Compartir las ideas que se discuten es relativamente fácil en tanto no se entre en signos, porcentajes y cantidades; así leyendo relajadamente lo que está en boga en la cultura oficial (la que comparten universidades, academias, entes culturales, medios de comunicación y editoriales), la onomástica es el estudio del origen significado y evolución de los nombres personales o de familia, extendiéndose esta afección a los nombres de lugar o “toponimia” y es aquí, en este ámbito donde surgen las primeras diferencias numerales y el desacuerdo.
Desacuerdo que se avanza al comienzo de este ensayo y que surge inicialmente porque en esa cultura oficial se considera que la asignación de nombres al territorio es reciente, casi siempre post romana y relacionada con la posesión de una hacienda por un prohombre que tras desaparecer dejó su impronta de milenios a un entorno que desde entonces se llama de una forma aparentemente derivada de su nombre 1).
Según las bases de ese planteamiento, toda cultura comienza con el sedentarismo y la consecuente agricultura que traen la riqueza, el bienestar y la escritura y con esta, bueno, con los restos de ella, con las epigrafías, la Historia, no reconociendo antes de esa época ningún mensaje integrado, comprensible ni coherente.
En el caso de la Toponimia, casi nada se reconoce en Iberia antes de los romanos, cuando lugares y nombres están plagados de trazas prerromanas. Modelo de ese comportamiento es que autores de la fama de Unterman ni siquiera mencionan la Lengua Vasca alguna vez en sus publicaciones, ciñéndose a obsesiones indo europeístas para buscar unas docenas de referencias que les placen, mientras dejan al margen miles que pudieran perjudicar a sus paradigmas.
Sin embargo otros pensamos que el proceso no ha sido así, que los nombres de lugar son antiquísimos (quizás cientos de miles de años), que los lugares tenían nombre antes de tener dueño, cuando los visitantes eran esporádicos, cuando los grupos humanos eran nómadas y recorrían el mundo con sus rebaños recogiendo cuanto se terciaba (productos, informaciones, sucesos…).
Nos basamos para ello en varios argumentos, el más importante de los cuales es el idioma vasco, el Euskera que incluso en una forma relativamente cercana a la actual, es capaz de buscar sentido a los nombres de lugares lejanos, a las denominaciones de animales, vegetales y minerales que son de otras latitudes y climas y a muchos de los fenómenos atmosféricos y geográficos.
Además, la lógica apoya a muchos razonamientos, por ejemplo, el hecho antroponómico que se producía con los habitantes de selvas húmedas, lugares muy productivos donde las tribus no tenían necesidad de deambular en zonas amplias, lo que redunda en poca interacción entre grupos, una densidad de lenguas distintas muy superior a la que se da en las periferias de las selvas y en las llanuras y estepas. Es un hecho biológico que la especie humana tiene condiciones físicas arborícolas, pero en un momento dado decidió ocupar espacios abiertos con vegetación de auge estacional y aprovecharse de animales herbívoros que migraban en busca de pastos, aprendiendo a seguirlos y llegando a crear una especie de “comensalismo” con ellos al protegerlos de otros predadores y finalmente, haciendo de cortejo de unos y otros herbívoros, llegó a dominar casi todo el hemisferio que llamamos Eurasia y el Norte de África.
Así, en los mapas que ha popularizado el lingüista Mark Rosenfelder, se ven en las zonas esteparias y de praderas, grandes franjas en el sentido de los paralelos y con unas anchuras máximas de dos o tres mil kilómetros en las que se hablaban lenguas de la misma familia, porque eran las franjas climáticas en que se movían diferentes grupos nómadas.
Esto es manifiesto principalmente en las llanuras de Eurasia y en las grandes praderas de Norte América.
Pero al entrar en las selvas de América Central y Meridional, las franjas desaparecen a favor de manchas-isla de mucha menor dimensión, escala que se reduce aún mucho más en selvas como las de Guinea-Papúa.
Volviendo a las llanuras herbáceas, es relativamente frecuente encontrar topónimos con ciertas similitudes y con sonoridad vasca en una franja que partiendo de Portugal llega hasta la península de Kamchatka.
Esta “familiaridad” de los nombres se extiende a la Macaronesia, a las islas mediterráneas e incluso a partes del África septentrional que no han sido gravemente afectadas por el cambio climático del Sahara o por culturas agrícolas como Egipto. Tal coincidencia sugiere que la movilidad de los grupos actuaba como catalizador para una cierta homogeneidad lingüística, lo contrario que en las selvas húmedas.
