Toponimia

Toponimia de Portugal.

El título es una excusa para tratar asuntos que son más de filosofía de este grupo de “sujetos libertarios”.

Llego a estas jornadas tras un largo periodo de veintiséis años analizando y consensuando la forma de conservar indefinidamente un monumento del periodo industrial que sobrevive operativo y funcional en Bizkaia y hace un mes que he hecho público el Anteproyecto Técnico que puede conseguir ese objetivo.

De diez millones que costarán las operaciones, uno corresponderá a los elementos físicos a sustituir y nueve a los trámites, trabajos, medios auxiliares y equipos que hay que construir o traer del otro lado del mundo para ejecutar la obra.

Esa desproporción queda pequeña si se compara al enorme desafío en que estamos metidos en Lenguaibérica para reconstruir un periodo importantísimo de la evolución de la humanidad que en la cultura y enseñanza actuales es despachado en una página y con desdén, como si todo lo importante hubiera sucedido a partir de Nínive o Egipto y desde ahí hubiera sido transmitido por fenicios y persas.

Pequeña, porque la herramienta clave para iniciar decididamente la interpretación cabal de un periodo (que supone la extensión temporal de un pequeño periodo geológico), la lengua vasca, lleva cinco siglos dependiendo de personajes mediocres que sirven a otros objetivos y aunque en el último cuarto de siglo la globalización que ahoga al mundo ha sido crucial para revitalizar al Euskera, el timón está echado a una banda, pero este gran barco de la cultura[1] no acaba de corregir su rumbo.

Esto traducido a su proyección en estas jornadas se traduce en pesimismo un pesimismo que ya se manifestaba en el mensaje de las VIII jornadas del año pasado en el lamento sobre los grandes yacimientos de información que no se aplican y que este año se centra en la queja de que se trabaja mal.

Así, tras el título de esta ponencia se encuentra la denuncia hecha por enésima vez de que llevamos varios siglos investigando mal; que estamos buscando en las ruinas de la planta baja de un inmueble derrumbado, cuando la bodega que buscamos está en el sótano. En estas jornadas se aprovecha una muestra de cómo la Toponimia portuguesa es idéntica a la española, que no aporta nada nuevo, para extender ese postulado otra vez al Este, al Sur y Norte, donde con el entrenamiento adecuado, cualquiera podría ver la homogeneidad de los nombres de lugar; una homogeneidad que no es de época histórica, sino muy anterior y que es negada irresponsable y obstinadamente para no ver la realidad y seguir relacionando la cultura actual a un paradigma falso.

Cuando comienza el décimo año de andadura de este “grupo nuestro”, se viene con amargura a la última sesión para deciros que en el aspecto emocional hemos conseguido avances: Tenemos un grupo sólido y creciente (también alguna baja), tenemos un hueco (una “sel da”) y somos alguien en la red, tenemos logo como las grandes empresas y carnet como los clubs[2], pero en la búsqueda del modelo que explique la transición entre prehistoria e historia, avanzamos muy poco.

Las causas son varias y no es la menor la inercia del sistema exterior que mantiene en sus puestos a las mediocridades académicas, docentes, comunicadoras y políticas y que está llegando y percolando imperceptiblemente hasta en Lenguaibérica, donde no nos obligamos a leer, escuchar y comentar todo lo que aportan los nuestros; inercia paralizadora de las iniciativas contra la que no es efectiva la lucha porque la iniciativa es parada por la pasividad como la lana de un colchón para una bala de fusil.

He pensado que no es una actitud de boicot sino un fenómeno originado en una especie de “estorbo”[3] instalado en nuestras inteligencias, freno que nutrido de una didáctica nefasta de los últimos siglos, es como una rutina intelectual que nos mantiene rebuscando en la planta, cuando lo que hay que mirar es la bodega.

Estorbo limitante, porque ir en contra de lo reconocido socialmente es como acercarse al precipicio y nuestro subconsciente no nos ayuda a dar este primer paso necesario para encontrar la trampilla de la bodega.

Por ejemplo, aún bien entrada la Ilustración, la idea general de la duración de “La Creación” detalladamente sumada desde Adán al nacimiento de Jesús, acumulaba del orden de 4.200 años con lo que la ciencia del momento y sus agentes punteros se situaban en unos 6.000 desde el origen del mundo. Cuando la Ciencia auditó esos números, la cifra resultó ser un millón de veces inferior a los cálculos de la existencia del conjunto Tierra-Luna y nada menos que 400 veces menor que el periodo que Arduino propuso sensatamente llamar “Cuaternario”, en cuyo origen se ponía el hito de la aparición de humanos inteligentes y organizados.

