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Menorca, Mahón, El Toro, Alaior…

Acabo de deshacer las maletas de un viaje por Menorca y quiero darme prisa por anotar las impresiones de este viaje antes de que el tiempo las desdibuje.

Hoy en día todo es tan rápido, superficial y mercantilizado, que el efecto combinado de la propaganda local, los mensajes de los guías y el subir y bajar del autobús es más probable que te hagan “ponerte a tierra” (como decíamos los estudiantes de Sistemas Eléctricos cuando el profe se ponía pesado) y acabes reafirmándote en dos o tres ideas que ya traías, que pilles algo importante de aspectos sociales, económicos, históricos o medioambientales.

Mi disciplina de mayor interés es la Toponimia y este asunto es especialmente vulnerable a un fenómeno que  suele consistir en el planteamiento histórico de grandes orígenes (amasados por los eruditos) para los lugares importantes y la defensa a ultranza de los mismos por los cicerones o guías de turistas nada interesados en alterar sus cómodos y grandiosos guiones, así que aunque iba centrado únicamente en el Faro de Cavallería porque un tío mío se inició como torrero allí hace ahora ochenta años, la explicación del guía que resolvió el nombre de aquélla agreste, inhóspita y rocosa explanada (imagen de portada) y punta en que se llamaban así (caballerías), los condados o valles cultivables que los reyes adjudicaban a los caballeros que habían sido fieles en las recientes conquistas y que aquello era una muestra, me motivó a investigar, porque la experiencia me dice que los nombres de lugar, casi siempre tienen explicaciones “físicas” y solo algunas veces relacionadas con gestas.

En efecto, “caballería” era un concepto relacionado con unidades de superficie de tierra como lo era una “peonada” o una “yugada” cuando los actores eran un peón o una pareja de bueyes y en la conquista de América se usaron todas ellas, pero el entorno tan poco adecuado para la agricultura de la zona y la casualidad de que encontrara otros nombres similares a lo largo de la costa abundaron en mi duda.

Comenzando por el Norte, Cap de Cavallería, en la punta en que se implanta el faro, Platja de Cavallería en el arranque del mismo cabo, Cala en Cavaller ya en la costa oriental, Racó des Cavalls, al Oeste de Son Bou, un lugar llamado Cavalls en la Cala de en Calderer…

Apoyaba la rebeldía el caso de que hace un par de años analizaba el lugar costero llamado punta de Saltacaballo en Cantabria (ver Eukele.com), motivo por el cual, al rebuscar aparecieron varios “Caballo” en la costa cantábrica, siempre en roquedos, también en Francia, en Italia (varias puntas rocosas y cabos como Capo Cavallo y Punta Cavallo…), en Marruecos, Roche Caballo… muchas coincidencias que apuntaban a un nombre arcaico reminiscencia de una lengua circun-mediterránea relacionada con el Euskera, quizás compuesto por “kab”, cavidad, hueco techado que los caprichos académicos han escrito con “c”, “k”, “v”, “b” según lugares y momentos y “aio o ayo”, roca o pared rocosa vertical.

Voces ambas antiquísimas que han acabado escrita de varias maneras y con distinto género: “ajo” (como en el Cabo Ajo o la Cueva de los Ajos), “aya, ayo”, como en la Peña Amaya, Cerro Picayo, Monte Cayo; “aia”, como en Peñas de Aia, “aja”, como en Cabezo y Cerro de La Tinaja, Peña Gibaja; “allo”, como en varios Alto del Caballo y Cabeza de Caballo, casi sesenta Cerros del Caballo;  “axa”, como Pedra Sartaxa; “acha, ach”, como el Cerro de la Muchacha, la Pedra Facha o la Peñaborracha, Peñón de Ifach, Larrach… y que en países de habla catalana ha solido corregirse a “ac”, como Muntanya de Marxac, Penya del Gost Flac; “atx”, como el Pic de Colatx y recientemente en Euskera, “haitz”, como Haitzorrotza, Allaitz, etc. una gran variedad de versiones, pero muy fáciles de detectar y entender.

Según esto, el Cap de Cavallería sería la descripción inequívoca de un paquete calizo de gran potencia, que las aguas marinas donde se formó y luego las continentales una vez emergido, han llenado de infinidad de cuevas, característica que los viajeros aprecian pronto en ese entorno y en toda la isla abundan, muchas de ellas se visitan y algunas figuran en los carteles turísticos, incluyendo los del faro en cuestión.

