La vasconización tardía, oxígeno para la teoría celta que se desinfla.
Los últimos años, coincidiendo con nuevas ponencias que sugieren que el mito celta pudiera tener una cuna occidental y un recorrido distinto al de consumo, ha surgido un grupo de intelectuales que tratan de apuntalar el origen oriental del “ente celta”, contando de forma mediática simpática y con apoyo tácito de academias, universidad y medios oficiales, que los vascos se asomaron al valle del Ebro hace unos pocos siglos, colándose entre los celtas locales.
En este ensayito, que trata básicamente de Toponimia, se argumenta que la celticidad o latinidad de los nombres de lugar que citan estos cruzados de lo celta, son endebles ante la potencia descriptiva del Euskera.
Es casi un axioma que a los romanos les costó llegar a la zona cantábrica, pero que llegaron y la dominaron. Aparte de las menciones de los cronistas, los gestores oficiales actuales del conocimiento entre los que se emboscan los referidos arriba, echan cada vez más a menudo mano a la Toponimia y a los hallazgos arqueológicos para apoyar el axioma con datos pasteleados.
Así, aunque al lector le parezca extraño en las últimas décadas departamentos enteros de nuestras universidades se han dedicado a buscar orígenes romanos a montes, ríos y ciudades vascas, a “sobreinterpretar” epigrafías mínimas y a exhibir artefactos de factura supuestamente romana para mostrar lo eficaces que son con la interpretación científica.
Pero si las pasiones son algo difícil de compartir hasta que estás preso de ellas, hay una que es imposible de entender para mí después de más de medio siglo tratando de ver algún valor que justifique tal amor irracional en gentes aparentemente inteligentes.
Se trata del culto al latín y a la cultura romana, a lo celta y la suya “recreadas” como el bacalao remojado tras siglos de haber permanecido olvidadas en bibliotecas, ruinas y monedas.
Ese culto es especialmente incomprensible cuando se tocan yacimientos imponentes de información aún sin investigar como es la Toponimia y se pretende banalizar toda una trayectoria de prehistoria sutilísima de generaciones antiguas para nombrar a los lugares de forma inmejorable con cataplasmas como las que preparan los latinistas que siguen los pasos de un nefasto Luis Michelena (L&M), cuando quieren que los nombres de lugar sean derivados de prohombres que gobernaban fincas imaginarias.
Aita los comparaba hace cincuenta años a la Thaumatopea, la oruga procesionaria que asida cada una al trasero de la anterior, buscan apresuradas de un lugar para la metamorfosis. Él se entretenía al calor del mediodía en dirigir con un palito a la oruga líder al culo de la última y las veía morir al atardecer consumidas en un círculo sin fin pero fieles a su ley de “follow the leader”.
Ahora el ámbito de la cultura oficial (subvencionada), sigue copiando aquélla nefasta tradición que ya nos ha hecho perder medio siglo y gastar ingentes cantidades de dinero y esfuerzo haciendo de paso que nuestra añorada universidad sea de las últimas del mundo.
Recuerdo –a finales de los setenta- que un compañero de trabajo (chico de letras entre un grupo de ingenieros) leía con fruición las explicaciones de L&M y concretamente había una que le gustaba y releía continuamente; se trataba de Treviño que su director espiritual explicaba como “Trifinium” que ya sonaba a Latín en un mundo de várdulos… y le reconfortaba.
Llegué a pensar que tal desviación podía ser debida a alguna carencia de la gente de letras, que faltos de fórmulas y parámetros se tiraban a inventar excentricidades para competir con los de ciencias.
Ahora, cuarenta años después sigo pensando lo mismo, especialmente cuando analizo (no solamente leo) trabajos que han debido de consumir muchas horas de becarios y muchos recursos de universidades públicas para decirnos que la toponimia de Bizkaia (o de Euskalherría en general) se explica masivamente con el Latín.
