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Tudelas

Apenas llevábamos cuatro mil años guardando nuestra información y conocimientos bajo la forma de figuras y signos, cuando llegó el “bit” y en menos de medio siglo desbarató tablas, libros y fotografías para guardar en el volumen de un grano de arroz, toda una enciclopedia.
Este puede ser un resumen “cultista” del manejo de la sabiduría humana, pero sabemos que nos hurta una forma nebulosa hoy subestimada que se basaba en la memoria reforzada por las circunstancias y la importancia que tenían los sucesos y por la coherencia con que se establecían los nombres para objetos, sucesos y lugares.
Se llama “prehistoria” con tono peyorativo a un periodo larguísimo (quizás 120.000 años) del que tenemos indicios de que los humanos eran inteligentes, actuaban asociados y eran capaces de dejar rastros que han perdurado desde entonces.
Piedras talladas, conchas perforadas, lanzas de abeto endurecidas al fuego, pinturas y figuras, arpones, azagayas y adornos son testigos de que grupos organizados y con buena comunicación habían estado en esas cuevas, ciénagas o torcas en las que han aparecido estos tesoros, pero… ¿qué no habría en los exteriores que han sido devorados por los organismos vivos y la química, arrastrados por las aguas, borrados por el sol o cubiertos por deslizamientos, subidas de nivel del mar o por la propia vegetación?
Y ya en los últimos milenios, desarmados por una agricultura cada vez más intensiva, agobiada por la necesidad de alimentar a un mundo voraz e incapaz de mirar hacia atrás y revisar su trayectoria.
Tudela, la Tudela navarra, como la Asturiana, la Castellana, la del Segre o la francesa, se hallan en una franja de suelo “reciente”, un suelo aluvial riquísimo que es donde primero se ensayó la agricultura, así que milenios de actividad talando sotos, cavando acequias, amontonando motas, creando vados y balsas, luchando contra unos árboles y apoyando a otros; finalmente, erigiendo poblados y murallas, parcelas y vedados, han alterado tanto aquella esencia que determinó nombres para los lugares, que muchos han desaparecido o están tan alterados que no es fácil recomponerlos.
El proceso ha sido parecido en todo el mundo occidental y en las zonas muy alteradas solo se han conservado con cierta estabilidad los nombres de lugar importantes.
Las tierras menos productivas, las cuestas, laderas oteros y montes y cordilleras, estepas, barrancos y baldíos, no han sufrido tal presión hasta hace unos pocos siglos y en ellas junto a nombres importantes, que valen para comarcas enteras, se conservan nombres de segundo y tercer nivel, a veces el rastro de una laguna, un vado o una roca singular, por lo que es mucho más “productivo” estudiar la Toponimia en lugares pobres que en ricos.
Sin embargo, las gentes que nos hemos asentado en los lugares “trillados” solemos querer saber -con urgencia- de dónde vienen sus nombres, nombres que tradicionalmente han sido interpretados por agentes del poder civil o religioso, que arrimando el ascua a su sardina, han llenado la bibliografía y la tradición de disparates, alejando herramientas como la Lengua Vasca de la colaboración a ese desafío, hasta conseguir una realidad paralela que alimenta cátedras, enciclopedias y productos de consumo 1) con una intención maligna.
Sabemos que hubo una fortísima tradición oral para transmitir cultura y valores cuando el mundo era nómada, pero el gusto, la realidad y la riqueza del sedentarismo trajo las tablillas, los pergaminos y los libros y ya llevábamos cuatro milenios con ellos, cuando los teléfonos inteligentes guardan y repiten mensajes y leen escritos con gran claridad y por momentos parece que vayamos a volver a la tradición de la lengua hablada reproducida por la electrónica.
Aparte de los millones de libros y otros registros de información elaborados por uno o más autores, tenemos dos yacimientos inmensos llenos de datos que esperan ser interpretados.
