Para unos, expresión del azar, para otros, consecuencia de una voluntad suprema o divina que se proyecta en favores o penas para los humanos.
Nuestros sabios no se cortan un pelo, así que para ellos, el Latín y la forma de llamar (“sors, sortis”) a unos guijarros o dados gravados que se usaban para adjudicar tierras u otros lotes son la base de esta misteriosa palabra, aún cuando la forma “fortuna” es la canónica en la lengua del Latzio para los casos de inocencia y la versión “témere-itas” para los de irreflexión.
La misma mecánica usan para explicar el azar por el Árabe, que asignan a una flor (“zahr”) que –dicen- se pintaba en las tabas para realzar el lado favorable.
Las lenguas cercanas tienen diversidad de nombres para estos conceptos difusos, pero ni el Árabe la llama “zahr”, sino algo más parecido a “hadda”, ni hay uniformidad en las latinas (“sort, sorte, xorti, fortuna, chance, noroc…”) ni la hay en las célticas y germánicas, donde predomina el “luk, luck”.
En Euskera hay una voz central, “zori”, base de la –seguramente- palabra más conocida de nuestra lengua, “Zorionak” que se emplea para desear felicidad, pero en realidad demanda buena suerte.
Su plural, “zori te” con la elisión de la vocal central para dar “zorte”, es probablemente un camino más coherente que el que se basa en unos guijarros como nos quieren hacer creer los sabios superficiales. “Zorte” es un estado, una propensión misteriosa que como concepto, ha tenido que ser anterior a la “alea” o juego de dados o tabas de los refinados romanos.