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Sieteiglesias

A muchos lectores les sonará “sieteiglesias”, pero pocos sabrán que en España hay tres núcleos de población que llevan ese nombre: Sieteiglesias de Lozoya, Sieteiglesias de Tormes y Sieteiglesias de Trabancos, ambos tres en el mismo cuenco de sus ríos de apellido, amén de una Ermita de Sieteiglesias donde Adaja y Eresma confluyen en un entorno que hace 8.000 años debió de ser una maraña de lagunas[1].

Mapa siguiente.

El primero que conocí fue el de Trabancos.

Fue mucho antes de que la Autovía de Portugal quitara a la flamante N 620 del Plan Redia la tangencia que mantenía un contacto fácil con el núcleo de Sieteiglesias que ya en los sesenta dejó de crecer.

Una tarde de vuelta de Los Arribes (Río Agueda) con barro en las botas y tiempo de sobra para llegar a dormir al Parador de Tordesillas, me pareció un momento adecuado para entrar en sus calles y cerca de la iglesia de San Pelayo, preguntar a los vecinos por las iglesias que parecía anunciar su nombre.

Los hombres mayores se dieron la vuelta con desdén a mi pregunta y cuando solo quedaba uno, se me acercaron tres viejas para decirme que antaño fue más importante que Alaejos y que empezaron a construirse siete iglesias pero que no se acabaron.

Del Sieteiglesias de Tormes que visité mucho más tarde nadie sabía nada y del de Lozoya, aunque tampoco nadie sabe nada, los más avispados han encontrado varias ruinas que parecen eremitorios y no dudan que fueron siete y que de ahí viene el nombre que resistió siglos de morisma y despoblación.

Hace ya diez años que se publicó en este blog, una monografía sobre “Iglesias y Migueles” en la Toponimia española y algún comentario más sobre iglesias e iglesuelas, concluyéndose que los neologismos posteriores al Cristianismo eran fáciles de detectar, pero que más de un tercio de los casi cuatro mil nombres de esa saga, eran claramente prerromanos y más de mil de evidencia hidronímica, pero ahora, llegando al detalle, hay argumentos para plantear una hipótesis muy interesante para la España de hace cuatro o cinco milenios, cuando aún la población era mayoritariamente nómada o trashumante.

Una información dispersa pero abundante y coherente apunta a que durante largos periodos se aprovechaban ciertos “nichos” de producción estacional como el de la recolección, caza o pesca de ranas adultas que tras haber hecho su puesta en las charcas de las crecidas de primavera y en las infinitas pozas y paleo cauces de los irregulares ríos que bajaban con ímpetu de las sierras y cordilleras, eran un recurso trófico nada desdeñable.

Imagen siguiente, acuicultura actual de anfibios en granjas intensivas.

Del análisis tópico, de topónimos del entorno, del tipo de uso de suelo actual, de la revisión de cartografías antiguas y del contraste con miles de nombres de lugar parecidos, se concluye que ni en Trabancos se comenzaron a construir siete iglesias, ni en Tormes hubo más de una y mucho menos en Lozoya llegó a haber eremitorios en número y escala como para llamar la atención y asignarle el nombre de Sieteiglesias aunque haya una necrópolis “exenta” de la baja edad media.

Sus nombres se componen de “zi etæ”, juncal e “igel esiak” (se lee “iguel”), cercos de ranas, donde la “k” de plural se transforma en “z” y “s”, las tres con igual significado: El juncal de los cercos de ranas o Los cercos de ranas del juncal.

En la ermita de Nuestra Señora de Sieteiglesias, no se mencionan los ríos, por ser dos (una confluencia) y yo me imagino pastores y otras gentes de paso (y por qué no a místicos o truhanes) acampando al comienzo del verano en los extensos arenales cuajados de juncos para pescar unas ranas, cazar algunas ratas de agua y robar huevos a las fochas, ánades y pollas de agua y tras tejer allí mismo unas cestas y sillas,[2] subir pausadamente al oteros inmediato.

Allí, comiendo amigablemente al amor de la lumbre que habían prendido los “suzios”[3] del grupo, se consumirían gratas jornadas escuchando relatos de los viejos y correcciones de las mujeres mayores hartas de tanto cuento y de vigilar a las vacas, cabras y ovejas.

