El sábado pasado hizo un día primaveral y pedestres y ciclistas comenzaron la temporada de paseo por la carretera de nuestro caserío frente a la cual suelo poner una mesa con libros e informaciones.
Uno de los paseantes tardíos (ya cuando recogía bártulos) fue un joven ciclista que me dijo que era Valón, que le gustaba la filología y le encantaba lo que veía expuesto. Se metió dos libritos bajo el maillot y me prometió volver con más tiempo para hablar. Viéndole marchar me acordé de la Flecha Valona que los amantes del ciclismo solíamos seguir y decidí coger mi flamante “Switch bike” y dar una vuelta por Bélgica.
Los valones de Valonia parecen aceptar lo que les dicen sus sabios (y recalcan todas las enciclopedias) desde hace tres siglos, esto es, que su patronímico y el nombre de su país tiene que ver con el “Wales” británico y hasta con los “Gaulish” por aquello de que son de origen celta, pero me parece que lo mismo les daría si les dijeran que son escitas, dacios o descendientes de Túbal; a la gente le da igual; son los cultos selectos los que viven ensoñaciones, queriendo sacar de una cita en una crónica la trayectoria de miles de años de un país.
Es un vicio recidivante de los hipercultos.
Me da que Valonia tiene mucho más que ver con las innumerables lagunas, charcas y meandros que formaba el río Mosa cuando él era el Canal de La Mancha, hasta hace 10.000 años y -algo menos- después, en el tiempo que medió hasta que generaciones de trabajadores incansables (que luego se harían mineros) se dedicaran a dominarlo y meterlo en un canal, más que ver, decía, que de fantasías de guerreros que se adornaban con oro.
La toponimia española está llena de derivados de “valón y de valona” con uve y con be; ahí es donde hay que hurgar, no en las citas históricas que mienten más que la antigua Gaceta.
En un recorrido breve por tierras aquende los Pirineos, salen cientos de “parientes valones”: La aldea de Valón y el lugar llamado O Valón en La Coruña, la Casa y el Cerro de la Valona en Ciudad Real, El barranco de Valones en Albacete y el de Valonguera en Huesca, el Alto de Valongo en Asturias (y una docena más de Valongos en Galicia), los Arroyos de La Valona en Málaga y Sevilla, el del Valoncillo en Sigüenza, la balsa de La Valonga, de nuevo en Huesca, el Canto de los Navalones en Oviedo, el Puig y el Collat de La Valona en Girona… y no trascribo los de “b”, porque aburriría a todos, aunque sería mas correcto escribir “bal”, cieno, lodo oscuro, con “b”, que rematado con “onia”, indica que en ese país el suelo es de limo.
El río Cinca baja hoy desde el pirineo hacia el Ebro domado y siguiendo un meridiano y me recuerda a ríos leoneses que -como el aragonés- han visto los infinitos ramales de su tramo medio, peinados para aprovechar la fértil llanura aluvial por la que se perdían. Tanto estos como aquel, crearon zonas amplísimas llenas de lagunas temporales y definitivas, lo mismo que multitud de brazos que por temporadas tenían caudal o no. En la imagen siguiente, la imagen actual de un tramo del Cinca medio, que aún conserva abundante toponimia hídrica (San Miguel, La Cova, Osso, Mas de la Monja, La Menuza…, que ni son un santo, ni una sima, un oso, una religiosa ni algo menudo, sino lugares de ranas, de lagos, de pozos, de charcas y de lamas…), entre la cual, Valonga se aplica a predios, balsas y poblados, siendo originalmente un entorno cenagoso, una concentración de limo.
Pasa algo parecido con la casa matriz Bélgica, que los mismos supercultos quieren que tenga que ver con “belgh”, un invento de los indo europeístas empeñados en que signifique “fiereza” para así cerrar la cita romana que se lamentaba del costo de mantener la lima del Noroeste por la dureza y fortaleza de los belgas en vez de razonar que cuanto más lejos del cuartel romano, menos ganas de lucha ponían los legionarios…
Bélgica es un país de países, cuyo nombre principal se mantiene sin cambio desde esas crónicas de guerra romanas y que en esos ambientes cultos se da como seguro de que era debido a la tribu celta de los fieros “Belgies”, para mí, versión local del “bergiers” francés, modestos pastores, que los mismos franceses ignoran su procedencia y que viene de la aféresis de “abere gier”, “abelgier”, “belguier”, guiadores de ganado, pastores que hablaban un Vasco más cercano al actual de lo que dicen nuestros afectados académicos.
