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Maragatos

En el oscuro pasillo de la casa donde vivía de niño, había un cuadro colgado en un cantón que quedaba en sombra y su título fue de lo primero que leí subido en una silla. Leí y lo aprendí de memoria: Ma ra ga tos. Era una pareja vestida con traje de gala, pero no conseguí ver los gatos, así que por la noche me contaron una fábula de don Ramón de Campoamor en la que intervenía el mulo de un maragato y ya, para siempre, para mí, maragato significaba mulero; algo así como un beduino que en lugar de camellos, llevaba mulas.

 

 

De mayor he comprobado que aún hay polémica entre los que creen que el nombre de maragato está relacionado con el transporte con mulas y carros y quienes argumentan que es la comarca de la Maragatería quien ha dado el nombre a los nativos sean carreteros o no.

 

Obviamente los muleros y carreteros eran más conocidos y hay más gente que cree que los arrieros llamados desde antiguo “maragatos”, fueron los que proyectaron el nombre en la comarca que eligieron para vivir, pero nombres de lugar de la misma genética, aparecen por cientos en España: Galicia, Extremadura, Aragón, Murcia, ambas castillas, Andalucía, Navarra…, lo que refuerza la convicción de que hay alguna condición del espacio, del terreno, que favorece este tipo de nombres.

 

Porque esa circunstancia de la carretería progresiva, unida a que la toponimia descubre nombres similares en lugares muy lejanos de la llanura leonesa donde se encuentra La Maragatería, lugares tan al Oeste, Este o Sur, como un Arroyo del Maragato en La Coruña y otro en la Tierra de Campos vallisoletana, un Barranco de Maragatos en el oriente de Teruel, Malagata que es una tierra en el valle de Unciti en Navarra o Malagato un viñedo en o más oriental de Albacete y cientos de gatos y gatas en lugares no apropiados para que este pequeño felino que ha sobrevivido a otros de su género, gracias a que ha aprendido a convivir con los humanos.

 

No obstante, la existencia de continuas fuentes que sugieren explicaciones lógicas, el castigo natural de los curiosos es que a veces nos asaltan dilemas que pueden orbitar nuestros pensamientos durante meses y que raramente resolvemos.

 

Por ejemplo, hace unos días di por casualidad con la denominación que en el idioma punjabí dan a un itinerario, a una ruta o carrera: “Maraga” y –por tanto- un “maraga do” bien podía ser un transportista profesional. En contra está que no tenemos noticia de que ese complejo país entre India y Paquistán haya surtido de caravaneros a la Europa occidental. Como mucho hay una corriente que señala a los gitanos como una etnia procedente de ese entorno, pero tal corriente es solo una elucubración lingüística y ese “arte” da pocas veces en la diana.

 

Además, nadie conoce que los gitanos se hayan dedicado al transporte como los maragatos.

 

Comenzando el análisis por esta actividad, resulta que la carretería de corta y media distancia era desarrollada en el pasado como actividad complementaria, por muchísimos agricultores que tuvieran carro y tiro, lo cual no era poco. Aquí mismo, hecha la siembra del trigo en Noviembre, muchos caseros se iban con su carro y pareja de bueyes a canteras y minas para acarrear sus productos durante el invierno. En La Rioja hacían viajes más largos, hasta la costa, para traer vino y subir bacalao y en los pinares de Soria y Burgos, tras la misma siembra, se iban con los carros llenos de tabla aserrada vendiéndolos río-abajo hasta que se vendiera toda.

 

No es disparatado pensar que algunos que resultaban diestros en este trabajo, “alargaran” sus itinerarios y acabaran mejorando su equipo y trabajando para el rey o para el ejército en viajes  de cien y más leguas y que los maragatos, en cuya tierra –decía un tratante que conocí en los años setenta- están las mejores mulas del país, ensayaran tempranamente el oficio del transporte mirando hacia Galicia a donde se encaminaban siguiendo el trazado de la Cañada Sanabresa, camino que no sería malo, porque a mediados del siglo XIX los ingenieros del ferrocarril decidieron por ahí cerca su primer trazado de vía ancha.

