito y le gusta comprobar si las leyes y costumbres necesitan una revisión.
Esta cultura nuestra empezó diez mil años antes de que se comenzara a escribir.
Saludos.
Bravo