Hay pautas que dependen del temperamento y son difíciles de dominar. Una que me domina es la búsqueda de la brevedad que me lleva a querer acortar tanto los ensayos, que a veces los cierro sin haber explicado algo importante. Por ejemplo en el reciente sobre Mezquita, apenas confirmé lo de los robles del profesor Peterson y mucho menos lo que pueden significar otros nombres del mismo tipo.
Así, Huan me solicitaba educadamente en Eukele.com la explicación debida.
Los robles y las “quercíneas” en general han sido árboles admirados en estas latitudes nuestras y puestos de ejemplo continuamente por su fortaleza, sobriedad, calidad de su madera y carbón, por sus benditas bellotas, por sus taninos, corcho… e incluso algunos, por servir de pasto para los ganados cuando las hierbas se agostan. En la imagen, ramoneo de encinas”.
El roble que mejor ramón da para el ganado es el quejigo, llamado también cajiga, roble valenciano, roble enciniego, roure pastiú y hasta tocorno por el castigo que sufren sus ramas y no es otro que el Quercus fagínea (debido a Lamark desde 1783) en Latín, que es conocido en Euskera como “ametz” y fuera de España como Quercus lusitánica.
Árbol muy tolerante a la variación de humedad, se encuentra en entornos desde semiáridos a subhúmedos, actualmente escasea en llanuras pero hay indicios de que ha desaparecido por la presión agrícola y pastoril, siendo más presente en el piso montano y prefieriendo litología silícea, graveras, arenas, conglomerados, pizarras, aunque alguna subespecie tolera la cal, yesos y margas.
Antaño el roble característico de España, el castigo al que se le sometió en centro y este de la península, mucho menor en el occidente, ha determinado que en ambientes internacionales sea más conocido por el apellido de lusitánica, así que su presencia actual es residual, por lo que el mapa siguiente puede inducir a contradicciones con la Toponimia que puede citarlo en lugares distintos de los señalados ahí, lugares en los que se cumple el dicho de que el la toponimia es el registro que menos cambia.
Ese nombre “ametz”, ha dado numerosas variantes que han nombrado-sin ninguna duda- a lugares muy diversos y como derivada, han generado muchos apellidos que son a veces más populares que los propios lugares que les dieron origen; así, Amestoy, Amescoa, Amesti, Amésturi. Amestutxa, Amézqueta, Amézaga… son apellidos célebres de personajes públicos y que han dejado esos nombres en calles y plazas.
Para iniciar el análisis toponímico, conviene decir que si hay mezquitas en los mapas que se refieren a templos u oratorios, pero son muy pocas, contadas, como la Mezquita de Sidi Embarek en Ceuta, la de Cristo de la Luz, en Toledo, la de Basharat en Pedro Abad (Córdoba), la de El Ejido y quizás el Castillo de la Mezquita en Almonaster la Real (iglesia).
Y hay que continuar diciendo de no son en absoluto abundantes los lugares que se llaman “mezquita” de forma pelada, apenas tres (Jaén, Alpujarra granadina y Almería), tres lugares inóspitos en lo alto de sierras pedregosas como el cerro de la siguiente imagen a casi 1.000 metros de altitud en la Sierra Cabrera de Almería y dos más con la forma “mesquita”, una en Benicarló (un alcachofal) y otra en Museros, Valencia, una huerta, siendo evidente que no hacen mención a oratorios.
En cambio son muy abundantes las formas articuladas bien con “la, las, a ó l’”, las diminutivas y otros caprichos que en total, con “z”, “s”, “t” ó “d”, se acercan a tres cientos.
Es probable que muchos de los nombres que en Galicia y sus proximidades han vuelto a llamarse “A Mezquita” en la época democrática (una docena) después de haberse llamado “La Mezquita” en épocas autoritarias anteriores, hayan debido su nombre actual y primitivo a la existencia de quejigales notables, porque los terrenos graníticos y sus fases de descomposición son gustosas para las variedades principales de los quejigos, pero aún así, conviene analizar los lugares uno por uno para comprobar si hay indicios de haber habido encharcamientos someros del tipo “lavajo” que la decidida actuación de los agricultores ha transformado en albercas, como en el caso de estas Albercas de La Mezquita en Huesca.
En este remoto y semidesértico lugar de Huesca, el complemento La Mezquita se repite también en la granja cercana que se llama Castillo de la Mezquita, granja en la que no hay restos de castillo ni promontorio alguno ni cuenca visual ni población que proteger, debiendo sospecharse que “kast” (alteración de “katz”) es debido a la salinidad de las aguas y originalmente esta era una zona de lavajos salinos.
Este análisis hay que repetirlo también para los numerosos lugares llamados (o que contienen) “La Mezquita” en España y que rondan los cien, porque son posibles al menos dos mecanismos; uno nemoral y otro hidrológico. Por el primero, el nombre pudo haber sido “Amezketa” ( partiendo de “ametz”, quejigo, “eta” pluralizador y la oclusiva “k” insertada, una práctica común entre algunas consonantes y vocales). La posterior evolución de “amezketa” a “a mezquita”, es elemental cuando se dejó de llamar “ametz” a estos robles.
Es posible que la “a” inicial se tomara por artículo por la gente culta y en las zonas castellanas se tornara en “la”: La Mezquita. En las catalanas, con igual mecanismo, quedaría como “L’amesquida”.
Pero también es probable que la forma original fuera “lam ez kitá”, porque la presencia de charcas y lavajos o los indicios de haberlos habido es constante en una parte de los nombres de lugar de esta familia. “Lam, lab” era la forma radical original de esos fenómenos hídricos que finalmente acabaron como “lama”, “laba” y su diminutivo “laba djo”, que la cultura oficial corrigió a “lavajo”.
Según eso, para “lam ez kitá”, una explicación coherente es la que parte de “kitá”, desaparecido, ausente, “ez” humedad, saturación y “lam”, agua somera, que en conjunto describe un proceso de xerificación, viniendo a decir “humedad de la charca desaparecida”.
La zona oriental de Extremadura concentra algunos de los lugares como Las Villuercas y el área de Cornalvo, concentran varias “mezquitas” acompañadas de lavajos convertidos en charcas permanentes o semipermanentes e incluso lugares llamados Charcas de la Mezquita, que muestran solamente las sombras redondeadas de los fondos de antiguas pozas que ya no existen.
Otras veces figura como Hoya (Ciudad Real) y Joya en Cantabria, también con los rasgos curvos típicos de las lagunas o lavajos.
Queda por investigar la correlación entre crestones de roca y este nombre, que se repiten en varios lugares; quizás relacionado con «eski», bordes duros, de donde las «esquinas».