 

La costa gallega era un buen lugar para llevar vino, trigo, garbanzos y mantecadas y traer inicialmente sardinas viejas, congrio y pulpo seco y más adelante, bacalao, así que la leyenda era de fácil arraigo, pero el deber del investigador es el de atar cuantos cabos disponga para acercarse a soluciones coherentes y sostenibles, no los eternos axiomas de los que quieren que todo venga de un imperio y de un momento, porque el conocimiento humano se ha ido forjando a lo largo de milenios, aunque su registro gráfico sea reciente.

 

Así, la “cata” que los ingenieros de obras públicas hacemos en un terreno para definir el tipo de cimentación que llevará nuestra construcción o la cata que el pastelero hace de su crema para ver si está en su punto, puede que no procedan del prefijo griego “cato”, hacia abajo, sino de una raíz euskérica muy anterior con la que se designa a un cuenco, a una descarnadura natural o artificial del terreno, una cárcava, incluso un foso de enterramiento y hasta un bolso o recipiente de piel…, así mucha de la presencia en Toponimia del morfema “cata-cato, gata-gato”, puede estar relacionada con una erosión incipiente con formas muy peraltadas, algo frecuente en terrenos de origen sedimentario y con precipitaciones de carácter torrencial.

 

En cuanto al inicio, hay que considerar que también la ese y la zeta se cuelan a veces donde inicialmente hubo una erre, así que lugares como Masago, Masagón, Masagoso, Mazagudo y Mazagatos pueden ser parientes de la Maragata que dio en la Maragatería, variantes que sugieren que el nombre es prehistórico y una época en que al no haber asentamientos permanentes, el transporte como servicio no tenía sentido, esto es, Maragato parece ser un topónimo como casi todos, esto es, que no tiene que ver con las peculiaridades de los habitantes sino con características o fenómenos de la tierra.

 

Si ese comienzo del nombre apunta a posibles cuestas (“mal”), a algún tipo de formación vegetal densa (“mará”) o uvadales (“matz…”), el final, aparte de algunos “gatos” coherentes, aporta cientos de ellos que habría que analizar: Pringatos, Rodrigatos, Jagatos, Calzagatos, Chichagatos, Estiragatos, Estragatos, Arrogatos, Cegatos, Mojigatos, Perangatos, Pardegatos, Purigatos, Salcegatos, Vegatos y hasta Xan Gatos…, pensando en erosiones muy aparentes.

 

Hay una ladera en Cuenca, uno de cuyos tramos se llama Valdelosgatos. El “val…” no parece referirse a un valle, sino a una cuesta (“mal”) y llaman la atención los surcos transversales que la orlan. Esta morfología se repite en varios lugares, como en la entrada a Los Monegros, tierras de Gómara, Cerrato, La Bañeza… Quizás el caso más llamativo está cerca de Autol y en Lazagurría, La Rioja y Navarra.

 

El Cerro de Miragatos en Málaga es de una forma cónica casi perfecta: “bira gato”, cerro de revolución.

 

Si con el aparente plural “gatos”, se encontraban tres cientos de nombres, con “gato y gata” en aparente singular o emparedado en el nombre, el número se multiplica por diez.

 

La coincidencia de laderas muy “mecanizadas” por la erosión y con relieves modestos pero fuertes, también se da en cientos de lugares con “Gata”, como en el pueblecito cacereño de Gata en las faldas meridionales de la Sierra homónima o en la alicantina Gata de Gorgos, en la figura.

 

Y en la peña Santagata en Urraul bajo.

 

 

A veces, la gata se transforma en Ágata, como en el Portillo de Santa Ágata, cercano a la Peña recién mencionada de Santagata, fiel a los cerros que con frecuencia acompañan al aparente nombre del felino.

 

Así que llegando a este punto y volviendo a las tierras llanas de León que el Órbigo, Esla y Cea configuran, al continuar hacia occidente, hacia Astorga y los Montes de León, las formas comienzan a peraltarse de forma brusca y los surcos, cerros y crestas aparecen desde el valle con mayor frecuencia y extensión que en otros lugares, así que no es de extrañar que el nombre “mara kata”, abundancia de surcos haya dado en “Maragatería” como plural insistente con la desinencia castellana “ería”.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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