Esta comunicación de apenas media hora de lectura paciente que se había pensado para un grupo de montañeros vallisoletanos, precisaría para ser bien transmitida de un escenario tan amplio como ese conjunto de valles y de dos o tres meses de recorrido -sin prisas- y de observación permanente, pero en nuestra era, es la velocidad lo que se impone, así que se describirán solo algunas cuestiones que nuestro modelo cultural ni siquiera considera, pero que sin ellas es imposible entender la evolución de la Humanidad en este mundo.
Antes de nada, un parecer basado en el análisis cruzado de muy diversa información, que las generaciones antiguas, especialmente las prehistóricas no eran la agregación de tribus o clanes brutos e ignorantes, sino el producto refinado de una respuesta desde la inteligencia a una Naturaleza compleja, cuyas claves conocían y que nos ha hecho posible llegar hasta la actualidad, aunque -olvidada aquella mesura- ahora somos capaces de destruir la vida tal como se conoce.
Otra opinión bien fundada es que la economía (con mayúsculas) ha determinado siempre las formas de vida de la humanidad y se barrunta que, así como los comienzos debieron de ser muy difíciles, el exceso de riqueza actual amenaza un final tan enrevesado como aquel comienzo.
(Imagen de pastoreo en la Somalia actual, sistema de vida que hace milenios conoció en el Viejo Mundo un apogeo que fue ejercicio necesario para preparar nuevos escenarios como la agricultura y selvicultura, la industria y la guerra.)
Una tercera es que la curiosidad y el espíritu de libertad son los que han movido a los individuos más inquietos que han abierto nuevos destinos y luego les han seguido todos los demás.
Al comienzo de cualquier análisis, no se debe pasar por alto que la configuración corporal de los humanos es la adecuada para los bordes de las selvas, para territorios con árboles y grandes espacios herbáceos, lo que se llama “ecotono silvo-herbáceo”.
Predadores de pequeños animales terrestres, pájaros, huevos, anfibios y peces y comedores de frutos y raíces, tempranamente observaron los comportamientos de herbívoros mayores[1] y aprendieron a manejar a las hembras, haciéndose con sus crías que usaban como rehenes.
Contrariamente a lo que se enseña en manuales de antropología y en literatura sobre Prehistoria, la expansión desde los bordes de las selvas templadas hacia llanuras, riberas, estepas, montañas y tundra, no se realizó cazando y recogiendo lo que se encontraban, sino manejando rebaños de rumiantes, équidos y camélidos que constituían su fundamento alimenticio y de aporte de materiales complementarios (piel, tendones, crines, lana…) de los minerales, maderas y fibras vegetales que se daban en lugares adecuados.
Esta “necesidad” ambulatoria, desarrollada en el hemisferio Norte desde hace unos 400.000 años; más o menos desde el periodo Mindel-Riss con vaivenes en las épocas intermedia, Riss-Wurm y Wurm-actualidad, ha quedado tan marcada en la psicología de nuestra especie, que casi 10.000 años de sedentarismo no han conseguido erradicarla de un subconsciente que en las personas más libertarias se manifiesta como afán por la aventura (sobre todo por la montaña) y en la gente vulgar por la obsesión por los viajes de vacaciones.
No hay en la bibliografía ni se ha buscado fervientemente un paradigma que explique cómo eran los movimientos humanos en las zonas templadas y frías de Eurasia y África a lo largo de esos cientos de miles de años, cómo se transmitían las cuestiones vitales y los conocimientos, qué idiomas, jergas o sistemas de señales manejaban, pero el hecho es que han sobrevivido a cambios climáticos, ambientales y sociales y han llegado con fuerza sobrada hasta la frontera que conocemos como Neolítico, una raya que se distingue principalmente por la querencia progresiva del sedentarismo y por la marginación -primero- y la imposibilidad física del nomadeo determinada por la “propiedad de la tierra”, la creación de estados y la explotación agraria, forestal y urbana del suelo, finalmente.
Sin embargo, algunos investigadores propugnamos una forma de vida que en ambientes académicos se llama “pastoralismo” y que consistía en que pequeños contingentes humanos con progresivos vínculos de sangre (entre 30 y 50 personas) con rebaños de rumiantes, équidos y camélidos que les garantizaban los alimentos y materiales básicos, recorrían los cinturones de grandes estepas y zonas ligeramente arboladas y en sus circuitos se aprovechaban de productos estacionales.