Estos yacimientos son la Toponimia y el Léxico, ninguno de ellos acertadamente intervenidos porque en sucesivas situaciones la humanidad ha “perdido” la continuidad de la transmisión cultural y los agentes que se han dedicado a recomponerla ni estaban liberados de ser gobernados por sesgos culturales (como el de la preponderancia griega y latina) ni tenían los conocimientos necesarios para comenzar a hilar las relaciones más elementales y con esas carencias en los últimos cinco siglos se han elaborado artificios que se realimentan en sí mismos, de manera que la Etimología ha quedado reducida a un mecanismo cómico y la Toponimia ha rellenado con parches sagrados o épicos todo lo que ofrecía alguna eufonía.
En esos cinco siglos ha habido unos cuantos autores 2) que han advertido de que en esta Región europea había un nexo distinto al que se daba por bueno pero nunca han conseguido formar una masa crítica que obligara a lo oficial a desdecirse y aún ahora, con la fuerza que la información ha conseguido gracias a “la Red”, la unión decidida por la pandilla de los poderes que representan el Gobierno, la Comunicación, la Cultura, la Enseñanza y la Investigación, da alas a producciones novelescas como “Euskalduntze Berantiarra” mientras niega a verdaderos canales de Investigación, no ya una ayuda mínima, sino una oportunidad de presentarse ante unos entes indolentes y exigir de ellos una respuesta.
La geografía española es muy rica en Toponimia, habiendo un promedio de tres topónimos por kilómetro cuadrado, si bien se estima que hace seis u ocho mil años pudieron ser tres veces más.
Un trabajo estándar maneja millón y medio de nombres que milenios de historia han modificado ligeramente, pero que una persona habituada a analizarlos, da fácilmente con el proceso que han seguido, pudiendo detectar su forma arcaica y la trayectoria hasta la forma guardada por fin en los mapas hacia mediados del siglo XIX, llegando inmediatamente a la conclusión de que la gran mayoría de los nombres fueron asignados en épocas en las que la población era nómada y se hablaba una lengua inteligible por diversas tribus, que esos nombres se mantuvieron con pocas alteraciones mientras un mundo dinámico los usaba (pastoreo) y que luego, milenios de sedentarismo han sido los culpables de su divergencia y de los caprichos fónicos y culturales de que se han revestido.
En este contexto, se da prioridad a los cientos de miles de nombres contrastables que figuran en mapas y registros, respecto a lo que se ha utilizado como “Toponimia” por el mundo culto, esto es, unas docenas o cientos de nombres citados en diversas epigrafías en el albor de nuestra Era, siempre escritas por autores extraños que ni eran capaces de escribir sonidos como “ll, ñ, dj”, señalar aspiraciones o reproducir ciertas terminaciones, consonantes dobles, etc. ni de entender muchas aclaraciones.
Como se verá a lo largo de la ponencia, se produce un rechazo casi radical a lo que hasta ahora se ha propuesto en Toponimia basándose en epigrafías, citas, fantasías bíblicas o mitología clásica y es procedente y necesario revisar nuestro país y los cercanos para recoger cuantos topónimos sean iguales o se parezcan a los que se estudian en un momento para analizar sus características y ponderar si su descomposición en lexemas eusquéricos o la existencia de elementos físicos que sugieran una explicación coherente pudiera acercarse a un significado revelador de acuerdo con el método que tras negar como genéricas las explicaciones de consumo del tipo de las citadas, habiendo que partir de los siguientes pasos, argumentos y paradigmas:
1) Los topónimos son en general prehistóricos 3) y hacen referencia a condiciones físicas o sistémicas del entorno. Raramente a sucesos.
2) Hay topónimos de escala de continente, de país, de región, de comarca, de lugar e incluso menores.
