Construcción y Edificación Euskera Geología Toponimia

Pantalla

Hace siglo y cuarto que el uso de la palabra pantalla se multiplicó sin parar en la lengua castellana, siendo actualmente una voz que casi todos usan alguna vez cada día.
Pero esto no fue tan frecuente antes de que el cinematógrafo con sus potentes lámparas de arco eléctrico iniciara el camino de la proyección que a grandes pasos: Banda sonora, Technicolor, Tod AO, Multiproyección, Vídeo, Ordenadores, Teléfonos móviles, Realidad Virtual… hubiera iniciado esta feria de las imágenes que se siguen proyectando… en una Pantalla.
Pero este nombre tan usado en Castellano, Gallego, Catalán y Euskera, es radicalmente distinto en casi todos los países cercanos con la preponderancia abrumadora de formas aparentemente derivadas de las lenguas índicas “sakarina”, como se ve en “ekran, screen, schirm, schermu, l’ecran, skrina, sakarina…”, muy alejadas del Latín con sus “tentorium, velarium…”, así que los eficacísimos etimologistas tuvieron relativamente fácil el hurgar en el Catalán y descubrir que había sucedido una hibridación entre “pampol”, pámpano de vid y parte estructural de una lámpara y “ventalla”, vidriera, celosía para dar “pan-talla” que tomarían el Gallego, Castellano e incluso el Euskera, con sus “pantalla y pantaila”.
Así, de forma genial plantean nuestros dirigentes lingüísticos la etimología y así se escriben miles de páginas que son auténticos abortos ideológicos causados por dos motivos, uno, el no encontrar en Latín o en Griego algo que pudiera servirles como asidero para dar una respuesta y dos, el desprecio absoluto por el Euskera que se practica tanto desde la Academia Española, como de la nuestra propia, Euskaltzaindía, auténtico armario de telarañas incapaz de aportar novedad alguna.
Es oportuno empezar la explicación sobre este vocablo “tecnológico”, recordando que el nombre central para las formaciones rocosas en Euskera, “atx, aitx” ha mostrado dificultad histórica para la grafía de la parte consonántica en las sucesivas lenguas en que se ha escrito (semi silabario ibérico, latino, griego, aljamía, actual…) y que se aproxima bastante a la africada lateral alveolar “dɮ” del alfabeto internacional, habiendo decantado tanto en la Toponimia como en voces corrientes de las lenguas cercanas en aproximaciones como las siguientes que rematan la terminación de nombres más o menos complejos: “Aia, alla, aya, aña, acha, ax, az, ias, ch, tx, tz, c…” y que se encuentran con estas grafías tras muchas peripecias, siendo muy interesante el análisis de algunos de estos nombres (por ejemplo, Peñas de Aia, Peña Amaya, Corona de Araña, Peña de Trabaz, cabezos de Turrax…), bien entendido que el estudio de todos ellos (pueden ser del orden de 11.000), exigiría un año de trabajo) es -de momento- inviable.
Para empezar, los mogotes, cabezos o picos de Turrax en Navarra, literalmente, peñas en torre.

 

La mayor abundancia de entornos rocosos en Toponimia, se concentra en las terminaciones “aña”, “aya”, “allá”, “aia”, lo que sugiere que las formas originales tenían una fuerte querencia a la velarización o palatalización y que la carencia de un grafo adecuado en el signario ibérico es un problema que no se ha resuelto en los siguientes alfabetos y se tiene que resolver cuanto antes so pena de no poder rematar los mensajes epigráficos con certeza.
Las formas siguientes, “acha, ias, ax, az, tx, tz, ch, c…”, no por ser menos fértiles (generadoras de nombres interesantes) están ausentes de una información que viene muy bien para acabar con las indeterminaciones.
Por ejemplo, el influjo cultural reciente, ha producido que en zonas de habla catalana las terminaciones que estaban en “ach” desde mediados del siglo XIX, hayan mutado a “ac” o que las de zona vascófona, en igual forma, lo hayan hecho a “aitz”, “az” ó “atx”.
De cualquier manera, el conjunto de estas variantes se refiere mayoritariamente a peñas desnudas con infinitos exponentes de relieve, composición y escala, como los ejemplos ya citados desde las “Peñas de Aia” en Irún hasta la Peña Amaya entre Burgos y Palencia o pequeños peñones con mucha personalidad, como El Trabaz (peña atravesada), cerca de Grado en Asturias o la Corona de Araña, impresionante muela en Huesca, secuencialmente a continuación.

Pero la admiración que los humanos han sentido por las excepciones, han buscado siempre lo que más llamara la atención y en el caso de las rocas, aparte de las aristas y grandes columnas, han sido los grandes planos de exfoliación que en algunos cantiles con buzamientos sub verticales, generaban enormes planos sobre los que la proyección solar (o incluso la lunar) en ciertos momentos, remedaba enormes reflectores o semáforos como el que se aprecia en los acantilados de Punta Galea en Bizkaia, señalado con una flecha en la imagen de portada.

Muchas de estas superficies han desaparecido tras milenios de minería para obtener losas y piedras de factura paralelepipédica para la construcción, como ha ocurrido en la cantera de mármol de Macael y en otras muchas de pizarras (Beasaín en la imagen). Estas superficies planas se llamaban “pan”, plano, raíz euskérika que abarca desde el pan ázimo, que consiste en finas obleas planas hasta las tablas que formaban en las embarcaciones menores la superficie sobre la que pisar, “panak” o el tejido de lana conocido como “pana”, porque su proceso pasaba por un bataneado intenso…

Así, “pan ta aila” (recordar que “ta” es la raíz verbal del corte transversal) es la roca cortada en plano, roca que durante su exposición directa al sol, bien brillaba con un tono especial, bien destacaba los bordes de la sombra una nube que corría por su plano, bien proyectaba la silueta de una gaviota u otra ave que volaba a cierta distancia y su sombra dinámica se proyectaba sobre la roca, creando una especie de “cine precursor” del que conocimos y que ahora languidece.
Recuerdo una tarde de verano en el curso medio del Ebro, disfrutando de ver las rapidísimas y grandes sombras de los minúsculos aviones roqueros que volaban tras los mosquitos a cien metros de la caliza del cañón.
Una verdadera pantalla.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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