Tras la corta y determinante explicación del guía para este lugar, vinieron otras que ya no descansaban en el Castellano medieval o moderno, sino en un rosario de lenguas, griega y fenicia púnica, occitana, latina, bereber, árabe y -creo que- hasta francés e inglés, aunque no hubo ni una sola mención a “sustrato mediterráneo” citado, emparentado con la lengua vasca o Euskera que nadie duda que existió y que Kuhn frecuentemente reclamaba y yo empezaba a ver la huella de ese sustrato, levemente difuminada en los carteles de las carreteras y en los folletos turísticos.

Me llevará un año revisar un gran trabajo que ojeé hace un par de años, ejercicio de recopilación (más propio de becarios que de un primer espada) editado como Tesis Doctoral de la UNED con casi ochocientas páginas, sesenta de ellas de Bibliografía, pero incapaz de sugerir una conclusión clara y en el que creo recordar se recogían todos los argumentos que el guía aportaba como una ametralladora sin esperar ni desear comentario alguno.

La cuestión se agudizó cuando en la visita a las cercanías de la Illa d’en Colom le pregunté por los avances arqueológicos en la mina de cobre prehistórica descubierta recientemente y se salió por la tangente diciendo que lo único importante eran los restos de una basílica paleocristiana.

Seguro que las ruinas de la basílica[1] conservan mensajes, pero que en los vertederos de una mina prehistórica se hayan encontrado mazas de piedra, restos de mineral y madera quemada con 4.000 años de antigüedad ya en los niveles superficiales, anula todas las fechas dadas para el poblamiento de las islas y apunta a muchas e importantes novedades.

Una de ellas, probablemente, la intervención de la “percibida y no encontrada” lengua que organiza una coherencia de la Toponimia del Suroeste de Europa, norte de África, Oriente Medio y Macaronesia, difícil de explicar con los paradigmas actuales que son los de nuestro guía.

Esa huida implicaba que casi un milenio antes de la fecha que se plantea para las primeras visitas a las islas Baleares y -quizás- en el lugar opuesto[2], ya había una interesante actividad de minería, reducción y fusión de cobre, material que desde mucho antes se usaba para todo, desde hachas a fíbulas, desde clavos para barcos a alambres, sartenes, yelmos y espadas, partiendo de “menas” que conteniendo algo de plomo o antimonio, daban “bronces” más o menos duros que luego mejorarían con el “estaño”[3].

Esta realidad traerá otras novedades y no se tardará en cambiar los paradigmas “de moda” que dicen que otros archipiélagos fueron visitados mucho antes, justificando esta aparente situación en el hecho de que Iberia estaba muy atrasada y fuera de las rutas comerciales de los “avanzadísimos focenses” y se plantee que también hubo corrientes de Oeste a Este ante la evidencia de que hubo minería temprana en Menorca y que pudieron ser aquéllos mineros los que acabaron con el “myotragus” silvestre en las dos islas septentrionales. Foto de su reconstrucción.

Esto llevaría a que esta isla nunca fuera llamada Nura por sus habitantes o visitantes frecuentes, ni el nombre que permanece tiene nada que ver con ”Minorica” por ser menor que Mallorca (¡vaya ligereza, apta solo para párvulos!), sino con “men orka”, literal y concretamente, la mina de la trinchera, del foso, ámbito en el que se está excavando en la antigua mina, punto más oriental de España.

Esta circunstancia puede y debe dar lugar a una  puesta en duda de novelas que arrancan en las crónicas del mundo clásico, pero que en el Renacimiento fueron revividas por eruditos como Esteban de Covarrubias (ver facsímil) y quedaron fosilizadas en la mente de los sectores “hipercultos”, siendo oportuna ya una intensificación de los estudios y una apertura decidida de los ámbitos académicos al Euskera, so pena de que toda nuestra producción científica quede resumida a enormes catálogos de información que consumen recursos ingentes y no producen resultados.

 

Para no alargar este ensayo, se deja para los próximos días la explicación de los nombres de otros lugares muy conocidos de Menorca, como Mahón, El Toro, Alaior y otros menores como Santandria, Ponts d’en Gil, etc.

[1] Dicen que este nombre deriva del adjetivo griego “regio”, pero en Euskera significa “iglesia campestre”, mucho más coherente.

[2] Se suele querer que fuera Ibiza la primera isla ocupada.

[3] Todas estas voces, tienen explicación desde el  Euskera; “men a” aparte de mina, significa, lo puro, lo selecto, en referencia a sales metálicas, bronce, es la contracción de “borr”, verter y “ontze”, mejora, indicando la facilidad de la aleación para rellenar los moldes y estaño, asimismo, contracción de “estal”, cubrir y “eiño”, acción, peculiaridad de este metal para extenderse sobre cobre, plata, oro y hierro pulidos.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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