La designación compartida de los lugares era una decisión geopolítica de la época que permitía a los distintos grupos un uso inteligente del territorio, una planificación del uso de los recursos y hasta una coincidencia ocasional en lugares de referencia, para estrategias de futuro, como matrimonios, mejora genética de rebaños, intercambio de materiales y noticias, travesía de masas de agua, etc. Decisiones, todas ellas que han de ser admitidas como Cultura, una cultura radicalmente distinta de la urbana derivada de la organización agraria.
Toda esta teoría resulta reforzada por cada nuevo descubrimiento.
El último hace referencia a la reconsideración de una propuesta del año 2010 que a raíz del hallazgo en Creta de hachas en una estratigrafía del entorno de los 130.000 años, retomaba grandes titulares “Antiguos humanos navegaban por los mares hace 130.000 años”, circunstancia que junto a otras cada vez más frecuentes, puede llegar a dar un vuelco sin precedentes a la explicación del mundo antiguo y de su potencial.
Luego se volverá a la Toponimia, pero la extensión a la Onomástica facilita una inmersión rápida en una realidad más cercana, como la de los nombres de personas. Por ejemplo, una revisión rápida de nombres que en la literatura histórica se reconocen como ibéricos pero sin significado, muestra que independientemente de la grafía utilizada, el Euskera al que nadie se acerca decididamente, puede aportar evidencias respecto a ese significado oculto, por ejemplo:
Aldonza, nombre de mujer muy extendido al comienzo del Medievo, que algunos explican como “De origen noble” sin detallar de donde obtienen ese calificativo “ajeno”, no propio, cuando el Euskera nos ofrece una versión propia, íntima, más plausible para la denominación de una niña: “Plena de potencial para el bien”, a partir de “ald”, potencial, “on” bondad y “tza”, compendio, concentración.
Lope, nombre de varón, que de forma cómica se hace proceder del latín “lupus”, lobo, cuando un niño sabe que en Euskera, “lopé” es el elemento inicial de cualquier conjunto, a veces el más viejo o el mayor, equivaliendo generalmente a “primogénito”, así que “Lope de tal o cual”, significa simplemente “el representante, el plenipotenciario, el heredero”.
Nuño, también nombre de varón, que suele explicarse como el hijo “nono”, el noveno, haciendo ibérica la costumbre romana de “primus, secundus…”. No se puede negar tal posibilidad, pero hay que reconocer que la probabilidad de que una mujer llegara a tener nueve varones vivos es bajísima, en tanto que su explicación desde el Vasco como evolución de “lun ño”, viene a significar “el que conjura la oscuridad”, el que ilumina.
Munia, e realidad, “muña”, que los latinistas quiere ver emparentado con “munis”, servicio público y que nada tiene que ver con lo que inspira una niña al nacer, lleva una eñe clarísima que las conveniencias de los cruzados de la cultura del Este han marginado y no significa otra cosa que “bonita”, de bella estética, lo que hoy en día se diría “mona”, bonita, graciosa.
Elo, nombre raro que se trata de ligar a “ille”, aquel, el que está más allá y que otros emparentan con Eloy y Eloísa, desde el Euskera se ve más cercano a “ele oi”, algo así como “el que tiene facilidad para las lenguas, el traductor”: “ele oi”, donde “ele” es el lenguaje y “oi” la propensión.
Garci, que es –posiblemente- el nombre que más autores dan como vasco y que en copia de la visión germánica de “Arturo”, suelen asignarlo opciones tan alejadas entre sí, como “oso” (de “hartza”, el oso) y “joven” (de “gazte”), un análisis desapasionado lo dejaría en un apelativo mucho más antiguo y cercano a la voz que se tiene por latina ligeramente metastizada (sin serlo), “grazia” (“gratia”), en realidad, “gar hazi a”, “llama potente”, fuego consistente.
Galindo, ampliamente representado en la toponimia más que en la antroponimia, ha sido aireado por los celtistas, como mezcla de “gail” (lanza) y “win” (amigo, usuario), así que “galwin”, lancero habría dado “Galindo”. Se discrepa radicalmente, porque “gal”, “gali” es un hidrónimo frecuentísimo que se refiere a entornos de lagunas someras, un sitio rico de caza de aves y criadero de anfibios, teniéndose muchos indicios de que los antiguos “manejaban” algunos entornos de los ríos para prolongar el estado léntico de algunas pozas, creando esteros y balsas que alargaban los periodos de presencia de lámina de agua, facilitando que algunas aves nidificaran y que las ranas, castores, etc. , prolongaran sus presencias. Así, “gal i eindu” sería un apelativo de corte profesional, algo así como “el experto en hacer estanques”.