Costó mucho que geólogos, biólogos, ingenieros, médicos y antropólogos consiguieran cambiar aquella escala temporal y como para entonces ya se habían creado modelos o paradigmas de la evolución del hombre primitivo al moderno, su imposición imperceptible perdura obstinadamente.

Perdura porque esos modelos se hicieron familiares y con excepciones muy raras siguen repitiéndose en la bibliografía, en las películas, en documentales y hasta en los programas de estudios y son como las trochas de los carros antiguos, que habiendo tallado en la roca las estrechas hendiduras de sus ruedas, obligaban a los posteriores a seguir con esa anchura y con ese itinerario.

Parecen cuestiones inocentes, pero constituyen verdaderas válvulas intelectuales que condicionan tempranamente el potencial de investigación y el afán de revolución de generaciones de observadores, transformándolos en esbirros de un sistema que -por convencionalismo- ha dejado de cumplir su encargo más sagrado: Buscar la verdad por encima de todo.

Tan inocentes, como repetir, editar, dibujar y crear películas, videos y canciones en los que se insiste en que “…los humanos primitivos vivían en cuevas…”, lo que lleva a las masas (incluidos los intelectuales) a creer que el sistema de vida era igual al actual, es decir, ligado a asentamientos, cuando lo cierto es que en las zonas templadas y parte de las frías, los asentamientos han ido llegando a regañadientes en los últimos cuatro o cinco mil años, para acelerarse a partir de la generalización del uso del hierro.

Antes, lo natural, lo normal en esas áreas templadas y frías, era practicar el nomadeo con dos épocas dinámicas y otras dos de cuarteles, cada vez más marcadas.

Inocentes, como repetir como cacatúas, que la expansión por el mundo se hizo por grupos de “cazadores y recolectores”[4], dando a entender que los grupos humanos recorrían el mundo a riesgo y ventura de encontrar o no frutos o caza y sin apenas caudal cultural ni moral, cuando ambas actividades en las regiones citadas son explotables solamente en unos cortos periodos estacionales. No tan inocente es la idea entreverada que se trata de inocular, de que los grupos eran primitivos e incapaces de otra cosa que matar y buscar carroña o frutos.

Eminencias de la erudición española llegaron a escribir que los habitantes pre romanos de España vivían en una “abigarrada promiscuidad”.

Tan inocente, como pretender que unos contingentes humanos que eran capaces de cruzar ríos, trampales y ventisqueros, curtir pieles y tendones, trenzar fibras, atar redes, crear herramientas, forjar el hierro sideral, diseñar armas y correas, poner nombre a los elementos, meteoros, animales e incluso a vectores físicos y químicos, gente competente para sintetizar venenos y antídotos,  de pintar con idea realista o figurativa… podían haber quedado atrapados en “refugios climáticos” durante milenios… inocente y cómico.

Inocente como mantener insistentemente que el pastoreo fuera una actividad sucedánea de la agricultura en lugar de ser la precursora, cosa que solo a ignorantes empedernidos se les puede ocurrir y a ignorantes vocacionales pregonarlo y creerlo. Andrew Sherratt, antropólogo genial, planteó en los años 80 la idea de “la revolución de los productos secundarios” (leche y derivados, lana, tracción…) para explicar el éxito definitivo de la agricultura.

La consolidación de la agricultura como actividad económica suficiente para garantizar la supervivencia del sedentarismo no ha podido producirse sino después, mucho después de cientos o miles de ciclos (según territorios) en los que los “pastores-buscadores-cazadores-exploradores”, ensayaran zonas cada vez mayores y pequeños contingentes suyos fueran “quedándose” en lugares especialmente apropiados para garantizar soporte trófico y superación de las amenazas “en soledad” entre viajes de sus afines.

Solo alguien que no tenga idea de lo que cuesta a un colono principiante erradicar las plantas nativas que no interesan, lo difícil que es conseguir que medren y mejoren las elegidas a la vez que se doblegan las parásitas, lo agotador de ahuyentar a los infinitos seres que las ansían, eliminar el agua que sobra o traer la que falta, entender las ideas de abonado y fertilización, conseguir alterar las rutas tróficas o sendas de rumiantes salvajes, incluso convivir con itinerarios consolidados de otros pastores que no entienden de acotados… entender los mecanismos y crear la técnica para preparar silos o almacenes para las cosechas… solo alguien así de ignorante puede hablar de la agricultura como de un astro que aparece de repente e ilumina a todos.

Fueron necesarios milenios de quemas sistemáticas de bosques de ribera combinados con manejo de ganado para preparar las grandes llanuras fluviales en China, Creciente Fértil, Egipto…para la agricultura mientras simultáneamente esos avances se expandían por las regiones templadas en un proceso de diez milenios que iba marginando al pastoreo de grandes desplazamientos.

