Membrillo.
Este pomo singular se llama así solo en Castellano; punto.
En las demás lenguas latinas, se conoce como “Codony, coings, cotogna (mela), cotoneum, gutuie, marmelo, quince…”, muchos de cuyos nombres recuerdan al algodón, al “cotón”.
En las germánicas el abanico es más estrecho y apenas hay dos variantes, “Quince y quitte”. En las eslavas se vuelve a abrir el repertorio, “ajva, ayva, diyulya, kukuruznaya, kutina, kutija, slatiska…” y en las védicas la dispersión es parecida, pero de ninguna de ellas se percibe una clara relación con el Griego, “kydonia” ni con el Latín “melis malum” que se empeñan en citar los eruditos aunque en la jerga popular se llame “cotoneum”.
Tales expertos aseguran que la “rara” voz castellana, procede de la latina “melimelum” y esta a su vez de la griega “melimelon” (manzana dulce) a través de “alteraciones muy corrientes”, pero quien haya procesado membrillos, sabe que su carne es todo menos dulce: Áspera, astringente, seca, granulosa… Incomestible de no asarse o cocerse.
Como son sabios, salen del atolladero diciendo que no es que sea dulce el pomo, sino que es tan soso, que hay que comerlo con miel y de ahí el dulzor; tampoco les importa que el nombre principal griego sea “kydonia”, que también es cercano a “cotón”, porque tienen referencias bibliográficas para justificar cualquier cosa y su opuesta…
Los monjes tampoco se quedaban cortos pues como la protuberancia axial del fruto les pareciera recordar algo que habían visto a escondidas, no dudaron en proponer que lo de “membrillo” se refería al parecido de esa protuberancia con el sexo externo femenino; un prolapso carnoso con el que soñaban…, el “miembrillo”.
Bobada tras bobada para llevar el agua cuesta-arriba.
Lo probable es que los antepasados nómadas le pondrían el nombre por alguna propiedad que tiene, no por un tema circunstancial que pudo suceder en la opulenta Atenas, pero que no tuvo porqué ser así en las montañas de Azerbaiján o de Persia, donde- seguramente se conoció antes- y eso es lo que se trata de buscar.
Muchos de los nombres latinos citados recuerdan a la pelusa del algodón y eso es lo que vino a mi mente ayer mientras con un estropajo limpiaba una arroba de membrillos verdes de su “jersey de pelusa” para mezclarlos con azúcar y transformarlos en dulce.
Su configuración ensortijada y la suavidad que conferían al fruto me pareció suprema y al tiempo pensé que a las mariposas les costaría mucho traspasar esa “cota de malla” con su abdomen para dejar los huevos… En la distancia corta, con una lupa, la vellosidad se veía ensortijada, llena de rizos.
“Men bir il, menbril”, me dije: “El genuino pelo rizado”; ¡este pudiera ser el nombre vernáculo del cual solo la cursilería de los académicos ha cambiado la “n” por “m” para cumplir una más de las absurdas leyes ortográficas!.
Aunque esta sea la explicación para el nombre castellano, también la otra corriente “cod, coi, cot…” suena bien, porque “ko ata”, literalmente “tejido fuerte”, es el elemento tecnológico que equivale al actual “tricot” o “punto”; forma de tejido que a diferencia de la tela (trama-urdimbre), tiene nudos y no se deshace al fallar una costura.
De ahí al “coat” británico y a la “cota de mallas”, apenas hay un paso: Parece que los antiguos observaron cómo estaban enlazados los rizos del membrillo para avanzar en las industrias más prósperas de la tierra, primero la guerra y las cotas de malla y luego la confección, los tejidos de punto.