Entre las costumbres que heredé de mi abuela Gregoria, está la de leer cada día los mensajes del “taco” del calendario, un lujo del siglo XX que muchos de los que tengan hoy menos de cuarenta años, no sabrán que en un tiempo fue lo único que se leía en muchas casas.
Taco de hace 70 años y águila real en su oteadero.
Esta mañana venía una serie de palabras que -de uso común en el castellano-, se asignaban a orígenes germánicos, árabes, lusitanos, italianos y americanos.
Ni que decir tiene, que los redactores “tiran” de lo que publica la Real Academia, de lo que recogió Corominas en sus diccionarios y hasta de lo que se dijo por asesores del siglo XVII y anteriores, recogido por Covarrubias, Nebrija y otros y recopilado y republicado continuamente sin la necesaria crítica.
Hoy me ha llamado la atención “azotea”, que a cualquiera le suena a árabe, como todo lo que empieza por “al” ó “az” y sin más discusión se mete en la cesta, como quien va “a setas” y mete una amanita phaloides.
La explicación cultista es parca: Del árabe “sath”, planicie, tras modificarse al andalucismo y diminutivo “sutayyah”, al que el artículo convierte en “al sutayyah” y que ya recoge Nebrija en 1495 como “açotea” y así llegó azotea: Perfecto y su significado “un planito”.
¿Cómo se pueden tragar estas explicaciones durante seis siglos?
En parte, porque la internacional filológica teje y teje haciendo el paño indevanable y en parte, porque a nadie -excepto a ellos- le interesa.
Otros vemos en la azotea, no tanto un plano (que, a veces sí), sino un lugar para otear, un lugar alto con cuencas visuales amplias.
¿De dónde llega el oteo?.
Según Covarrubias del griego “optomas”, relacionado con lo óptico.
Pero es que ni Esteban ni Antonio el de Lebrija sabían Euskera ni tenían asesores de esta lengua, por lo que desconocían su potencial e incluso ignoraban que era nativa y anterior a lo griego y latino; en Euskera, “ote” es la rama alta donde vigila el águila y -por extensión- el palo o percha donde duermen las gallinas, un lugar alto, seguro y con buenas vistas.
Dejemos las aves y vayamos a los humanos, que desde hace milenios han gustado dominar el territorio desde lugares privilegiados, peñas y promontorios o simples altozanos. Ahí está la azotea sin viajes al oriente y sin quitar ni poner nada: “atz otea” la peña alta y con visibilidad, como aquella a la que llevó Satanás a Jesús para ofrecerle el valle entero del Jordán.