 

La fórmula fue llegando a otros grandes ríos con amplias llanuras de deposición y luego a estepas, laderas y marjales.  Todo ello suponía grandes cosechas… pero un trabajo ingente.

Solo alguien que sea verdaderamente suspicaz y conozca a fondo estas cuestiones e investigue en el Euskera en lugar de buscar soluciones exclusivamente en la Bibliografía habrá podido superar la dinámica tradicional y entender, por ejemplo, que “quinta” no es una finca por la que el colono paga la quinta parte de sus especies conseguidas en el año, sino que “kin ta” equivale al ensayo cooperativo, a la necesidad colaborativa “kin”, compañía,  trabajadores especializados para rozar, talar, desbrozar, quemar, labrar, sembrar o plantar, drenar, regar, combatir plagas y meteoros, construir edificios, silos y aperos, cosechar… y “ta” es el sufijo generalizador que explica la enorme tarea que se inició hace milenios para extender los ensayos agrarios iniciados en la “u erta”[5], literalmente, ribera, borde del agua; los bancos de aluvión que en abril[6] aparecían tras las avenidas pluvio-nivales  y que en los tres meses estivales en que los pastores merodeaban por la zona, aportaba verduras y legumbres sin el trabajo previo de deforestar.

Ver imagen siguiente.

 

Analizada desde el grad

o o nivel de esfuerzo, la ganadería[7] extensiva es dos órdenes de magnitud más económica (entre 10 y 100 veces según casos) que la agricultura: No hay que modificar el medio ni eliminar la fauna, no hay que construir edificios ni almacenes, no hay que alterar los ciclos del agua, es muy fácil y rápida la selección genética, no hay que impedir tránsito ni acceso a grandes extensiones, el alimento y varios productos de consumo viajan con el grupo, la subsistencia es muy sencilla… y la continua observación del mundo y sus fenómenos hace a la gente independiente, justo lo contrario que el sistema agrario de asentamientos y propiedad del suelo, que la hace débil, dependiente, mezquina y desconfiada.

No obstante, hay que reconocer que la producción agraria es lo que ha facilitado la “explosión tecnológica” y el avance científico especializado que nos han ayudado a llegar a la forma de vida actual…. Pero que como venganza que puede traernos un colapso repentino de un edificio erigido sobre un solo pilar.

Inocentes también, quienes durante siglos han tomado la arqueología tradicional, la  que se aplica en entornos ricos como enterramientos, asentamientos, tells y ciudades, simas o en cuevas y que se ha basado principalmente en elementos perdurables (piedra, huesos, conchas, cerámica… y solo tardíamente en huellas, negativos y otros indicios), espacios que no suponen ni una millonésima parte del espacio trillado por los humanos y que lo son de una época cien veces más extensa que el breve periodo Histórico que -influenciados por el Génesis- creemos representativo de toda una epopeya de dos millones de años.

En resumen, el relato que se nos transmite es tan vago como pretender resultados concluyentes de un dado con los vértices redondeados.

Con ello se quiere decir que será difícil avanzar en la reconstrucción de la Prehistoria mientras no se comience a rechazar algunos paradigmas ideados desde poco después de la caída del Imperio Romano por los poderes políticos y religiosos, modelos[8] que tras siglos de “descanso medieval” fueron retomados por la erudición y aunque hoy resulten más que absurdos, imposibles, siguen siendo el “chasis” inamovible sobre el que se montan con mínimas variaciones las carrocerías de disciplinas humanísticas que rellenan los Planes de Estudio, nutren programas de Investigación y dan argumentos a los jueces para sentencias infames.

Llegando al tema de portada y al margen de que desde Portugal nunca se ha visto con simpatía que a toda la península se la llame Ibérica (les ha gustado más ser Lusitanos aunque no sepan de donde viene esta raíz), la escasez de epigrafías de tipo ibérico o tartésico, unida a la gran similitud de la toponimia de los países que la forman, obliga a plantear que hay una gran dislocación entre lo que parecen representar los escritos, la sonoridad de cuyas trascripciones se aleja de forma irreconocible del eco de los nombres de lugar.

Esto mismo que sucede con el joven Latín y la evidente mayor antigüedad de la macro toponimia del propio Imperio Romano y de más allá de “sus limas”, así que un recorrido por algunos nombres de ciudades, sierras, montes, ríos y lugares muy conocidos de Portugal nos dice que sus semejanzas con los españoles y aún con los de más allá apuntan a que todos ellos fueron nombrados por gentes con un idioma común, grupos muy dinámicos y que merodearon por estos territorios a lo largo de periodos largos y condiciones estables, circunstancias que suele citar con acierto Josu Naberan cuando dice que son “necesarias para crear toponimia”.

