Toponimia

Segovia

Alcazar Segovia

En una madrugada de Mayo de 2014, en la radio (Onda Cero) ofrecían un obsequio a quien les enviara por e-mail la explicación de este topónimo: Segovia.

Es muy difícil que alguien tenga otra explicación distinta a la que todavía ofrece la “uiquipedia” o a la que figura en los diccionarios oficiales, porque muy poca gente se dedica a toponimia, onomástica y etimología en general, siendo lo más corriente el recurso a ver lo que dicen otros, copiarlo y aventarlo.

Me he quedado con las ganas de escribir, pero en ese momento iba conduciendo y me prometí dedicarle un rato a la singular ciudad y a su nombre.

Es casualidad que hace unos meses mi familia alquiló un autobús y nos fuimos cincuenta parientes a visitar a una familia segoviana y a pasar dos noches allí.

Ni que decir tiene que salió el tema del nombre y la guía nos contó…lo que dicen los panfletos de turismo, lo del “as” romano y lo de los dos castillos. Pero esta guía –quizás sin saber la importancia de su explicación- también nos mostró con detalle la geomorfología en torno al Alcázar, peculiaridad que pasa por alto a todo el mundo que mira hacia almenas y torreones y se olvida de los cimientos que es donde hurgaron nuestros más antiguos antepasados.

Yo me entretuve en mirar hacia lo hondo y descubrí unas formas severas y abruptas que un paseante local me dijo sin dudar un ápice que habían sido excavadas por el río Clamores. ¡Potente río(pensé yo)!.

De cuanta gente he preguntado si conocían alguna otra “Segovia” que la castellana, ninguno me ha respondido afirmativamente; para nadie había otro lugar con ese nombre.

Ahí está una de nuestras limitaciones para un análisis equilibrado y basado en datos: nuestras referencias toponímicas son escasísimas y corresponden exclusivamente a ciudades, montes o ríos, cuando la toponimia es un mundo inmenso con millones de lugares “menores” con gran personalidad, con peculiaridades notables y con un nombre propio que generalmente es remoto en el tiempo.

Esta limitación, esta carencia no es exclusiva de la gente llana; los propios eruditos, los presuntos sabios que postulan o aseguran orígenes y procesos, son generalmente verdaderos ignorantes en todo aquello que no está recogido en crónicas citas o referencias marginales; es decir, tengo la certeza de que quienes han aportado a diccionarios y a otros textos la supuesta etimología de Segovia (y de otros mil nombres de localidades), desconocían que el nombre no es único, que hay muchos otros lugares que se llaman igual.

Y esto es muy importante.

Importante, porque ante el desconocimiento, el esfuerzo interpretativo del investigador se desliza hacia la fantasía historicista y la obsesión antropocéntrica que trata de ligar cualquier origen de un nombre a la propia ciudad o a alguna efeméride notable, desde batallas a milagros.

Esta supuesta dinámica ha de ser rechazada desde el comienzo, ya que la intervención de la humanidad en el suelo, lo que los geógrafos llamamos “creación de territorio”, es decir la investigación de un lugar, la descripción de sus características, la posible colonización (o no) y la asignación de un nombre, pertenece a la más remota antigüedad, a la parte oculta del iceberg, a un ámbito que el diacronismo nunca ha penetrado, porque quedaba sin capacidad de actuar, antes, mucho antes de la era documental. Esa dinámica, digo, ha de ser rechazada porque el proceso de creación (más bien de consolidación) de ciudades no es la fiesta que los medievalistas llaman alegremente “fundación”.

La fundación es a la ciudad algo así como los versos de los postres son a un banquete de bodas: el final de un largo proceso que se inicia con una pareja, una relación, invitaciones, ceremonia, aperitivos, comida… y versos antes de la despedida.

