Esta voz es un neologismo que trata de evocar el nombre con que los grupos nómadas que recorrían gran parte de Eurasia y el norte de África desde el fin de la última glaciación hasta la consolidación de la agricultura llamarían a “su lengua” que se iba desdibujando al ritmo que ellos abrazaban el sedentarismo.
Decían los antropólogos de los siglos XIX y XX, que casi todos los grupos humanos tienen un nombre doble para sus lenguas, uno de los cuales es “nuestra lengua”.
Eso es “Heu k ele”1, nuestra lengua; una voz muy sonora que a mi me recuerda a aquel célebre “eureka” de los tebeos de la infancia, cuando el profesor daba con la solución del enigma.
El “Eukele” comenzó a formar cuerpo hace unos cincuenta años y se ha nutrido principalmente de materiales procedentes del Euskera y del Castellano, pero también hay aportaciones de otras lenguas latinas y algunas germánicas. El, los métodos de trabajo se pueden asimilar a la labor que arqueólogos, paleontólogos y geólogos aplican con infinita paciencia y atención para desmontar la matriz milenaria que envuelve útiles, dientes o cristales, tomando nota de infinidad de circunstancia que en ella podían leerse, para llegar a conclusiones sobre lo que fue o lo que no fue, porque ambas opciones son igualmente válidas.
Lo que se ha evitado radicalmente en este proceso, es el seguimiento de toda influencia academicista que no fuera científica.
Es decir, no se han admitido axiomas que pueden llevar quince siglos de vigencia o tan solo unos pocos años; no se ha hecho caso –en absoluto- a la corriente que da por hecho el que las lenguas latinas provengan del Latín, como no se admite la moda recidivante que toma vigor cada pocos años para asegurarnos que gran parte de los topónimos están imbricados con la onomástica y con la hagionimia ni a una decena más de prácticas habituales en los ambientes humanísticos, que nos han llevado a perder siglos de descubrimientos, avances que nos habrían de llevar a entender la verdadera época dorada de la Humanidad, ¡La Prehistoria!.
Y es que la Toponimia con mayúscula es el segundo yacimiento gigantesco de información que se brinda a cualquier investigador desde hace veinte años, desde que están al alcance de cualquiera los Sistemas de Información Geográfica y las ingentes bases de datos sobre los lugares de cada país.
No es muy abundante la proporción de personas con interés por la etimología de las voces ni por el significado de los nombres de lugares, pero gran parte de esa “desafección” se debe a que los gestores tradicionales de esas disciplinas han sido tan aburridos como ineficaces, se han encastillado en sus cátedras y seminarios, se lo han guisado y se lo han comido, pero el pueblo les ha dado la espalda, como correspondía a semejante arlotada de siglos, contaminada por lo que hoy se llama “tráfico de influencias”.
No es abundante, pero hay una notable proporción de jóvenes que ante una explicación coherente, se sienten enseguida con capacidad para resolver cuestiones que algún día les parecieron imposibles.
Aunque la posibilidad de intervención en disciplinas dispares es enorme y nunca se debe renunciar a ninguna de ellas, las que aportan un rédito inmediato son las relacionadas con la etimología (ese “ámbito resbaladizo” al que se refieren cuantos prepotentes han entrado en él con las coordenadas cambiadas) y con los significados más probables de los nombres de lugar.
Elemento necesario para multiplicar los conocimientos que cada uno tenga y para dirigir su valiosa intuición, es el disponer de las casi 1.600 raíces, afijos, desinencias y otras partículas que toman parte en sustantivos, adjetivos y verbos (principalmente) del Euskera, pero que se hallan también enquistadas, a veces epigráficamente maltratadas o –simplemente- disimuladas en voces de lenguas de varias familias que ahora llaman “indoeuropeas”.
El Castellano es especialmente rico en su conservación, porque siempre ha sido notablemente “resiliente” a las modas; tanto lo ha sido, que muchas de las “leyes” que nos han contado desde niños, que han servido para que el Latín se transforme en Castellano… ¡Son al revés!.
Estas raíces se encuentran explicadas en “El ADN del Euskera en 1.500 partículas” (2ª edición) y una gran parte de la etimología de diecinueve ámbitos del saber, están en el “Diccionario Etimológico Crítico del Castellano”.
Sobre lo que está ahí, sobre lo que no está, sobre los significados de los nombres de regiones, provincias, lugares, montes ríos, costas y abrigos; sobre todo ello, hablar, discutir, exponer, rebatir o confirmar, es muy divertido y muy formativo.
Además, casi la tercera parte de las veces se llega a resultados satisfactorios.
Eso es como cuando el arqueólogo consigue liberar un trozo de esparto de la piedra que lo atenazaba y surge un nudo precioso y desconocido ante sus ojos.
Se va a dormir y le pone un nombre: “El as de guía”.
Eso es investigar.
1. [Heuk, equivale a nosotros y ele es el lenguaje]↩