Las características de tal forma de vida no eran compartidas por la pujante economía agraria que -en cambio- hizo posibles imperios poderosos fundados y extendidos sobre territorios que ya tenían nombre. Estudiosos posteriores que no podían explicar los significados de esos nombres, optaron por calificarlos como “pre romanos” o justificar su incomprensión atribuyéndolos bien a las visitas tempranas de comerciantes o a las hordas de invasores que periódicamente venían a poner orden y cobrar los impuestos para los señores, pero la Toponimia no se ha conformado de retales caprichosos, sino de criterios de una inteligencia notable que han servido para designar hasta los últimos rincones con gran precisión y facilidad de memorización.

Ejemplos:

El investigador de Toponimia con criterios científicos y registros matemáticos suele tener cierta querencia a comenzar sus análisis por lo raro, aquellas acepciones que llaman la atención por no haberlas similares en cercanía ni en la distancia. Por ejemplo, “gafanha” (saltamontes en portugués) puede que sea la voz más repetida y a la vez sin explicación etimológica en la Toponimia de Portugal porque su segundo significado ancestral de asentamiento humano que al correr de los siglos se convierte en ciertas aglomeraciones de población actuales, hace que sabios y legos busquen sin cesar alguna pista para descifrar este sonoro nombre que lleva siglos sin sacudirse la fea explicación de que pudiera venir de “gafo”[9] (gancho, ganchudo) que es como se llama a los leprosos por sus dedos retorcidos, tomándose “gafanha” como leprosería, solución que no convence ni gusta a nadie.

Ya Covarrubias en las primeras ediciones de su “Tesoro”, señalaba esa idea de relación y cuatro siglos después ahí se estancan las pesquisas con el absurdo de sugerir que una leprosería, un lazareto, creación de época agraria muy avanzada fuera un modelo válido para llamar a los asentamientos que comenzaban a tener consistencia, muchos de los cuales persisten y se han transformado en “fregesías” (híbrido de filius e igresa), las actuales conurbaciones, pero que sí pudiera tener una relación retórica despectiva para con los lugares que en torno a manantiales, cruces de caminos u otros atractivos o garantías, comenzaban a ser asentamientos en un mundo nómada.

La capacidad de aglutinación del Euskera ayuda notablemente a plantear posibilidades con cierta lógica para una explicación coherente.  Por ejemplo, “gaba” es la noche y “añá”, entre otras, transmite la idea de la capacidad, cabida y protección, por lo que la voz “gabaña” puede ser una creación prerromana para describir un cerco, abrigo o cobertizo suficiente como para que pastores, cazadores, pescadores o viajeros, pernocten y descansen, algo así como los “tugurium” de los romanos. También es posible la opción “kabi aña”, donde la primera parte es un nido, una yacija, ambas con parecido significado de un refugio temporal que los aguerridos nómadas acostumbrados a dormir al raso podían considerar como “un signo de comodidad social”.

Covarrubias, arrimando la ascua al Italiano que dominaba, definía así el uso nocturno de la cabaña:

No menos raro es -en apariencia- el río Zézere, muy visitado por montañeros y del que apenas hay réplicas en España, solo un Arroyo Cícere en La Coruña y varios Lácere Títere, con sonoridad semejante, pero sin pistas para su explicación.

Pasando de rarezas a nombres conocidos de comarcas y ciudades como Lisboa, Braga, Coimbra, Évora, Oporto, Amadorra, Queluz, Setúbal, Gaia, Gondomar, Matosinhos, Nazaré, Leiría, Barreiro, Aveiro, Portimao, Santarém, Guarda, Torres Vedras… así como otros cientos, miles de lugares que llevan “São”, el equivalente al “San” español, algunos de los cuales claramente recientes pudieran ser verdaderos hagiónimos, pero que otros muchos son absurdos, como São Brissos, São Domingos, São Fins, São Manços, São Xisto… o San Jacinto

Este último llama poderosamente la atención porque denomina al conjunto dunar de casi treinta kilómetros que cierra la salida de la ría de Aveiro[10], dunas tan conocidas como Doñana, con el nombre de un santo de méritos modestos y que casi nadie conoce ni sabe a qué se debe su presencia en un lugar remoto como este, a no ser que la playa de la duna fuera en la prehistoria un pasillo costero  de cruce más cómodo que las tierras interiores cubiertas de marjales y densos bosques como lo era la rasa cantábrica en esa época o lo son las playas de Mauritania ahora mismo.

 

 

Tales lugares de paso franco solían tener una denominación genérica del tipo “ya, ia, ie, ja, je…”, cuyo plural o la idea de continuidad se configuraba como “yas, ies, jas, jes…”, a partir de la raíz “ie”, trayecto, travesía, lo que ha dado lugar en la península a varias “yasas”, “yeclas”, “iacas”… o corredores y también a una centena larga de “jacintos, jacintas…” que solo llevan el “San”, presunto indicador de santidad en un par de localizaciones, ambas curiosamente en una duna como la portuguesa (ver imagen de la duna de Sanlúcar).

