Estación que sigue al verano y que se manifiesta en la zona templada de la Tierra, comenzando “formalmente” en el equinoccio de Septiembre.
Para los humanos modernos de esta zona, el otoño apenas significa algo más que la caída de la hoja y el comienzo de un nuevo curso escolar con el acortamiento acelerado de los días y la preparación de ropa de abrigo.
Pero la etimología profunda nos trae otro mensaje radicalmente diferente de la forzada pastelería que nos inoculan los gestores de la cultura que se basan para todo en un Latín que es como la costra que se forma en un buen guiso, que oculta lo que hay debajo y que es lo que vale…
Antes de las primeras explicaciones, conviene advertir que el otoño dispone de –al menos- una veintena de nombres diferentes en este ámbito que llamamos “indo europeo”, es decir, desde más allá del Indo hasta Portugal, nombres que van desde las “caer, cair, cascá…” de Gallego, Portugués y Corso, hasta el “tardor y titim” de Catalán e Irlandés, pasando por “digana, eceh, fall, fallen, herfs, host, khasnu, pad, patama, ptosi, ruden, toamna, syksy…”.
Pero los gestores de la cultura decidieron que el otoño del Castellano, el automme del Francés y el autunno italiano eran las claves que determinaban la procedencia desde un tiempo del verbo latino “augere”, aumentar, y del nombre del año, “annus”; así, maquinando que “auctus annus”, algo así como “el año marcha…”, era lo fetén, se instaló y transformó en “autumnus” y ya, en otoño.
Así de complicado, alambicado y ñoño.
Aquí, los románticos amantes del Esperanto, no quisieron adherirse a la complicación hiperculta del Latín y con buen criterio, pusieron “fali” al otoño, aunque hubiera sido mejor que tomaran la forma castellana.
Pero, ¿puede alguien sensato creerse aquéllas elucubraciones?… ¿podía ser importante para nuestros antepasados que el año avanzara?…
Si tan importante era esa precisión, ¿porqué ha cambiado tanto?.
El análisis de la dinámica trófica, que es lo que importa, nos dice otra cosa; nos dice que el otoño es cuando los frutos pasaderos y los que más duran están en sazón, cuando las mieses han cedido sus granos, cuando los herbívoros están cebados y los jabalíes tienen bellotas y castañas, cuando las aves migratorias están plenas de grasa para hacer su viaje, cuando los recentales y cadetes de rumiantes, suidos, anátidas y otras aves comienzan su aventura de la vida y son más fáciles de cazar…
Otoño es cuando la tierra cede de golpe, cuando inclina tanto el volquete que el alimento abunda por todas partes…
Este otoño de 2019 es especialmente abundante en higos, manzanas, bellotas, sandías, tomate… Las setas comienzan a salir con aparente prisa, los caballos están rollizos, en el mar los verdeles y caballas llenan las cestas, el marisco está en su momento y en las playas, la arribazón de algas cubre con una cinta interminable el límite entre arena y rocas…
Otoño es la abundancia y así lo dice su traducción por el Euskera: “Oto ohin, oto oñ”.
“Oto” es una raíz que lo mismo sirve para referirse a la comida física, que al almacén o alacena donde se guarda. “Ohin, oñ”, es voz multi semántica, uno de cuyos significados equivale a “situación, ocasión, temporada”, así que “oto oñ, “otoñ” es la forma abreviada y precisa para advertir a los miembros del grupo que es el momento de comer a dos carrillos y de guardar lo que sea perdurable.
Esto si era importante para los grupos humanos, el mensaje de que había que hacer reservas en el propio cuerpo y en el entorno en esa zona en la que se va a deambular, porque vendrán momentos peores y habrá que echar mano de las reservas.
Los “gaztañ eziak”, “cuerrias” ó “ericeras” que aún quedan en Euskalherría, Navarra y Asturias, antes eran comunes en Salamanca y en Ávila, en Extremadura y algunos lugares de Andalucía. Cercos primorosos donde se depositaban las castañas sin quitarles los pinchos y estaban disponibles para cualquier hambriento que pasara por allí.
Lo mismo hacían ratones y ardillas con otros productos como piñones, avellanas o nueces.
Hoy, con los castañales desplazados por plantaciones industriales de eucaliptus que han arrasado la diversidad y productividad de nuestros montes, casi nadie se acuerda de lo importante que eran –hace solo sesenta años- alimentos como las castañas.
¡Vaya un recuerdo para ellas, que para muchos niños eran las mensajeras del otoño”.