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Orihuela del Tremedal

Durante un reciente viaje por Teruel con un animado autobús de jubilados urbanos[1] que ignoraban absolutamente lo que era un tremedal, esta Orihuela que yo conocía solo de nombre e ignoraba que en tal cumbrera hubiera una gran zona pantanosa me devolvió la esperanza de volver a la Orihuela alicantina -casi murciana- del río (o los ríos) Segura donde quienes estudiamos la morfología del territorio y la historia económica de las comarcas, siempre hemos sabido que, entre sequías, era una zona de tremedales.

Para entrar en el significado de los nombres de lugar, la metodología que mejor resultado da es la de ir de lo general a lo particular, así que el primer desafío es encontrar otras orihuelas que quizás no tengan la personalidad de estas dos, pero puedan aportar algún argumento que nos permita rebatir con contundencia la explicación que circula en los medios cultos, donde (hablando de la alicantina) le dan por derivada de un nombre “Frankinstein” que habría salido de un híbrido latino-visigodo, “Aurariola”, jarra de oro, absurdo donde los haya, pero del tipo de los que gustan a los memos que se empeñan en ignorar que casi todas las ciudades históricas, tienen una localización prehistórica devenida por condiciones económicas o estratégicas importantes y no por el capricho de un marchante de vajillas.

El oro es un delirio permanente en la heráldica y se sospecha que el ave dorada que se muestra en el escudo de la Orihuela de Segura (en portada), remeda una oropéndola u “oriol”, asignada por algún cronista que no se creía lo de la jarra, en tanto que en la del Tremedal, aparece un gallo colorado, ambos producto de la mitomanía de los dirigentes de antes y de ahora, que en general, dificulta más que ayudar a descubrir el verdadero pasado.

Para seguir ese plan, se inicia un recorrido por nombres parecidos:

Aparte de esas dos que parecen estar en singular, está la Sierra y Peñas de Orihuela, (diez kilómetros de pliegue montañoso entre Santomera y Orihuela), el Pozo de Orihuela en Sierra Espuña, el bellísimo Puerto de la Orihuela del Tremedal, la Solana de Orihuela en las estribaciones de Javalambre, alguna en aparente plural, como Las Orihuelas, una de ellas en el palentino valle húmedo del Cueza, harto conocido por ser de las tierras más difíciles de drenar (mapa adjunto).

Otra en la vega de un arroyo tributario del río Cueva en Cuzcurrita de Juarros, Burgos.

Pero hay otros muchos lugares con nombres muy cercanos, como Sorihuela, una en Salamanca que en la propaganda se cita su origen por haber sido repoblada con sorianos y otra en Jaén, esta, cuyo nombre se explica por haber sido repoblada con gentes de la Sorihuela salmantina, mitos y leyendas que no tienen pies ni cabeza, pero que son del gusto de los locales y por eso las realzan quienes tendrían que velar por la rigurosidad de la Historia.

También hay Torihuela y Escorihuela, la primera un hito topográfico en una loma en Cáceres, donde surgen una decena de arroyos, algunos de aguas amargas; la segunda al Norte de Teruel capital, donde los arroyos que bajan de la Sierra del Pobo, han creado un amplio glacis y una zona de huertas singular y si se opta por mutar la “h” protética por una “g” tras la que venga una “u” con diéresis, a quienes se han movido mucho por el medio rural, como los que en el último tercio del siglo pasado revisábamos las grandes líneas eléctricas, lo mismo nos sonaban las hortigüelas y escarigüelas que las “agüelas, ombligüelas, argüeyes, argüelles, jarigüelas, irigüelas, lagüelas, degüellas, vigüelas, barrigüellas, güellas, cigüelas” y hasta “zaragüelles”, que comparten la cola de las Orihuelas aunque las grafías sean tan diferentes.

Pero también algunos nombres con igual comienzo y cierto aire familiar, como Orejuela, Orihuelo, Origuillas… que junto a otros que comparten el sonido central, “iruel, igüel”, incluso “güell”[2] y numerosas “abuelas, abuelitas y abuelos”, clarísima evolución de las “agüelas” citadas arriba, que ofrecen un gran repertorio para el análisis que puede continuar buscando coincidencias que apoyen la sospecha de que en las zonas en que se han conservado esos topónimos, hay otros rastros de antiguas áreas pantanosas.

Es de ley comenzar por la Orihuela del Segura, postulando que antes de que la agricultura comenzara a ensayar cultivos en los bordes del aguazal que formaba el sinuoso Segura, ya unido al Guadalentín, al dar su último giro a la derecha, para salir al mar por donde hoy está Guardamar, había una amplia zona de más de 30.000 hectáreas de lagunas con numerosas islas, que, cauce arriba eran de aguas dulces y al acercarse al mar eran progresivamente salobres para constituir marjales como corresponde a una costa en emersión.

Es posible que hace cuatro o más milenios, la cultura argárica, basara una parte de su economía en la explotación agropecuaria de las riberas del Segura y que desde entonces no se haya cesado en la modificación de un territorio que, a pesar de ello, conserva algunos de los grandes nombres originales como “seg ura”, “mu ur tzi a”, “or igüel a”.

El nombre del río se refiere a su nacimiento en la Fuente Segura (Jaén), nombre con un significado clarísimo de “agua permanente”[3], a partir de “seg”, asunto continuo, permanente, que sigue… y “ura”, agua, parecido a otra famosa fuente, la d’en Segures en Benassal, Castellón, con un agua famosa por su calidad.