Estos grupos conocían suficiente de la dinámica genética como para poder seleccionar los caracteres raciales de sus ganados y estaban al tanto de los problemas de consanguineidad, por lo que sus jóvenes veían con regocijo el encuentro con otros grupos al tener la oportunidad de formar parejas que en el suyo no eran viables. Este y otros mecanismos colaboraban a una transmisión continua de informaciones, descubrimientos y sucesos que debieron dar lugar a una gran red de parentescos e intereses compartidos bajo una estructura oral que se mantuvo hasta que la densidad de población fue haciendo difícil esa dinámica.
De esa cultura móvil y de los primeros milenios en que comenzó el sedentarismo, apenas han quedado pequeños objetos y algunas construcciones o indicios[2], pero en la lengua vasca hay un número enorme de sustantivos, adjetivos y verbos que enlazan la actualidad con aquel ambiente pastoril y también la Toponimia de gran parte de Europa muestra las cadencias, “la música” de posibles nombres de lugar con una sorprendente lógica, más creíble cuanto más numerosos y frecuentes son los lugares con estructura sonora parecida.
Esto lleva a pensar que aquellos nómadas, además de su propia lengua “íntima”, pudieron tener una “lengua franca”, suficiente como para entenderse con otros grupos y esta lengua pudo ser muy parecida al Euskera actual, donde las evoluciones sucedidas tras milenios son limitadas y fáciles de seguir y deconstruir.
Ahora, pasados seis, ocho, diez mil años desde que nuestros antepasados dejaron de moverse por el mundo como forma de supervivencia, aún quedan reminiscencias sociales de la necesidad de andar que a gran escala se reflejan en hábitos, casi instituciones como el “Camino de Santiago”, la visita a la Meca o la Vía Francígena de Canterbury a Roma, pasión que a escala doméstica surge más como un afán vocacional de querer subir a las montañas que lleva a que en el país haya más de mil clubes formando parte de la Federación de Montañismo.
Así, tras esta exposición en la que huelga decir que la intensa actividad de milenios en las tierras llanas y ricas ha desbaratado gran parte de los indicios de la época pastoril, es en las montañas donde mejor se han conservado los nombres de los lugares, así que repasando las cadenas montañosas que circundan Castilla y León, además de nombres genéricos de clara antigüedad como Cantil, Cuchillar, Pedrera, Risco, Raso, Sierra…, hay también nombres modernos o neologismos como Mojón[3] tres Provincias o Pico Tres Mares, que han sido bien aceptados.
No pocas veces aparece Huerto, Huertos con cierta frecuencia en lugares de alta montaña donde un huerto es imposible. Si en esos lugares hay alguna fuente o pozo o indicios de haberlos habido, es muy probable que el nombre original fuera “u etor” (surgencia de agua) que se metastiza a “u erto”. Las huertas, en cambio, generalmente en lugares frescos y riberas, están más cerca de “u ert a”, el borde del agua.
Pero es en las agrestes montañas donde más o menos evolucionadas, se conservan voces de hace milenios, a veces confundidas con otras corrientes y actuales, como en el Pico Cuartas, donde “cuarta, cuartas”, lleva un “ku” que indica formas agudas, piramidales y “arta s”, posible confusión con “artez”, se refiere a la rectitud de la línea de ladera que el observador lejano contempla.
En la imagen, Pico Cuartas en Fuentes Carrionas.
Nombres como Torozo, La Mira, Meapoco, Almanzor (el Cuerno), La Galana, Ballesteros, Galayo, La Covacha, El Perro que Fuma (antes Vicente), Alto de las Batallas, Las Azagayas, La Ceja, La Maliciosa, Peñalara, La Miel, Cervunal, Hierro Mayor, San Lorenzo, Trigaza, Gilbo, Pandébano, Urriellu, Peña Labra, La Palanca, Tesorero, Aguja Alpino, Peña Amaya, están esperando nuevos análisis.
Espigüete es otro nombre de un pico de la montaña palentina, nombre con apenas dos más que comparten ese escaso y personal “espigu” y que son El Respigu, un predio entre Villaviciosa y Gijón y La Espigulina, un área de montaña media (1000 m.) del extremo Sureste de Teruel, en la comarca de Matarraña, donde lo más característico son las Penas de Masmut, una docena de enormes columnas de conglomerados terciarios que recuerdan a los Mallos de Riglos.
