Quienes padecíamos los efectos de las descargas eléctricas atmosféricas a cientos de kilómetros de donde se producían 1) , el nombre griego para los rayos, “ceráunos” era familiar, pero en Latín lo más corriente era “fulgur” y los franceses explicaban que su “foudre” venía de esa voz muy alterada en la Edad Media; también sonaba raro el “lóstrego” gallego (aunque recuerda a la luz…) pero, que el “raig“ del Catalán y el “rayo” del Castellano nos los explicaran a partir del nombre de las varas de la rueda de un carro, se antoja un insulto doble o triple.
Primero, porque da a entender que quienes primero hablaron gallego y castellano, no tenían nombre para un fenómeno natural muy común, bello a lo lejos pero aterrador cuando se iba acercando y que tuvieron que esperar a ver la llegada de carros de guerra romanos para preguntar cómo se llamaban aquellos palitos que unían el centro con el aro para llamar así a los relámpagos.
Segundo, que quienes argumentan enciclopedias y diccionarios, tampoco sabían de donde habían sacado los romanos el nombre de “radius” para tales palitos, igual que para las raíces y para el efecto de proyectar haces de luz como lo hace el sol y otros astros en algunas condiciones atmosféricas.
Y, tercero, que ni remotamente podían pensar que la solución estuviera en el eusquera.
Comenzando por el final, la forma que ha preferido la Academia vasca es “tximista” aunque se mantienen otras como “aire gaizto”, “oiñazkar”, “añizkar”… mientras se esconden o marginan otras con mucha mas componente etimológica, como “iuzturi” o “arraio”, esta última, la original que-inversamente a lo que cuentan- es la que dio nombre -cuando llegaron- a los radios de las ruedas.
Tximist la marca de referencia para las pilas vascas desde hace casi cien años, ha “trabajado” el subconsciente de académicos cajistas de imprenta y público en general y aunque este nombre para los rayos no es general ni común, suena a eusquera y es fácil de recordar. Su etimología es buena pero huera, que dice muy poco, viniendo de “txi bist”, encendido breve, fulgor efímero.
“Aire gaizto”, atmósfera impura, dice algo a favor del campo eléctrico u otras cargas que se dan en el aire electrizado cuando se barrunta tormenta, pero es un estado previo, no el propio rayo y además se da en sulfataras, surgencias de grisú y otros lugares como pantanos por contaminaciones gaseosas.
“Oiñazkar”, pies rápidos es una alusión metafórica que tampoco trae nada a colación; menos aún que el “iuzt uri”, sentencia ejemplificadora (que recuerda a Zeus rayo en mano, como en la portada), moraleja compuesta de “iuzt”, malhechor, persona malvada y “urí”, castigo, laceración, dando a entender que un ser superior envía el rayo contra algún reo.
Por fin está la verdadera, la que como un jeroglífico científico nos dice sin ambages que los antepasados vieron los rayos de cerca y comprobaron que muchas veces, donde caía el rayo, siendo antes lugar sin piedras, había una piedra nueva, donde antes solo había habido tierra o arena aparecía una piedra rara y le llamaron “harr a ʤo” (arrayo), golpe de la piedra.
Esas piedras que los científicos denominaron “fulguritas”, se producen en algunos suelos y en determinadas circunstancias por la fusión instantánea y solidificación vítrea de minerales del tipo silicato, tomando a menudo una morfología tubular muy peculiar que los coleccionistas pagan generosamente.
Este nombre que perdió la “a” inicial por aféresis como otros cientos, debería ser el primero en figurar en la lista como respeto a su descripción rigurosa, que de paso nos trae el recado de que no fue en las ciudades ni en los circos de carreras de cuadrigas donde se forjó el “rayo”, sino en amplias estepas, en desiertos arenales y en ásperas y abiertas mesetas donde los pastores observaban cada fenómeno con avidez para ir consolidando un idioma de suma coherencia.
“Arra”, muy parecido a “har”, es también el nombre de las piezas menudas en las que predomina una dimensión sobre las otras dos, un vástago, una barrita, un verdugo o retoño de un árbol… un modelo de lo que luego en la era de las tecnologías sería un eje o incluso el símbolo de la virilidad (refiriéndose al pene), así “arra i” acumulación de barritas, era la imagen de los cubos de las ruedas avanzadas que ya no eran macizas; los radios que algunos siguen llamando rayos, como los del sol entre nubes y que también han calificado a las raíces, “arra isa” a las múltiples ramificadas y “arra baná”, rábano, raíz única, que creen los etimologistas procede de griego genérico “rábanos”, “aunque reposa en un préstamo de una antigua lengua mediterránea” .
¿Qué lengua será?
[1] Se transmitían impulsos eléctricos a través de los “cables de guarda” de las líneas eléctricas, que en microsegundos descargaban en la torre o subestación que tuviera la “tierra” más franca, volviendo locas a algunas protecciones muy sensibles.