Para ello parten de que terminaciones frecuentes como “ana, ena, ona, ano…” son sufijos relacionados con la propiedad de los predios, con “fundus” de ciudadanos ricos… y ya solo hay que buscar nombres romanos para ponerlos delante del carro y publicar que Vitoriano era una finca de un tal Victorio, Antoñana de su amigo Antonio, Lutxana del acaudalado Lucius, Marzana de Marcius, Sopelana (recién afeitada a Sopela), al no tener antropónimo a medida, la dejan en Superana para asignársela a un patán llamado Superus…
Ah, y Sopuerta lo dejan en Sub porta, esperando que alguien señale el puerto o la puerta bajo la cual está.
¡Esto es delincuencia!, pretender que en el minúsculo espacio que dispone Lutxana, Lucius tuviera una finca sin que nadie aporte otra referencia ni sugiera donde estaba la “mansio” o el pozo, no es de locos, es de tontos malignos, tontos con la brújula averiada y con una manía obsesiva de aportar nueces al saco del Latín… aunque estén vacías.
Lutxana, sin quitar ni poner nada, solo explicando que la “tx” es una evolución frecuente en la costa Bizkaína de la “t”, por lo que “luta an a”, con el significado de “el gran deslizamiento” es la constatación de un colapso geológico que sucedió hace 8.000 años y que volcando el dique natural que creaba un gran meandro que rodeaba a Barakaldo, abrió paso franco a las aguas del Nerbión en línea recta hacia Erandio… , segregando a Barakaldo de la margen derecha para condenarlo para siempre a la izquierda. Ver línea amarilla de la cresta que falló.
Este suceso está comprobado científicamente y no con cuentos de fincas, quintas y mansiones imaginarias creadas por estos fanáticos que no ven que el fogón está apagado y siguen echando más madera.
El fogón del Latín no vale para explicar la Toponimia. La lengua del Latzio tiene el mérito de haber sido usada durante más de diez siglos para escribir crónicas, fábulas, sentencias y decretos de un gran imperio, pero no ha aportado más que lo que el copista aporta al libro que reproduce: Buena letra.
Que Ptolomeo cite una ensenada cantábrica como Nerva y que este nombre suene a los hipercultos a nombre de diosa celta, no tiene nada que ver con la forma en que se nombran los topónimos en la dura geografía, que suele ser por condiciones físicas o funcionales de los lugares y que en el caso de Nerbión se refieren sin duda alguna al doble vertedero del lugar donde nace este río en Délica y que originalmente se dijo “ler bi oi”, es decir “los habituales dos vertederos” y que a lo largo de milenios ha pasado a “ner bi oi” (como lo decimos en Euskera) y “ner bi on”.
Casi al escándalo llegan estos amanuenses cuando encuentran que una aldeíta de Busturia en la cuenca alta del río Mape se llama Paresi y corren a decir que nada tiene que ver con “el París de la Francia”, sino que los patanes del barrio, no entendiendo su nombre latino Vesperies, lo han ido cambiando según “Speries”, “Peries”, “Peresi”… y por fin Paresi, todo ello para que un Vesperies que citaban cronistas romanos tuviera lugar… en una aldea de seis vecinos en el monte más remoto, cuando Paresi es una voz euskérika neta que significa “cerco terraplenado” (de “barr” “esi”), una forma muy frecuente de confinar al ganado en fechas cercanas a las migraciones.
Pero no todo son anas y anos; al barrio mallabense de Areitio en el límite oriental de Bizkaia (literal, clara y meridianamente, sin quitar ni poner nada), “El gran robledal”, (un barranco imposible de laborar) a partir de “areit i o”, quieren que haya sido una finca de Areitius porque en la Lusitania meridional hay un “Areitium Vetus” y necesitaban una pareja septentrional.
