Tendría 6 años cuando doña Juanita, mi maestra de parvulario dibujó una línea quebrada en el tablero y nos dijo que aquello era una sierra de las de cortar, pero también una montaña.
Yo lo conté en casa, pero ya lo sabían.
Desde entonces nunca he tenido claro si ambas sierras y el verbo cerrar tenían algo en común, pero cada vez veo más claro que sí.
Veamos; lo oficial reza que lo primero fue el Latín y la sierra de metal “con dientes agudos y triscados”, que los sabios romanos lo extendieron al pez sierra y a una forma de despliegue de la infantería y con el tiempo, el “Latín Tardío” y su gusto por las metáforas llamó así a las quebradas serranías, voz que se encuentra repetida en el Cantar del Mío Cid.
Lo de cerrar, también se explica oficialmente desde un Latín mal interpretado, ya que todo el mundo sabe que que una “sera” es un cerrojo en esa lengua y que “serare” es un verbo que significa “mover la será”, es decir, abrir o cerrar y que la gente estúpida endureció la erre y eliminó la idea de abrir por puro capricho…
Puede parecer irreverente contado así, pero nuestras enciclopedias están llenas de este tipo de razonamientos que hoy se deberían llamar “supremacistas” y que a lo largo de siglos han conseguido anular la capacidad crítica de generaciones de estudiosos y evitar que la investigación supere a los mitos y lleve la verdad a un destino general.
Es imposible de asumir que la sierra de los carpinteros haya antecedido al pez sierra o a las formas quebradas de algunas serranías que se multiplican en la Europa meridional, como es absurdo aceptar que un cerrojo haya sido anterior a una simple tranca que cierre el paso al ganado que pasa la noche en un corral improvisado…
No hay muchos territorios en esta parte de Eurasia que va desde Portugal hasta la península de Kamtchaka ni en el África entre Somalia y Mauritania, tan abundantes como España en la repetición continua de llanuras entre serranías.
Quizás Mallorca, continuación más allá del mar de la Sierra Morena, sea un exponente a escala menor de esa España repetida. En la isla tenemos una gran sierra al Oeste, llamada Tramuntana y otro grupito de sierras al Este, llamadas “De Levant”, formada por varias menores, siendo una de las más conocidas la Sierrita de Calicant. Entre ellas hay una gran llanura que emergió del mar y que los locales llaman “El Plá”, nombre que no es ajeno al de su capital, Palma, como se verá en un próximo ensayo.
En el esquema adjunto se destacan ambas sierras y en la imagen de Google Earth se ve desde el cielo, pero mucho mejor de cómo la pude ver entre nubes la última vez que volé a Mallorca (mientras el avión ponía el morro hacia Son San Juan desde el centro del Plá), la Sierra de Tramuntana.
Una verdadera sierra de agudas rocas calizas que cerraba completamente vistas y aires a su occidente.
Esta visión, que no es tan impresionante al acercarse a Madrid volando sobre Somosierra, ni a Santander sobre Picos de Europa, a Málaga sobre Sierra Nevada o a Girona sobre La Garrotxa, se repite desde el nivel del suelo de forma igual de contundente en los infinitos puntos en que se dan las dualidades llanura-sierra en España.
O así me lo pareció a mi cuando –allá por los años noventa- estudiaba el trazado de una línea eléctrica en Badajoz y dediqué una semana entera a la Sierra de Albuquerque que desde los valles Norte y Sur se me antojaba una barrera infranqueable y desde lo alto de cualquiera de sus puertos, un mirador excelente donde no me extrañaba –en absoluto- que Satanás hubiera podido llevar a Cristo para ofrecerle el mundo…
Pero esta imagen se repite aquí y allá en cientos, ¿qué digo cientos?, miles y miles de lugares.
¿Cuántos topónimos que contengan “sierra”, puede calcular el más optimista de los lectores que pudieran encontrarse en nuestros mapas y registros?…
En un primer vistazo, he dado con 5.757.
Pero el caso es que la forma “serra”, más frecuente ahora en Catalán, Mallorquín, Valenciano y Gallego, supera a la castellana con hasta 6.247 lugares…
En España hay sierras soberbias de cuatrocientos kilómetros como el macizo central que se ve en la imagen de Google y hay sierrecitas de apenas cuatro, como la de San Serván cerca de Mérida, que me gusta especialmente, pero todas ellas, absolutamente todas tienen una característica particular: Que cierran el espacio; cierran la vista y el paso.
Y de esta realidad procede la abstracción que nos lleva a la época de la vida nómada, al movimiento continuo tras los animales y a la percepción clarísima de que ese verbo cerrar, que quieren que venga de un cerrojo, viene del efecto de estas paredes sobre la capacidad de movimiento que coinciden con una de las formas de la idea de cerrar en Euskera, “zerratu”, forma considerada “préstamo” por nuestros académicos vascos, que atinan tan poco como los imperiales en temas de etimología.
“Zerratu” es la acción de cerrar y la forma radical “zerra, serra”, conserva por eso mayor número de casos que su evolucionada “sierra”, aunque ambas –e incluso alguna otra variante- significan lo mismo, el efecto “pared”, algo que los animales perciben como un elemento a rodear, algo que solo acometes cuando ya no hay otra opción que trepar por ella.
Los valles entre sierras eran cuarteles concretos, bien definidos y donde era relativamente sencillo subir a los altos y descubrir por donde andaban los rebaños perdidos…
La sierra-monte cumplía perfectamente la idea de cierre y de esa “zerra”, de su efecto limitador y de las forma de sus crestas más agrestes vienen las “serras y sierras” de montaña, las “serras y sierras” de los carpinteros y los cerrojos que tan importante papel jugaron en el mundo cuando los humanos comenzamos a ser ricos en posesiones…