Aseguran muchos divulgadores que la historia de la evolución del trigo es la historia de la civilización y así lo creí yo firmemente desde la adolescencia, desde que Don Ignacio Arocena nos explicaba con veinte años de antelación lo que luego dirían Carl Sagan y otros divulgadores, pero ahora cada vez son más profundas mis dudas porque creo que el trigo y otros cereales abundantes están siendo catalizadores de un declive acelerado de lo que entiendo por Civilización (con mayúscula): interés por el conocimiento, respeto por los procesos naturales y búsqueda de la armonía.
No se si empezar por el trigo o por los cereales, porque es posible que el nombre genérico sea el epígono del cereal rey.
El caso es que trigo solo lo dicen los gallegos, portugueses y castellanos, aunque los especialistas se empecinan en querer que proceda de una voz apenas usada en latín, “tríticum”, ya que su denominación vulgar y refinada, siempre fue “frumentum”.
Dicen ellos que es un tiempo del verbo “terere”, frotar, triturar y que se llama así porque el trigo se molía desde la mas remota antigüedad y “trítiko” han hecho que se llame en Esperanto, convencidos –como los necios de su inteligencia- de que ese nombre fue el primigenio.
Pero el análisis de lo que ahora se dispone, sugiere cosas distintas; para comenzar, pocos elementos tan comunes, necesarios y familiares existen, que tengan nombres tan variados como desconexos. Apenas las lenguas eslavas mantienen una forma general que nos hablaría de una denominación previa al sedentarismo: “Pcenica, psanica, psanika, psenica, psenice, pshenitsa, pshenytsya…” que no se vuelve a repetir en otras lenguas de no ser una cierta semejanza en las germánicas que se debaten entre las parecidas a “corn” y las del tipo “wheat”: “corn, Korn, koring, hvede, huete, vehna, wheat, hueiti, weess, vete…”, similar a las formas védicas no exentas de saltos, “gama, ghaum, gehoon, gehum, kanaka…”.
Porque las latinas son un modelo de disparidad, “trigo, frumentum, granu, grano, graú, blat, le blé…”, como lo son las bálticas, el Griego (“sitari”), el Turco y otras “lenguas sueltas”. En resumen, algo inmerecido para el alimento más preciado y común de una gran parte de Eurasia.
Conviene recordar que casi todos los biólogos, agrónomos y dietistas reconocen que los trigos primigenios eran unas hierbas esteparias de la familia de las poáceas que presentaban unas espigas desmadejadas (ver en la foto una muestra de escanda en Asturias, donde se ha conservado con orgullo) con unos pocos granos de cáscara muy dura que se conocían como “escanda ó espelta” y que tras milenios de paciente selección rematada solo hace algo más de un siglo, han acabado dando variedades de trigos “de diseño” con unas espigas densas de multitud de granos apretados y que han perdido aquélla cáscara que complicaba la molienda y se hacía desagradable en la boca…
El resultado, como casi todo lo que nuestra civilización comercializadora produce aprisa y en masa, ha permitido llenar silos y panaderías y ha llevado a que ya nadie bese un pan cuando cae al suelo, porque panes y bollos parecen productos excedentarios, que sobran y no solo se ha olvidado el valor estratégico del pan durante el pasado, sino que cada vez estudios más coincidentes apuntan a las harinas refinadas de los nuevos trigos, como uno de los factores que están multiplicando las enfermedades degenerativas del sistema digestivo. En resumen, un paso adelante y varios atrás.
Pero vayamos a los significados de “eska anda” y “espalta” según el Euskera. La primera voz es clarísima y no le falta detalle; “eska” es una de las raíces para describir la dureza superficial, la misma que aparece en las escamas del pescado y “anda” equivale a envoltorio, aquello que circunda, con lo cual el nombre se refiere sin duda a la cáscara, al duro salvado que caracterizaba a los trigos silvestres que nuestros antepasados masticaban hasta que las encimas de la saliva extraían almidones y azúcares durante los largos viajes, para producir una pasta jugosa y energética que llamaban “aia” y que era la que hacía llevadero los “aiun” (época de comer “aia”) o ayunos obligados cuando no se podía parar la marcha para encender un fuego.
Si el lector busca en la bibliografía, encontrará que “escanda” procede del Latín “escandula”; un absurdo, donde se pretende que la voz primitiva viene de la derivada que significa lo mismo, pero de peor calidad…
Algo parecido significa “espalta”, voz con la que aún se llama en Euskera a las aceras, porque en las originales el barro de la calzada estaba protegido con losas o con una capa de cemento. Cubierta.
Pero vayamos al trigo.
Cuando se han analizado miles de voces, aflora la evidencia de que los nombres de sustantivos, adjetivos y verbos se asignaban con gran eficacia basándose en propiedades intrínsecas, perdurables y perceptibles de los elementos o los procesos y efectos y no por caprichos posteriores; así, en el trigo, lo más importante no es que se muela o no, porque moler se han molido muchos otros granos, raíces, frutos, insectos y minerales; moler ha sido una actividad diaria, general, que no aportaba gran información; lo importante en el trigo es que de unas espigas ralas y con unos pocos granos encapsulados en una cáscara que los blindaba ante hongos e insectos que ha sido transformada en un apretado paquete de granos orondos y con una cascarita mínima: Hemos multiplicado por diez la producción de cada semilla y hemos hecho diez veces más fácil su molienda y panificación; hemos conseguido espigas prietas y soberbias como la de la foto.
Y eso se expresa en Euskera con la voz “triko”, compacto, apretado. Eso ha sido el triunfo de esta civilización que se está convirtiendo en una maldición que los científicos más capaces y honrados advierten y que amenaza “matarnos de éxito”.
Trataremos los cereales en un próximo comentario.