Al otro lado, al Oeste de Bizkaia, hace unos días bajé el Puerto de Peña Angulo y pasé por Artziniega recordando las tupidas y pequeñas encinas de sus laderas calizas que son –casi- garrigas y por eso me maravilla la alquimia de estos enfermos de amor por el Latín, que para este lugar cuya explicación por el Euskera es incontrovertible según “art i ni ega” y “atrz i ni ega” con el significado de “Lugar adecuado para encinas pequeñas”, quieren que sea la finca de Marcinius y para eso le decapan la “M” inicial, lo transforman en Villa Arcinica y ya, con dos toques, Artziniega.
O a mi Bermeo, que los anteriores gustaban decir que era por el Vermellium de sus tejados, ahora le hacen proceder del robusto granjero Firmius (porque no encuentran el Vermeius que querían) y para ello preparan cinco saltos mortales que les lleven al Bermeio y por fin a Bermeo.
Delincuentes que no han llegado a Bermeo por mar cualquiera de los días de temporal del Noroeste y han sentido la enorme seguridad que se percibe al doblar Matxitxako y entrar en la protección de su bahía: “Berm ae o”, la gran zona protegida, la salvación de los marineros y el mejor puerto hasta que la elevación de la costa dejó en seco su “Artza”.
Bilbao no es menos disparatado según estos visionarios a través de la bola del Latín, así que quieren que haya un varón Vilbus (que casi lo tienen en Vilbius) para que cuadre su disparate y puedan tensar un lienzo sobre un marco mayor que él. Quieren que Bilbao sea el rosario que desde Vilbanum, Vilbano, Bilbano, Bilbao… haya sido el nombre de la finca de ese Vilbus.
Y, digo yo, en una exigua playa del Nerbión y contra el muro de Begoña, ¿dónde tendría ese Vilbus la finca, los bueyes y los obreros?.
Bilbao es un bonito y preciso nombre, contracción de “bilb bae u” que con nuestra lengua ya significa claramente lo que Bilbau fue desde la prehistoria, el “vado conservado” que había sobre la lastra en la que se construyó el primer puente de “Sandandon”(gran arenal), aguas arriba del arenal.
Getxo no es menor disparate, porque, desconociendo estos sabios de gabinete, que en el monte Serantes, a 400 metros de cota estaba la atalaya ballenera para los portugalujos, quieren colocar otra sobre el acantilado de “Lagalea” otra, pero mucho menos eficaz por estar a apenas 70 metros y convencernos de que un Getxo que es junto con Ea el único puerto vasco localizado en levante y –por tanto- sin capacidad para lanchas balleneras, tiene su nombre como Getaria (“cetaria”, de “cetium”) por ser cazadero de ballenas.
Ni Getxo ni Getaria tienen nada que ver con ballenas; el primero, “Ge eto” (no retorno), se refiere a la dificultad de escape de los animales que entraban en el larguísimo istmo que formaban los barrios de Saratxaga, Diliz, Fadura y Algorta, constreñidos por el río Gobela y sus pantanos de Fadura, las peñas de Mendikoetxe y los acantilados marinos y la segunda “Ge edae iri”, a la escasez de posibilidad de expansión (“edae”) que tenía el asentamiento del istmo de Txoritonpe hasta que en tiempos recientes se ha “ganado” tierra al mar y se ha saltado al otro lado de la carretera.
El perfecto ordenamiento de las casas del barrio viejo da fe de un aprovechamiento inmejorable de ese escaso espacio.
Ahora vivo en Barrika y estos maniáticos necesitan un Varrius que hubiera tenido una quinta, para que vulgarizado a Varro, diera después Varroica, Varrica y Barrika…
¿Es que estos chicos no se han asomado al flysch de Barrika, casi tan famoso como el de Zumaia, formación geológica que ha dado nombre a ambos términos, uno como “barr i ka”, secuencia de multitud de barras y el otro como “zut malla”, trazos verticales?.
