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Silo

 

Los silos fueron una infraestructura artificial notable en la antigüedad, inicialmente en algunas localizaciones llanas donde la geología (especialmente la litología) era favorable, por lo que eran la obra en superficie que emulaba a las cuevas y viviendas trogloditas y rupestres que se practicaban en laderas y cortes.

Lugares de formación sedimentaria poco alterada en los que se alternaban finas capas de roca con paquetes de arenas o rocas arenosas poco cementadas, que facilitaban la apertura de hoyos u ojos en estas capas duras y luego, la ejecución del vaciado de su interior con formas generalmente cilíndricas, verdaderas cavidades para guardar elementos preciados, cuya boca luego se cerraba con un trozo de losa tallada en forma de tronco de cono obtenida allí mismo de esas capas duras para luego ser sellada con arcilla y tierra, haciéndolas imposibles de localizar para quien no tuviera sus coordenadas. Figura siguiente.

Como en casi todas las demás actividades humanas, lo lógico es pensar que los silos iniciales fueron de tamaño reducido y destinados a guardar elementos valiosos[1] de una sociedad nómada para cuando se volviera al mismo lugar y que progresivamente fueron ampliándose hasta que su fin único y definitivo fue el de almacén de productos agrarios, principalmente semillas.

Es muy probable que la voz “sillar” (“silhar” en Portugués y Gallego, pero no repetida en ningún otro idioma) se compusiera de “sill”, la voz original para el hueco en vasco y que aún se usa en varios dialectos y de “ar” (actualmente “har”, piedra), es decir, “piedra para agujero”, quizás el primer caso de piedra tallada para ajustar en un lugar concreto, lo que dio origen al sillar de construcción, la piedra angular que soporta los lienzos de paredes y que los sabios se empeñan en que su origen sea desde el “sedere” latino, estar quieto, sentarse a través de “sel la”, silla y sillar.

Soluciones alambicadas e hipercultas que son puestas en circulación por individuos empeñados en hacer proceder todo de Latín o Griego, a costa de ignorar fuentes como el Euskera y principios rectores como el sentido común.

El éxito de los silos subterráneos en tales lugares ideales debió llevar a los antepasados a ensayarlos en otros menos adecuados, protegiendo los paramentos y finalmente, cuando ya el sedentarismo era una modalidad viable, comenzar a hacerlos más grandes, semienterrados y aún elevados, hasta llegar a los modelos netamente exteriores, que el Servicio Nacional del Trigo hizo parte del paisaje nacional entre los años 40 y 70. Imagen de portada

Imágenes de bocas de silos semienterrados descubiertas en Aswan (Egipto) y silo de época reciente en Cantabria, desaparecido del uso desde que el plástico cumple su misión para la fermentación láctica del forraje.

La pobreza cultural de hoy en lo que se refiere a conocimientos generales amplios, ya se apuntaba en el siglo XVII, donde entre las élites se podían encontrar personas sabias en conocimientos generales, junto a otras (con cierta frecuencia deanes y religiosos de alto nivel) que disponían de tiempo y de numerosos asesores que les aleccionaban en todo cuanto no fueran cuestiones de Religión, Teología o lenguas clásicas y que como Sebastián de Covarrubias, fueron autores de obras insustituibles por ser verdaderos archivos de la época, pero que en aspectos como la Etimología suponen un verdadero descalabro que se ha prolongado hasta nuestros días por no haber contado -apenas- con la lengua vasca.

¿Sería la influencia de Varrón que citaba los “syros” de Kapadoccia o la de los cronistas de Alejandro el Magno dos siglos antes en los confines del Caúcaso, donde ya los llamaban “silos”?

El mismo Sebastián nos dice que también los había en Tracia, España y Cartago, inimaginable entonces y detestada hoy la eventualidad de que un sustrato semántico vasco hubiera permanecido en zonas lejanas y en idiomas de época “circa histórica”, eran raros quienes consideraban al Euskera aunque fuera en su relicto ámbito cantábrico. Uno de los primeros -no nativos, aunque muy cercanos a Bizkaia- fue otro Esteban, Esteban de Terreros y Pando que en su gran diccionario reconocía para el silo, que “en Basc. Siloa, ciloa” a lo que es necesario añadir que es una voz antiquísima, originalmente “süllo”, que en algunos dialectos ha virado a “sillo” y en otros a “zulo”, este último, nombre antes cotidiano en los ambientes agropecuarios vascos y que en los años setenta y ochenta puso de moda la banda ETA, porque eran los “buzones” donde se intercambiaban dinero, instrucciones, explosivos y armas (en la imagen, uno de los últimos zulos de ETA en Irún), así que la R.A.E. lo ha sumido e incluido entre sus voces:

Zulo. Del vasco zulo; propiamente ‘agujero’. 1. m. Esp. Lugar oculto y cerrado dispuesto para esconder ilegalmente cosas o personas secuestradas.

Este “zulo” es el “silo” de tierras propias y lejanas.

Recientemente, algunas academias como la catalana ya plantean la posibilidad vasca al explicar su voz para el silo, “sitja” (en Euskera, polilla, agujero de sus larvas) como pariente suya.


 

Sitja, en caràcters ibèrics orientals, possible cognat del basc zilo ‎(«clot»).

Este atrevimiento contradice tímidamente a uno de sus referentes, Joan Coromines, que prefería que viniera del supuesto céltico “silon” (semilla ¿?) y no conforme con esa apuesta, concluía que “como el silo era siempre subterráneo, es posible que de ahí salga también el vasco zilo, zulo, agujero”; es decir, retiraba al Euskera cualquier paternidad y le asignaba de forma irresponsable y precipitada un préstamo que no lo es.

Esa negación a ultranza de cualquier posibilidad a un Euskera que a nada que se escarbe está en todas partes, lleva siglos sosteniéndose apoyada en el principio de que “lo que no está escrito, no vale como argumento”, lema que se ha explotado desde los entes culturales y de investigación que no quieren de ninguna manera que se revisen los esquemas lingüísticos establecidos, bajo cuyas fórmulas se han elaborado miles de ensayos que quedarían en gran parte anulados si la participación semántica que se vislumbra en esa lengua se demostrara abiertamente.

En el facsímil siguiente, extracto de la explicación de Covarrubias se ve la primera referencia escrita al “syro” y “silos” y su función exclusiva de granero, que cuando él la escribió se remontaba a 2.000 años y a una época histórica en la que la forma de economía principal ya era la agricultura y que ha sido el modelo para otros etimologistas paneuropeos que han seguido la línea oficial aunque en Griego ni en Latín (apenas “silus”, cognado de “simus”, chato) haya derivados, mientras en Euskera, hay docenas y son voces de uso diario e imprescindibles.

[1] Metales y minerales, imágenes, semillas, prendas, útiles, herramientas y armas…

 

 

 

 

 

 

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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