“Esp” está con frecuencia relacionado con lo sorprendente o inesperado, “igo” es la acción de subir y “eta-ete” es la multiplicidad, así que “esp igo ete” haría “las subidas impresionantes”, que cualquier montañero ha comprobado en la cara que mira al Oriente.
Curavacas es, si cabe, más conocido y nombrado aún que el Espigüete, seguramente por el nombre simpático que tiene interpretado desde el Castellano y que la tradición quiere relacionarlo con el lago de unas tres hectáreas que hay en la pendiente Norte, unos 750 metros bajo la cima y que llaman igual que a ésta, Pozo Curavacas.
Para este lago no faltan leyendas ya que su grafía (con uve) lleva inconscientemente a pensar en vacas enfermas que buscan solución, pero su nombre probablemente significa algo diferente en la lengua que se hablara en la prehistoria.
Hay una voz en el Castellano, “baca”, que se refiere a las barandillas que llevaban las diligencias en el techo, voz que nuestros lúcidos académicos quieren que derive del francés “bâche”, lona para cubrir mercaderías u otros productos, pero que por su función, está más cerca de “ba ka”, donde “ba” es el desplazamiento y “ka” la ausencia, es decir, lo que impide que los elementos sueltos se muevan, una especie de friso o zócalo alargado que evita que el agua, la nieve, arena, etc. traspasen un límite. Ver cumbre con nieve solo a un lado.
Algo que recuerda a los dos kilómetros de cumbre en curva que se señala en amarillo en el mapa. Esto podría avalar la hipótesis de que el nombre original hubiera sido “gür a baka ax” frase en que “gur” indica la curvatura, “ba ka”, paso imposible y “ax”, peñas, en concreto, cima curva de paso inviable.
En Quilamas, el comienzo, “kil”, se aplica a lugares muy angostos, bien sean crestas o simas y la parte final, “iamas”, se parece a la denominación de la tierra pobre, “iaba”, en referencia al terreno inválido para cultivo e incluso para bosques densos.
Sobre Peña Ubiña (y las Ubiñas), lo primero a decir es que hay Peña Ubiña (Mayor y Pequeña) y al menos dos Pena Oubiña; las primeras en la frontera entre León y Asturias y las segundas en Pontevedra (Reariz) y La Coruña (Tambre). Casi todo lo escrito en época clásica se refiere a las primeras y -como suele ser habitual- hay coincidencia abrumadora al asegurar que su nombre es alteración de “albina” (blanca) o bien que es el monte “Vinnius” de Ptolomeo.
En los últimos años, que muchos aficionados comienzan a usar el Euskera para aproximarse a posibles resultados, hay propuestas como “u-bina”, a dos aguas, que podría ser acertada porque algunas de sus aguas van al Luna y al Duero (Atlántico) y otras, al Huerna y Lena (Cantábrico), pero su iberísima eñe, señala con “ña”, lo descarnado y abrupto de su morfología, en tanto que el nombre pudo empezar siendo “obi ña”, lo que haría referencia a las profundas cárcavas “obi” que la orlan.
Peñalaiz (“lai” es surco, canal) en Béjar, aporta una curiosidad más importante que la propia cima, el Llano de la Panadera, planicie de tres hectáreas que su nombre anuncia, “pan atea”, llano del portillo.
Meapoco, cumbre en “T”, estrecha y con cuencos o “bocos”.
Almanzor, “ar mantzur”, piedras desencajadas.
La Galana, “gar ena”, el más alto.
Ballesteros abunda mucho (300 o más en el país), en tanto que arqueros, apenas hay cinco.
Galayo, emparentado con Galana, “gar ai o”, grandes peñas altas.
La Covacha, mejor, “laku bae atxa”, la peña que abajo tiene lago.
Vicente, duplicado.
Las Batallas (alto de la Batalla), “bata aia”, la peña del encuentro.
Las Azagayas, “latz aga aia”, la peña de entorno áspero.
La Ceja, “ze txa”, pequeño abrigo.