Esta escasez de referencias sagradas es coherente con la realidad de un santo polaco que fue canonizado tardíamente (entrando ya en el siglo XVII), lo que proyecta un doble enigma; primero, qué mensaje aportan los demás jacintos y segundo, porqué los únicos aparentes hagiónimos encontrados para Jacinto están en un lugar tan peculiar.

 

Terminar este paréntesis citando que el precursor “Santa”, que no es tan abundante como “São”, presenta también numerosos absurdos en Portugal como en España, por ejemplo, Santa a secas, Santa Cita, Santa Baia, Santalha, Santana, Santar, Santarém…

Como primer resumen, la coincidencia de nombres idénticos o con una gran similitud a los españoles es total; las pequeñas diferencias son debidas solo a la evolución por aislamiento, a las rigideces epigráficas academicistas y a cambios culturales de milenios, siendo evidente que el origen de los nombres con mayor “personalidad” es antiquísimo y de fácil relación con el Euskera.

Algunos ejemplos más:

En España hay solo media docena de “Oporto” (todo junto), como un Barranco Oporto en Soria, pero si se busca como “o porto”, la cifra se eleva a medio millar, resultando una abundancia mayor que la de Portugal que apunta a que la preposición “por”[11] indicaba hace milenios un punto de paso recomendable incluso único en un itinerario.

Esta voz quedó como “por tu” (acción de pasar) en Euskera, denominando desde entonces tanto a puntos de paso habituales en zonas bajas (riberas, costas, desfiladeros), como a los collados y puertos de montaña, siendo copiada por el Latín cuando se incrementó la navegación comercial y de guerra y los diques artificiales de atraque se hicieron puntos de paso obligado para barcos mayores que ya no podían varar en playas. En este sentido, resulta cómico que los etimologistas resuelven su ejercicio a favor del Latín, explicando que el nombre se origina en el hecho de que en los puertos “se transporta” (“portare”), sin ejercer la necesaria retrotracción que nos recuerde que el transporte vino tardíamente de la mano del comercio y este generado en las excedentarias y ricas sociedades agrícolas.

Antes tenía sentido el viajar con el ganado, pero no el transportar… ¿para quien iban a transportar los nómadas algo más que chucherías?…

Sabios de bibliografía quieren que el nombre de Portugal venga de la ribera frente a Oporto, en la zona urbana de la actual Vila Nova de Gaia, donde otros impacientes han situado un lugar llamado Cale (de origen desconocido, aunque idéntico en sonido al Calais francés y a docenas de Cala, Cale, Calea Calella… en España) que citaba Antonino en su Itinerario y que en algunas crónicas se menciona como ciudad fundada por Decimus Junius Brutus.

Según estos poetas vehementes, añadiéndole “Portus”, hizo Portus Cale y devino en Portugal.

Otros menos sabios dicen que los marinos españoles, holandeses e ingleses iban a abastecerse de cal y de ahí “Portocal”, en tanto que otros becarios prefieren la idea romántica de que de sus puertos iban y venían los celtas: Portus Gallus, como en la cercana Galicia.

Como puede deducir cualquiera, ninguna de estas ocurrencias vistas en conjunto tiene credibilidad consistencia ni coherencia porque la Toponimia rechaza esas simplezas a la vez que la abundancia de nombres parecidos obliga a corregir las leyendas particulares, incluida la ilusión de los “tripeiros” de que el nombre de su ciudad (famosa por el vino reforzado con aguardiente) esté al comienzo de Portugal.[12]

La Gaia de Vila Nova tampoco es una sorpresa; en España hay docenas de Gaia, cientos, miles de Gaya, Galla, Gaña y derivados, también cientos de variantes de la Cale referida.

Siguiendo en España, los lugares cuyo nombre contiene porciones sustanciales o incluso la totalidad del nombre Portugal, se acercan a cuatrocientos (Portugal (13 lugares), Portugalesa, Portugalés, Portugalujo, Portugalejos, Portugalete, Portugalet, Burugales, Sabugal, Torrontugal…), lo que descarta que sea una casualidad o capricho, el que nuestra vecina se llame así. Menos abundantes que en España, nombres de la misma cuerda tampoco son raros en la propia Portugal, como el Cerro de Portugal, Portunhos, Portuzelo, Portimao, Portinha, Portinho… ni en Italia, Portule, Portula, Porticella, Cimas Portule y Portioli, … o en Francia con un ligero cambio vocálico…

Lisboa sin embargo, es un caso rebelde que no facilita gran cosa la posibilidad de “leer” un mensaje claro, lo cual no quiere decir que las fantasías de que la fundara Ulises (Olissippo) ni que sea árabe (al Ushbuna), sean dignas de ser tenidas en cuenta mientras se analiza una doble posibilidad, que refleja el único y gran estuario navegable que posee Portugal, cuyo moderado relieve contrasta con lo abrupto de la costa occidental, abra amplio que pudiera haberse conocido desde la antigüedad como “lis abo a”, literalmente, el estuario, la bocana rasa y que el propio nombre de Portugal procediera de la única elevación (y castillo) de San Jorge que preside la ciudad y desde la que se domina la bahía, alto que habría dado en llamarse “portu gan”, alto sobre el puerto.