Hoy cubiertas Las Ardenas de plantaciones industriales y modificado el paisaje de sus colinas, que antes era de pastos y retazos de bosque atlántico, nadie pensaría que Bélgica fue un país de pastores, pero no solo la belleza y eficacia de sus perros, los negros “pastores belgas”, como de la raza de caballos que conocemos como “Ardennais”, capaces de arrastrar dos toneladas, apuntan a que antes de que la pereza inundara las laderas, cimas y valles, esa “sierra baja” era una meca de pastores.
“Ard” es la raíz con que el Euskera designa a los ovinos y “ardena” es un genitivo muy sencillo que apunta a que el entorno es propicio a este género de rumiantes, siendo su plural “ardenak”, fácilmente asimilable con el plural en “s”, “Ardenas”, una región en que se repiten las formas suaves, moderadas y no hay grandes elementos geológicos llamativos.
Las disciplinas que tienen que ver con la Etimología y la Toponimia, han evolucionado en los últimos cinco siglos, hacia una obsesión de explicar su incomprendida dimensión, primero por el Latín y luego por el invento llamado Indo Europeo, pero nadie ha contado seriamente con el Euskera, que tiene un gran potencial para sugerir soluciones.
Yo recomiendo comenzar con listas de nombres de lugares de aquí y de allá, obviando las grafías y haciendo un esfuerzo por reconstruir la sonoridad, partiendo de nombres que secuencialmente son muy parecidos; España está llena de Belgas, Abelgas, Embelgas, El Belga y… sobre todo La Belga (7 lugares, ¿qué hacían las belgas aquí?), La Belga Baxo, La Belgalla, etc.; en fin, para parar un tren.
Al revés, los nombres de lugar belgas, no son extraños en la Toponimia de España; Por ejemplo, tomando como referencia Bruselas, tenemos Brucente, Brucs, Bruel, Brues, Brugada, Bruguera, Brugeroles, Brugos… y si se toma Brujas, hay Brui, Bruicedo, Bruixas, Bruixes, Brujas, Brujo, Brujuelo, Brullés, Bruxas…
Si se opta por Flandes, también hay un ramillete: Arroyo Pino Flandes, Barranco de Flandes, Les Flandes (varios), Mas de Flandi, Cueva de Flandes…
Y parientes de Gante?…Casa del Tragante, Castigante, Cortijo de Gante, El Bergante, El Jagante, Gante (dos), Gantísimo, Gantxegi (Gantegi) y cientos de Gigantes, que de gran tamaño no tienen nada, siendo variantes de “gante”.
Quizás Anvers que parece más nórdico…No, con uve apenas hay tres lugares, pero si se hace caso a la ortografía española y se busca con “amber…”, la cosa cambia, porque además de docenas de Lambertos, hay Amberriz y parecido al famoso Antwerpe, hay una Playa llamada de la Antuerta en Cantabria, aquí cerquita.
Ostende tampoco está solo, hay Oste, Osteia, Ostendia y la Playa de Ostende en Castro Urdiales y para Malinas, está Puerto Malinas, Malinagra, Mesmalina y con acento, Cañamalín, Somalín, Planamalín…
Para emular a Lieja, hay Liena, Lienas, Lieres, Liers, Liesa, Llierca y para Namur, Benamor, Benamud, Nambroca, Namelas, Nambrú… Charleroy tiene poca representación, tres o cuatro Charles y otros tres o cuatro Xarlet, que no es poco. Ver en portada, el Canal de Lieja.
Mons se presenta por cientos; dos veces, solo como Mons y numerosas en formas complejas, desde Monsa… a Monsu…, pasando por Monse…, Monsi… y Monso… como Monsoliú.
Dado el paseo por Bélgica, se queda uno con la impresión de que los nombres de lugar no han sido dictados por invasores con cascos de oro, sino por los abnegados pastores que -durante milenios- han descrito las características de los sitios y que apenas hace un siglo que la modernidad los ha ido retirando del campo prometiéndoles tiempos mejores a ellos en la ciudad y una vida sin garrapatas ni caminatas a sus animales en grandes pabellones, pero… no se…, algunos están volviendo al frío y a las pulgas.
Menos mal que no hemos perdido los nombres de los lugares.