3) Conservados oralmente hasta hace apenas doscientos años, sorprende que distancias de miles de kilómetros no hayan afectado intensamente a sus estructuras ni fonología aún con un sistema pobre de escritura que no puede reproducir todas las gamas de sonido.
4) Los nombres de lugar se repiten con variada frecuencia (sus componentes, mucho más) lo que hace pensar en dos cosas, una, un idioma compartido y otra, una vida nómada que hubo de basarse en la ganadería hasta que las fronteras instaladas por el sedentarismo impidieron el movimiento masivo del ganado.
5) El Vascuence o Eusquera tiene un gran potencial para introducirse en las estructuras de los nombres, especialmente el Eusquera arcaico determinado a través de las raíces que se aportan en El ADN del Euskera en 1500 partículas, potencial que aumenta apoyándose en los idiomas cercanos, que también guardan elementos arcaicos.
6) Tan importante como lo anterior es el recurso a disciplinas y técnicas de alto contenido científico porque este no es un ámbito de dominio exclusivo de la Lingüística ni de la Arqueología tradicionales que han fracasado estrepitosamente, sino un laboratorio en el que el primer objetivo es el de “reconstruir” el mundo paleolítico, su Gea, su Flora, su Fauna, su Meteorología y sus sistemas de interacciones que serán determinantes para “invertir” el esquema reciente de la evolución humana que nos han modelado.
7) Aproximados a esa reconstrucción, se ha de ensayar el posible significado de los nombres, partiendo de lo general para ir a lo particular; es decir, no se ha de tomar un topónimo e intentar aplicarle diez, veinte, treinta leyes fonéticas hasta que se aproxime a una imagen latina (o de otra etiología u origen), sino que se ha de partir de cuantos nombres iguales o parecidos se disponga, analizando sus atributos -si es posible- con la ayuda de Sistema de Información Geográfica para descubrir sus posibles coincidencias y establecer teorías con fundamento.
8) Hay muy pocos autores que han trabajado de esta manera porque hasta ahora las bases de datos eran modestas e inconexas, como lo eran las cartografías temáticas y el acceso a documentos, muy restringido, pero todo eso está cambiando desde hace treinta años y ahora se impone una forma de trabajar científica con mucha información y desterrando ideologías supremacistas como la que se formó en torno al Latín, que han retasado notablemente el avance lingüístico y antropológico, a la vez que han destruido mucha información y han marginado recursos clave para la investigación como el Eusquera.
En cuanto a Tudela, hay que empezar lamentando no tener aún explicación racional certera para este nombre que se considera “inalterado” o muy poco alterado, aunque hay varias aproximaciones posibles desde el Eusquera que se desarrollan a continuación, en tanto que lo único obvio es la negación rotunda de las explicaciones que figuran en folletos y aún en publicaciones serias.
En cambio, nombres del entorno cercano como Bardenas, Barcelosa, Santa Bárbara, Cierzo, Murchante, Fustiñana, Santa Margarita, La Bandera, Canraso, que parecen latinos, tienen un sustrato vasco clarísimo.
Aunque hay muchas “tudelas” en los mapas, la más conocida es la Tudela Navarra del Ebro, que está protegida del Cierzo por los Montes de ese mismo nombre y por el cerro de Santa Bárbara, al pie del cual, la zona aluvial se expande hacia la derecha, recibiendo aportes ocasionales por la izquierda del Arroyo de Tudela que recoge agua de gran parte de la cuenca central bardenera.
El Ebro resulta constreñido por la izquierda con los “Cerros de San Gregorio” que se funden durante veinte kilómetros con las laderas Sur de las Bardenas, así que la cinta arable en esta margen izquierda es más modesta (Cabanillas y Fustiñana, con unas 2.200 hectáreas) que la derecha, (Fontechas, Ribaforada, Buñuel, Cortes…) que ronda las 12.000 y de la que luego se mencionará una posible condición ya desaparecida.