Imagen actual, así que país y capital tendrían su origen en un mismo entorno singular.

 

Las ciudades de Braga y Braganza son también resueltas por la sabiduría oficial de un plumazo, la primera es la Brácara romana y la segunda la Brigantia de los celtas.

Lugares como Bragada, Bragado, Bragadela… no les mueven a investigar en otra opción ni discuten con los gallegos sobre  el mítico Breogán y las pretensiones de que La Coruña o Betanzos sean la Brigantia que ellos se otorgan… ni parecen haberse preocupado de ver cuantas bragas asoman en España, unas anchas, otras mojadas, algunas calzadas o en una laguna… peladas, que rascan… ¿Quién puede resistirse a buscar qué relación hubo hace miles de años entre las zonas pantanosas y las bragas para que España haya casi trescientas?…

“Braga”, contracción de “barra ga” no es otra cosa que la ribera de un río o las faldas de una laguna en las que no hay motas, resaltos, barras o acúmulos naturales de limo que protejan de inundaciones “menores”, un fenómeno de la dinámica fluvial que nuestros antepasados aprendieron a reforzar hace milenios, pero que de vez en cuando se rompen, permitiendo que una gran extensión de ribera se inunde, como en esta foto reciente del Ebro, donde se señalan las motas superadas por el agua. Probablemente la Braga portuguesa era uno de los entornos en que en las riberas no se formaban estos diques y las márgenes del río se destinaban a pastos frescos y a dehesas boyales en lugar de a la agricultura.

“Braga” y sus variantes, son, por tanto, denominaciones relativamente abundantes que muchos lugares conservan y algunos muestran aún rasgos hidrográficos lénticos con trampales, lagunas estacionales y lo que se llamamos allí y aquí, “paúles”[13] como la Playa Fluvial de Adaúfe en Braga, el paúl da Madriz en el propio río Mondego o el de Arzila[14] en la zona del acuífero bajo este río, transformados en lagunas permanentes, con “un poco” de ayuda.

 

 

Asimismo, Braganza, que no tiene equivalente “epigráfico” en España, sí puede presumir pariente llamada Bragancha que se encuentra cerca de Dueñas, una más entre dos mil lugares como Barbancha, Garrancha, Calancha, Carancha, Carrancha, La Rancha y multitud de Pie, Arroyo, Barranco, Vado, Cañada, Cabeza, Caleta, Cerro, Costa, Cuartel, Fuente, Hoya… de Sancha, que llevan la adjetivación “…ancha”, que podrían hacer pensar a cualquiera que hubo una tal Sancha que poseyó medio país.

Ese “ancha”, muchos “ansa” como Almansa, el río Nansa, Lavansa, la Punta da Mansa y sobre todo el “anza” de Braganza y -otra vez- otros más de dos mil lugares que lo llevan en España, como Barbanza, Matanza, Carranza, Bonanza, Almanza, Azanza, Companza, Gilanza, La Danza, La Iranza, La Verganza, Mesanza… lo hacen casi siempre con el significado de grande, extenso; voz tomada del Euskera “and-anʤ”, grande espacioso, que no del Latín, (“latus, magnus, maior, amplus…”) cuyo tardío “grandis”, deriva también del Euskera “lar andi- gar andi”, excesivamente grande.

Évora es otra ciudad muy nombrada que la erudición dice ser celta porque “eburos” es el nombre del tejo en ese idioma recreado… otros solo hemos llegado a admitir que “iwo” (su nombre real) tiene cierto parecido con “evor”, pero de ahí a sentar que había tejos es un disparate, sobre todo teniendo en cuenta que la clasificación climática de Évora (termo mediterránea) y la preponderancia de rocas plutónicas ácidas en su región, con la excepción de algún filón metamórfico de mármol, cuando el tejo es baso y esciófilo , lo hacen imposible.

Ver la distribución vocacional del “Taxus baccata” en esta región.