El proceso normal de una ciudad que ha llegado hasta la actualidad se parece al siguiente:

  • Descubrimiento y diferenciación de un espacio determinado.
  • Determinación de las características destacadas o de su potencial.
  • Asignación de un nombre (Los nombres suelen repetirse tanto en los componentes parciales, como en su totalidad).
  • Adopción de este nombre por el imaginario colectivo.
  • Perpetuación del nombre aunque se pierda el idioma original.
  • Posible creación de un asentamiento temporal si hay condiciones para el mismo (agua, clima adecuado, características físicas, accesibilidad, defensa, recursos cercanos…)
  • Posible crecimiento y consolidación de infraestructuras con una población estable o creciente.
  • Recogida del nombre en documentos civiles (no geográficos).
  • Posibles efemérides que den lugar a actos o proclamas oportunistas que la historia conserva (fundación).
  • Inventariado del nombre en cartografía (Las escalas de las distintas cartografías son determinantes en los topónimos recogidos; un mapa de escala “un millón”, solo recoge ciudades de más de 100.000 habitantes y grandes cordilleras…)
  • Posible referencia en documentos varios en los que las grafías u otros aspectos pueden suponer pequeños cambios fonológicos.
  • Posible alteración ocasional del nombre (ejemplos de Ferrol o Esparragosa “del Caudillo”).
  • Vuelta al nombre original tras desaparecer la condición que lo alteró.

Con respecto a la capital segoviana, aparte de alguna mención por Tito Livio, las referencias directas más antiguas son del siglo XII y en Latín, tratando de explicarla a partir de “secum-covia”, donde Covia sería la montaña a cuyos pies se localiza. Esta obsesión latinista es persistente en la historia española y está ligada al “complejo de brutalidad” que afectaba como un pecado original a los sectores cultos de la población por su origen ibérico rústico y montaraz y que pretendían alejar buscando parentescos con el imperio latino; es una obsesión que ha percolado en este tejido durante siglos, que ha devenido en una enorme carencia de objetividad en los análisis lingüísticos y que ha provocado la marginalización de cuerpos enteros del conocimiento, como es el caso de las lengua primitivas ibéricas y entre ellas, la única viva, la vasca.

Tito Livio o Jiménez de Rada, aunque separados once siglos, pecaron de lo mismo en su actitud presuntuosa, queriendo dejar resuelto un tema del que no tenían ni idea, pero no es mejor la actitud, la preparación ni los métodos de los eruditos actuales que o asumen lo dicho por aquéllos o lo dejan aún peor: La toponimia española es un asunto de escándalo en el que los disparates sobre la interpretación de los nombres son generales porque nunca se han acometido con metodología científica, sino que han sido arrastradas retocadas o ampliadas las explicaciones antiguas, entre las cuales apenas hay alguna acertada.

Cualquier análisis toponímico ha de arrancar con una revisión de la inmensa base de datos de nombres de lugar para ver si hay alguno igual o parecido al que es objeto de análisis.

Este trabajo es ahora muy fácil, porque basta con acceder a las bases de datos del Instituto Geográfico Nacional (con siete cifras en nombres), pero hace tan solo quince años, solo se disponía de un nomenclátor (que ya era algo, ofreciendo cuatro cifras…) y antes del Conde de Floridablanca, era impensable cualquier búsqueda que no partiera de consultas a arrieros, topógrafos militares o correos, por tanto no es de extrañar que los sabios anteriores no pudieran cumplir esa primer condición.

Lo que es extraño, casi mejor, increíble, es que ahora que es posible, los presuntos entendidos en la materia, sigan sin hacerlo; es comprensible que San Isidoro creyera que solo había una “Zaragoza” y por lo tanto viera posible que el paso de Julio por la ciudad hubiera devenido en “Cesaraugusta” y de ahí, en cuatro o cinco pasos “de libro”, a Zaragoza, que avergonzada de su nombre anterior habría cogido el nuevo con la ilusión de la torre que estrena campana. Pero no es en absoluto comprensible ni perdonable que los responsables de las cátedras o de los departamentos actuales de Toponimia sigan poniendo la venda lejos de la herida.

En el caso de Segovia, un vistazo a la base de datos nos dice –ya de entrada- que el nombre no es único, que hay segovias modestas en Galicia y en Jaén, en Salamanca y en la Alcarria, en Zaragoza y en León:

Hay un altozano entre barranqueras del arroyo Cabriñana (afluente del Genil) en Jaén, que se llama “Segovia”.

Otro Segovia está en la cuenca del Tajuña cerca de Alcolea en Guadalajara y se trata de un modesto paso o puerto entre dos cerros.