La primera solución “histórica” al nombre viene de siglos atrás y -según recoge Covarrubias a partir de Garibay- es variante de Tuballa en honor de Tubal nieto de Noé, que luego pasó a Tubela y Tudela, aunque deja abierta la posibilidad a “Tutelam oppidum Celtiberae” y que el origen fuera latino.

Extracto del Diccionario de Covarrubias.
La segunda posibilidad tira también de esa opción latina, proponiendo que el nombre original fue cercano a “Tutela” y planteando que se le otorgó en honor de la diosa romana del cuidado y la tutela, Tutilina, opción que es la preferida de los hipercultos y la que con más frecuencia aparece en las publicaciones oficiales, donde todos copian a todos y no hay un solo responsable. Es una explicación propia del delirio cultural en que estamos inmersos y es inválida por dos razones, la primera, porque la propia idea y acción tutelar no es una voz nativa del Latín, sino que deriva del Vascuence, como se explica a continuación…

Diosa Tutilina y ejemplo de tutor hortícola.
La tutela latina deriva del verbo “tueri” y este en último término, del sustantivo/adjetivo “tutor”, que los latinistas creen propio, pero es préstamo que se origina en la raíz vasca “zut”, que significa enhiesto, tieso, vertical, en pie y que caracterizada con el adjetivo-sufijo “or”, alto, decanta en “zut or” (evolucionado finalmente a tutor), un palo clavado en el suelo en el que se apoyan vides, hiedras o pepinos para trepar por él… y por extensión la persona que se encarga de la educación de un joven para hacerlo útil para la sociedad y la filosofía de la tutela como bien social.
Cientos, miles de voces latinas han seguido esta senda y se han formado de raíces vascas luego evolucionadas en lo que llaman romances y en otros idiomas que se citan a menudo, pero son profundamente desconocidos, como el Ligur, el Etrusco, el Falisco o el Bético (“Andalú”) que citaba Cicerón como “una lengua graciosa”.
El paradigma radical de la cultura actual, o ignora esto o lo invierte.
Ya el origen etimológico que sugiere la estadística (porque con la forma “tutel…”, no hay un solo topónimo 4) en mi base española de datos de casi millón y medio de nombres, en tanto que como “tudel…”, aparecen 78) apunta a una voz atávica y autóctona con una “d” vocacional que quita protagonismo a la “t” y solo deja alguna probabilidad a “z, tz”, es decir que la resiliencia, la oposición al cambio de la forma primitiva con “d” es notable,
La propuesta eusquérica, “Tutera” es un aporte del gusto por la sonorización de la “d” y merece el mismo comentario anterior, no habiendo topónimos de esta serie, por lo que es una variante sin interés para la investigación.
Aparte de Tudela de Duero, Tudela de Segre y Tudela de Oviedo, que reproducen la misma fonología que la navarra siendo asentamientos de cierta importancia, hay decenas de nombres “menores” parecidos y dispersos por la geografía y aún hay otros que mostrando cierta aparente alteración e incluso “inversión”, pudieran tener un mismo origen que la evolución cultural ha alterado.
El más cercano a ese sonido se halla en las afueras de Tarrasa y es el Collado de Toudell, que recoge las aguas de la riera Gaia y también Pacios de Toutelle en Castro Candelas, la aldea de Toutelle, cerca de As Lagoas, en la misma zona y varios Toutelo, Toutillón en Galicia, casi siempre con reminiscencias hídricas.
Además de infinitos “Touza, a Touza”, equivalentes al “tozo” 5) del Castellano, voz con la que se designa a las arboledas de baja talla y al matorral muy denso y estable, que se da en lugares generalmente saturados de agua con suelos profundos, formando sotos bajos.
La mayor parte de los nombres de estas series (4/5 partes de los 600 lugares) se encuentran en Galicia y el resto en entornos de influencia del catalán, siendo muy escasos los que se han conservado en el centro de la península.