En España hay varias Évoras y Gévoras (Andalucía) y algunos lugares de nombres relativamente homófonos, como “La Bora, La Herbora, Tambora, Támbora…”, pero aún es mucho más abundante (cientos de ellos lo contienen), “víbora” y gran parte de los lugares que lo llevan resultarían absurdos si se tratara de un ofidio, por lo que es posible que la Évora portuguesa (“eb or a”, la grieta alta, el corte alto) tuviera que ver con el cercano Montefurado.

Santarém se encuentra encaramada en un otero de la margen derecha del final del Tajo, justo antes de llegar al estuario de Lisboa y preside un amplio valle fluvial en el que se aprecian con total claridad varias terrazas explotadas intensamente y un amplio cauce en el que los inmensos bancos de arena son muy cambiantes (imagen de portada).

Lo oficial dice tan pronto, que su nombre deriva de Santa Irene, como que fue fundada por el mitológico Habis (y que la ciudad era conocida por los romanos como Scallabis). Ninguna de estas ocurrencias aporta nada, sobre todo si se considera la elevada probabilidad de que fuera la arena, “sanda” la que le diera el nombre si se tiene en cuenta que incluso las terrazas ahora labradas están conformadas masivamente por este material depositado por el río.

La parte final, “aren”, no hace sino reforzar la idea del arenal, cuando ya los visitantes o vecinos habían perdido el recuerdo del significado original: Arenal de arena, especie de pleonasmo como Desierto de Sahara.

En España hay varios Arén, Larén, Jarén, Talarén… y especialmente Alcazarén, municipio vallisoletano en el valle bajo del Eresma, que los sabios dicen significar “los dos alcázares” (aunque no haya ninguno ni indicios de que los hubiera) y consecuentes con ello han creado un escudo con dos torres para el pueblo, cuando su nombre prehistórico está relacionado con los abundantes bodones del entorno del Eresma en los que precipitaba el salitre (“har katz”) y de los inmensos arenales que configuran no solo la ribera, sino gran parte del glacis por el que baja el Eresma[15] entre Gredos y el Duero; “har katz aren” los saladares o salitrales del arenal, donde se edificó el pueblo.

Nazaré en Portugal es una población costera famosa desde hace medio siglo por sus olas, pero también hay ensenada, Gafanha y virgen de la advocación, de este nombre que se encuentra desde España hasta Palestina y que tiene una significación nítida y contrastable en los resaltos o escalones señalados con flechas (ver fotos antiguas de Nazaré y Nazaréth) que aparecen bajo cualquiera de las formas “nas ar”, “nas aré” o “nas areta” (“nas aret”), resalto de roca, resalto de arena, los resaltos…

Si se buscan nombres entre las montañas, pronto surgen las evidencias a favor de la homogeneidad nominal con España.

Chã da Matança, (Llano de Matanza), que no es una planicie donde se mató a miles de personas; aquí se encuentran más de 250 lugares llamados Matanza, sobre todo cerros y laderas, donde se sospecha que la raíz “mata” no es un arbusto, sino que se refiere a surcos, estrías como las de la imagen siguiente y cuando lleva artículo se refiere a embalsamientos superficiales como en el pueblo de La Mata de Armuña en esta meseta, donde se ha marcado el posible perímetro de la laguna antes de la era agraria.

Alto da Bezerreira, a poco que se busque se encuentran en España más de 400 becerras o similares que -igual que sucede con mata-, cuando está articulada como La Becerra son lavajos ampliados con un cierre o dique. Becerro puede referirse a la accesibilidad o no de un predio, concretamente, “inaccesible por abajo”.

Serra da Estrela. Hay cerca de 300 Estrellas, unas cincuenta Estelas y una decena de Estrela en aparente singular. A veces, lugar con lastras como en Illa da Estrela o con rocas alargadas poco masivas (“haitz-tra ela”).

También hay Sierra de l’Estrella en zona catalana; ninguna de ellas hace referencia a los astros.

Alto da Urreta. Más de 60 presencias; ¿presencia de oro?.

Serra do Caramulo, en la imagen. Varios parecidos en España como Cabezamulo y Meamulo. Posiblemente sea como Caramilo, “kara amil o”, gran fachada acantilada”.

Alto do Facho isla de Porto Santo, Madeira. Cuentan que es porque encendían una hoguera. En realidad “Atx o”, gran peña, cercana en sonoridad a Machico

Alto dos Carvalhos. Hay algunos (unos20) con “v” y 1600 con “b”; duda seria de que sean robles a partir del Celta “caro”, perenne y “valos”, fuerte, no contrastado

Asnela. Varios Asnela y Asnelle, Picos de Asnerillo en Huesca

Cabeça Velha… es difícil argumentar que este nombre no se corresponda con el bolo granítico de la figura que parece la cabeza de una vieja.

