Hace poco decía a mis amigos de Lenguaibérica, que no me creo que el valle del Castellano (y que es muy parecido en casi todos los idiomas cercanos), proceda del “vallis” latino, que nada explica, sino de la forma euskérika “bae aie”, “baye”, como lo dicen acertadamente los meridionales y que significa “entorno bajo”, una forma de hablar de quienes tienen en las montañas su lugar de referencia.
Voz perdida en Euskera, cuya forma canónica actual para el valle, es “ibar” que se toma como un elemento compacto, cuando es la composición de “i”, agua y “barr”, acumulación, sedimento, tierra removida…, lo que viene a explicar que nuestros antecesores, además de topología, manejaban conceptos de evolución y conocían perfectamente el proceso de erosión-deposición y para ellos, las llanuras fluviales, eran la obra final de este fenómeno universal de modelado e “ibar” era el borde húmedo de los depósitos hídricos que se ve bien en esta imagen en que barras y terrazas se alternan en una llanura fluvial.
También se usa “irura”, evolución de “i lura” o tierra de agua (origen acuoso), “aran”, evolución de “ara”, que en realidad es planicie, una planicie que aunque en Mongolia pueda ser creada por el viento, aquí, en esta Europa occidental casi siempre tiene un origen hídrico, bien por ser el fondo de un antiguo lago (por ejemplo, “ara ba”, la llanura baja vitoriana), las partes lejanas de los conos de deposición, de los deltas y los glacis, pero que es usada como valle en general y otras veces, “zelai”, que por destinarse principalmente a los prados, se sobreentiende como llanura fresca o valle…
En otra escala y con menos precisión, el término rivera, es, claramente alteración de “erri berá”, territorio bajo. Vega es otro nombre de esta colección que debería escribirse con “be”, porque está compuesto de “bae”, lo inferior, lo bajo y “ega”, ajustado, correspondiente.
Pero nuestra ignorancia actual del modelado terrestre y de multitud de procesos naturales, es tan profunda y extensa comparada con de de las generaciones antiguas y especialmente la de los grupos nómadas cuya vida dependía de interpretar bien los fenómenos, que simplificamos un idioma completísimo hasta límites ridículos, limitándonos a considerar Euskera, solo lo que está en los diccionarios, cuando la verdadera riqueza de esta lengua se halla enquistada en sus propias palabras, principalmente sustantivos, verbos y adjetivos, pero también en algunos adverbios y otras figuras y –a veces- en los idiomas cercanos, que en el caso del Castellano, ha conservado algunas de las que se van a ver a continuación.
En aquel idioma arcaico, decir “ibar” era poco preciso; era como decir ave. Ellos necesitaban saber de qué ave se trataba.
Así, los valles en principio “arró-arrú”, eran las grandes cuencas de captación de lluvia que se cerraban por los “kordelak”, los cordeles del Castellano, caminitos que recorrían las divisorias de agua (ver en la imagen el Cordel de Sierra Salvada que domina visualmente el valle igual que los adarves recorrían lo alto de las murallas) y desde las cuales se dominaba la totalidad o gran parte de la cuenca. El estudio físico de las comarcas, lleva a conclusiones sorprendentes como que su significado es un alarde de precisión: “goi marka”, donde “goi”, los altos, se refiere a las divisorias parciales de cumbres, “marr” es el trazo, la línea imaginaria y “ka” indica secuencia, desbaratando la insulsa y peregrina explicación de la comarca que según los sabios, “Esta palabra viene del latín hablado en la edad media, donde se mezclaba el latín con palabras bárbaras”.
En un trabajo que hice hace unos veinte años, analizaba la comarca bizkaína de Uribe-Kosta, cuyo perímetro era armonioso, coherente, lógico, sostenible y pensado para minimizar pleitos y los municipios que se fueron creando, casi todos en época histórica y basados en la codicia de los “jauntxus”, en enfrentamientos y rapiña, desfiguraron un espacio armonioso, creando divisiones absurdas, antieconómicas y muy perjudiciales para el medio ambiente. Lo insertaré en este análisis si soy capaz de encontrar unos gráficos muy explícitos.
Estas cuencas o grandes cubetas, pueden llegar a tener 100.000 km2, como la del Duero o apenas 10, como la del Artigas, muy torrencial, que en 1983 se comió medio Bermeo moderno, el que se había edificado en la vega…
Pero con el tiempo, el valle quedó limitado en las conversaciones normales a las partes tendidas y frescas, a lo más cercano al río, donde era evidente que su creación se debía a los aportes de las inundaciones periódicas.
¿Y las partes altas?. Los barrancos eran también valle, pero un valle donde la tierra era arrancada por el agua y el viento; de ahí su nombre que los sabios dicen que “existía en Iberia antes de que los romanos trajeran el Latín”, pero algún prurito (o la ignorancia profunda) les impide decir que es de origen vasco; concretamente formado por “barr a”, la tierra removida y “angó”, estéril, describiendo perfectamente la inutilidad económica de estas zonas.
Otra palabra que el Castellano ha preservado y el Euskera ha perdido, es “bárcena”, lugar de una cuenca cercano al río, que ocasionalmente se inunda y que en su origen explicaba que la “barra” fluvial había perdido su función de dique y que las aguas altas ocupaban su trastienda…
“Barr” era el borde del río y “zen a” indica una situación desaparecida pretérita, que fue y que ahora es un aguazal ocasional, un hidrónimo más de casi un ciento que se pueden encontrar en la Toponimia.
Bárcena aparece en cientos de lugares y lo hace con y sin acento, con y sin artículo, en singular y plural… y en dos docenas de ocasiones lo hace como Barcela, Barcelás, Barcelemundo, Barcellina, Barcelón y Barcelos, susurrando al oído que quizás la Barcelona de las Ramblas tenga un origen parecido.
Otro caso es “varga”, muy usado en el Castellano rústico para indicar la parte de una cuesta que se hace más empinada antes de llegar al otero de coronación y que no se refiere tanto a la pendiente, parámetro que antes no era relevante, sino a que el valle como zona de captación de agua está terminando. “barr”, ya tomado como valle y “ga”, negación, fin de la función. La varga se aprecia muy bien en la foto del Cordel de Sierra Salvada.
Finalmente por hoy, hay una voz que se usa mucho en geología y geotecnia: “Varva”, que se refiere a las finas capas de arcilla que se superponen en los fondos de lagos, en balsas y otros lugares con poca corriente, voz que los sabios del despiste asignan al Sueco (germánico “wharf”, muelle) pero que es posible que si lo escribiéramos “barr ba”, nos sugeriría los depósitos inferiores de cualquier valle…
Algo parecido pasaría con los Várdulos (Bardulai de Estrabón), que si los escribiéramos con “be”, como él lo hacía y siendo comprensivos con una “n” que con mucha frecuencia se copia como “l”, nos daría “Barr duna k”, esto es, los que habitaban el Valle (obviamente, del Ebro y sus afluentes).
Lo mismo que los Arévacos, que si se escribiera “ara bae ko”, sonaría más cercano a los de las llanuras inferiores del Duero.
Continuará.