De entre las arboledas de baja talla persistente, son muy conocidas las garrigas y carrascales que ocupan zonas oligotróficas y de poca pluviometría, pero antaño las formaciones más densas y persistentes se daban en los sotos que se formaban en los álveos amplios de los ríos en los tramos de menos pendiente como es el entorno de Tudela.
En esos tramos de los ríos en estado natural, los meandros alcanzaban su máxima ondulación transversal, el agua circulaba con menor velocidad y la saturación del suelo era mayor. En tales lugares se formaban sotos muy densos de arboledas de talla modesta y muy uniforme que “afianzaban” los meandros. Nuestros antepasados conocían con detalle las óptimas condiciones agrícolas de los suelos de los sotos y no es de extrañar que, en el milenario proceso de trabajo de rozas y drenajes para colonizar esos suelos, se hayan olvidado algunas de las cuestiones que generaciones atrás fueron capitales.
Por ejemplo, aparte de la inmensidad de las tierras aluviales labradas y regadas, que han alterado completamente la edafología, flora, la biología y el paisaje de las riberas , los regímenes hidrológicos de los ríos principales y sus afluentes, casi completamente regulados por múltiples embalses, no tienen absolutamente nada que ver con la dinámica anterior a la existencia de las presas, variable mucho más importante de lo que se puede pensar y que tenía gran incidencia en la localización de los vados, zonas donde el río se ensanchaba, la velocidad del agua se reducía al tiempo que la profundidad bajaba y se hacía uniforme, sobre todo si coincidía con litologías propensas.
Lugares con estas condiciones se aprecian en las tudelas del Ebro (en Portada) y Duero.

 

Así se plantea una primera hipótesis que considerando la alteración que milenios de agricultura han proyectado a zonas ribereñas, antes cubiertas con sotos densos y arboleda de talla media, zonas que pudieron designarse “touz ela” 7) , literalmente, “arboleda consolidada”, hayan cristalizado en “tud ela”, que en unas regiones han dado formas como “Tuzurieta, Tozal…, Tosellas, Todolella, lugar este de la alta Valencia, donde se da el mismo fenómeno que en las tudelas principales.

Otra opción está relacionada con la posible existencia de fenómenos de tubificación profunda de las masas de aluvión consolidadas formando túneles naturales que podían conservarse durante siglos hasta que colapsaran, pero habiendo dejado su impronta en los lugares en que se establecieron; “tu” es la raíz del Eusquera que se refiere a formaciones tubulares rectilíneas y “od” la que lo hace a conducciones elásticas como las venas o “ut” que se refiere a la vaciedad, así que “tu od”, “tu ut” y su forma contracta, “tud”, podría referirse a redes estables de drenaje subterráneo, donde la desinencia “ela” indica madurez, persistencia.

Colapso puntual de túneles de drenaje.
El Valle de Tudanca en la cuenca del Pas, recoge topónimos repetidos como “Río Cueva” que apoyan esta sugerencia que se repite en Tudanca de Ebro (Burgos), con la población cercana de Tubilleja.
Es probable que en el caso de Tudela se hubiera dado un caso de tubificación de la margen derecha entre el desagüe del Queiles, siguiendo por Fontellas, Ribaforada, Buñuel y Cortes, trazando una línea por donde siglos después se ensayaría la ejecución de parte del canal de Lodosa y el arranque del Imperial de Aragón. Tal posibilidad es coherente con el nombre de Fontellas, en cuyo escudo plantan dos tejas creyendo que “…tellas” se refiere a eso (fuente de las tejas), cuando ese nombre se repite más de cien veces en España y Portugal (“…telhas”) con idea diminutiva en referencia a escaso caudal o a periodos de agostamiento como podía pasar con un “tubo” natural que tomara agua del mismo río.
Ribaforada, que los naturales quieren que signifique “orilla protegida”, parece también un nombre híbrido vasco-latino, a partir de “erri be” (ribera) que ha perdido por aféresis la “e” inicial y “for”, variante latina de agujero, rematada con el participio vasco “da”, posiblemente porque seguía habiendo restos de la tubificación antigua que aún aportaba agua en lugares como donde se ubicaba la desaparecida quinta de La Fontaza que sucumbió a la concentración agraria.
Finalmente, Buñuel que los latinistas fuerzan a “Balneolum”, pero que conserva su nombre original, casi íntegro (“Boñ u el”) que significa “balsa o retención estable de agua”, aún conserva en la zona de Cantarranas indicios de una antigua laguna que posiblemente se comunicaba con el río en “aguas altas” y donde pudo acabar el túnel en vez de continuar hasta Cortes.
En la Segarra leridana (como en Toutelle, visto más arriba) hay un entorno llamado Tudela que muestra canales de erosión reciente (cuaternaria) sobre las Planas de Meia, donde se encuentra la ermita de Sant Miquel.

