Este verbo que representa un estado de calma tras una situación de estrés o actividad, solo es compartido parcialmente por el Catalán que lo dice “assossegar”, sin pronunciar la “r” final, siendo muy diferente su dicción en las lenguas cercanas, que van desde formas como “appaciá” en Corso, “apaiser” en Francés y “appease” inglés, al “aplacar” gallego y “placare” italiano y latino, “paci” maltés y ”apaziguar” portugués, con una diferencia notable en el Rumano “potoli seta”.
No sería de extrañar que esta forma rumana y la obsesión latinista de Joan Coromines le dieran la gran idea de rellenar su “Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana” con otra solución precipitada como cientos de las que colman esa obra desgraciada y que explica el sosiego desde el Latín “sessicare”, de “sessio”, acción de sentarse, lo que le distinguía de las corrientes que se basaban la explicación en la quietud o la tranquilidad y se apuntaba un tanto con respecto a su predecesor Covarrubias (tres siglos anterior), quien plasmó por primera vez en imprenta su pasión por la lengua -que dicen- del Latzio, llenando su “tesoro” de errores que los copistas multiplicaron como se multiplican los áfidos, género donde hembras natas pueden poner huevos fértiles sin haber tenido coito.
Esteban no tenía cómo asignar el sosiego al Latín, porque de tenerlo lo hubiera incluido en su parca explicación extraída del Tesoro:
La cuestión es que una vez más se resta a las palabras el alto valor semántico que llevan oculto, proponiendo soluciones pueriles. En este caso el sentarse como equivalente a sosiego.
Pero la cosa no es así aunque pudiera valer para la población urbana cada vez más alejada de los procesos naturales que inspiraron a los antepasados para crear la civilización y llenar de lógica su producto más valioso, un lenguaje lleno de contenidos.
Digo urbano, pero valdría ya también para el mundo rural donde plantas, animales y fenómenos hace mucho que han dejado de llenar nuestra curiosidad para transformarse en números inertes.
En este caso se trata del celo, un estado que hasta hace setenta años se vivía intensamente en el campo por los cuidados que había que apurar, sobre todo con los grandes animales que en su excitación podían provocar daños, preñar a las hembras no objetivo y malograr los planes trazados.
Hoy casi nadie sabe de estas situaciones ni del vocabulario usado, como no lo sabía Joan en los años cincuenta.
La cuestión es que machos y hembras alteraban su comportamiento, estaban excitados durante algunos días del celo y si bien los machos eran escasos y se controlaban con antelación, las hembras (ver imagen de portada), “montaban” unas a las otras, en unos gestos claros de demanda de sosiego.
Ahí esta la clave, en el Euskera “suse”, celo y en la partícula “ga”, que como sufijo indica carencia, ausencia, finalización, de manera que “suse ga” es la vaca[1], que bien por haber sido cubierta por el toro, bien porque ha pasado el periodo de celo, deja de estar intranquila, de montar a sus compañeras… y se va tranquilamente a sestear o se echa frente a su pesebre.
A nadie se le ocurriría que va a sentarse.
Disparates de nuestros sabios que son como goteras en el tejado que-producto de su soberbia- no hacen sino perjuicios en el edificio de la Cultura, esta sí, con mayúscula.
[1] O cualquier otro gran animal.