La Maliciosa, un circo donde se repite ese nombre que también está en La Cabrera (Laguna Malicioso), en Duruelo (Paso del Malicioso )… pendiente de descifrar.
Peñalara, mucho más habitual de lo que se cree, (Covarrubias, Olleros de Pisuerga, Cameros, Ledesma, Pedraza, Sierra Menera, Guadarrama, Lara de los Infantes…), relacionada con “la ara”, superficie arenosa.
La Miel, posiblemente en origen “llamiel”.
Cervunal, muy corriente, pastos pobres.
Cabeza de Hierro Mayor y Menor, posiblemente de “igar o”, reseco…
San Lorenzo; hay Llorenços, Lorence, Llorenç, Llorengoz, manantiales como en el San lorenzo de Larrioja.
Cima Trigaza en La Demanda, “trik atx”, ¿rocas trenzadas, imbricadas?.
Gilbo en Riaño, hay otra sugerente peña del Silbo en Lanzarote.
Pandébano o Pandéjano?, “pan” en general se refiere a una llanura encajada. Como este collado.
Tres Mares parece moderno y lógico.
Urriellu, “urr” es la idea de agudeza o esbeltez, “el” la madurez y estabilidad y “u”, grandeza.
Peña Labra, sierra también conocida como Hijar, se desarrolla a lo largo de más de 22 kms, muchos de cuyos tramos acusan la estrechura del cordel y las condiciones de las rocas (buzamientos y diaclasas principalmente), así que los tramos superiores de las laderas están llenos de grandes rocas desprendidas; de ahí probablemente “lab ar a”, significando “las piedras deslizantes”.
En las imágenes, un tramo con rocas sueltas al Sur y otro, al Norte.
La explicación según “Hijar”, sería parecida: “Igi ar”, piedras movedizas
La Palanca. Hay varios altos, cerros, collados, cuerdas, tossales… de La Palanca. “Langa” es un paso difícil y “pal” por delante puede significar forma plana, pero hay que discutir sobre “palanca-palancia”
Tesorero, un pico con casi 2.600 metros, que parece claro referirse a “teso or”, el teso alto.
Para terminar, la Peña Amaya, la gran roca de “amá aia”, ya que “amá” usado como adjetivo, se refiere a lo mayor de su género, seguido de “aia”, la peña.
[1] Esto no fue válido para las grandes praderas americanas, donde a la exclusividad del bisonte, de doma imposible, se unió la ausencia de équidos y camélidos, tan necesarios para la logística.
[2] Piedras de cencerros, imágenes talladas, marcas de seles en las montañas, dólmenes…
[3] La “hipercultura” dominante explica la muy ibérica forma “mojón”, como evolución de “mutülus”, un elemento constructivo de frisos de los templos sin considerar que “moko” es un pico, un hito cónico en Euskera.
Maestro,
Creo que es una de las entradas que más me han gustado. La pena de los que estaban esperando y no pudieron disfrutarla.
Quisiera hacer una aportación (dentro de mis limitaciones, claro!) a uno de los topónimos que has puesto en tu lista de análisis. Subo a Peñalara todos los años al menos una vez; bien sólo o bien con mis hijos. Según tu ADN del Euskera, se trataría de PEÑA-LAR-A. Todavía hoy, la falda este es un gran pastizal que hasta en verano, debido a las lagunas que se van secando durante el estío, proporciona pastos a caballos y vacas. Desde allí hay unas vistas increibles tanto de la cuerda larga como ya de la meseta. Para mí sería entonces la PEÑA (que creo que vendría de BE-EÑ-A) del pastizal.
Por otro lado, has tocado un topónimo que me parece muy interesante y que yo le había visto una interpretación alternativa. El pico Urriellu. Tengo identificados varios topónimos que tienen relación con UERRI, peñasco (según el ADN del euskera). Creo que podría ser Urriellu<– URRI-ELL-U<–UERRI-EIL-O, por aquello de que los asturianos cierran la 'O'; o sea, 'hecho de un gran/alto peñasco'. Un ejemplo adicional es el pueblo de Huercal-Overa en Almería; Huercal (lo de Overa lo dejo para otra ocasión) vendría del pico donde está el castillo, que es también un gran peñasco hendido casi en vertical; sería UER-KAL<–UERRI-KAL, o sea: 'el peñasco hendido'.
Un gran abrazo!