En contraposición a los escasos nombres sugestivos en la zona agraria, la zona de Las Bárdenas Reales es rica en Toponimia y además, como ha permanecido a salvo de la agricultura intensiva hasta avanzados los años sesenta, los nombres se han conservado bastante bien, como en otras zonas pastoriles.
Aparte de varios nombres de raíz religiosa, como Cruz y Cristo, hay algunas advocaciones aparentes a santos como Santa Bárbara, San Gregorio y Santa Margarita que se sospecha son “apropiaciones” de la Iglesia sobre nombres vernáculos parecidos, que en los comienzos del cristianismo o incluso siglos después dotaron de la abreviatura de santidad y se asignaron a santos de moda. Estas son ideas que arrastro desde hace cuarenta años, cuando durante la primavera de 1987, pasé una temporada en Las Bardenas buscando un trazado viable para la línea Tudela- Peñaflor que nos sirvió para familiarizarnos con El Rincón del Bú, La Plana de la Negra, la Bardena Blanca, la ermita de Sancho Abarca, el Arroyo de Tudela y el Portillo de Santa Margarita y pude comprobar numerosos fenómenos relacionados con la interacción del agua con un suelo semi desértico.
Cualquiera que pase varios días en las Bardenas ha de conocer algún momento con luz especial cuando se aprecian con todo contraste las bandas o franjas de sedimentación completamente horizontales que ocupan todo el ámbito de este espacio, mostrando el trabajo de la geología para crearlas y luego desmontar completamente la mayor parte del ese cuerpo, dejando unos pocos testigos para asombro de los visitantes.

Otero aislado y fondo típico bardenero con dominio de líneas horizontales.
“Barr” es la designación en Euskera de los elementos horizontales alargados y “barr dená” equivale a la expresión, “todo son franjas”, denominando así a este terreno sedimentario que carece de otras manifestaciones geológicas.
El extremo oriental por donde se bajaba hace cuarenta años a las Cinco Villas, fue originalmente una cañada y luego una bonita carretera tipo Redia que ahora estirada y alisada con parámetros de autovía, quita a los viajeros el placer de contemplar el puerto y el morro de la Plana del Farillo desde distintos ángulos y la amplia cuenca de los ríos Riguel y Luesia, quitando espectacularidad a la vista al asomarse al puerto que -cariñosamente- llaman “Portillo”.
Lo más curioso, la advocación de Santa Margarita para este Portillo.
Santa turca que ni siquiera es seguro que existiera y que aparte de figurar en docenas de ermitas, lo llevan desde volcanes hasta sierras (3), ríos y regatos (6), playas (2), cumbres y cerros (7), barrancos (7), planas (2), cuestas, pero que también aparece en masculino y en plural, aparte de las versiones gallega y catalana y que parece relacionado con las mismas barras, que aquí más finas, apenas rayas, lucen en el punto más alto, “marr gan ita”, significando “alto que parece rayado” y que ha podido modificarse a “margalita” y “margarita”, habiéndosele adosado la abreviatura “Santa” como a tantos otros lugares.