Gorozika pudiera bien considerarse como el colmo de la dualidad cinismo-ignorancia, porque ignorando que –aunque pocos-, hay topónimos de contenido florístico, querer que algo tan concreto como “Los acebales”, sea la finca del tío Colosiani (sobrino de un coloso) que ha ido mutando a Gorociani, Gorociaín, Grocín… y que esto se constata porque cerca de Roma hay lugares cuyos nombres recuerdan a algunos del Urdaibai como Barandika ó Eskerika, en lugar de reconocer de una vez que Europa está cuajada de nombres euskérikos y que Roma no es una excepción, por lo cual, lo que procedería en un estado de salud mental aceptable, sería la de investigar con la herramienta del Euskera en lugar de hacerlo con latinajos cuya antigüedad no puede ser garantía de certeza, porque bobadas se han escrito siempre y el paso del tiempo no las enmienda.
Tendría once años cuando leí que Mundaka, la cercana Mundaka que los bermeanos decíamos ser puerto de piratas, significaba en Latín “Aguas transparentes” a partir de “Mundus aqua”, lo cual era evidente si se comparaban las limpias aguas de Laidatxu y de su puerto, con las corrompidas de un Bermeo industrial y pesquero.
Pero desde los años sesenta, han avanzado mucho los sabios de nuestra academia y universidad y ya no es el agua clara lo que pinta, sino la propiedad de un extranjero llamado Montanus que montó una Villa Montánica que luego perdió la “villez” y quedó en Montaca, Muntaca, Mundaca y Mundaka.
Conozco Mundaka como la palma de mi mano y aseguro a cualquiera que hay que irse monte arriba hasta el barrio de Goitiz para encontrar media hectárea laborable. ¿Dónde tendría su finca el amigo Montanus?.
Los topónimos pertenecen a series complejas, por lo que conviene estudiarlos en grupos: No se puede, no es científico, ni honrado ni –siquiera-cuerdo analizarlos de uno en uno quitando, poniendo o modificando cuantos lexemas no encajan hasta que el nombre más alterado que un gitano vestido de guardia civil, diga algo parecido a lo que queremos.
Es cierto que hay leyes fonéticas y todos las conocemos y las usamos, pero su uso ha de ser discreto y comedido, como el de las especias en un buen menú.
Antes de nada hay que comprobar si el nombre ya sugiere algo en Euskera y en los idiomas locales y si comparte con otros uno o mas grupos fónicos, secuencias o particularidades.
El “daka” de Mundaka, bien como “daka, daca, taca ó taka” es un componente muy presente en casi mil topónimos españoles, por lo que no hay motivo alguno para pensar que no sea original: Apodaca, Valdaca, A Mataca, Estaca de vares, Estaca, Aldaka, Ataka, Ostaka….
Si damos un salto a Markina, aquí lo han tenido fácil con buscar un sobrino del tío Marcus al que todos llamaban Marcinus y que se compró una finca ribereña del Artibi, llamando la desde entonces Marcinina hasta que los atontados vecinos comenzaron a llamarla Markina por esa costumbre de ensordecer las “zetas”. Aquí si hay terreno y pudo haber una quinta.
¡Esto es de locos!; la Markina bizkaína, como casi un ciento de Marquis, Marquiños, Marquinas, Marquillos, Marquitos, Marquinillas, La Marquina, Marquide, etc. etc. , deben sus nombres a rasgos aflorantes de masas de rocas en posiciones singulares. En el caso de la Markiña bizkaína, siglos de explotación de calizas han deshecho por medio de canteras las crestas que denunciaban el material “marr kiña”, literalmente, marcas como señales.
Colmos hay muchos, pero otro de ellos el barrio bermeano de Artika que cualquier aldeano sabe se refiere a ser una cuesta empinada entre Las Errotas y Almike, antiguamente cuajada de encinas (“art i iga”) y ahora de eucaliptus, que los sabios dicen ser la finca de un tal Artius con primos aquitanos que le visitaban con frecuencia. Otro, que Gorliz quieran relacionarlo con Cornelius en vez de mirar a la explanada lisa de Goikogana que domina la bahía y a un suelo tan escaso y plano como duro “gor lis”.