Pero la internacional de la beatería ha determinado que en la atalaya entre los dos ríos donde se edificó la ermita hacia finales del medioevo, siete siglos después de la caída del Imperio Romano vivieron hacia el siglo V el obispo astorgano Toribio y seis monjes más en unas cuevas o eremitorios de los que solo salían para la misa y ese número mágico sirvió para que al construir la actual ermita se le pusiera el nombre de Señora de Siete iglesias…

La verdad es que imaginación nunca ha faltado a los predicadores ni a sus obispos que -como nosotros ahora- han sido receptores de unos hechos culturales que no comprendían, obsesionados por considerarse -como nosotros ahora- con más conocimiento que los antecesores, un error mayúsculo que se debe haber transmitido de generación en generación y que ha rellenado con mitos los huecos que había en la razón y en las infinitas pruebas que no son tan difíciles de leer… si se quiere de verdad.

En la representación sobre azulejos de la Virgen de Sieteiglesias que se muestra a continuación, el inspirador del esbozo pidió al alfarero que distribuyera discretamente siete querubines haciendo guardia a la Madre de Dios.

Expresada la duda sobre el origen de estos nombres, es Sieteiglesias de Tormes el entorno geográfico que mejor refleja esta dinámica planteada de pozas recrecidas artificialmente.

En la cartografía de los años 30, anterior a la implantación de la Presa de Santa Teresa sobre el Tormes y de la consecuente construcción del Canal de La Maya[4], el núcleo de Sieteiglesias es diminuto, sus tierras, de secano aunque húmedas a juzgar por los caños o sangreros patentes y el río muestra continuos desdoblamientos y anastomosis del cauce con islas, brazos y otros fenómenos de la dinámica natural de estos ríos de caudales irregulares y gradiente intenso.

La cartografía actual (unos cien años posterior) que puede disfrutarse en varias escalas y con orto fotografía de calidad, es un tesoro para el análisis, porque a la gran precisión de la topografía, los biotopos y usos del suelo, las infraestructuras y pequeñas intervenciones antrópicas, une topónimos que son un enlace sutil con épocas en que los humanos no soñaban con modificar la tierra, sino con entenderla y disfrutarla; así, nombres prerromanos como Galinduste (“gal indus te”, laguna vaciada) , Galisancho (“gal i santxo”, extenso lagunar) , Galiana (“gali an a”, el amplio lagunar),  La Maya (“lam a i”, las pozas someras), La Burra (“lam urr a”, la poza mísera, escasa, Las Monjas (“lam ontz a”, la poza sin pérdidas”, Las Bragas “lats barra aga”, sitio de motas de arroyo”, La Iglesia (Portillo), La Paraísa (“bara eza” tierra fresca, huerto húmedo), El Arca (“lar ka” prado exiguo)… se alían con otras recientes como El Prado, La Ribera, Las Huertas, La Vega, El Soto, La Isla… para corroborar que Sieteiglesias tiene bien atestiguado su entorno de ribera “movida” y significado arcaico de “Los cercos raneros del juncal”.

En Trabancos y Lozoya, los arroyos o barrancos en que pudieron formarse y explotarse las pozas, corresponden a una cuenca mucho menor, energía y caudal no comparables a los del río Tormes; El Reguerón, surco estrecho y profundo de unos cuatro kilómetros de desarrollo que está totalmente modificado por siglos de agricultura, pero que dada su litología, pendiente y potencial acuífero de La Guareña, pudo haber tenido un régimen parecido al del Río Jardín al Sur de Ciudad Real, formándose amplias y duraderas pozas que dieron lugar a un biotopo especial.

En la Segunda, los barrancos de El Recombo y El Jóbalo, (en gran parte subsumidos por el embalse de El Atazar), pudieron haber dado un régimen diferente, con pozas menos amplias pero profundas, cuestión que merece la pena estudiar con criterio científico y sin límite de imaginación.

[1] Los nombres de lugar en un círculo de dos leguas entorno lo confirman; Matapozuelos, La Seca, Pozaldez, Mojados, La Minguela, Las Abogadas (corrección de ahogadas), La Covatilla, Las Lavanderas, La Pesquera, Virgen de La Moya (lama hoya) … todos ellos hidrónimos “sencillos”.

[2] Silla nada tiene que ver con “sedere”, sino que es una voz nativa que diciendo “zi eilla” indica que está hecha de juncos y sería probablemente un simple cojín para los viejos del grupo.

[3] “Su” es el fuego y “zio”, lo que causa, un objetivo no siempre fácil de conseguir, que tiznaba a los encargados (el nivel más bajo o los castigados) hasta el punto en que la brasa admitía el soplo y la hoguera se sostenía sin apoyo humano.

[4] Su nombre vernáculo “lama i a”, lugar de lamas o lavajos

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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