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Ruta

Tomar la ruta,… seguir la ruta,… todo el mundo sabe lo que es una ruta, pero el DRAE se empeña en decirnos que la ruta es una trocha abierta en el bosque (harto que no nos dicen que es el túnel en una peña) porque para sus consejeros, el origen no puede ser otro que el tiempo verbal latino “rupta” (rota) de “rumpêre” y nos llevan a imaginar algo como esta imagen, donde los humanos han “roto” el bosque para cruzarlo, creando una ruta.

Pero una ruta es mucho más que el acto puntual de abrir una trocha en un bosque (¿para qué, si a pie o a caballo se cruza sin el pesado trabajo de derribar árboles y desarraigar arbustos…?) y aparecer al otro lado. El concepto de ruta no se limita a resolver un tramo difícil que acometa un ejército por motivos estratégicos puntuales, una ruta puede ser y es, generalmente algo de largo recorrido y algo de permanencia indefinida y recurrencia periódica; como mínimo algo comarcal, pero casi siempre algo de escala mayor: Regional, continental, incluso mundial…

No hace falta irse a rutas antiguas como la de la seda, la del opio o la del Galeón de Manila, porque hace no tanto, poco después de aquel fenómeno callejero y musical del comienzo de los ochenta en Madrid, Valencia inventó la “Ruta del Bakalao” en la que miles de jóvenes se citaban por los bares y clubs del Saler y a ritmo de Música Tekno, “rutaban” tres días por aparcamientos y cañaverales…

En la imagen, las flechas indican la combinación de caravanas de camellos y barcos mercantes que durante siglos trajeron a occidente especias, perfumes y porcelanas desde lugares tan lejanos como Las Molucas y China y los guiones, la ruta marina portuguesa, que al comienzo de la edad Moderna revolucionó el mercado, desbaratando todo el montaje anterior.

Pero la mezquindad de los fanáticos del Latín con su obsesión por hacer descender todo de una lengua hecha de retazos, buscan cualquier parecido y se empeñan en meter un corcho de garrafón en una botellita de cuartillo y medio…

No es que no haya abundancia de voces cercanas a “ruta” en las lenguas cercanas, porque esa forma asoma en las germánicas (“roete, route, rute…”), en las eslavas (“ruta, masrut,…”), en las latinas (“rota, route, rotta, ruta…”), también en alguna báltica (“masrutu”) y en una sola de las védicas, con el “rut” del Bengalí, aunque en todas ellas aparezcan fórmulas muy diferentes como las del tipo “trasa”, “leiz”, “curso”, cierta homogeneidad entre las índicas, “marga, maraga, maarg”…” y la discordancia radical de las formas latinas, “iter”, “itinerari”, “vía”.

Discordancia que debería alertar a esos apasionados de que no es razonable que la forzadísima solución “rupta” haya decantado en la forma más abundante y –menos aún- que su nombre tenga que ver con la apertura de un atajo en un monte o en un peñascal, ni que haya llegado desde el Latín a las familias de lenguas nórdicas, siendo lo más probable que haya partido del sustrato europeo de raíz vasca.

¿Qué sería lo lógico y razonable?

No puede serlo que partamos de una sociedad agraria y urbana, una sociedad eminentemente estática para atribuirle las creaciones más elementales de un mundo de movilidad extrema, que diez, veinte, treinta mil años antes de escribirse las primeras tablillas en Latín, tenían en esa movilidad y en infinitas rutas el “pan nuestro de cada día”.

Las sociedades nómadas pastoriles basaban su supervivencia en la movilidad y en la habilidad para dispersarse o reunirse como estrategia de recurso casi diario. Los nombres de los tipos de marchas, de sus distancias, de los distintos tipos de itinerarios (atajo, camino, carril, cordel, escala, estrada, ramal, rambla, senda, traza, trocha, vereda, vía…) son clara muestra de que había infinidad de posibilidades pero un denominador común: La mayor parte de los itinerarios importantes seguían las líneas de menor esfuerzo; a nadie se le ocurría talar los grandes árboles de un bosque para hacer una senda por allí. El trabajo hubiera sido enorme y tal esfuerzo no era necesario, porque personas y animales circulan muy bien en cuanto el suelo del monte se hace “kam eino” y es gustoso de pisar.

Esas líneas de menor esfuerzo vienen ya previamente trabajadas por el modelado de la corteza terrestre, principalmente por la erosión-deposición de las cuencas de drenaje, lo que en Euskera se llama “arru”, así que la terminación “ta” de repetición e insistencia, creando la voz compleja “arruta”, (que la puntual aféresis deja en “ruta”) viene a explicar la modalidad de viaje convencional, la más recurrida, la que se hace cortando las líneas de nivel allá donde están más separadas, siguiendo la cuenca hidrográfica, que es como se han hecho siempre las carreteras hasta que las autopistas y la velocidad rompieron toda lógica para llenar el paisaje de túneles, viaductos y vertederos.

¿Ha visto alguien las sendas que marcan en las praderas muy pendientes los herbívoros?… Por ellas se trazaron después caminos y hasta carreteras.

En las primeras lecciones de la asignatura de Caminos en las carreras de Ingeniería Civil, nunca faltaba la broma del profesor que nos advertía que si durante la profesión surgían alguna vez dificultades para el trazado, no dudáramos en enviar un burro entre los puntos a unir e ir señalando su inteligente trazado.

Obviamente hay estrategias de movimiento “transversales” por situaciones de urgencia, riesgo, caza o guerra…, pero la ruta había de ser un camino “social” y viable para todos. Ese es su secreto, no el que se rompan montes o peñas.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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