La Plana de Urgell
El río Segre nace por unos metros en Francia en las empinadas laderas Norte del Pic de Segre, a casi 2.900 metros, en una fuente llamada Font de Segre. El entorno de su primer kilómetro consiste en empinadas pedreras que pronto se unen con otros arroyos para tallar un cañón (también muy pendiente) de cinco kilómetros antes de tocar el enclave de Llivia y tras un corto tramo francés por un plano precursor de lo que será su trayecto en España, deja Francia.
Como este ensayo se dedicará más a la gran y difusa comarca de Urgell, se deja aquí una explicación para el río que la creó, rechazando la explicación oficial que dice que su nombre tiene que ver con la forma verbal latina “sequere”, seguir, fluir, que es como no decir nada y aprovechando la ocasión para oponerse igualmente a que el verbo “segregar” venga de un supuesto prefijo latino relacionado con el alejamiento, “se” y de “grex”, rebaño, sugiriendo que segregar era alejar reses de un rebaño.
“Se” es la forma genérica de llamar en Euskera a los elementos desprendidos de otro mayor o que pequeños en origen (como ciertos peces o insectos) a veces forman grandes masas y “garrae” es el arrastre y sus consecuencias, siendo “se garrae” (arrastres menudos) en este caso la morfología de la ladera en que nace este río y de la cual se muestra una imagen muy clara en la que las partículas de tamaño medio se niegan a rodar, mientras las grandes –que ya lo han hecho- se apilan en el cañón de L`Eyne y las finas que corrieron mucho mas, se toman un descanso en el Plá de Dalt, al que se ha referido arriba, tras haber bajado “de golpe”, casi dos mil metros de cota y abandonar su etapa de torrente.
Su camino como río lo emprende huyendo hacia el Oeste casi setenta kilómetros por el mismo Paralelo como si no quisiera ir al Ebro y por ende al Mediterráneo y alternando tramos de cañón con planicies que se abren de pronto, aquéllos excavados y estas depositadas, corriendo casi siempre muy encajado para repartirse con la N-260 la exigua explanada de ribera hasta llegar al siguiente llano. El segundo de estos llanos llega tras unos veinticinco kilómetros de serpenteo, en la Seu D’Urgell, donde recibe al río Valira, río que antes seguía solo cinco kilómetros más, hasta Arfa, pero que los caprichos geológicos retrotrajeron hasta La Seu.
La ciudad actual de Seu dÚrgell se ha dotado de explicaciones “pret a porter” por los sabios oficiales sucesivos para explicar su nombre, del que aseguran que la primera parte, “seu”, sede en Catalán, es debida a que parece que hubo un obispo desde el siglo VI, aunque su sede no estaba donde ahora se extiende la moderna población, sino en el otero alargado que quedó entre el cauce abandonado del Valira (por donde ahora va la carretera) y el del Segre y cuya parte más agreste acogió una ciudad prerromana que pronto quedó pequeña y fue trasladada al valle con su obispo, en plena edad media
Este otero que –en realidad- es lo que en toponimia y por la condición de su fisiografía y cuenca visual es un “kastill” que era llamado así por los locales hasta que le añadieron el apellido “ciutat”, seguramente en la época romántica por influencia de aficionados que rebuscaban entre las ruinas del antiguo poblado.
Es también más que probable que la “seu” que los sabios y sus comparsas atribuyen a un temprano obispado, sea en realidad lo mismo que el abundantísimo topónimo “segu” (gran corte), que muchas veces, cuando hay una planicie en la cumbre, muta a “segu ara”, “segura”.
Apoya este postulado el hecho de que habiendo habido en España más de 80 diócesis, el locativo “seo, seu”, solo es conocido para edificios eclesiásticos, no aplicándose a ámbitos mayores. Al mismo tiempo que hay numerosos compuestos con “Segu…”, “Segundo”, “Segura”, “Segurilla”, “Seguer”, llegando a sumar cerca de 700 lugares, en tanto que “o seo”, solo hay uno en Galicia y “ la seu”, cuatro, un morro de Piedra en las estribaciones de la Sierra Calderona en Castellón, un acantilado en Palma de Mallorca, La Seu d’Urgell (para mi, Ciutat) y el otero en el centro de la capital leridana, La Seu Vella, llamada así, no por la torre y asiento, sino por el promontorio original en el que estuvo la primera ciudad y luego la catedral.
El río que sigue vuelve a encajonarse y se encontrará a partir de aquí con varias presas de más de cien millones de metros cúbicos cada una, construidas desde los años veinte hasta hace muy poco y que retienen para riego y energía las aguas que luego irán a regar el llano caótico ( aparentemente caótico por las infraestructuras que lo cruzan y teselan sin aparente orden) de más de 80.000 hectáreas.
Esta zona es la verdaderamente llamada Urgell aunque el nombre haya subido cauce arriba para hacerse famoso y tal nombre sentencia una condición clarísima de la zona provocada cada año durante milenios tras el deshielo en los Pirineos, cuando las aguas conjuntas e impetuosas del Segre, Valira, Noguera Pallaresa y Ribagorzana, volcaban, más que soltaban sus sedimentos en el valle sin un cauce capaz de conducirlas y durante unas semanas, barro y agua se enseñoreaban de semejante planicie.
“Ur”, tenía razón el lingüista que a regañadientes decía que “Seu” era latino y “urgell” sonaba a vasco como Arán.
¡Si, don Joan!, “ur” es agua ahora y lo ha sido durante un largo periodo anterior y “gel” equivale a frenada, parada, detención, espera…
Así que el agua que bajaba lanzada y cargada de tarquines, al encontrar el llano que ella misma construyera, se serenaba y los soltaba trayendo con ellos la pesada labor de limpiar lindes y caminos y la riqueza de unas cosechas soberbias.
Ur gel, aguas calmadas, un fenómeno de las llanuras al pie de montañas como los Pirineos.
Aguas que causaron numerosas inundaciones, las últimas aún en la memoria de los que peinamos canas.
Una curiosidad es que el río Segre tiene un pariente santo, San Segre en la segunda terraza del río Cidacos entre Quel y Autol, en Larrioja (santo que no aparece en las listas del Martirologio) y que puede explicarse a partir de “sant se grae”, arrastres menudos de arena.