Desde que la Europa occidental se ha ido secularizando, esta voz que antes se oía en casa, en la escuela, en el mercado o en la barbería desde que se era niño, ha dejado de escucharse: Ninguno de mis nietos sabe a qué se refiere ni dicen haberla oído antes.
No obstante esa pérdida de presencia, en España sigue habiendo más de 22.000 parroquias católicas que se reparten entre unas 70 diócesis y que siguen siendo activas (en teoría) en cuanto tiene que ver con la predicación cristiana y administración de sacramentos, la intervención y colaboración con el Estado en ciertos actos y trámites sociales y en impartir las posibles instrucciones que lleguen de Roma a sus “feligreses”.
(La parroquia de San Francisco en Bermeo era un pequeño mundo: Iglesia con una nave larguísima, huerto con muros para protegerla de las frecuentes inundaciones, claustro medieval transformado en mercado interior, plaza de mercado al aire libre los martes, escuelas, cárcel, juzgado… urinarios… Mendizábal sacudió fuerte a los franciscanos y este entorno fue junto a las sucesivas cofradías, el punto más vivo de la villa.)
La máquina oficial internacional resuelve en un “plis plas” la etimología de parroquia dictando que proviene de una frase del Griego (¿cómo no?) “παροικία” (paroissia) que viene a querer decir “habitante en el extranjero”, frase que confundida con la palabra latina “părœcĭa”, algo así como “invitación por un anfitrión” e influenciada por el Latín Eclesiástico de siglos avanzados, “parochia”, fue tomada por los franceses como “paroisse”, que los italianos aceptaron como “parrochia”, con igual pronunciación que gallegos, castellanos y catalanes.
Nada de esto tiene una lógica sana, especialmente si tenemos en cuenta que la parroquia no tiene nada que ver con vivir en el extranjero ni con invitaciones, además de que la parroquia funcional en Griego se dice “enoria” (“ενορία») y que con excepción de gallegos, catalanes, vascos, castellanos e italianos, usa nombres muy distintos entre los que predominan los parecidos a “paroisse, parish, paroihe, paraiste, pairisa…”, rama fonológicamente lejana a las “k” y las “rr”.
“Erres” muy típicas del Euskera que me vienen a la memoria con el nombre de una preciosa finca rústica en el Bermeo de los años cincuenta, “Esparru”, que fue devorada por la fiebre constructora de los sesenta y de la que siendo niño, “Aita” me explicó el significado, “esi barrú”, lo interior al cercado, porque sus dueños conservaron hasta muy tarde la pared perimetral que protegía sus primicias de los amigos de lo ajeno (es que en el Bermeo pescador, cuando los barcos no salían a faenar por mal tiempo, hordas de jóvenes grumetes recorrían los caseríos llenándose los bolsillos al grito de “Jaungoikuek emoten dauena…” esto es, regalo de Dios). Ese “parru”, siempre me ha sonado a parroquia. En la imagen de principios del XIX, señalado en rojo en la imagen de portada, justo fuera de la muralla.
Porque parroquia no eran solo los miembros de la iglesia que convocaba el párroco, parroquia eran los clientes de una frutería o los que iban a “cortarse” un traje a una u otra sastrería, es decir, los que estaban dentro o pertenecían a algún conjunto.
Porque el sentido más contundente, el significado más rotundo de “barrú-parrú”, es el que se refiere a un entorno físico o asociativo, los que pagaban sus impuestos a un concejo o los que eran miembros de una hermandad o asociación…
Si se tiene en cuenta que la terminación “ki”, el sonoro sufijo que lleva parroquia al final, significa componente, parte o pieza de algo, se tiene que “parru ki a” viene a decir, los que integran esta unidad; ¿qué es parroquia sino eso?.