Godina, nombre de mujer que los expertos no aciertan a colocar en el mapa, yendo a los Balcanes o aún más allá para decirnos que es una voz de aspecto eslavo o bajándose al moro, cuando “got” 2) es una raíz que se refiere a la solidez física y a la mental, contracción de “got düna”, “La Fuerte”.
O el popularísimo Sancho que los sabios de título discuten si vendrá de la forma manchega de llamar al cerdo (“! sanch, sanch!”) o de la santidad, cuando “sa antzo” no quiere decir otra cosa que “tripa enorme”, tripón (de “sa”, pellejo, odre y “antz”, extenso), apelativo que Don Miguel ya usaba en el siglo XVII para el escudero “Sancho Panza”.
Con Tello pasa algo parecido, quieren verlo germánico y se van a ”thyld”, calificativo que significa paciente, don envidiable, pero omiten buscar en Euskera, donde “teil eilo” y su forma contracta “teillo” nos trae el mensaje de que el personaje decide como cortar el material o cualquier controversia, esto es, quien lleve ese nombre es un corregidor alguien importante con licencia para enmendar, el que decide.
Se puede continuar con decenas de estos nombres, pero es oportuno cerrar el tema con la conocidísima Urraca (vieja cascarrabias), personaje de los comic de hace sesenta años que no hace justicia al verdadero significado de Doncella, muchacha Virgen, a partir de “urra ka”, donde el verbo desgarrar se proyecta en “urra” y la negación, en el sufijo “ka”.
Cerrar, para seguir con la Toponimia, disciplina que ante la carencia de opciones que la variante física sugiere a nuestros sabios toponomásticos, se ha decidido como abrumadoramente antroponímica, es decir, basada mayormente en la fórmula que se citaba al principio, así, Cornellá, debe su nombre a que un tal Cornelius gestionaba una hacienda al borde del Llobregat, cerca de donde ahora se discute sobre el aeropuerto de Barcelona .
Tal “feliz idea” se entrega a la publicidad de los medios afines sin hacer siquiera un mínimo análisis sobre si el lugar donde se aprietan los noventa mil habitantes de hoy, han podido ser en algún momento soporte de una finca notable, sin tener indicio alguno de que haya existido ese Cornelio, en fin, un acto de chulería cultural a favor del modelo latino.
El asentamiento llamado Cornellá se estableció en la prehistoria en el declive orientado al sur que hay entre la “meseta” de Sant Just, a unos sesenta metros de cota y la vega del Llobregat, a unos cinco. Arriba, el árido suelo apenas daba para viñedos (ver mapa de 1920) y la vega, inundable cada pocos años antes de la regulación del río, era fértil, pero no admitía asentamientos.
Si el estudioso se va a Cornellá, tampoco encontrará rastros de Cornelio ni siquiera de las intervenciones de otros agentes en época medieval porque la urbanización ha ocupado no solo la ladera o declive, sino las tierras altas e incluso –para temas deportivos y sociales- la parte alta de la vega, tónica que desde hace ciento cincuenta años es imparable con el binomio de “vaciar lo rural” y “llenar lo urbano”, pero Cornellá (que en su forma átona se usa coloquialmente como “puta” en Catalán), dispone en España de más de cuatrocientos lugares parecidos, que como el Barranco de Cornellá en Vidreres, a 80 kilómetros del Cornellá de Cornelius, en otro barranco del Cornellón, en Escatrón, en Cornei, cerca en Girona o en otros lugares como los siguientes, puede llegar a convencer al más suspicaz de que sí es posible una investigación, pero que el resultado no estará en los patronímicos latinos, porque la mayor parte de los lugares llamados de esa forma, porque casi todos ellos están en sierras, picos y lugares pedregosos, donde ningún Cornelio se iría a explotar la tierra.
Para ejemplo, unos pocos:
Hay Cornellá en la comarca de La Litera entre Huesca y Lérida, una más con su monte homónimo en Lugo y otra del Terri en Girona, hay Cornellana y Cornelle en Asturias y otras Cornellana más en Lérida, Cornelles en Barcelona y Sallent del Gállego…
Hay sendos Cornell al pie del Montseny y en Sant Celoni, en Cataluña, pero también lo hay en Monforte de Lemos, a mil kilómetros y hay Los Cornelios en Santomera, Murcia y un Serrat y Cingle de Cornell en Pirineos, un Cornelio en la Sierra Norte de Sevilla, pero entre tantos nombres parecidos, llama la atención la predominancia de la imagen de una estratificación rocosa “lineal”, geométrica en muchos de los lugares.
También en el Corneyana de Asturias, en el Cornelles barcelonés, en los Cortijos de Cornelio de Huesca y Granada, en la Cueva Cornellés en la lima entre Teruel y Castellón, en el Cornellal de Asturias, cerca de Llanes, en la Ermita de San Cornelli y hasta en la Isla Cornella de la entrada en Arosa…, aspereza.
