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Mari, marido, marica

Pocas voces habrá con mayor polisemancia que “mari”. Mari son infinidad de lugares en el mundo antiguo, son poblaciones, edificios sociales, son lenguas remotas, seres misteriosos y diosas, nombre de personas…

Pero todos los diccionarios y enciclopedias se resisten a dar otra versión que la judía y ahí se queda todo.

Algo parecido sucede con el popular marido, que ya Isidoro relacionaba con el Latín “mas maris” y por cuya senda han seguido nuestros geniales lingüistas de quince siglos hasta que algunos se atreven a corregirle para asegurar que era “vir” de virilidad la forma canónica de los machos humanos…

¿Y marica?… Aunque Covarrubias ya cita los mari-maricas, oficialmente se explica que ya entrado el siglo XVIII, se llamó maricas a los varones con poco carácter que se dejaban manejar como marionetas (muñecos a la sazón llamados maricas). Así, por mucho que extrañe al lector con verdadero interés acaban muchas explicaciones etimológicas en nuestras lenguas cercanas y acaban así por un exceso de comodidad de los responsables de la lengua, que se limitan a buscar en textos anteriores y a seleccionar lo que encaja con su tendencia y modelo, subestimando yacimientos vivos como el Euskera, lengua que –sin conocerla- consideran carente de interés.

Y –sin embargo- muchas claves para entender las evoluciones de lenguas occidentales, están en esta lengua vasca.

Por ejemplo, la significación de “ma arí”, mari que es tan sencilla como contundente al estar formada por la raíz “ma”, determinante de la generación, de la producción y por ende de la continuidad de las especies y de “arí”, dedicación, función principal; es decir, mari equivale a decir “reproductora”, madre de una saga, de un linaje.

Algo me decía desde hace años que esto era importante, así que mi primer modelo en arcilla fue la Venus de Wildendorf, modelo que estoy seguro que no he tirado, pero no consigo encontrar. La de la imagen es la verdadera, una auténtica Mari.

A partir de “ma ari”, “ma ari dun” (“dun”, encargado, poseedor) y su apócope “maridu”, es la expresión del macho ligado a una mujer-madre y comprometido con su estado y destino.

De forma parecida “ma ari ka”, donde el sufijo indica negación, carencia, se refiere a un macho que no posee hembra grávida. Quedan en el aire juicios relativos al proceso, como si carece de mujer madre porque no se aparea con ella o por otros motivos, pero la sentencia parece clara.

Pero esa ausencia de sentido común en los académicos españoles, es también extensiva a los que manejan el propio Euskera, dándose casos de nombres vascos precisos y sonoros como el de la mariposa que han sido suplantados por otros ñoños, carentes de mensaje y poco prácticos como “pinpilinpausa”, por creer que mariposa era voz castellana, cuando su nombre “ma ari pox a”, la destructora, describe perfectamente el destrozo que causan las larvas de estos lepidópteros cuando salen de su puesta en el envés de las hojas y devoran en minutos hojas enteras…

“Pox” es el descuartizamiento, el destrozo y “ma ari pox a”, la causante de que sus larvas se merienden una berza en horas.

Yo disfruto observando cómo la mariposa blanca de la col, fija ordenadamente con rápidos movimientos de su abdomen medio ciento de huevos amarillos en mis lúcidas berzas, huevos que corro a retirar con un palito en cuanto la ponedora se va.

¡Cuanta observación habrán practicado nuestros antepasados y qué pena que los sabios actuales lo sean sin práctica alguna!.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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