También con Fadura se meten y en lugar de reconocer humildemente que el “palus” latino es una metátesis del original “pa aul es”, “pauls” que significa suelo, soporte blando y húmedo, como corresponde a suelos pantanosos y trampales, “palus”, digo dio en “padus”, pero que España está llena de Paul, Paúles y Paules y que todos ellos están en zonas inundables, en ciénagas.
Como en zona no ya inundable, sino anegable con frecuencia plurianual esta Mungía y sus meandros del Butrón y relacionada como tal con el hidrónimo “mung munj” en plural con “i “, “mungi”, (las charcas), donde aún son perceptibles antiguas monjas y galachos, como para que vengan a decirnos que un documento dice que “Monio era abad de Mungía” (Monio Munchiensis abba) y que eso, el que haya un abad haya dado nombre a una comarca.
De vez en cuando hago una excursión por los paleocauces de esta zona antes de ir a comer talo a la taberna de “txulo”, donde estaba uno de los últimos pozos rellenados con escombros para mayor desgracia de los ribereños.
De Begoña se comentaba hace poco que la aparición en Lujua de una epigrafía en Latín que citaba “Vecuniensis”, daba pie para darle un origen celta, pero cómo los nuevos ertimologistas de ahora prefieren que la anteiglesia lleve la reminiscencia de un tal “Viconius”, que explotó allí una finca llamada “Viconiana”, es de ella de donde sale Begoña y -condescendientes ellos- no descartan una coincidencia con la Bikuña alavesa.
Y en esto no están equivocados, ambas llevan consigo el apellido de un corte vertical, “beg oña” (“beg”, visible, “oña”, gran corte vertical) el de Bilbao es eso mismo, pero en un lugar conspicuo, llamativo, aunque ahora cubierto por viviendas.
Sea Orduña, Urduña el último comentario por hoy. Este Orduña se debate sobre si elegir su parto de Fortunius o de Ordonius (por supuesto, atestiguados en algún papel), para acabar proponiendo que lo más bonito es que sea la Villa de Fortunio, Fortunia, Ortunia, Ortuña, Orduña, ahí es ná.
Con lo fácil que es buscar los grandes surtidores de agua que manan de su peña en los ríos Tertanga y Nerbión… y explicar que “urt un ña” es la descripción de una muela, un corte rocoso que tiene grandes vertederos de agua.
Y tras estas cuestiones geográficas una pequeña licencia a un comentario sobre la manipulación de la arqueología.
La aparición de ruinas de época romana y aspecto civil en Forua (almacenes, baños o zonas conserveras…), no ha conseguido rematarse dando con el esperado núcleo urbano ni la necrópolis y el foro que faltaba para justificar el nombre de “Forum” que habría dado en Forua.
No importa, la efe es rara en Euskera y cualquier estudiante u otro tipo de incauto obviará que hay lugares cercanos como Boroa (que es lo mismo) o como la Peña Caiforoa entre Zamora y Portugal o como numerosos Muruas, Buruas y Puruas, todos los cuales equivalen al “raro” Forua.
Sin ir más lejos, a apenas un kilómetro, Murueta.
La cuestión era que la chalupa encontrada en las cercanías de Forua, recuperada primorosamente y exhibida en el Museo Arqueológico de Bilbao nos la han vendido como “pecio romano” sin caer en la cuenta de que la construcción local de barcos de madera, descansaba en el tingladillo o “goleta” (que no tiene que ver con ciertos barcos de vela, sino con “go ola eta”, es decir, tablas superpuestas, una forma superior de construir embarcaciones elásticas para enfrentarse a mares procelosos. Ver imagen.
Las embarcaciones mediterráneas, en cambio, eran de “tabla a tope” como se puede ver en docenas de exposiciones y en la imagen siguiente.
¿Qué quiere esto decir?… Que el barco no es latino sino vasco.