Y si en un salto nos vamos a Cornualles en el suroeste británico, lo primero que nos llama la atención son las rocas de sus costas como paredes alineadas (Kor oron wall), casi todos lugares de una agricultura imposible por las rocas superficiales que en la Cornellá del Llobregat se esconden -seguramente- bajo los cimientos de sus casas iniciales, que, inteligentemente no se edificaban en los viñedos de la planicie superior ni en la vega del río, sino en la solana áspera de paso entre la cota alta y la baja.
Igual de ridícula es la asignación de “tierras del padre” al Paterna de Valencia con el brillante razonamiento de que en ese caso, la finca era de un padre (vamos, como son casi todas las fincas) y también ridícula (vista desde el potencial del Euskera) la regla sencillísima que se hace ley cultural cuando la localización termina en “ana, ena ó ano” y se van para Roma todos los nombres de Iberia.
Este tema merece todo un tratado 3), pero aquí solo puede darse una visión superficial so pena de cansar al lector, pero es necesario avanzar un corolario que asegura que Onomástica y Toponimia son inabordables sin contar con el Euskera, con el sentido común y sin amplios conocimientos de Geografía, Biología, Ciencias Sociales y otras varias disciplinas científicas, vamos, no es un tema para lingüistas ni para historiadores, es un tema a atacar con una decidida vocación de aceptar lo que surja desde análisis multi disciplinares, dejando “en reserva” las manías imperiales latinas con que se ha pintado “sobre húmedo” una y otra vez, huyendo de la ciencia, y la costra comienza a despegarse.
1) Los autores que viven en la línea oficial no escatiman ejemplos desde Zaragoza para Cesar Augusto hasta Cornellá para Cornelio o Lutxana para Lucianus.
2) Puede que “got” no esté tan lejos de la forma central para Dios en la germanía, “god”.
3) Los mapas y fotografías de lugares citados, ocupan mucho volumen y se aportarán en otro soporte.
Hola Javi,
Yo resido en Cornellá de Llobregat y, con la ayuda de tu hermano Jon, creí haber descifrado el topónimo: Gor= duro + na = plano + ella//eña = peña.
Pero claro, este planteamiento no coincide con la orografía del terreno. No existe ninguna roca plana, ni siquiera la hay bajo el castillo. Y tampoco hay tierra roja en la zona (gor/gorri), otra de las hipótesis que yo barajaba.
Kor + Orn + ella/eña, describe muy bien esta franja de tierra donde se fundó la ciudad, y que debió llamar la atención de aquellos que se movían por el delta del Llobregat hace miles de años.
Un abrazo
Lo que propones es posible, donde “orn” suele significar bello, llamativo, diciendo “ la roca bella de lo alto”, pero como digo en el escrito, en el territorio de Cornella no quedan rastros de litología ni de relieve porque está todo edificado, así que no hay mucha ayuda desde lo físico. En España hay numerosos “ corona”, contracción de “Go oro ena”, algo así como “todo lo alto”, como la propia corona, siendo posible que el nombre original fuera “go oro en ña” (roca cortada en todo lo alto) o “go oro en eia”, (peña en todo lo alto).
Tanto la ñ como la ia, pueden dar y o ll, como se sabe, ña es la roca cortada y ai, variante de aitx ( ver Peñas de Aia, Peña Amaya, etc.), pero habría que saber la composición de lo alto de la cuesta yendo a cartografías anteriores a las que yo dispongo, que es de 1920.
Saludos
Javi, cuando te refieres a Cornualles, hablas de paredes alineadas (Kor oron). ¿Podríamos traducir oron como un elemento lineal, un estrato?
Resolver esta duda me llevará tiempo. Por una parte, «ko» (generalmente sufijo), cuando está al principio puede ser apócope de «kor», duro (como en coraza), pero también alto, como en corona, así que aún no tengo criterio para discernir si «korn» es la contracción de «ko orn», donde «orn» es la articulación, la matriz que forma una estratigrafía o «orn» se refiere a ortogonalidad, perfección, paralelismo de los estratos…, ya que en muchos de los nombres de la serie «cornel…» encuentro escenas geométricas muy refinadas que probablemente se entendían como «bello».
Lo que si parece claro, es que «ai» (all, ay…) son las peñas netas como en Peñas de Aia o en Peña Amaya, así que Cornwall lo descompondría en «go orn u ai ez», con una significación aproximada de «gran cabecera formada por rocas».
Recordad que esto tiene una parte de ciencia y dos de «arte», así que la búsqueda continua es una ley para los que andamos en esta disciplina.