En España, casi todas las “vella” están en oriente u occidente, no en el huso central; se toma sistemáticamente “vella” por vieja, aunque no siempre lo es. Con frecuencia, tanto en “vella”, como en “bella” (tres veces inferior en número), la “ll” fue una “ñ” y el lugar era una colina con una cara cortada, una muela.

Serra da Gardunha. Hay hasta una veintena de lugares, principalmente roquedos altos.

Coroa. Se cuentan fácil y exclusivamente, en Galicia una treintena de “coroa”, pero hasta 1500 corona, coronel, coronilla en el resto del País, casi todos altos, cerros y montes con una cima redonda.

Fráguas. Con o sin acento, hay más de 250, en muchas de las cuales se aprecian rocas alargadas y abarquilladas como en Fragua Romana en Belmonte, Asturias, en la imagen.

Igrejinha. Muy abundante en Galicia, con más de 700 lugares que se duda sean iglesias cuando están cerca de cauces, en paleo cauces o en depresiones endorreicas  como el Chan da Igrexa en la imagen.

 

Serra Amarela. Hay docenas de Amerelas en Galicia y cientos de Amarillas y Camarillas en el resto.

Moeda. Escritas así, hay apenas media docena, pero con “h” o aspiración, hay más de 200 que parece que se refieren a humedales (“moheda”).

Pena Mourisca. Como Morisca hay más de 200 apariciones; como Mouris…, se reducen a la quinta parte y no tiene nada que ver con los moros, sino con el hecho de que peñas y montes presenten paños casi verticales, “moro” en Euskera, nombre que la imaginación de la población relaciona con los mauritanos o moros y la Literatura ha vestido con toda clase de “asistencias” para cebar la mitología ante la ausencia de explicaciones lógicas; así, hace cien años, las autoridades de Sintra, disfrazaron la Fonte Mourisca con el “retablo” que se ve en la imagen.

Para terminar, la Serra das Necessidades tiene en España su reflejo en el Alto do Sidades en la península do Morrazo, dos incógnitas a resolver.

Como resumen, la toponimia más antigua es idéntica en España y Portugal lo que pone de manifiesto que su origen es anterior a la época de los imperios y que tal paralelismo indica una gran movilidad entre los habitantes de los milenios anteriores a esos modelos de gestión basados en la productividad agrícola, los transportes masivos y la milicia como fuerza coercitiva.

 

[1] La “Cultura” lleva milenios siendo sicaria del comercio y el poder, así que cada vez se diferencia más del Conocimiento.

[2] Que los diccionarios dicen que era un bastón (en Noruego), pero que deriva de “klug”, reuniones exclusivas que mantenían los pastores para tratar asuntos de su actividad.

[3] Lo oficial nos dice que estorbo se origina en el Latín “ex turbare” (echar lejos a la turba), cuando tan solo es la forma de amarrar el tobillo de una res para que no pueda alejarse, “estu orpó”, amarre del tobillo.

[4] La expresión matriz es “hunter-gatherers”, creada a partir del descubrimiento de América y de las expediciones al pacífico, se basó en la economía de los habitantes de selvas tropicales y ecuatoriales.

[5] Que no viene del cursi “hortus”, jardín, sino de “u”, agua y “ert”, borde.

[6] Abril, mes que no deriva de la diosa Afrodita, sino de “abere il”, la luna, el mes de los nacimientos de las reses.

[7] Se entiende, la ganadería extensiva original.

[8] Ejemplo de estos es la pretensión de que el Latín sea el precursor de las lenguas latinas, el que los celtas hayan deambulado desde Anatolia a Galicia, que las poblaciones paleolíticas no manejaban el ganado, que no se navegó hasta época fenicia, que hubo grandes migraciones antes de la consolidación de la agricultura, que el Euskera es una lengua aislada, que la Toponimia está compuesta de hagiónimos, antropónimos y referencias mitológicas o que ha sido implantada por invasores…

[9] En Cataluña, “agafar” con el significado de enganchar, pillar, apropiarse de algo, es de uso cotidiano.

[10] En Portugal se da por seguro que Aveiro se refiere a la abundancia de aves que había antaño en los lagos trasduna.

[11] Que comparten portugués y francés, pero no es en absoluto latina.

[12] Se dice en todas partes, que Portugal deriva de “portus cale”

[13] “Paúl” no deriva del Latín “palus”, laguna, sino que es la evolución fonética de “bae aul”, sustrato, suelo inconsistente, trampal o “tierra podrida” en el argot de los campesinos.

[14] Arzila (arɮila, arcilla), “mineral untuoso”

[15] La explicación más difundida para el significado de Eresma es desde el Árabe “Iri sama” (rodea la ciudad), absurdo donde los haya, pretendiendo que un río tome nombre de un poblado, cuando el proceso es el inverso. “Arez ma” significa creador, aportador de arena, verdadera peculiaridad distintiva de este río.

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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