También es Segovia una cuesta orientada al oeste de una colina en la cuenca del Valderaduey en León.

También en Bembibre, León, cerca de Ponferrada, hay otro Segovia localizado en una cuesta muy pendiente plantada de viñedos entre el altiplano de La Gándara y el río Bouza.

En plena Galicia, Lugo, cerca de la capital hay una aldea que se llama Segovia (san Xuan).

Y en Zaragoza, donde el Gállego se entrega al Ebro, entre Villamayor y Perdiguera hay otro Segovia. Se trata de un cabezo yesífero en el que a pesar de los continuos roturos aún queda algo de monte.

En Salamanca, cerca de Alba de Tormes se encuentra Segovia Chica o Segovia la Chica, apenas un trozo residual de la dehesa seca local limitando con los labrantíos y a unos pocos kilómetros de ella, otras dos más: Segovia de Sacedón y Segovia del Doctor.

Ávila también tiene cerca de El Hoyo de Pinares, un topónimo modesto que parece de la misma saga; “Segoviano”. Se trata de un pedregal al pie de una cresta rocosa.

Dos “Segoviela”, una en Madrid (San Agustín de Guadalix) y otra en Soria, el único topónimo de este tipo que es un núcleo habitado, cierran el repertorio de los nombres “simples” más cercanos.

Pero también hay arroyos, barrancos, prados, cerros, cuestas, fuentes, hazas, hoyas, casas, casillas y caseríos de Segovia, superando el centenar de localizaciones distribuidas por toda la península.

Por supuesto que hay infinidad de nombres de lugar parecidos con otras grafías; por ejemplo, Secova, Secopiques, Serropia, Escobia, Grobia, Gobia, Arrobia, Behobia, Bobia, Borobia, Hobia, Zindobia, etc.

¿Qué nos sugiere esta relativa abundancia de homófonos?… Pues, simplemente y en primer lugar, que la sonoridad del nombre debía de ser familiar para los antepasados que la usaban; vamos, que no era uno de esos sonidos raros, ajenos que ahora importamos del inglés o del árabe; ¡Que era nuestro!.

Hay también una segunda explicación y es la relativa a la estabilidad. Si una voz se ha mantenido invariable en diez o doce localizaciones remotas y aisladas…!Es que no ha cambiado!, que su sonido (aunque hayan cambiado signos y grafías) es el mismo que hace tres mil ( ¿porqué no?) o doce mil años.
Se pueden seguir buscando explicaciones sucesivas, como la que supone la existencia de decenas, cientos de topónimos que compartes fonemas de “segovia” como “seg”, “sec”, “ego”, “ovi”, “obi”, “obia”… lo cual refuerza las dos explicaciones iniciales.

También se pueden (y se deben) superar las fronteras de nuestro estado y hurgar en la toponimia lusa, en la gala y en la italiana, en la marroquí y en la tunecina y en la de las islas del mediterráneo y la macaronésica, porque en todas ellas se encuentran trazas de nombres de la misma genética. Por ejemplo, en Portugal hay Segóvia, en Marruecos se tiene Oulad Segoub o en Italia Seggiovia, lo cual nos sugiere que pudo existir ese idioma primigenio que hablado por pueblos itinerantes (recordemos que durante todo el Paleolítico no había motivo alguno para vivir en un lugar fijo), se pudo mantener relativamente estable durante milenios, catalizado por los infinitos cruces e intercambio genético y de información entre tribus y que comenzó a declinar con la sedentarización.

Vayamos ahora a lo que todo el mundo quiere saber: El significado de Segovia, si es que lo tiene.