De forma parecida, el nombre de la capital y región, Murcia, se refiere a la condición que presentaban algunos ríos como el Guadalentín, de mudar sus cauces principales y accesorios cada avenida extraordinaria, tendencia que no fue conjurada hasta época moderna, cuando ingentes trabajos de siglos consiguieron crear varios canales y “convencer” a las aguas bravas de que debían circular por ellos. Así, “mu urtzi a”, significaba antiguamente, “flujos tornadizos”, de “mu”, cambiante y “urtze”, avenida, flujo.

Finalmente, Orihuela debió de ser el nombre original del elemento o fenómeno más notable, la zona pantanosa, nombre que fue proyectado a la cadena montañosa citada al principio, a la peña de mayor altura en ella y a otros lugares que lo llevan.

Su explicación cabal se descompondría en “ori u ela”, donde “ori” equivale a completamente, de forma total, “u” se refiere al agua y “ela” explica su grado de consolidación o permanencia, es decir describe un entorno en que las aguas no son ocasionales, sino permanentes; un tremedal.

Esto es igualmente válido para la extensa llanura de más de mil hectáreas en Orihuela del Tremedal que llaman “El Estepar”, zona de antiguos depósitos aluviales aportados por el río Gallo (que la toca ligeramente para desaguar caprichosamente hacia el Norte para luego girar hacia el Sur y el Tajo) y las varias ramblas que desde la Sierra de Albarracín van al mismo cuenco donde llegaron a crearse turberas y ahora es zona de cultivo intenso tras haber sido saneada, limitando la entrada de aguas durante siglos mediante motas y acequias de drenaje.

También hay casos contradictorios, como una cima entre los ríos Ambroz y Jerte, cuya explicación aún no se ha resuelto, pero otros son muy claros, como unas tierras ahora consolidadas en Lora del Río, donde en la cartografía de finales del XIX se observa una isla en el Guadalquivir, pero que en la actual (mapa adjunto) la isla ya no existe y solo queda su nombre para las tierras de labor que se llaman Isla de Orihuela.

Apoyo a esta sugerencia se encuentra también en la ribera del Queiles entre Aragón y Navarra que es uno de los entornos más alterados que existen por la actividad agraria.

Estudiante en Tarazona cuando tenía solo quince años, recorríamos en bicicleta por aquella carretera N 121 (casi toda ella de adoquines) desde Los Fayos hasta Cascante, entre acequias, chozas de hortelanos y bardas de cañizos, sin tener conciencia de lo que habían trabajado los antepasados para consolidar aquellos vergeles.

Hace sesenta años, en Cascante aún no existía el Polígono Industrial de Las Abuelas, pero si unas fincas llamadas Agüeles cerca del lugar que llamaban Traslaiglesia, donde quedaba un rastro de cauce que decían Río Naón. Ahora pienso que este arroyo se unía al Queiles entre Cascante y Barillas y toda esa zona de acumulación de cieno, se transformó con trabajo en bancales de riego, así que Agüeles, que los modernos corrigieron a Abuelas, significaba algo así como “zona blanda” (arenas movedizas), nombre que es coherente con Tarraslagesia[4], ambos hidrónimos muy frecuentes, el primero de ellos con cierta afinidad con Orihuela.

Marchando a Galicia, cerca de Outeiro de Rei en Lugo, aparece otra “Agüela” (zona de suelo blando, “padul”[5]) , está acompañada de “O Trollo” que en Gallego viene a significar ciénaga, lugar de lodo, condición reafirmada por el nombre de As Medorras y Lameiras, nombres de significado hídrico que se concentran en unas cien hectáreas sin otro topónimo popular que “rei”, que se interpreta, no como un lugar que gustara a algún monarca para pescar ranas sino como la gran acequia o canal que se hizo para desecar esas tierras, “errei”, acequia.

Ver mapa siguiente.

Hay numerosos arroyos, balsas, barrancos y hoyas del abuelo, de la abuela y variantes como Tresabuela, una aldea cántabra en la alta montaña, que se asienta en una depresión de apenas una docena de hectáreas de tierra llana creada por los derrubios y arrastres de las laderas y que a su nombre que lleva los componentes “tras a”, untuoso, pegajoso, “u” agua y “ela” persistente, como descripción del proceso geológico de colmatación de la depresión, se une la sospecha de que la advocación de su iglesia a un santo tan moderno como San Ignacio, pueda deberse a que alguna zona del barrizal se conociera como “loi ola”, donde “loi” es el limo fino y “olá” un recodo o curva del arroyo.

 

 

[1] Los geógrafos solemos calificar los territorios como “rurales”, cuando la Tasa de Feminidad baja de 0,5 y hay clara tendencia a esa bajada, así que un autobús con doce varones y cuarenta mujeres era claramente urbano.

[2] Chillido de un animal en Catalán, cualquier inteligencia adivina que no es ese el significado.

[3] La paradoja es que la fuente se secó por primera vez en la historia hace cinco años, lo que nos confirma la maldad del cambio climático.

[4] “Tarras”, untuoso, pegajoso “lagu esia” laguito cerrado.

[5] Que no procede del “palus” latino, sino de “bae aul”, suelo inconsistente, blando.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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