Apertura de los paramentos de los edificios hacia el exterior o patios para procurar ventilación y luz.
Quien piense en una ventana hoy en día, casi seguro que se imagina una robusta y hermética ventana de aluminio ó PVC, con vidrio doble y baja conducción térmica y con numerosos sellos CE que aseguran su calidad y cumplimiento de docenas de Normas.
Estas modernas ventanas con las que los ciudadanos se aíslan sonora, térmica y anemo-olfativamente de la calle, nada tienen que ver con las ventanas de hace solo cincuenta años que las madres sellaban con papel de periódico en las tormentas invernales para que el viento no se llevara el escaso calor de la casa que se iba por las rendijas…
Ventanas artesanales a través de las cuales se oían de noche las discusiones de los borrachos callejeros.
Ni tampoco con los miradores que jalonaban las partes lujosas de villas y ciudades donde tías, sobrinas y monjas de visita se pasaban largas horas de las tardes criticando a cuantos pasaban por la calle.
Pero, ¿quién ha pensado en las primeras ventanas?.
Los eruditos que nos aseguran que la ventana del Castellano, la única con ese nombre (además de la “bintana” del Filipino), recibe su nombre del viento que dejaba pasar cuando se abría…
Aseguran en comandita con los british, que el “window” inglés y otras voces cercanas de varias lenguas germánicas, tienen el mismo origen, ya que está claro que “wind” es viento y con ese paradigma se cierra la sesión.
Sin embargo hay muchos aspectos dudosos en estas aparentes certezas.
El primero es físico. Nos dicen que las ventanas no eran para dar luz, sino para ventear las viviendas, pero aquéllas viviendas, fueran chozas, castillos o palacios, todas tenían amplias chimeneas y en ninguna ajustaban herméticamente puertas y portones, por lo que el “tiro” natural o incentivado es seguro que más bien sería excesivo que escaso y me atrevo a asegurar que los vecinos más bien tenderían a cerrar las grietas con paja o trapos que a abrir ventanas.
Además no hay que olvidar que excepto en lugares suntuosos, los tejados por su configuración, eran una salida natural y extensa de los aires viciados y calientes de las casas, esto es, dudo que alguien abriera las ventanas para ventilar.
Se dice esto porque se tiene la sensación de que las ventanas tuvieron inicialmente un objetivo principal en poder ver el exterior desde dentro de una construcción doméstica, pecuaria, militar o social.
Apoya esta percepción el hecho de que los propios británicos echan mano del antiguo Noruego e Islandés para proponer que su “window” procede de “windr + auga”. Según ellos, viento y ojo, pero otros leemos algo diferente en ese “wind-windg-winch” que lo asociamos a un elemento giratorio sobre un gozne, con lo que la “winchauga” sería no el viento en el ojo, sino la portezuela entornable para mirar al exterior.
Este razonamiento se aproxima al que plantea la ventana del Castellano que los académicos han obligado a escribir con uve para que nos recuerde al viento, pero que debería escribirse con be: “Be endá ena”, donde “be” es la raíz de la visión y parte fundamental del ojo (“be egi”, el que ve), “endá” es la finalidad, consecuencia u objetivo y “ena” es el genitivo, viniendo a decir “la destinada a ver”.
Ni ventilación ni luz eran factores principales entre los que definían las viviendas hasta hace muy poco. El caserío en el que vivo, construido hacia 1875 y que compré ya en ruina hace seis años, tenía unas ventanas mínimas de las que pude salvar un par y que se muestran en la foto adjunta. Apenas tenían dos decímetros cuadrados de superficie de cristal, cincuenta veces menos que las ventanas de hoy, pero más que suficientes para ver qué tiempo hacía o quien rondaba la casa.
Más aún, hay infinidad de descripciones de ventanas en los caseríos medievales, que eran apenas unas “saeteras” en los muros, como se puede ver en una preciosa y fiel reconstrucción de un caserío en Maruri.
Que el Castellano haya podido guardar esta voz de origen vasco, no resuelve la cuestión de porqué la mayor parte de las lenguas latinas prefieren “finestra, fenétre, fenestra, feneastra, fenestram…”, forma que llega al Galés y a otras lenguas germánicas con “ffenestr, fenster, fiestra, fönster…”, aparentando estar a medio camino de la forma castellana y del “venster” de los neerlandeses, pero se duda mucho que todas ellas hayan virado a la efe renegando de la uve del “ventum” latino.
Quizás estuvieran inicialmente más cerca de la “fides” y del “videre”.
El neologismo vasco “leio” para la ventana, data de la época en que el cristal era accesible, estando formado por “lei”, cristal y “oa, ohea”, lecho, es decir, donde el cristal se encaja.
Quizá la palabra puente tenga endá o ent en su origen. P(e) ú enta. Aquello cuya finalidad es tener el agua debajo.
Saludos
El puente se me resiste mucho. Ya había pensado en algo así, porque siempre he rechazado de puente venga de pontis que nada significa. Seguiré intentándolo.