Cualquiera sabe que un territorio, un lugar puede tener numerosos atributos. Los que damos preponderancia al “medio físico” comenzamos por el relieve, la altitud, la orientación, la exposición a los vientos, la cuenca visual, la litología, la geología y edafología, la hidrología y los procesos cuaternarios, la cubierta vegetal, los usos del suelo, la fauna, la huella del hombre…!Ahí es ná!, pero los que tienen una propensión más humanista buscarán en crónicas, en la historia y en los mitos o incluso en los nombres cercanos, pistas que les lleven hacia gestas o perfiles de hombres destacados por sus hazañas, riqueza, santidad o andanzas, hacia efemérides y grandes sucesos…

Así no dudarán en decir que Vitoria (la de Álava) se debe a una batalla ganada por Sancho, Santander a San Emeterio (otros dicen Andrés) o Chamartín a que un tal Martín tenía una tasca… Disparates a cual mayores, pero que han sido emitidos por “autoridades” de la lengua o la historia y aceptados por el pueblo como cualquier otra trola que se sabe fundada en cualquier mito, pero que llena un hueco del imaginario popular, que se han hecho fósiles entre nosotros y que tan solo algunos investigadores inquietos turbamos ante el ceño fruncido de la cultura oficial.

Para alguien que analice las formas del terreno, lo más destacado de la Segovia capital es la morfología del entorno del Alcázar. En esa zona, la profundidad y tortuosidad del cauce del río Clamores al sur del espolón, contrasta con lo apacible del tramo del Eresma que rodea a la ciudad por el Norte. El contraste es debido a que el primero, apenas tiene cuenca, en tanto que el Eresma barre casi 3,000 kilómetros cuadrados, lo que implica que de vez en cuando, los caudales pueden ser muy elevados y –por tanto- ser un río muy erosivo; una posible explicación tendría que ver con que este río haya podido cambiar su curso hacia el norte tras haber circulado durante largos periodos geológicos por el sur, haciéndolo por la depresión que ahora ocupa el famoso acueducto.

El corte que se forma al sur del Alcázar, es tan impresionante como poco conocido puesto que el acceso no es fácil y todos los circuitos turísticos se orientan hacia el Norte; semejante tajo se produce cuando el caudal del río abandona la dura corteza de gneis y entra en una zona de margas y dolomías más blandas y solubles que la dura roca de contacto con el macizo granítico de la sierra.

Esa cicatriz es lo que en la antigua lengua se expresaba como “Sek” o “Seg”, ambas derivadas de la raíz “Se” (a la que dan el carácter de “plural”) y que con el significado dual de “corte” y “corto”, ha sido copiado por casi todas las lenguas latinas y germánicas, desde “seco-sectio” hasta “secante” y “section” para llegar a ser voces imprescindibles.

La segunda parte del topónimo, “Obi”, apenas ofrece duda, teniendo incluso en el Euskera actual el significado de “fosa”, zona profunda y larga. La foto de Giancarlo Deleon, con que termina este ensayo, siendo buena, no hace justicia a la monumentalidad del corte sobre el que se cimenta el Alcázar; hay que ir allí y verlo: ¡Impresionante!.

La “A” final es el artículo determinado.

En conjunto, Segovia, sin añadir ni quitar nada, sin forzar su prosodia ni su grafía, significa “El corte profundo” y su morfología cumple estrictamente esta sentencia.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

8 Comments

  • Sr. Goitia:
    Una segoviana , que ha leído su estudio, le queda muy agradecida por sus investigaciones y explicaciones referentes a su ciudad. Eran desconocidas para mi algunas de ellas.
    No dude que desde ahora seré una antusiasta lectora de su blog.
    ¿ Se comprende ahora porqué es Patrimonio de laHumanidad.
    Tengo la esperanza de que habrá otro estudio tan bueno de otros de los lugares maravillosos de mi querida ciudad-
    Muchas gracias .

    • Es difícil precisar. La «k» es una alternancia de la «s,z», que hace plural (preferentemente al final), pero también puede ser un resto del partitivo, es decir, de la relación íntima con algo; por ejemplo «sek obi a» puede hacer referencia a que el corte pertenece a la zanja.

      Javier

      • Gracias Javier,

        y casualmente hoy me ha venido a la mente el topónimo del río Segura y totalmente a he pensado que quizás podría tener una relación. Lo has llegado a estudiar? Totalmente a vuelapluma y sin comprobar….Seg-Ur-a podría ser ‘el corte del río’??

        Un abrazo Javier!

  • Javier. Y dandole una vuelta adicional… Crees que podría ser ‘SAK’ -como barranco, hondonada- en lugar de ‘SEG’? Quizás sería un poco tautológico SAK-OBI-A… pero tendría sentido…

    Como siempre, un gustazo leerte. Un abrazo!

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