Esta bonita anteiglesia costera y acantilada (sin puerto) de Uribe-Kosta, ha sido recientemente afeitada por el contubernio Académico-Político-Editorial, que le ha rasurado la “na” final porque al respetado Caro Baroja le sonaba a latinajo y la autoridad del momento (hace veinte años) afirmó lo dicho por el berano (de Vera) y decidieron usar la cirugía.
Así, los profesores y estudiantes de filología, los políticos de aluvión, losf abricantes de carteles y señales, los impresores, los editores de panfletos y mapas celebraron tal decisión que les confería “una participación en el futuro” aunque fuera tan irresponsable como la de un paracaidista que se tira del avión con la primera mochila que encuentra a mano.
Porque toda la ciencia de estos sabihondos se limita a que las desinencias “ana, ena, ano…” les suenan a genitivos latinos, es decir a lugares propiedad de algún patricio y quieren salvaguardar el aroma vasco puro.
La cuestión es que han amputado Sopelana sin decirnos quien pudiera ser el Sopelius que la manejaba.
Así se van, así se han ido en los últimos quince siglos nuestros dineros, nuestro tiempo y muchos de los mensajes que la Toponimia conlleva. ¡Menos mal que por cada nombre que destruyen nos quedan decenas, cientos y a veces miles a los que esta carcoma de universidad no ha podido llegar.
Ayer me preguntaba un seguidor de Eukele.com mi opinión sobre la operación Sopelana-Sopela y –aunque aún no tengo el significado de la voz original que sospecho varía entre Sopelana y Ospelana- acabo de empezar a recoger indicios, partiendo de la certeza de que no sobraba la “na” amputada.
Una primera incursión se ha de hacer en la búsqueda de topónimos que terminen en “…lana”, pudiendo asegurar que son casi 4.000.
También es necesaria la advertencia de que en la toponimia ibérica, puede no ser lo que parece cualquier nombre que en Gallego, Castellano, Catalán, Valenciano o Euskera actuales.
Así, de las infinitas “Lana” y “La Lana” que he encontrado (complementando a pozo, prado, arroyo, barranco, baldío, cahozo, carril, casa, charca, collado, es puig, hoya, prats…), probablemente ni una sola se refieren al pelo de la oveja; son otra cosa que algún día se descubrirá.
Además, hay multitud de “solana” que en general definen la exposición al sur de un predio, pero entre las que también hay excepciones y “plana”, con idéntico diagnóstico.
Pero apartados los nombres de lugar que no aportan mucho, nuestro trabajo ha de centrarse en los que sí lo hacen, como: Baldío de La Galana, Pamplana, Corbalana, Catalana, S’Escalana, Gavilana, Chiclana, Jilana, Cortelana, Parpalana, Orellana, Hortelana, Vilana, Isabelana, La Berlana, Froilana, Capalana, La Chulana, Escolana, La Gemelana, La Manglana, La Pellana, La Porcelana, La Valana, La Suissa Catalana, varias Lana, L’Olana, Marialana, Milana, Ramilana, Txipelana, Zartekolana….
No tan abundantes las que comienzan con “Sope…”, casi llegan a cien, destacando el Pinar de Sopeliana, varios Sopena, Sopenedo, Sopenilla, Soperi de Arriba y abajo…
Y entre los que contienen el intermedio “…pelan…”, La Pelana, Ospelandi o Txapelane.
En una primera “escarda” se han seleccionado Txapelana que está cerca de Gorozika en Bizkaia.
Zartekolana en la Sierra de La demanda, el Pinar de Sopeliana en el Valle de Ordesa, Ospelandi y Ospeltxiki en el valle de Erro (Nabarra) y Txapelane en Aitzgorri.
Una primera conclusión es que los morfemas que componen Sopelana, son habituales (si no abundantes) en la toponimia “salvaje”, donde no ha habido quintas ni explotaciones agrarias por lo que no hay motivo para pensar en que sus desinencias se refieren a la propiedad del suelo por personajes ricos o influyentes (como gusta a los latinistas).
Otra conclusión es que hay material suficiente como para hacer un estudio “físico” de los lugares y obtener los datos que nos faltan y acercarnos a los verdaderos significados.
También hay lugar para las impresiones e intuiciones; me parece que el Ospelandi-Ospeltxiki del valle de Erro está sugiriendo una metátesis “Ospe-Sope”.
Acabamos de empezar con este análisis que espero que en un mes aporte alguna luz, dando fuerza al rechazo de la forma de actuar de estos académicos, libreros, editores y carteleros que ya en 1984 cuando asistí en Vitoria a las Jornadas para la Revisión del Nomenclátor, me parecieron unos piratas decididos a desmontar las joyas para llevárselas por piezas.
Lamentablemente estaba en lo cierto.