Morro del Farillo donde apenas se aprecian las finas rayas de sedimento.
Algo parecido sucede con el morro de San Gregorio, nombre que suele coincidir con lugares (como sucede en la vecina Sorlada y la Basílica de San Gregorio) donde formaciones verticales sobresalen del terreno “guerr e gori o”, “gran entorno de formas columnares”, donde “guerr” se refiere a esas formas, “gori” a la abundancia y “o” es un aumentativo.
También Santa Bárbara, la patrona de artilleros y artificieros que su propio padre decapitara segundos antes de ser “partido” por un rayo, está rodeada de profundas dudas cuando denomina lugares, porque entre cientos de ellos que llevan el prefijo, hay otros que no lo llevan, que se llaman “Bárbara” a secas, sugiriendo que el nombre pudiera estar relacionado con la tendencia del río a formar barras de grava o mejanas, así, “barr bara” viene a ser “la huerta de la barra” y la propia “mejana” que los eruditos se precipitan a citar como voz árabe, no es sino la evolución de “mex ena”, algo así como “un regalo, un favor”, dado que suelen ser tierras nuevas que con el tiempo se añaden a los labrantíos, como fue el caso de la Mejana de Tudela.
El caso es que los nombres pocas veces significan lo que parece; así, la ladera de La Bandera, que ha dado nombre a la Plana homónima y que los amantes de gestas querrán ver como derivada de que algún cristiano o morisco pusiera allí su estandarte, parece acercarse más a una leve alteración de “laba andera”, algo así como “la laguna endeble”, poza temporal de hasta cien metros de amplitud que se forma a medio recorrido de uno de los barrancos cuando la pluviometría es abundante y que puede durar un par de meses con agua.

El Barranco de Barcelosa tiene una réplica en la Fuente del Barceloso, cerca de Arapiles (Salamanca) en un arroyo que presenta numerosas charcas en sus escasos tres kilómetros, siendo posible que su nombre derive de “bar ezen osa”, donde la primera parte describe una simple bárcena o ribera encharcable (“ezen”, húmeda, acuosa) y el final menciona una poza, indicando que ocasionalmente se formaba una charca, seguramente donde ahora hay una presa que mejora la retención de agua.
Por rematar el ensayo con una de las voces que más se repiten en Tudela, “cierzo”, casi todos los autores vuelven a la hipótesis ibérica tras haber tratado de buscarle explicación por el Latín “cercius” que citara Catón, pero no hallarla. Su existencia es de categoría geológica, esto es, desde siempre (a escala humana) y su significado más probable es tan certero como sencillo: “Zi” es aquello que pincha y mortifica y “ertzo” es un adjetivo peyorativo que pudiera remedar a “estúpido, necio…”, en conjunto, algo así como “estúpido mortificador”.

 

[1] Un ejemplo actual impecable es la serie Euskalduntze Berantiarra.

[2] Desde Baltasar de Echave a López Madera, de Manuel Larramendi a Moguel, Astarloa, Juan Bautista Erro, Panduro, W. Humboldt, Imanol Agirre, Juan Goitia, Alexander Eleazar, Alberto Porlan, Carmen Jiménez, Roberto Iturrioz …

[3] Los recientes del tipo Villanueva, Las Heras, Las Rozas, Madariaga, etc. son evidentes.

[4] Hay que ir al diptongo “ou”, para encontrar Toutelle, Toutelo…

[5] También adjetivo originado en “to” y “oso”, corto y completa, de forma general respectivamente.

[6] Voz procedente de “erri bera”, tierra firme baja.

[7] “touz ela” era una formación más consistente que “sarr ago”, origen de Zaragoza, donde las plantas eran de talla arbustiva

 

Sobre el autor

Javier Goitia Blanco

Javier Goitia Blanco. Ingeniero Técnico de Obras Públicas. Geógrafo. Máster en Cuaternario.

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